viernes, 14 de junio de 2019

Los Fantasmas del Palacio Arzobispal de Sevilla


Lo que en principio había concebido como una trilogía, he aquí que, por artes mágicas, o más bien, por artes fantasmales, se ha convertido en una tetralogía. Comencé hace unos años con Los Fantasmas de la Catedral de Sevilla. Seguí con Los Fantasmas del Alcázar de Sevilla. Y cerré la trilogía con Los Fantasmas de las Catedrales de España. Ahora aparece Los Fantasmas del Palacio Arzobispal de Sevilla.
Para los Fantasmas de las Catedrales, tanto la de Sevilla, como las de España, hubo un introductor que en vida de los mortales se llamaba Diego Alfonso de Sevilla, un ilustre canónigo de la Santa Iglesia Catedral hispalense, que logró su canonjía por sus artes nigrománticas. Murió el 3 de agosto de 1502, en plena canícula del verano, y fue enterrado en la capilla de San Laureano del propio templo catedralicio. Al final del segundo milenio, lo sorprendí peregrino por las Catedrales de España y saludando las ánimas benditas allí enterradas.


Pero en los Fantasmas del Alcázar sevillano, donde no hay tumbas como en las Catedrales, sí pude apreciar a través del juglar Paja del rey Fernando III el Santo que por aquellos salones y jardines menudeaban las auras fantasmales de cuantos a través de los siglos han vivido en ese palacio, un tiempo moro, luego cristiano. Y pude lanzarme a escribir los relatos que me dictaba el juglar de los personajes que por allí han habitado.
Y lo que son las cosas, cuando presumía que con esta trilogía se cerraba el círculo, me llega de nuevo el canónigo nigromante Diego Alfonso de Sevilla y me relata sustanciosas curiosidades de cuantos en el Palacio Arzobispal de Sevilla han vivido. Y no he podido negarme a relatar cuanto me narra de los arzobispos y no arzobispos que han morado en esa casona. Todos ellos han dejado en esos muros sus auras fantasmales. Solo hace falta tener el poder nigromántico de mi ya viejo amigo Diego Alfonso de Sevilla para saber las cosas de los moradores de esa casa, en un tiempo casona y desde el siglo XVII Palacio Arzobispal como hoy se conoce. Alejandro Guichot cuenta que «se empezó a construir el actual palacio hacia el año 1665». Pero el lugar de este inmueble como sede arzobispal lo es desde la Reconquista de la ciudad por Fernando III el Santo.
El 6 de enero de 1251, el Rey Santo otorgó a don Remondo, entonces obispo de Segovia, unas casas en Sevilla, en la plazuela de Santa María, con su bodega, cocina, establo y huerta. Con los siglos se le fueron adicionando fincas colindantes hasta conformar el perímetro del Palacio Arzobispal actual.
De sus moradores y de cosas curiosas ocurridas en sus pontificados tratará este libro.
Hay una máxima latina que dice: De mortuus nihil nissi bonum (de los muertos no decir sino lo que les favorezca). Pero no sé si mi canónigo nigromante se atendrá a ello. Más bien creo lo contrario. Es decir, que dirá al pan, pan, y al vino, vino, cosas buenas y cosas no tan buenas.
Alguno se preguntará con Calderón de la Barca, en Los hijos de la Fortuna:
–¿Aún no es muerto y ya es fantasma?
Y le diré que no. Los fantasmas, muertos son. Los que aún vivan, moradores de esa casona, Palacio Arzobispal de Sevilla, no son fantasmas. Todavía. Diego Alfonso de Sevilla, el canónigo nigromante, que me dicta los siguientes relatos, me explica que solo persigue contar las historias de los verdaderos fantasmas y, por tanto, moradores de ultratumba.
Pues adelante, que soy todo oídos. Y como diría Federico García Lorca en la Muerte de Antoñito el Camborio:

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir…

[En librerías de Sevilla. Si no lo tiene su librero, que lo pida al distribuidor Sr. Rivero]

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