martes, 28 de octubre de 2014

San Judas Tadeo, contra lo imposible

Judas Tadeo se lleva la palma de celebridad en el ambiente religioso popular como santo milagrero –al menos en Sevilla–, intercesor eficaz al que se puede confiar las causas desesperadas.
Curiosamente, a pesar de la popularidad de este santo, no he oído jamás que ninguna de sus muchas devotas haya colocado a uno de sus hijos el nombre de Judas. El único caso que conozco es el arzobispo de Sevilla Judas José Romo, que gobernó la diócesis hispalense en el siglo XIX, de 1847 a 1855.
Judas es nombre nefando desde el momento mismo que lo llevó el traidor de Jesús. Pero no debe confundirse Judas Iscariote con Judas Tadeo, ambos discípulos y apóstoles del Señor. No ocurra lo que a aquella señora, que leyó en el almanaque un 28 de octubre: Día de San Simón y San Judas. Y al comprar en la tienda, le dijo al dependiente:
—Dame bacalao que hoy es el día de San Simón y ese otro linda pieza.
Le sonaba muy duro, creía esta señora, que el Judas que había visto representado dando un beso traidor al Señor en el huerto de Getsemaní, pudiera encontrarse ahora entre los santificados. ¡Y es que la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II, ha hecho cada cosa!, debía pensar.
Pero esta señora se equivocaba. En el grupo de los Doce que escogió Jesús había dos Judas, uno bueno y otro que resultó un judas.
El nombre de Judas, antes de que el traidor lo hiciese odioso, era uno de los más bellos de la historia hebrea. Había sido el nombre de uno de los hijos de Jacob, y Judá se tituló una de las doce tribus de Israel, de la que florecería en Belén, tierra de Judá, la rama del Mesías.
La leyenda asocia a Judas Tadeo con Simón el Cananeo o el Zelota en el ministerio y en la muerte, de manera que son celebrados en el calendario litúrgico el mismo día, el 28 de octubre. Pero el nombre de Judas sufre dos notables variantes en los catálogos que enumeran los nombres de los doce apóstoles del Señor. Cuatro listados aparecen en el Nuevo Testamento: en los evangelios de Mateo (10,3), Marcos (3,18) y Lucas (6,15) y en los Hechos de los Apóstoles (1,13). Pues bien, en Mateo y Marcos se nombra a Tadeo, mientras en Lucas y Hechos aparece Judas de Santiago. ¿Los nombres de Tadeo y Judas de Santiago se refieren a la misma persona? Desde Orígenes, los Padres de la Iglesia concuerdan en afirmar que se trata de la misma persona y que Tadeo es un sobrenombre de Judas. Uniéndose los dos nombres en la tradición de la Iglesia, resulta el compuesto de Judas Tadeo.
Tadeo es nombre no hebraico (Thaddais en griego), tercero en la lista de los apóstoles con nombre no judío. Antes aparecen los nombres de Andrés y Felipe. Un nombre que debía ser usado en la Palestina de entonces, ya que a finales del siglo I aparece un tal rabino José ben Taddai. Hay quien lo relaciona con Theudas y piensa que es una abreviatura de Theodosios o Theodoros, nombres evidentemente griegos. San Jerónimo lo traduce por corculum, que significa a la vez «hombre sensato» y «magnánimo».
El evangelio de Juan, que no ofrece un listado de los doce apóstoles, confirma a Lucas y Hechos al clarificar que en el grupo cercano a Jesús había dos Judas. Cuando relata la última cena, refiere en el capítulo 14,22 que «Judas, no el Iscariote» le preguntó al Señor: «¿Qué ha sucedido para que hayas de manifestarte a nosotros y no al mundo?».
Da la impresión de ser una pregunta propia de un activista político, que los tuvo Jesús en el grupo, en el deseo de que el reino que predicaba el Señor se manifestara a todo el mundo y no solamente a unos elegidos. Iría así en la línea de Simón, su compañero, al que la tradición los ha unido. Simón, que aparece en el listado junto a Judas, es nombrado con el apodo de zelota, clara alusión a su pertenencia a ese grupo radical de zelotas o celadores, que se había rebelado contra los romanos y llegado incluso a la lucha armada por la liberación del pueblo de Israel.
Jesús responde a Judas, «no el Iscariote», que hay un camino de amor que lleva al Padre y que «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo».
Lucas, en su evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, le llama «Judas de Santiago», que propiamente significa «Judas, hijo de Santiago», porque el pueblo judío trataba de identificar a una persona con el sobrenombre del padre. Pero algunos Padres de la Iglesia han querido interpretarlo como «Judas, hermano de Santiago», en un deseo de identificarlo con el Judas que aparece en Marcos 6,3. Aquí se cuenta que Jesús se halla en Nazaret y sus paisanos se extrañan de su sabiduría y de sus milagros.
—¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?
Así este Judas sería hermano de un Santiago que ha sido identificado por los mismos Padres como Santiago el menor. Y también este Simón sería identificado por una tradición posterior en la Iglesia con Simón el cananeo.
Si resultara que Judas Tadeo y Simón el Cananeo son hermanos de Santiago el menor, serían entonces hijos de Alfeo y María. Alfeo es claramente el padre de Santiago, porque en los listados aparece como «Santiago de Alfeo». Y María se llama su madre, como aparece en Marcos 15,40, cuando nombra a las mujeres que se hallaban al pie de la cruz, una de ellas «María la madre de Santiago el menor y de José». Juan, en su evangelio, al citar las mujeres al pie de la cruz, refiere que se hallaban «su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás». La tradición de la Iglesia ha identificado a Cleofás con Alfeo. Tendríamos así que Santiago el menor y Judas Tadeo serían primos hermanos del Señor.
Demasiadas coincidencias en un afán de la primitiva Iglesia por hacer concordar estos personajes que se mueven en el ámbito de Jesús. Pero sigamos a la tradición, que coloca a Judas entre los elegidos del colegio apostólico y entre los parientes de Jesús.
Tuvo que ser casado, lo contrario sería inhabitual en el mundo judío. Judas sería el esposo de las bodas de Caná, según noticia referida por Eusebio. Ello explicaría la presencia de María y Jesús en la boda. Hegesipo, escritor judío convertido, del siglo II, cuenta la denuncia que sufrieron unos nietos de Judas, por peligrosos y parientes del Señor, ante el emperador Domiciano. Eran dos y se llamaban Zoker y Santiago. Conducidos por un soldado ante el emperador Domiciano, que reinó del 81 al 96 y temía la aparición del Mesías, los dejó en paz al verlos pobres y con las manos encallecidas por el trabajo. Y ordenó cesara la persecución contra la Iglesia. Volvieron a Palestina y gozaron de estima en la comunidad cristiana, por ser confesores y por ser descendientes del Señor.
En el Nuevo Testamento existe una Carta de San Judas, en la que se proclama «hermano de Santiago». Pero la paternidad literaria de esta carta es muy controvertida, escrita posiblemente después de la muerte de Judas y atribuida a él en un deseo de la Iglesia primitiva por mantener vivo el recuerdo de la familia de Jesús. Ocurre lo mismo con la Carta de Santiago, que llegó a ser cabeza de la Iglesia de Jerusalén cuando Pedro salió de la ciudad santa y marchó a Roma.

jueves, 23 de octubre de 2014

Historia Domini Quijoti Manchegui

Sobre la mesilla de noche tengo el Quijote en latín y me solazo de vez en cuando leyendo algún que otro disparatado episodio de don Quijote y Sancho, pero en un latín macarrónico. Os confieso que me resulta una lectura purificadora que aconsejo a los curas provectos, todos esos que como yo, aunque un tanto oxidado, mantenemos aún vivo el latín. Intuyo que los curas jóvenes, desgraciadamente, no saben traducir ni el Dominus vobiscum.
Compuso tan hilarante traducción latina del Quijote un clérigo alcarreño llamado Ignacio Calvo (1864-1930). Se hallaba el hombre, hacia el último cuarto del siglo XIX, de seminarista teólogo en el Seminario de Toledo, cuando a punto estuvo de perder la beca, lo que le suponía, según él, «el seguro encuentro de un azadón con el que pasar el resto de mi vida destripando terrones».
La beca la iba a perder por lo siguiente. Todos los seminaristas debían de tener a la cabecera de su cama un crucifijo. Pero Ignacio Calvo, que no andaba muy sobrado de perras, se ingenió un crucifijo hecho por él mismo de hojalata. Y al pie puso la siguiente leyenda:

El que tenga devoción
verá en esto un crucifijo
pero el rector, ¡quiá!, de fijo,
cree que es el mal ladrón.

Lo vio el rector. Y tentado estuvo de quitarle la beca de estudios, lo que suponía la vuelta al azadón. Logró el joven seminarista que le conmutara tan gravosa pena por la traducción de un libro de literatura clásica al idioma latino. Y comenzó a traducir el Quijote de la manera acertada que sabía hacerlo; es decir, en latín macarrónico. Terminado el primer capítulo, se lo enseñó al Rector. Y éste, cuando lo leyó, desternillado de risa, le dijo:
–Sufficit, Calve, iam habes garbanzos aseguratum.
Y así, de este modo, conservó la beca, terminó la teología y se ordenó de sacerdote. El Quijote en latín, que lo tuvo durante años en legajos atados con una cuerda, pensó que sería bueno darlo a la luz en el Tercer Centenario del Quijote; es decir, en 1905. Y fue todo un éxito, especialmente entre la clerecía. Aunque a algunos aquello le pareciera una gamberrada de mal gusto.
En la portada del libro aparece: Historia Domini Quijoti Manchegui, traducta in latinem macarronicum per Ignatium Calvum (curam misae et ollae).
Aunque él se defina así, cura de misa y olla, en verdad fue un cura bien sabido. Nacido para agricultor, llegó a la Real Academia de la Historia como Académico Correspondiente, escribió diversos libros y fue un prestigioso numismático y arqueólogo.
Para que apreciéis su chispeante humor, transcribo el inicio de su Quijote latino:

CAPITULUM PRIMERUM
In isto capítulo tratatur de qua casta pajarorum erat dóminus Quijotus et de cosis in quibus matabat tempus

In uno lugare manchego, pro cujus nómine non volo calentare cascos, vivebat facit paucum tempus, quidam fidalgus de his qui habent lanzam in astillerum, adargam antiquam, rocinum flacum et perrum galgum, qui currebat sicut ánima quae llevatur a diábolo. Manducatoria sua consistebat in unam ollam cum pizca más ex vaca quam ex carnero, et in unum ágilis-mógilis qui llamabatur salpiconem, qui erat cena ordinaria, exceptis diebus de viernes quae cambiabatur in lentéjibus et diebus dominguis in quibus talis homo chupabatur unum palominum. In isto consumebat tertiam partem suae haciendae, et restum consumebatur in trajis decorosis sicut sayus de velarte, calzae de velludo, pantufli et alia vestimenta que non veniunt ad cassum.
Talis fidalgus non vivebat descalzum, id est solum: nam habebat in domo sua unam amam quae tenebat encimam annos quadraginta, unam sobrinam quae nesciebat quod pasatur ab hembris quae perveniunt ad vigésimum, et unum mozum campi, qui tan prontum ensillaba caballum et tan prontum agarrabat podaderam. Quidam dicunt quod apellidábatur Quijada aut Quesada, álteri opinante quod llamábatur otram cosam, sed quod sacatur in limpio, est quod suum verum apellidum era Quijano: sed hoc non importat tria caracolia ad nostrum relatum, quia quod interest est dícere veritatem pelatam et escuetam. ... Noctes et dies estabat dale que dale super interpretacionem quarundam frasium sicut ista: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Non est dicendum, tremendum baturrillum formatum in suo calletre, qui quidem, magis quam cerebrum humanum, videbatur espuertam gatorum pequeñorum...

sábado, 18 de octubre de 2014

Pablo VI, beato

Mañana será beatificado en Roma el papa Pablo VI, por el que siempre he tenido una simpatía especial. Gobernó la Iglesia de 1963 a 1978. Cuando llegué a Roma en octubre de 1967 para mis estudios, no pude verlo hasta diciembre, porque lo acababan de operar, no recuerdo bien si de hernia o de apendicitis. Se operó en el Vaticano. Allí mismo improvisaron un quirófano para que no tuviera que ir a una clínica romana.
Después, siempre que he vuelto a Roma, en mi visita obligada a San Pedro, acudo a las tumbas de los papas y rezo ante la tumba de San Pedro, para sentirme en unión con la Iglesia de Roma, y también ante la sencilla tumba de Pablo VI, el papa Montini, figura que he tratado especialmente este último año, por ser la mano derecha de Pío XII, especialmente en los años aciagos de la Segunda Guerra Mundial, en un libro de inminente salida a las librerías con el título Pío XII versus Hitler y Mussolini.


Antifascista por educación, de comportamiento liberal, el intelectual italiano Arturo Carlo Jemolo piensa que Pablo VI «acaso haya sido la figura más dulce de pontífice de los últimos ciento cincuenta años». También Jean Guitton, que tiene un libro titulado Conversaciones con Pablo VI, cuenta que el papa Montini «poseía una naturaleza dulce, delicada. Aborrecía hacer sufrir a nadie. No apagaba el tizón humeante». Si quiso ser papa –lo contó a un íntimo amigo– fue por seguir la obra de Juan XXIII, es decir, el Concilio. Jean Guitton, su mejor confidente, vino a decir:
–La visión de Juan XXIII se resume en una palabra: «rejuvenecer». Me parece verlo todavía –dijo– mientras pasa el dedo pulgar por el rostro para ocultar arrugas: aggiornamento. La visión de Pablo VI creo que es posible resumirla con una palabra que él pronunciaba con una aplicación lenta, marcando bien las sílabas: «pro-fun-di-zar».
El pastor Marc Boegner matizó que el Vaticano II fue un Concilio «convocado por Juan XXIII que no se hubiera atrevido a convocar Pablo VI», pero «llevado a feliz término por Pablo VI, que Juan XXIII no hubiera sido capaz de concluir».
Pero Montini no eligió el nombre de Juan, sino el de Pablo. Como dijo el cardenal Poupard:
–Montini eligió un nombre que llevaba implícito el alcance de su pontificado: Pablo, apóstol de los gentiles, el heraldo de la palabra, el viajero incansable, doctor y pastor, el reformador atrevido y avisado que no duda en cambiar las observaciones no esenciales para difundir mejor el mensaje del Evangelio.
Peter Hebblethwaite, en su biografía de Pablo VI, dice que es el menos clerical de los papas modernos. Y Giancarlo Zizola, escritor vaticanista, lo califica como el más lacio de los papas.
Jean Guitton dice tener pruebas fidedignas de que Pablo VI pensó seriamente en renunciar al papado.
–Estoy convencido de que había calculado la posibilidad de presentar la dimisión en el caso de que llegase a no sentirse capaz de cumplir con su tarea: «Pero el papado no es una función. ¿Acaso se puede dimitir de la paternidad?». «Sin embargo, yo he establecido un límite de edad para los obispos. ¿Por qué debería constituir excepción?». «No existen precedentes en veinte siglos. Solo la muerte...»
Y surge en Pablo VI la duda hamletiana, que siempre se le ha achacado. Convencido de ello, ya en sus últimos años, cuando las fuerzas le faltaban, sus cercanos en el Vaticano le convencieron de lo contrario. O tal vez temió que le reprocharan de «gran cobardía» como Dante Alighieri hizo con Celestino V en la Divina Comedia.
En España, en tiempos de Franco, tuvo un ambiente hostil del régimen y en la prensa franquista. Lo consideraban «enemigo de España». Le nombraban siempre Montini, no Pablo VI, de forma despectiva.
Contrario al fascismo de Mussolini y al nazismo de Hitler, lo fue también interiormente al régimen autoritario de Franco. Fue contrario al Concordato y al privilegio de pasar los nombramientos de obispos por la anuencia de Franco.
Un telegrama tuvo la culpa, siendo Montini arzobispo de Milán, en defensa de un joven catalán, Jorge Cunill, condenado por un tribunal militar a la pena de muerte. Como no se daba razón de la condena hasta la ejecución, tras el telegrama de Montini, aquella madrugada se cambió la sentencia por 30 años de reclusión para poner en evidencia al cardenal Montini por su «falta de información responsable». Pero gracias a esto, el joven Cunill se salvó de la muerte.
Peor fue en septiembre de 1975, con el fusilamiento de cinco condenados a muerte. Pablo VI apeló por ellos, pero en esta ocasión nada pudo hacer. La prensa del régimen –Arriba, Pueblo, la revista Fuerza Nueva…– pusieron al papa de chupa dómine.
Pablo VI inició los viajes por el mundo. Comenzó por una visita a Tierra Santa. Fue el primer bautismo de vuelo de un papa, y también será el primer papa que visitará las cinco continentes.
Dos países se le quedaron en el tintero, a los que le hubiera gustado ir: Polonia y España. Polonia, entonces bajo régimen comunista, no pudo realizarlo porque el primer ministro Gomulka se abstuvo de acusar recibo de su solicitud, más por temor al Kremlin que por oposición personal.
Para visitar España había un pretexto: el año santo compostelano de 1970. Pablo VI fue invitado por el arzobispo de Santiago, cardenal Quiroga Palacios. El ex-embajador ante el Vaticano, Antonio Garrigues, habló de ello con Fernando María Castiella, ministro de Asuntos Exteriores, pero no se pudo vencer la negativa de Franco. Y el viaje a España no se hizo, con pesar de Pablo VI.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Teresa de Jesús, V Centenario

Comienza hoy, 15 de octubre, el año conmemorativo del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, fundadora de las y de los Carmelitas descalzos, que primero fueron ellas y después los varones. Caso insólito en el siglo XVI, y yo diría que también hoy, que una mujer funde un instituto religioso, primero de mujeres y después de hombres. Pero Teresa de Jesús pertenece a una pasta especial.
Llegado este día, todos los 15 de octubre proponía a mis alumnos de Religión la siguiente cuestión capciosa:
–Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582 y fue enterrada al día siguiente 15 de octubre de 1582.
Y todos mis alumnos, extrañados, me decían:
–Eso no puede ser. Tuvo que ser enterrada el 5 de octubre.
Y hube de explicarles que en ese momento se dio la llamada reforma gregoriana del calendario, un ajuste en el que se suprimieron diez días del mes de octubre. Porque fue el papa Gregorio XIII quien hizo la gran reforma del calendario cristiano con una memorable bula llamada Inter gravissimas, reforma que después de cuatro siglos sigue viva y operante,
Julio César, dieciséis siglos antes, también reformador de un calendario, había fijado el equinoccio de primavera el 15 de marzo y había decidido 365 días el año civil, más 6 horas, es decir, 11 minutos y 12 segundos más del año solar, por lo que cada 129 años el equinoccio se habría anticipado un día. Gregorio XIII llamó a estudiosos de su tiempo, entre los que sobresale el matemático y astrónomo jesuita Cristóbal Clavio, para corregir el error de César. Se suprimieron diez días del calendario y se calculó el año en 365 días, 5 horas, 49 segundos y 12 segundos, con un desvío del año solar de más 26 segundos.
La reforma gregoriana solo fue acogida en Italia, España y Portugal. Poco a poco fue siendo aceptada por otros países, los últimos los protestantes, caso de Inglaterra, que no se sumó al cambio hasta el siglo XVIII.
Pero dejemos la astronomía, que se me acaba el papel y no hablo de Teresa de Jesús. La conmemoración de este año jubilar se debe a los quinientos años de su nacimiento, ocurrido en Ávila al amanecer del miércoles de Pasión, 28 de marzo de 1515, hija de Alonso de Cepeda y Beatriz de Ahumada. Bautizada una semana más tarde, 4 de abril, miércoles santo, en la iglesia parroquial de San Juan Bautista. Se le puso el nombre de Teresa por su abuela materna, Teresa de las Cuevas, única de los abuelos que quedaba con vida.
Curiosamente no había en el santoral de la iglesia ninguna santa con el nombre de Teresa. Jerónimo Gracián lo tomará socarronamente a chanza con ella porque no podía celebrar su onomástica. Ella le responderá que su nombre era de santa Dorotea.
–Y así celebrábamos –dice Gracián– el día de la Santa con particular devoción de su nombre. Y puede ser que así como Diego y otros nombres españoles antiguos quedaron corrompidos de los nombres latinos, así este nombre Dorotea, corrompido el latín, se derivase Teresa.
Fray Luis de León, que no la llegó a conocer pero publicó sus Obras en 1588, dice que «pusiéronle nombre Teresa, guiados, a lo que entiendo, por Dios, que sabía los milagros y maravillas que en ella había de hacer, y por ella, porque Teresa es Tarasia, nombre antiguo de mujeres, y griego, que quiere decir milagrosa».
Francisco de Ribera, su primer biógrafo, dice que «este nombre de Teresa ni es griego ni latino, sino propio de España, y antiguo, como Elvira, Sancha, Urraca y otros semejantes». De hecho, es un nombre que venía siendo usado de antaño, incluso acogido entre princesas de los reinos de España. Por ejemplo: Teresa, segunda esposa de García Sánchez de Pamplona, del siglo X;  Teresa de Entenza, reina de Aragón, esposa de Alfonso IV de Aragón, primera mitad del siglo XIV; y Teresa de Portugal, reina de León, mujer de Alfonso IX de León, siglo XIII, que subió a los altares, pero después de Teresa de Jesús, en 1705, declarada santa por Clemente IX.
Será Teresa de Jesús la primera que incorpore su nombre al catálogo de los santos.
Su muerte acaeció en Alba de Tormes. El 3 de octubre pidió el viático. Después de la comunión, se le encendió el rostro y repitió muchas veces:
–En fin, Señor, soy hija de la Iglesia.
Sobre las nueve de la noche del 4 de octubre, festividad de san Francisco de Asís, murió Teresa de Jesús, «el mismo día que se hizo el salto del año de los diez días, porque luego otro día se contaron quince».
Un criado de la casa de Alba besa los pies de madre Teresa expuesta en un ataúd en el templo de las descalzas de Alba de Tormes y exclama:
–¡Válgame Dios, señores, cómo huelen los pies de esta santa a gamboas, a limones, a cidras, a naranjas y a jazmines!
Fray Miguel de Carranza será igualmente expresivo al recordar este momento:
–El olor era tan suave y penetrante y confortativo, que me pareció que el estoraque y benjuí, algalia y almizcle y ámbar, se quedaban muy atrás.
Es unánime la afirmación de ese olor agradable en todas las informaciones para el proceso de canonización de la Santa. María de San Francisco, una de las monjas que la amortajaron, testifica que la fragancia de ese olor tan agradable «se le quedó estampado en el sentido por muchos días, y en las manos».

