viernes, 29 de julio de 2016

El papa Francisco en Auschwitz

Acabo de presenciar en directo por televisión la visita silenciosa que el papa Francisco ha realizado esta mañana al campo de exterminio de Auschwitz, el «Gólgota del mundo moderno», como lo definió Juan Pablo II. Ha sido impresionante, especialmente, cuando el Papa penetró y rezó durante largos minutos en la celda donde murió de hambre el franciscano san Maximiliano Kolbe, con otros nueve prisioneros diezmados.
  

Voy a recrear el clima perverso de Auschwitz, como modelo de un campo de exterminio, todos situados en Polonia, en lugares marginales, pero conectados con la vía férrea. En la puerta principal del campo aparecía un lema sarcástico que decía: Arbeit macht frei, el trabajo os hará libres. El comandante del campo, el malvado criminal Rudolf Höss, dirá con descaro:
–Esto no es un sanatorio sino un campo de concentración alemán, en el que no se sale sino por el camino del horno crematorio. Si a alguno no le gusta esto, puede arrojarse enseguida a los cables de alta tensión que circundan el campo. Si entre vosotros hay judíos, esos no tienen derecho a vivir más que dos semanas; los sacerdotes, un mes; los otros, tres meses. El pueblo alemán os ha rechazado y excluido del derecho a pertenecer a la vida…
Auschwitz, a 50 kilómetros de Cracovia, montado sobre un antiguo campamento del ejército polaco, es el símbolo de la barbarie nazi, sinónimo de Shoah, sinónimo de Holocausto. Construido en mayo de 1940, en la línea férrea entre Katowice y Cracovia cerca de Oswiecim, fue concebido en principio como campo de concentración de prisioneros polacos, pero en 1942 se transformó, cuando se tomó la decisión de la «solución final», en un verdadero campo de exterminio, donde murieron más de un millón de personas, la mayoría de ellas judíos.
Auschwitz es un gran complejo compuesto de tres campos: Auschwitz I, Auschwitz II-Birkenau y Auschwitz III-Monowitz. Auschwitz I, abierto el 20 de mayo de 1940, es el campo principal, ocupado primero por prisioneros de guerra y enemigos políticos polacos y soviéticos; después por judíos y resistentes de todas las nacionalidades; Auschwitz II-Birkenau, a tres kilómetros de Auschwitz I, abierto el 8 de octubre de 1941, construido por prisioneros rusos, fue destinado al exterminio de los judíos en las cámaras de gas; Auschwitz III-Monowitz, abierto el 31 de mayo de 1942, fue un campo de trabajo para las fábricas IG Farben (Interessengemeinschaft Farbenindustrie), el complejo químico más importante en la Segunda Guerra Mundial.
El exterminio a gran escala comenzó en Auschwitz II-Birkenau en la primavera de 1942 como resultado de la aceleración de la «solución final» tratada en la Conferencia de Wannsee. En verano, comenzó a recibir grupos de judíos enviados directamente desde Eslovaquia, Francia, Bélgica y los Países Bajos. Pero su capacidad de exterminio era aún limitada porque no disponía todavía de hornos crematorios y solo contaba con dos cámaras de gas, las llamadas «Casita Roja» o Búnker 1, con capacidad para unas ochocientas personas, y la «Casita Blanca» o Búnker 2, con capacidad para unas mil doscientas personas. Más de un año tardarían en levantar en las cercanías cuatro hornos crematorios. 
Los trenes de mercancía que llevaban a los judíos paraban en el apeadero de los judíos (la Judenrampe). Se abrían las puertas de los vagones y unos seres vencidos por el cansancio de tantas horas y días de viaje, sentados si acaso sobre sus maletas y desfallecidos de hambre y sed, saltaban al andén. Los hombres son colocados en una fila, las mujeres y los niños en otra, bajo la mirada de las SS que maldecían a gritos y con perros a sus lados. Pasaban el control médico, es decir la selección de aquellos que eran «hábiles para el trabajo», principalmente hombres sanos de 17 a 50 años, y también algunas mujeres, que pasaban a la izquierda, y los ancianos, mujeres mayores, niños, mujeres encintas y las que llevaban niños en sus brazos, enviados a la derecha. Los médicos, dirigidos por el criminal Josef Rudolf Mengele, conocido como «El ángel de la muerte», se mostraban bastante atentos con los prisioneros, para enmascarar la operación de selección y dar confianza a unos presos cansados y confusos de tan largo viaje.
