El próximo domingo, 14 de octubre, después
de 25 años del inicio del proceso de canonización y 40 años de su muerte, será canonizado
el beato papa Pablo VI. Un Papa al que conocí cuando estudiaba en Roma y del
que conservo un especial afecto. Siempre que he ido a Roma –ya me lo impiden
los años–, acudía a la Basílica de San Pedro y rezaba especialmente ante dos
tumbas: la de san Pedro y la sencilla tumba de Pablo VI, una lápida en el suelo.
Murió en Castel Gandolfo el 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración
del Señor.
–Se apagó como había deseado –cuenta la
revista Famiglia Cristiana–, lejos de los reflectores y de las vigilias
del pueblo que acompañaron la agonía de Juan XXIII y que, más adelante,
señalaron las últimas horas de Juan Pablo II. «Había rogado a Dios de
consentirme un adiós en soledad», anotó hace tiempo Avvenire, diario católico:
«Fue escuchado». No solo eso. Pablo VI murió en un día particular, cargado de
significado simbólico, el de la Transfiguración: una fiesta que amaba hasta el
punto de que la eligió, en 1964, para publicar su primera encíclica, la Ecclesiam Suam.
Quiso en sus funerales un ataúd de arce sobre el mármol de la basílica de San
Pedro, sin atributos que rememoren su función: ni tiara, ni mitra ni siquiera
una estola sacerdotal. Nada más que el libro de los Evangelios abierto.
Fue elegido Papa con los votos de la parte
reformista del cónclave frente a la oposición de los cardenales Ottaviani,
Ruffini y Siri, que querían enterrar junto a Juan XXIII el Concilio Vaticano II
recién estrenado. Fueron necesarios tres días de cónclave antes de que saliera
«fumata bianca». Al parecer, solo obtuvo 57 votos, apenas tres votos más de los
necesarios para el quorum de los dos tercios.
–Las líneas principales de su pontificado
–según el experto vaticanista Giancarlo Zizola– son la reanudación y desarrollo
del Concilio, la reforma de las instituciones eclesiásticas, comenzando por la
curia romana, la búsqueda de una relación nueva entre la Iglesia y el mundo
moderno, y común acuerdo con la preocupación de la unidad de la Iglesia.
Ya en su primera encíclica, Ecclesiam suam (1964), definió la misión
de la Iglesia como diálogo comunitario interno, diálogo ecuménico con las
Iglesias hermanas y diálogo cultural con la sociedad moderna.
Con su constitución Regimini Ecclesiae universae (1967), procedió a la
internacionalización de la curia, con importantes cambios que acabaran con el
carrerismo, aunque como se ve, no lo ha logrado del todo al día de hoy (caso
nuncio Carlo Viganò). Impuso límite de edad: 75 años para la jubilación de
obispos, 80 años para la no inclusión de los cardenales en el cónclave, cosa
que sentó fatal a Ottaviani y otros. Eligió de secretario de Estado a un
francés, el cardenal Villot, e internacionalizó las cabeceras de los
dicasterios con obispos provenientes de diversos continentes. Modernizó la
curia, de romana a internacional, pasando de 1.322 funcionarios en 1961 a 3.146
en 1978, año en que murió.
Lo ha confirmado el cardenal Giovanni
Battista Re, prefecto emérito de la Congregación de los obispos, en entrevista
sostenida en 2017:
–Pablo VI fue el Papa que simplificó la
curia y quería simplificación e internacionalización de los cargos.
También, ya de paso, afirmó del actual
Papa:
–Francisco es el Papa justo en el momento
justo.
Pablo VI fue el primer Papa viajero que
tomó un avión. Importante fue su visita a Tierra Santa (4-6 enero 1964), donde
se encontró con el patriarca ortodoxo Atenágoras. La India (2-5 diciembre
1964). La ONU, Nueva York (4-5 octubre 1965). Fátima (13 mayo 1967). Turquía (25-26
julio 1967). Colombia (22-25 agosto 1968). Ginebra (10 junio 1969) donde visitó
el Bureau International du Travail y el Consejo Ecuménico de las Iglesias.
Uganda (31 julio-2 agosto 1969). Y Extremo Oriente (26 novembre-4 diciembre
1970). En este viaje, estando en Filipinas, 27 de noviembre de 1970, se salvó
de la cuchillada del pintor boliviano Benjamín Mendoza, quien, vestido de cura,
lo llegó a herir en el pecho, pero que evitó lo peor gracias a la prontitud de
su secretario, don Pasquale Macchi, que empujó a un lado al agresor. Éste pasó
poco tiempo en la cárcel y fue liberado bajo fianza de 533 libras esterlinas,
aproximadamente 700 dólares. Lo hizo, según confesión, por darse publicidad, y
de hecho le sirvió para realizar exposiciones en más de 80 países y publicar en 1989 la novela No
disparen contra el Papa, donde relata su vida.
En fin, un Papa que ha sido criticado,
contestado y olvidado. La Iglesia lo eleva ahora a los altares. El Papa
Francisco, que lo beatificó en 2014, dijo de él: «Grande Papa, valeroso
cristiano, incansable apóstol».
Ahora ha llegado el momento de su canonización.
Y ello se ha debido a un milagro aprobado por la Iglesia. Un test prenatal
invasivo que causó la rotura de la membrana de una bambina, Amanda. Con tentación de aborto y riesgo de vida durante el
embarazo, nació prematuramente el 25 de diciembre de 2014 después de que sus
padres hubieran rezado al Papa en el Santuario de las Gracias de Brescia,
patria de Montini. También el milagro en Estados Unidos, que le llevó a la
beatificación, tuvo cierta analogía. A causa de la rotura de la vejiga fetal,
le sugirieron a la madre que abortara, pero ella rezó a Pablo VI por una
estampa que le dio una monja.
Será canonizado un Papa que el 4 de octubre
de 1965, ante la asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, se presentó
como portavoz de una Iglesia «experta en humanidad», que ofrece un patrimonio
ético bimilenario para ayudar con humildad, y sin pretensiones «temporalistas»
de dominio, a la búsqueda de la paz, de la justicia y de la seguridad en el
mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario