domingo, 26 de febrero de 2017

Arderéis como en el 36

Durante el asalto a una capilla de la Universidad Complutense en 2011 se gritaron ciertas proclamas como: «Arderéis como en el 36», «El Papa no nos deja comernos las almejas», «Menos rosarios y más bolas chinas». Asalto en el que la actual concejala del Ayuntamiento de Madrid, la guapita Rita Maestre, apareció con sus bolas al aire. Y absuelta recientemente por un juez, para quien eso era libertad de expresión.
Hace tan solo unos días, en la fachada de la iglesia de San Ildefonso de Cartagena apareció una pintada cargada igualmente de «libertad de expresión»:
–Arderéis como en el 36.


 Y en Sevilla, hace no mucho tiempo, también hubo una pintada semejante en la iglesia de los carmelitas descalzos.
Estos pirómanos –que, por suerte, hasta ahora no se manifiestan más que con pintadas y no con gasolina y mecha– no han tenido tiempo de aprender en sus escuelas algo más de historia. Porque la quema de iglesias y conventos no comenzó en la reciente historia de España en el 36, sino en el 31, recién estrenada la Segunda República. 
El 11 de mayo, comenzaron los incendios en Madrid por la Casa Profesa de los jesuitas, en la calle de la Flor, donde se hallaba la Casa de Escritores jesuitas. No hubo muertes, pero desapareció bajo las llamas una biblioteca de 80.000 volúmenes, una de las mejores de Madrid. Y en la capilla, la mascarilla sacada a san Ignacio de Loyola en el momento de su muerte, un ostentoso relicario de plata con un dedo de san Francisco Javier y los restos mortales del padre Diego Laínez, compañero de san Ignacio e insigne teólogo del Concilio de Trento. Allí tenía su celda el gran historiador García Villada, con miles y miles de fichas de sus investigaciones que darían fruto a su Historia Eclesiástica de España, de la que había ya publicado cinco tomos. Llegó hasta la toma de Toledo en 1085. El incendio ocasionó su muerte intelectual. No pudo escribir nada más. Al desaparecer sus fichas, se habían esfumado las fuentes de investigación de toda una vida. ¡Una lástima!
Los exaltados, dejados a sus anchas, encendieron las teas y comenzaron a quemar conventos: junto con la residencia de Jesuitas y templo de San Francisco de Borja de la calle de la Flor Baja; la residencia de Jesuitas, el Colegio de Artes e Industrias, en la calle Alberto Aguilera; el Colegio de Maravillas, en la barriada de Cuatro Caminos; el monasterio de las monjas bernardas de Vallecas, joya arquitectónica del siglo XVI; el convento de las mercedarias de San Fernando; el convento de María Auxiliadora, de religiosas salesianas; la iglesia parroquial de Bellas Vistas, en Cuatro Caminos; parte del hermoso edificio del Colegio del Sagrado Corazón, en Chamartín de la Rosa; la iglesia de los Ángeles, en Cuatro Caminos…
Y la tea incendiaria se extendió a otras ciudades del Levante y del Sur, como Valencia, Málaga, Sevilla, Cádiz, Córdoba, Granada, Murcia, Alicante. Se necesitaría un libro para contar tales horrores, cerca de cien templos quemados.
La tarde misma del 11 de mayo, el nuncio Tedeschini visitó al doctor Marañón y también a Ortega y Gasset en su casa de la calle Velázquez, para que interpusieran su autoridad moral a fin de que la República no se ensañase con la Iglesia.
El doctor Marañón se presentó al día siguiente, 12 de mayo, en la redacción de El Sol para dejar una nota de protesta, firmada también por Ortega y Gasset y Pérez de Ayala:
–Quemar… conventos e iglesias no demuestra ni verdadero celo republicano ni espíritu de avanzada, sino más bien un fetichismo primitivo o criminal que lleva lo mismo a adorar las cosas materiales que a destruirlas.
En Ahora, diario republicano, apareció el 14 de mayo otro manifiesto firmado por Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y otros, en el que se lee:
–Pensemos que por nosotros España, ante el extranjero, será un país ejemplar o un país ignominioso, según la trágica alternativa de nuestra conducta, y que el porvenir hablará de nuestra generación para exaltarla o maldecirla, según sea la eficacia bienhechora o maléfica de nuestra voluntad.
En Sevilla, quemaron la iglesia del Buen Suceso y la Capillita de San José. Y en Málaga, mucho peor, El 12 de mayo, 48 templos y locales cristianos fueron quemados, entre ellos el mismo palacio episcopal. El obispo don Manuel González –ya santo reciente– había acogido a las Hermanas de la Cruz en unas dependencias anejas al palacio episcopal. Las Hermanas llevaban ya algún tiempo en Málaga, pero la inauguración oficial de la nueva casa a la que se puso bajo la protección de Nuestra Señora de la Victoria, patrona de la capital malagueña, tuvo lugar el 25 de marzo de 1931. Mes y medio después, en la madrugada del 12 de mayo, hubieron de huir con el obispo don Manuel por la puerta trasera ante un palacio episcopal en llamas.
El obispo con la gente de palacio se refugió en el vecino colegio de los Maristas y, tras no pocas peripecias, busca el refugio de Gibraltar y de ahí el destierro definitivo. No volverá a pisar Málaga.
Y para rematar esta crónica, la iglesia de mi pueblo, Santa Olalla del Cala (Huelva) fue incendiada en 1933, y la iglesia del pueblo de al lado, El Real de la Jara, en 1932.
Sería mejor, para corresponder con la realidad histórica, que en la próxima pintada pongan: «Arderéis como en el 31, 32, 33… 36”. Sería lo más correcto. Pero a estos energúmenos no hay que pedirles peras al olmo. Son pirómanos analfabetos, no así los que los incitan. Y ya asoman por los foros…

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