Para Rudolf Höss, comandante del campo, no pasó inadvertido que separar a los hombres de las mujeres, a los maridos de sus esposas, era un problema. Pero, sobre todo, no tardó en darse cuenta que separar de sus hijos a unas madres jóvenes, que podrían ser una mano de obra de gran valor, era un problema mayor. Para evitar escenas enloquecedoras e incluso motines, decidió prescindir de esas madres y colocarlas con sus hijos pequeños, ancianos y mujeres en la fila de la derecha, es decir, los que irán directamente a la cámara de gas. 
Estos eran trasladados al crematorio en un extremo del campo de Birkenau. Para evitar el pánico, se les informaba a las víctimas que recibirían una ducha. Un oficial de las SS les decía:
–Ahora se os dará un baño y se os desinfectará: no queremos epidemias en el campo de concentración. Luego os conducirán a vuestros barracones, donde se os dará sopa caliente. A cada uno de vosotros le será asignada una tarea en consonancia con sus aptitudes profesionales. Ahora, desvestíos y colocad vuestra ropa en el suelo, delante de vosotros.
Incluso se permitían alguna broma:
–¡No os vayáis a quemar con la ducha!
Y aquellos infelices se desnudaban, hombres, mujeres y niños, sufriendo así una nueva humillación.
Al principio, los hacían entrar a patadas y golpes. Pero resultaba más práctico hacerles creer que los iban a desinfectar mediante una ducha, en lugar de decirles que los iban a ejecutar.
–Por favor, disponed de forma ordenada vuestras pertenencias.
Y todos doblaban su ropa y unían sus zapatos atando los cordones uno con otro. Y los hacían entrar en el horno, que era una enorme sala con alcachofas en el techo como simulando que por ella caería el agua de ducha. Cerradas las puertas, en vez de agua salía por el techo el Zyklon B, ácido cianhídrico empleado hasta ese momento como desinfectante, que acabará con sus vidas en cinco minutos.
Desde fuera, a pesar de los gruesos muros, un griterío ensordecedor rompía las paredes hasta hacerse cada vez más leve y terminar en silencio total. Veinticinco minutos más tarde, cuando abrían las puertas, allí estaban los cuerpos desnudos, amontonados unos sobre otros, sin un hálito de vida. Actuaban entonces los llamados Sonderkommandos, (literalmente «comandos especiales»), prisioneros judíos y no judíos, seleccionados para trabajar en las cámaras de gas y en los crematorios. Procedían a evacuar y ventilar el recinto y a retirar los cuerpos. En esta revisión se les extraían los dientes postizos de oro, anillos, pendientes u otros objetos y se revisaban los orificios corporales por si habían escondido alhajas en la boca, el recto o la vagina. Cuando todavía no existían los crematorios, los llevaban a unas enormes fosas al aire libre donde eran echados y sepultados.
Los diez mil prisioneros soviéticos que comenzaron la construcción de Birkenau en el otoño de 1941, apenas permanecían con vida unos centenares cuando llegó la primavera. Explicar en el Totenbuch (libro de defunciones) tantos miles de fallecimientos era un problema. Inventaron la fórmula de idear enfermedades diversas, como por ejemplo los ataques al corazón. Pero cuando llegaron los judíos al campo encontraron un método más sencillo: no registrar aquellos que iban directamente a la cámara de gas y sólo registrar con el consiguiente tatuaje con su número en el brazo a los que quedaban para los trabajos forzados.
Por eso no hay constancia de miles y miles de judíos que pasaron por Auschwich y no constan en ningún registro.
Auschwitz era, como dejó escrito un superviviente ruso:
–Muerte, muerte, muerte: muerte por la noche, muerte por la mañana, muerte por la tarde… La muerte estaba presente en todo momento. 

domingo, 24 de julio de 2016

75 años de vida, aquí sigue uno todavía

Tal día como hoy, 24 de julio de 1941, a las 12 del mediodía, en el pueblo de Santa Olalla del Cala (Huelva), vi la luz por vez primera en este mundo. Hace de ello 75 años. Dicen que hoy entro en el período de la «vejez primaria». Y si atendemos lo que afirman los psicólogos de la personalidad de los nacidos en 24 de julio, dicen que los tales sienten «una profunda atracción por situaciones, personas y lugares estimulantes e inestables, así como por los cambios. En consecuencia, se aburren rápidamente de la rutina de la vida cotidiana».
Y añaden:
–Los nacidos el 24 de julio suelen ser plenamente conscientes de la imagen que presentan ante los demás. Puesto que temen resultar aburridos, cultivan una imagen insólita o innovadora, aunque en el fondo sean conservadores. Si son naturalmente excéntricos o extravagantes, no harán ningún esfuerzo para disimularlo, por lo que los demás podrían acusarlos de exhibicionistas. De hecho, nada les da tanto miedo como que la rutina los atrape. Los nacidos este día deben liberarse de la obsesión por demostrar al mundo lo que valen. La clave está en progresar lentamente, paso a paso, y resolver cada problema en el momento en que se presente. La vena dramática de los nacidos el 24 de julio inevitablemente aflora a la superficie. Aunque no hay nada de malo en ello, existe el peligro de que sus arrebatos emocionales compliquen periódicamente la vida de familiares y colegas, que podrían optar por aislarlos. Una situación semejante sería muy desfavorable para los nacidos el 24 de julio, que necesitan una vida emocional estable para tener una profesión estable y viceversa. Los nacidos este día han de aprender a confiar más en sí mismos y a depender menos de la aprobación ajena. Para ello necesitan aclarar sus prioridades: saber lo que quieren en la vida reducirá el riesgo de inestabilidad y los hará menos proclives a hacerse daño o a hacer daño a otros en sus relaciones. No obstante, debido a sus circunstancias siempre cambiantes, los nacidos este día pueden sentir la necesidad de romper una relación de forma repentina. En tal caso, tendrán que encontrar la manera de hacerlo con tacto y sensibilidad para evitar sufrimientos a todos los involucrados.
Los que me conocen podrán valorar mejor, desde una perspectiva exterior, si estos factores dibujados por los psicólogos se dan en mi persona.
Lo que sí es cierto es que uno anda ya renqueante en ciertas partes del cuerpo y una de ellas, fundamental por otra parte como es el corazón, sufrió en 2004 y 2006 sendos infartos que han dejado este músculo vital bastante deteriorado.
Pero aquí sigue uno todavía, porque la cabeza a Dios gracias aún circula bien y puede seguir pensando y escribiendo gracias a la Providencia y también a mi querida Patricia, joven mexicana que me cuida y lleva con rigor el control de medicamentos y consultas de médicos. ¡Han sido tantas las veces en las que ha tenido que acompañarme a esas Urgencias hospitalarias, no solo en Sevilla, también en Madrid y Barcelona! Por ello le estoy enormemente agradecido: ¡cuántas veces en estos últimos años me ha salvado de mis desfallecimientos que hubieran sido mortales de hallarme solo!
A esta edad de 75 años, que yo sepa, han muerto figuras relevantes. Arquímedes, físico, ingeniero, inventor, astrónomo y matemático griego, que vivió en Siracusa en el siglo III antes de Cristo. Graham Bell, el escocés que inventó el teléfono y quien al morir a esta edad en 1922 pronunció estas palabras. «Tan poco hecho y tanto todavía por hacer». Leonidas Breznev, el jefe ruso de 1964 a 1982, que murió de infarto. Jacopo Tintoretto, el pintor manierista veneciano, que murió en 1594. Chico Marx y Harpo Marx, que murieron a esta edad. Chico en 1961 y Harpo en 1964. Formaban parte del famoso grupo de los Marx Brothers y en los años treinta del siglo pasado interpretaron una serie famosa de cine clásico. Y tantos otros…
Yo me quedo por ahora con el comentario famoso de Winston Churchill al cumplir los 75 años. Dijo:
–Estoy listo para encontrarme con mi Creador. Que luego mi Creador esté dispuesto a afrontar el riesgo de encontrarme, esa es otra cuestión.   
En este día, al cumplir los 75 años, los obispos están obligados a escribir una carta al Papa poniendo su cargo a su disposición. A la mayoría se les suele respetar un tiempo prudencial antes de pasar a obispo emérito. Aunque también conozco casos en que Roma se ha dado especial prisa en satisfacer la petición del jubilado.
No es mi caso. No soy obispo. Y como cura llevo 25 años sin cargo pastoral alguno. Desde aquel octubre de 1991 en la puerta del despacho del arzobispo de turno, que me dijo:
–No nos vamos a molestar más en la vida. Tú por tu camino y yo por el mío.
Desde aquel instante, tras tan elegante exhortación pastoral, me fui a mi casa y en ella sigo. Con una producción literaria desde entonces más que notable.
Una obra literaria con más de setenta títulos, que, sorprendentemente, ha sido vetada en la Librería Diocesana de Sevilla, sita en el Palacio Arzobispal. Una estúpida orden que niega su venta global y censura en sus libros al propio autor.
Hay quien me ha sugerido que escribiera mis memorias. Pero podría decir como hace poco ha confesado el rey emérito Juan Carlos I:
–¡Para qué! ¿Para decir mentiras?
Yo diría más bien:
–¡Para qué! ¿Para callar verdades?

sábado, 16 de julio de 2016

En el Index librorum prohibitorum

He cotejado por internet las librerías diocesanas de las diócesis españolas y en dos de ellas, que tienen búsqueda de títulos de libros, he visto, por ejemplo, que en la Librería Diocesana de Pamplona hay 35 títulos de Carlos Ros, y en la Librería Diocesana de Murcia, 37 títulos. Libros que el lector puede adquirir libremente.
Sin embargo, he comprobado que los libros de Carlos Ros, que se pueden adquirir en la Librería Diocesana de Sevilla, mi diócesis, que ha abierto sus puertas hace cosa de un mes, son cero patatero.
¿Qué quiere decir ello?
Simplemente, que estoy vetado.