sábado, 11 de octubre de 2014

Es Francisco

Hace una semana, el 3 de octubre, dos días antes de la inauguración del Sínodo de la Familia en Roma, se puso a la venta en Italia el libro del periodista Antonio Socci, titulado Non è Francesco. La Chiesa nella grande tempesta (No es Francisco. La Iglesia en la gran tempestad), donde se cuestiona la legitimidad del pontificado del papa Francisco por vicio en su elección al no respetar las normas de la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, que rige las votaciones del cónclave.
Son 296 páginas, repetitivas hasta la saciedad en sus análisis torticeros que me han llevado a leer no pocas páginas con los dedos en la nariz para no oler los nauseabundos y estúpidos argumentos del autor. En aras de mis lectores me he tenido que tragar sus páginas en tres días, gracias a Dios sin que me hayan producido úlcera de estómago. Y lo triste del caso es que este periodista no es, según se muestra y siguiendo su trayectoria, amigo del amarillismo. Que en Italia, y en Roma, publicar libros amarillos se refieren casi siempre a la Iglesia, al Vaticano y a su entorno. Dirá al final del libro:
–Si en estas páginas me he excedido en observaciones críticas o he usado expresiones que puedan parecer una falta de respeto hacia la autoridad eclesiástica, lo siento. No era mi intención.
Y confiesa que lo ha escrito en obediencia «al grito de mi conciencia».
Unido a Comunión y Liberación, cita no pocas veces en el libro a su fundador don Luigi Giussani. Socci mantiene una premisa previa: no le gusta absolutamente nada el papa Francisco, a quien, salvo en el título, soslaya reiteradamente llamarlo papa Francisco para citarlo como Jorge Bergoglio o simplemente Bergoglio. Y dos tesis. Primera: el papa Rantzinger, tras su renuncia, se firma Benedicto XVI, pp., para indicar su potestad papal, cosa que no ha hecho Francisco quien hasta el día de hoy nunca ha tomado posesión en la cátedra petrina. Benedicto XVI permanece papa, aunque emérito. Según Socci, ha renunciado solo al ejercicio activo del ministerio, mientras que el petrino «es para siempre». Y una cosa que es para siempre no puede ser revocada.
Segunda tesis: la elección de Bergoglio padece de vicio porque ese día en vez de cuatro votaciones reglamentadas se tuvo una más en la que salió elegido, contraviniendo las normas que rigen el cónclave. Socci se apoya en la periodista argentina Elisabetta Piqué que habla de la cuarta votación del día en la que salió un voto de más, 116 en vez de 115. Y se procedió a una nueva votación. Socci deduce que se debió escrutar las papeletas y no proceder a una nueva votación –solo cuatro son permitidas en un día– en la que saldría elegido Bergoglio.
Como se ve, argumento apodíctico basado en la especulación de una periodista que se dice amiga del papa Francisco. ¿Existió un nuevo escrutinio? Porque el cónclave es secreto.
A partir de aquí, supuesta la tesis de que Benedicto XVI sigue siendo el Papa legítimo y Bergoglio un «impostor», aunque en verdad no pronuncia palabra tan gruesa, el autor se recrea en sus restantes páginas, que no son pocas, en dilapidar la labor del para él Jorge Bergoglio, quien, frente a «estos dos campeones de la fe» (Juan Pablo II y Benedicto XVI), ocupa la sede de San Pedro.
Anoto, para conocimiento del lector, algunas perlas suyas:
–Bergoglio ha multiplicado comisiones, burocracias y gastos.
–La misma «renuncia» de Benedicto XVI es de por sí indescifrable e indescifrada.
–¿Ratzinger decidió, contra el parecer de todos los teólogos, de permanecer Su Santidad Benedicto XVI y de vestir de blanco, como nunca antes ha acaecido, abriendo un colosal problema teológico y canónico en la Iglesia?
–Por tanto, si así han sucedido los hechos, me parece concluir que la elección al papado de Bergoglio simplemente no ha existido jamás. No es ni siquiera un problema sanable a posteriori porque no se puede sanar lo que no ha existido nunca.
–Si un Papa no es legítimamente elegido no tiene la investidura del Cielo, no tiene la atribución de aquellos poderes que Jesucristo ha prometido a Pedro y a sus sucesores.
–Si, según los hechos, la elección de Bergoglio es nula, no ha existido nunca, ¿qué se puede hacer? Volver a la pampa es ya una «tentación» de Bergoglio (se ha hablado de ello cuando inopinadamente ha renovado el pasaporte argentino).
–A pesar de las esperanzas de tantos (yo entre ellos), el «Pontificado de Bergoglio», después de año y medio, presenta resultados desastrosos y funestos para la Iglesia, que se encuentra expuesta a fracturas dramáticas.
–La elección de Jorge Bergoglio como candidato al Papado permanece un verdadero misterio. Inexplicable para todos los canonistas eclesiásticos, pero también simplemente para quienes en el mundo llaman «la selección de la clase dirigente».
–El currículum del padre Bergoglio es incomparable. Perito químico, entra en el Seminario a los 22 años, realiza los estudios filosóficos y teológicos previstos en la formación de la Compañía de Jesús. No habla lenguas (salvo el español, solo el italiano), no conoce gran cosa del mundo porque no ha viajado fuera de América latina, no logra conseguir el doctorado en teología en Alemania. Llega a ser superior provincial de los jesuitas en Argentina, pero será una experiencia no positiva que lo aislará también en el interior de la Compañía...
–No haber estudiado teología a nivel académico puede ser problemático si después resulta que llega a papa.
–El primer año de la era Bergoglio ha provocado turbación y preocupación entre los católicos.
–Por otra parte, si su elección no ha sido canónicamente válida, aquí se deben poner otras graves preguntas: ¿qué validez tienen actos como la creación de nuevos cardenales o la canonización de nuevos santos por él realizada?
–Piénsese en el Sínodo de la Familia de octubre de 2014, donde se prevé el cambio de un magisterio bimilenario. ¿Cómo acabará el Sínodo?
–A propósito de la Eucaristía, algunos han notado con cierto escándalo que Francisco durante la Santa Misa no hace la genuflexión prevista en la liturgia ante el Santísimo Sacramento.
–Papa Bergoglio no parece tener como prioridad el anuncio y la defensa de la Verdad, o el profundizar en la doctrina católica.
–Esta es la extraña situación en la que nos encontramos: en el «recinto de Pedro» está Benedicto XVI, que es «Papa emérito», que no gobierna la Iglesia, y esta Jorge María Bergoglio, que se define «obispo de Roma» y probablemente no ha sido elegido válidamente Papa, pero gobierna la Iglesia. Una Iglesia con dos Papas en esta situación hace pensar seriamente en la más importante y autorizada profecía del segundo milenio cristiano, la visión del Tercer Secreto de Fátima, al que la Iglesia y los Pontífices del Novecientos han dado un reconocimiento extraordinario y único.
Para rematar el libro, como se ve, se apoya en el Tercer Secreto de Fátima y también en las revelaciones de la beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), monja agustina, mística y escritora alemana.
El libro ha sido publicado por la Editorial Mondadori, de las principales de Italia. Espero que la Editorial Planeta u otra editorial española no lo publiquen. Es caca, no merece la pena.

sábado, 4 de octubre de 2014

San Francisco de Asís, el amigo de Dios

Hoy es la festividad de san Francisco de Asís, el gran amigo de Dios. Ya decía Renan, que no fue precisamente un santo, que «se puede decir que, después de Jesús, Francisco de Asís es el único perfecto cristiano». Referiré solo los últimos años de su vida.


En 1219, Francisco vuelve a Italia de Tierra Santa, donde ya le habían llegado noticias preocupantes de tensiones surgidas en la Fraternidad, unos endureciendo la Regla de la Orden, otros endulzándola. En el capítulo de Pentecostés de 1220, abandonó la dirección de la Orden en manos de fray Pedro de Catania. Pero éste muere en marzo del año siguiente. En el capítulo general de 1221, en el que participaron unos cinco mil franciscanos, llamado «de las esteras», por las muchas puestas en el suelo para poder acoger a todos, es elegido fray Elías para sustituir a fray Pedro de Catania. Francisco presenta una nueva Regla, la Segunda Regla o Regla no bulada, que no fue aprobada por el Papa. Sin embargo, Honorio III aprobó, a finales de ese año, la Orden Tercera Secular.
El cardenal Hugolino pide a Francisco que atenúe la rigidez de la estricta pobreza de la Segunda Regla. Francisco se retira con fray Elías a Fonte Colombo, donde redacta la Regla definitiva, la tercera, que será aprobada por el Papa a finales de 1223. Esa Navidad, festeja plásticamente el nacimiento de Cristo en la gruta de Greccio, cercano a Rieti. Pobres campesinos y pastores de las tierras de alrededor acudieron, algunos con sus rebaños, a dar colorido a esta representación del nacimiento de Cristo. Fue el primer belén o nacimiento, bellísima tradición que perdura hasta hoy.
Minado por la fatiga y las enfermedades, Francisco se retira al monte Alvernia. Comienza allí «la cuaresma de ayuno que solía practicar en honor del arcángel san Miguel». Y el 14 de septiembre de 1224, fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, recibió la visión de Cristo crucificado y la impresión en su cuerpo de los estigmas de la pasión, que llevó hasta su muerte. La primera vez en la historia de la Iglesia que se verificó el milagro de los estigmas.
Enfermo de los ojos —enfermedad que había adquirido en Oriente—, atacado de dolores de estómago y de hígado, Francisco, a la grupa de un asnillo, recorre la Umbria y la Marca, en su última predicación misionera. El verano de 1225, enfermo, casi ciego, señalado por los estigmas, lo pasó en el jardín de San Damián, donde compuso con santa Clara el célebre Cántico de las Criaturas o Cántico al Sol, el himno más elevado de acción de gracias y de alabanza. Por consejo del cardenal Hugolino, acude a Rieti, donde se halla la corte pontificia, y es acogido en el palacio del obispo. Los médicos pontificios le someten a una operación en los ojos, con resultados negativos.
En la primavera de 1226 es llevado a Siena para recibir otros cuidados médicos. En el viaje de vuelta, en Cortona, redactó su célebre Testamento. Y como empeoraba, conducido a Asís, fue acogido en el palacio del obispo. A fines de septiembre, cuando vio que se acercaba el fin, se hizo llevar por sus hermanos a la Porciúncula, porque quería morir en la sede de la Fraternidad. Al llegar a la planicie, bendijo a la ciudad de Asís. Y cuando se sintió morir, pidió que lo pusieran desnudo en el suelo, privado de todo bien, «sobre la desnuda tierra» de la Porciúncula de Santa María la Mayor. Y así, privado de toda cosa terrena, murió en la tarde noche del 3 de octubre de 1226, a los 44 años, cantando el salmo 142: «A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor». Se cuenta que una bandada de alondras revoloteó el tejado de su cabaña y le ofreció el más bello recital de despedida.