Tengo publicados más de setenta títulos, muchos de ellos dedicados a la historia de la Iglesia de Sevilla, vida de santos locales, etc… amén de otras muchas vidas de santos de la Iglesia. No creo que haya habido, no digo ahora, sino en muchos años, otro sacerdote sevillano que más haya contribuido al esclarecimiento de la Historia Eclesiástica de la Archidiócesis de Sevilla.
 Traigo a colación la relación de vidas de santos sevillanos y afines a la diócesis:
Dolores Márquez, sevillana del XIX, (Sevilla 1978); Doña María Coronel, historia y leyenda, (Sevilla 1980); Madre Isabel, fundadora del Beaterio de la Trinidad, (Sevilla 1982); Pequeñeces de Sor Ángela de la Cruz, (Sevilla 1982); Fernando III el Santo, (Sevilla 1990; 2ª ed. 2003); Vida de sor Ángela de la Cruz, (Madrid 1996; 2ª ed. 1999; 3ª ed. 2003; 3ª ed. 2003; 4ª ed. 2006; 5ª ed. 2009; 6ª ed. 2013; 7ª ed. 2015); Miguel Mañara, Caballero de los pobres, (Madrid 2002); Venerable Fernando de Contreras, apóstol de Sevilla, redentor de cautivos, (Editorial Rosalibros) (Sevilla 2004); Sor Bárbara de la Giralda. La hija del campanero, (Editorial Rosalibros) (Sevilla 2004); San Isidoro de Sevilla, el obispo sabio, (Ed. en catalán: Sant Isidor, el bisbe savi), Centre de Pastoral Litùrgica (Barcelona 2006); Diego de Alcalá, el lego milagrero, (Ed. en catalán: Dídac d'Alcalà, el llec miracler). Centre de Pastoral Litùrgica (Barcelona 2009); Madre María de la Purísima, una sonrisa de cielo, (Editorial San Pablo) (Madrid 2015).
Otros libros referentes a la diócesis hispalense:
Los Arzobispos de Sevilla. Luces y sombras en la sede hispalense, (Sevilla 1986); Historia de la Iglesia de Sevilla, (Sevilla 1992), dirección de esta obra escrita en colaboración; La Inmaculada y Sevilla, (Sevilla 1994); El Carmelo de Santa Ana. IV Centenario en Sevilla (1594-1994), (Monasterio de Santa Ana, Sevilla 1994); In Memoriam. Sacerdotes martirizados en la Archidiócesis de Sevilla en la Guerra Civil del 36, (Sevilla 1996); Guía mágica de la Catedral de Sevilla para turistas curiosos, (Editorial Rosalibros) (Sevilla 2007); José María Bueno Monreal. Semblanza de un cardenal bueno, (Editorial San Pablo) (Madrid 2012); Pedro Segura y Sáenz. Semblanza de un Cardenal selvático, (Editorial Letras de Autor) (Madrid 2016). Primera edición: Marzo 2016. Segunda edición: Abril 2016.
Este último libro ha debido de ser la causa de haber caído en el Index librorum prohibitorum particular de la diócesis de Sevilla, ya que el último a nivel de Iglesia católica data de 1948 y fue abolido por Pablo VI en 1966.
Que yo sepa, en la Iglesia solo existe actualmente un Índice de libros de uso interno para los del Opus Dei. Consta de más de 60.000 obras con su censura correspondiente, de las que unas 6.500 obras tienen la notación máxima de 6. Es decir, que es lectura prohibida y necesita permiso del Padre (Prelado). Por ejemplo, todos los libros del teólogo suizo Hans Küng tienen la valoración de seis.
La valoración del 1 al 6 es la siguiente:
–1. Libros que pueden leer todos, incluso niños: Ej.: Heidi, Marco, algunos cuentos de los Hermanos Grimm, todos los libros de los miembros de la Obra... 2. Lectura en general recomendable, aunque requiere un poco de formación. En las bibliotecas de los centros hay libros a disposición del público (numerari@s y agregad@s) con calificaciones 1 y 2. 3. Los pueden leer quienes tengan formación (puede haber escenas o comentarios “inconvenientes”). Se necesita permiso del director espiritual. 4. Los pueden leer quienes tengan formación y necesidad de leerlos. Se necesita permiso del director espiritual. 5. No se pueden leer, salvo con un permiso especial de la delegación. 6. Lectura prohibida. Para leerlos se necesita permiso del Padre (Prelado).
Curiosamente, en ese largo listado de libros hay dos míos y los dos con la valoración de 1, es decir, que los pueden leer hasta los niños.
Uno de ellos, Los Arzobispos de Sevilla, luces y sombras en la sede hispalense, fue muy aceptado por el arzobispo de entonces, Carlos Amigo Vallejo, y poquísimo aceptado por su vicario general, Antonio Domínguez Valverde, porque creía que no había necesidad de sacar a relucir los hijos naturales de ciertos arzobispos hispalenses de la época medieval y moderna.
Exactamente igual que ha ocurrido ahora con el libro del cardenal Segura.
Pues que sepa el Arzobispado de Sevilla, que me tiene censurado: el Opus ha valorado el libro Los Arzobispos de Sevilla con un 1, es decir, que lo pueden leer hasta los niños. Espero que los de la Obra sean tan consecuentes cuando censuren el libro de Segura y lo califiquen también con un 1.
Así pues, si desean algún libro de Carlos Ros y viven en Sevilla, no se os ocurra acudir a la Librería Diocesana del Arzobispado de Sevilla. La señorita les dirá como a un sacerdote amigo que ha preguntado:
–De Carlos Ros no tenemos nada.
Lo cual no es cierto, porque hace dos semanas una de las distribuidoras de mis libros les ha llevado varios de ellos –entre los que está el del cardenal Segura– y allí están, en la Librería Diocesana, a la espera de que lo pongan a la venta, cosa que no ocurrirá, o lo devuelvan a la distribuidora.
O mejor, sí. Acudan y pregunten por algún libro mío… Será divertido ver qué os dicen, como le han dicho a mi secretaria por teléfono:
–De ese señor no tenemos nada.
Pues la Librería Diocesana de Pamplona tiene 35 obras mías y la Librería Diocesana de Murcia 37. 
En ellas no estoy vetado. En la de Sevilla, sí, y a mi edad, tal censura mezquina me produce simplemente lástima ajena. Porca miseria, que diría un italiano.

lunes, 11 de julio de 2016

Blanco-White

«La disidencia es la gran característica de la libertad». Quizás esta frase, espigada de su larga producción literaria, pueda resumir la vida turbulenta e inquieta de Blanco White, genio contradictorio y atormentado. El drama de su vivencia religiosa, educado en una familia profundamente católica, será en él como una pasión incontrolada que le llevará a lo largo de su vida del catolicismo de su juventud, donde fue sacerdote y capellán real de catedral de Sevilla, a la apostasía, la conversión al anglicanismo, para finalizar en el unitarismo, que niega la Trinidad de Dios y por tanto la divinidad de Jesús, y tal vez en el más puro deísmo.
Su drama espiritual, incubado bajo una piel inconstante y voluble, con un odio particular hacia la Iglesia de Roma, no empece la figura literaria de Blanco, considerado en la lengua inglesa como un clásico. «Es el único español del siglo XIX que, habiendo salido de las vías católicas, ha alcanzado notoriedad y fama fuera de su tierra», confiesa Menéndez Pelayo.


 José María Blanco Crespo –White lo añadió al marchar a Inglaterra en 1810– nació en Sevilla el 11 de julio de 1775 –hoy hace 241 años–. De ascendencia irlandesa por la rama paterna, su padre Guillermo Blanco (White traducido al castellano), también sevillano, nacido en 1745, se dedicaba a la exportación. Su madre, de ascendencia valenciana y andaluza, María Gertrudis Crespo Neve, pertenecía a una familia de distinguidos militares. Un tío suyo, Felipe Neve, fue fundador de la ciudad de Los Ángeles y gobernador de la Alta California.
Blanco tuvo una educación esmerada, pero severa. Y profundamente religiosa, como describe en su Autobiografía. El influjo de su madre, a la que él apreció siempre, predominó sobre la intención del padre de dedicarlo al comercio. Aprendió latín y se preparó para el sacerdocio. Dice de su madre en Cartas de España: «Sus talentos naturales eran de la especie más singular. Era viva, animada y graciosísima: un exquisito grado de sensibilidad animaba sus palabras y sus acciones, de tal suerte que hubiera logrado aplauso aun en los círculos más elegantes y refinados». Fue su madre la que le impulsó a una vocación que Blanco no sentía y la que lloró en el silencio de su alcoba la deserción de su hijo.
Blanco estudió filosofía en el Colegio de Santo Tomás, de los dominicos, y después pasó al Colegio de Santa María de Jesús, donde cursó teología. Dado a la poesía, sus amigos de la famosa Academia de Letras Humanas fueron Arjona, Lista, Reinoso, Mármol..., todos ellos clérigos ilustrados, nombres que cuentan también en la historia de la ciudad. Blanco se ordenó de sacerdote en el año 1800, y un año más tarde, por oposición, ganó la magistralía de la Capilla Real de San Fernando, en la catedral de Sevilla. Fueron los momentos más devotos de su vida, cuando pidió también el ingreso en la Escuela de Cristo y hacía ejercicios espirituales en el Oratorio bajo la disciplina de su confesor, el célebre filipense Teodomiro Díaz de la Vega.
Pero... «al año de haber obtenido la magistralía, me ocurrieron las dudas más vehementes sobre la religión católica... Mi fe vino a tierra...; hasta el nombre de religión se me hizo odioso... Leía sin cesar cuantos libros ha producido Francia en defensa del deísmo y del ateísmo».
Marchó a Madrid, con licencia del rey, por un año, que se prolongaron. En la corte dejó de vivir como clérigo. «Me avergonzaba de ser clérigo y, por no entrar en ninguna iglesia, no vi las excelentes pinturas que hay en las de aquella corte. ¡Tan enconado me había puesto la tiranía!».
Con la llegada de los franceses en 1808, se vio obligado a salir de Madrid. «Volví maldiciendo mi suerte a Sevilla a ejercer mi odioso oficio de engañar a las gentes». Fue nombrado capellán de la Junta Central y colaboró como periodista en el Semanario Patriótico. Cuando los franceses entraron en Sevilla en febrero de 1810, Blanco marchó a Cádiz y meses después, con asombro de sus amigos, embarcó para Inglaterra.
La vida de Blanco –que a partir de ahora se denominará Blanco-White– toma un rumbo nuevo. Tras unos años de aprendizaje, en que perfeccionó su inglés, Blanco-White se convierte en figura destacada de la intelectualidad inglesa de la primera mitad del siglo XIX. Si hubiera quedado en España, no hubiera dejado de ser uno más «de muchos clérigos literatos de su tiempo, alegres y volterianos» (M. Pelayo).
Murió en Greenbarch, cerca de Liverpool, el 20 de mayo de 1841, a los sesenta y seis años de edad, encerrada su mente en el más puro deísmo. Hasta su muerte le siguió pesando el resquemor que sentía por su tierra natal y por la Iglesia de Roma. En carta al unitario Channing, confesó en 1840: «Es imposible que España produzca nunca ningún grande hombre... La Iglesia y la Inquisición han consolidado un sistema de disimulo que echa a perder los mejores caracteres nacionales. No espero que llegue jamás el día en que España y sus antiguas colonias lleguen a curarse de su presente desprecio de los principios morales, de su incredulidad en cuanto a la existencia de la virtud». Y dos meses antes de su muerte: «En el estado actual del mundo y de la cultura popular, no tenemos seguridad alguna de triunfo contra la Iglesia de Roma».
«Dijeron algunos –cuenta Menéndez Pelayo– que Blanco había muerto en la religión de sus padres, pero lo desmiente su amigo y biógrafo Thom, que le asistió hasta última hora, y que recogió con prolijidad inglesa y buena fe loable, los diarios y epístolas de Blanco».

miércoles, 6 de julio de 2016

María Goretti, la niña «mártir de la castidad»

A cada época sus mártires. Y me pregunto si puede haber un santo o santa más representativo de la época actual que esa chavalilla italiana que hace algo más de cien años murió a manos de un bruto que quiso violarla.
Formaba parte de una familia de pobres campesinos. Cuando esto sucedió, el padre había muerto hacía dos años y la viuda, Assunta Carlini, cargaba con la crianza de cinco hijos, y vivían en una casa de labranza compartida con un viudo con tres hijos. María era la mayor de las niñas, y a sus doce años parecía una mujer. Había nacido en Corinaldo di Ancona el 16 de octubre de 1890.
La convivencia no era fácil. La madre, Assunta, hubo de sufrir las insinuaciones del viudo. Y la hija mayor, Marietta, que así la llamaban, sintió a su tierna edad la agresión brutal de uno de los hijos del viudo, Alessandro Serenelli. Los periódicos de la época lo relatan como una descarnada noticia de la crónica negra.


 Era pleno verano. La tarde del 5 de julio de 1902, en el pueblo italiano de Cascina Antica. Todos se hallan en las faenas del campo. En casa permanecen Alessandro y Marietta, a quien le ha pedido que le cosa una camisa. El mocetón, de dieciocho años, la llama:
–María, ven acá.
–¿Para qué? ¿Qué quieres?
Y se produjo la escena de la resistencia de Marietta y la agresión mortal del violador. Los médicos pudieron apreciar catorce heridas en su vientre y pecho con un cuchillo afilado. Esto es lo que pudo conseguir el desgraciado criminal.
María Goretti, agonizante, fue trasladada al hospital Orsenigo de Nettuno, donde falleció a las 15,45 horas del 6 de julio de 1902. Antes de morir, pronunció esa frase maravillosa de una santa:
–Perdono a Alessandro y deseo que esté conmigo en el paraíso.
A Alessandro, por de pronto, le cayeron treinta años de cárcel. Por su buen comportamiento, salió a la calle tras veintisiete años de condena.
Era la Navidad de 1938. Assunta Carlini, la madre de María Goretti, ya anciana, estaba de criada del cura de Corinaldo. Llaman a la puerta:
–¿Me reconoce usted, señora Assunta?
–Sí, Alessandro, te recuerdo.
–¿Me perdona?
–Si Dios te ha perdonado, Alessandro, ¿cómo no te he de perdonar yo?
Y comulgaron juntos en la misa del gallo.
María Goretti fue beatificada el 27 de abril de 1947 por Pío XII, y canonizada por el mismo Papa el 24 de junio de 1950 en la plaza de San Pedro, imposible la basílica de acoger la ingente multitud que se dio cita en Roma para honrar a la niña santa del siglo XX. Presentes en el acto religioso, su madre, Assunta Carlini, y su «presunto violador», Alessandro Serenelli.
Este, cuando salió de la cárcel, fue acogido en un convento de capuchinos de Ascoli Piceno y allí permaneció hasta 1956, ocupando el aposento más humilde. Cuando en ese año, ya anciano, debía entrar en un hospicio, encontró asilo en el convento de capuchinos de Macerata. Aquí murió el 6 de mayo de 1970, después de pasar largos años en su lecho por una serie de enfermedades que le aquejaban. Pero él lo sufría con resignación, y exclamaba:
–Paciencia, paciencia, y demos gracias al Señor.
Y repetía:
–Quiero irme pronto para encontrar finalmente a mi dulce Marietta.
Santa María Goretti, cuya fiesta se celebra hoy 6 de julio, está enterrada en el santuario de Santa María de las Gracias, en Nettuno, en una urna de cristal bajo el altar mayor.
Un escándalo en torno a la figura de María Goretti lo provocó Giordano Bruno Guerri, periodista italiano, de tendencia izquierdista, con la publicación en 1985 de un libro titulado Pobre santa, pobre asesino: La verdadera historia de María Goretti. Quiso demostrar que la Iglesia se había inventado el martirio de esta santa, en connivencia con el régimen de Mussolini. Incluso llegó a insinuar que la joven Goretti no rechazó al agresor y consintió en cierto momento.
El escándalo que provocó este libro fue mayúsculo y el momento elegido por el periodista perversamente oportuno, ya que se hallaba Italia sumida por la presión insistente de grupos feministas y ciertos partidos políticos para la implantación de la ley del aborto. Era como un dardo envenenado para desacreditar la ética sexual de la Iglesia en su figura más pura y más venerada en ese siglo en Italia después de la Virgen María, la niña María Goretti, «mártir de la castidad», como la llamó Pío XII.
Inmediatamente la Congregación para la Causa de los Santos, que se sentía aludida y desprestigiada en este libro, salió al paso y nombró una comisión de expertos en historia, derecho secular y romano y teología, para que revisaran el libro de Guerri y ofrecieran una contestación adecuada. Se hallaba cuestionado no sólo la santidad de María Goretti, sino también el buen nombre de Pío XII y los métodos seguidos por la Congregación de los Santos en el proceso de canonización. La comisión publicó ese mismo año un documento, titulado A propósito de María Goretti. Santidad y Canonización, en el que se ponía a luz centenares de errores cometidos por Guerri tanto en la relación de los hechos como en su interpretación. El periodista amenazó con querellarse por difamación contra los autores del documento vaticano. En un debate televisivo, Ambrose Eszer, dominico alemán, asesor de la Congregación de los Santos, de cabellos rojizos y ya entrecano, dejó al periodista más rojo que sus cabellos y sumido en sus múltiples contradicciones ante la numerosa audiencia italiana. Guerri retiró su querella y de él nunca más se supo.
Más recientemente, el 4 de octubre de 1987, otras dos jóvenes italianas, que murieron al resistirse a ser violadas, como María Goretti, fueron beatificadas en Roma por el papa Juan Pablo II. Antonia Mesina, de 15 años, de Cerdeña, fue asaltada cuando recogía leña en el campo; el agresor la golpeó con una piedra en la cabeza y ella quedó desvanecida; intentó quitarle las ropas pero lo no consiguió. Era la segunda de diez hermanos y pertenecía a la Acción Católica. Su vida se desarrollaba entre la casa, el campo y la iglesia. Y Pierina Morosini, de 26 años, de la diócesis de Bérgamo, primogénita de nueve hermanos; trabajaba en una hilandería de algodón; pertenecía también a la Acción Católica y era una chica de una profunda piedad. Curiosamente, Pierina sólo viajó una vez fuera de su tierra: en abril de 1947 fue a Roma para asistir a la beatificación de María Goretti. Diez años después, le ocurrió a ella lo mismo: cuando regresaba del trabajo, fue agredida por un hombre, se defendió, trató de huir, pero cayó exánime y murió.


sábado, 2 de julio de 2016

Mujeres diáconos

El papa Francisco, a la vuelta de su reciente viaje a Armenia, ha dialogado en el avión con los periodistas y se ha referido a esa comisión de mujeres diáconos. Ha expresado que en los primeros años de la Iglesia ciertamente existían estas mujeres que ayudaban al obispo en tres cosas: en el bautismo de las mujeres, porque era por inmersión; en la unción prebautismal de las mujeres, y cuando una mujer iba al obispo porque el marido le pegaba, el obispo llamaba a una de estas diaconisas para controlar las marcas en el cuerpo.
El Papa ha vuelto a recalcar que se puede estudiar y crear una comisión y ya ha pedido una lista de gente que pudiera formar parte de ella. Del mismo modo, aprovechó la ocasión para explicar que para él «la función de la mujer no es tan importante como el pensamiento de la mujer».
–La mujer –precisó– piensa de otro modo que nosotros los hombres y no se puede tomar una decisión buena y justa sin escuchar a las mujeres.
E insistió una vez más que «es más importante el modo de comprender, de pensar y de ver de las mujeres que la funcionalidad de la mujer».
Sobre este tema tan acuciante en la Iglesia, acaba de aparecer en Italia un libro titulado Donne e Chiesa. Una storia del genere (Mujeres e Iglesia. Una historia del género), escrito por Adriana Valerio, historiadora y teóloga de la Università degli Studi di Napoli Federico II. Dirige también actualmente el proyecto internacional «La Biblia y las mujeres». Su libro es una historia de la Iglesia vista y estudiada desde la óptica de la mujer, en una perspectiva de género.
No voy a hacer un análisis de un libro que recoge todo el abanico de la historia de la Iglesia. Me centraré solamente en ese capítulo primero que ella titula La revoluzione mancata (secoli I-IV), período, dice ella, en que la mujer discurre de libre a marginada.
Será necesario que la Comisión que se forme para estudiar la relación en los primeros siglos de la Iglesia con respecto a la mujer cuente con el estudio de Adriana Valerio y de su propia persona, para analizar en profundidad la «cuestión femenina» en el interior de la Iglesia e «ir a la raíz de los motivos profundos que han determinado la invisibilidad, la marginalidad y discriminación de las mujeres en el mundo cristiano».
Aunque estos apelativos de «invisibilidad, marginalidad y discriminación» me resultan un tanto fuertes. Tendrá ella que aclararlo en su libro.
Es interesante, sin embargo, ese recorrido que ofrece, después del Jesús resucitado, de tantas mujeres que son citadas en la incipiente Iglesia, especialmente en torno a san Pablo, con diversas funciones de servicio o diaconías.
Lidia, vendedora de púrpura de Tiatira, convertida por san Pablo, le hospedó con Silas en su casa de Filipos (Hech 16, 13-15). La viuda Tabita, que fue resucitada por san Pedro (Hech 9, 36-43). Cloe aparece sólo una vez en el Nuevo Testamento (1 Cor 1, 11), pero a partir de esta mención, así como por el contenido y las cuestiones abordadas en el resto de la carta podemos reconstruir algunas ideas de quien podría haber sido Cloe. Ninfa, cuya casa servía de iglesia para los hermanos de Laodicea (Col 4, 15).
En sus viajes misionales, san Pablo encuentra otra serie de mujeres que realizan actividades dentro de la comunidad, empeñadas en el campo de la caridad, del diaconado, de la catequesis, de la evangelización, del apostolado.
Por ejemplo, Febe, «diaconisa de la iglesia de Cencreas» (Rom 16, 1). Su mención es una señal del servicio (diaconía) de las mujeres en las comunidades primitivas. O Priscila, esposa de Aquila, fabricante de lona, que abandonaron Roma cuando la expulsión de los judíos y marcharon a Corinto, donde hospedaron largo tiempo a san Pablo (Hec 18, 2s), convirtiendo su casa en una iglesia doméstica. Aquila y Priscila acompañan a Pablo a Éfeso (Hech 18, 18s), aquí toman consigo a Apolo, más tarde vuelven a Roma, adonde Pablo, agradecido, les envía saludos (Rom 16, 3s). O María, «que ha trabajado tanto», la madre de Rufo, que Pablo considera como su madre (Rom, 16, 13); Patrobas, Julia, la hermana de Nereo y Olimpas (Rom 16, 14-15). También Evodia y Síntique, misioneras de Filipos, «que lucharon a mi lado por el evangelio» (Fil 4, 3); Apia, hermana de Filemón, que lo hospedó en Colosas (Fm 1, 2), y Ninfa, que lo acogió en su casa de Laodicea para celebrar la cena del Señor (Col 4, 15).
Mujeres todas ellas que cumplen diversos papeles, desde la acogida hasta ciertos servicios o diaconías o de asistencia caritativa, como podía ser –ya que el bautismo era por inmersión– ayuda al bautismo de las mujeres.
Ya en el siglo V, con la desaparición del bautismo de adultos, hay como una reducción en la estimación del reconocimiento de la función de la mujer en la Iglesia.
–La virulencia –manifiesta Adriana Valerio– con la que Tertuliano, Epifanio y el Ambrosiaster, por citar solamente a algunos, clamaron contra las mujeres que ejercían funciones ministeriales (predicar, bautizar, celebrar la eucaristía, perdonar los pecados) testimonia tanto una fuerte voluntad femenina de querer ocupar espacios ministeriales cuanto una oposición dura y capilar.
El libro es interesante, pensado por una mente femenina. Esperemos que se forme esa Comisión y realice un estudio en profundidad del papel de la mujer en la primitiva Iglesia. Y saber si la diaconía de la mujer tenía la misma funcionalidad que el diaconado de los hombres, que ha perdurado en el tiempo hasta nuestros días como primer peldaño del sacramento del Orden, al que sigue el sacerdocio y el episcopado.