En marzo de 1227, el cardenal Hugolino, que hasta entonces había sido protector de Francisco y de la Fraternidad, fue elegido Papa con el nombre de Gregorio IX. Al año siguiente, emitió la bula Recolentes, en la que animaba a la cristiandad a recoger ofrendas para la construcción de una gran basílica en honor de Francisco de Asís. Dos meses más tarde, llegó a Asís y el 19 de julio de 1228 canonizó a Francisco. Poco después comisionaba a Tomás de Celano a escribir una biografía del santo.
El 25 de marzo de 1230, los restos de san Francisco fueron trasladados a la cripta de la nueva basílica. Y el 28 de septiembre emitió la bula Quo elongati, por la que negaba la obligatoriedad, a los componentes de la orden franciscana, del Testamento de san Francisco, e interpretaba más moderadamente el paso de la Regla definitiva de 1223, en la que se prescribía para la Orden la pobreza absoluta.
Su primer biógrafo, Tomás de Celano, ante la personalidad misteriosa de Francisco de Asís, dejó la pluma para decir: «Es mejor que calle», porque ninguna palabra logrará repetir «el misterio original y genial encerrado en san Francisco».
En 1939, Pío XII le tributó un reconocimiento oficial al «más italiano de los santos y al más santo de los italianos», proclamándolo patrono principal de Italia. Y en 1979, Juan Pablo II lo proclamó patrono celestial de los ecologistas. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Carta a un niño que nunca nació

A Oriana Fallaci le pasaba lo que a Miguel de Unamuno, un deseo infinito de creer, la nostalgia de Dios. Monseñor Fisichella, actualmente presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que la conoció en los últimos años de su vida y la acompañó con su amistad hasta la muerte, confiesa que «la fe estaba en ella, como una identidad cristiana: una identidad que siempre reencontraba, por cultura y formación, en todo Occidente. Más bien al contrario, Oriana acusaba a Occidente de haber olvidado esta identidad religiosa propia».
En sus libros se ha confesado muchas veces atea –una palabra bastante radical, que yo traduciría por agnóstica–, pero con un sello profundamente impreso dentro de sí por su bautismo, comunión y confirmación.


Encabezo este artículo con el título de un libro que Oriana Fallaci escribió en 1975, tras perder a un hijo que esperaba de su pareja, Alekos Panagulis, un líder de la oposición griega al régimen de los Coroneles. Se encontraron el día que salió él de la cárcel y Oriana se convirtió en su pareja hasta la muerte de Panagulis, ocurrida en un misterioso accidente de circulación el 1 de mayo de 1976, que bien pudo ser un ajuste político. 
Carta a un niño que nunca nació es un título tan sugerente como las reflexiones de esta escritora, a la que siempre he tenido, ya desde mis tiempos de estudiante en Roma, una afición especial por leer sus libros y sus entrevistas a personalidades destacadas del mundo de entonces. En Roma ya me decantaba yo por hacer mis primeros pinitos en el periodismo y leía especialmente a dos periodistas destacados del momento para aprender de ellos –Indro Montanelli, un talento de periodista y escritor, y Oriana Fallaci, no menos talentosa– y por saber no tanto qué decían sino cómo lo decían, analizando sus textos con los arranques y terminaciones de las noticias que publicaban.
Oriana Fallaci me ha seducido siempre, la fuerza de su pluma, su arrojo, su honradez, su independencia… Vivía en Nueva York cuando presenció la caída de las Torres gemelas el 11 de septiembre de 2001. Y escribió un alegato fortísimo en un libro que tituló La rabia y el orgullo (2002) y La fuerza de la razón (2004), donde apunta su tesis de una Europa convertida en Eurabia y acusa a la izquierda europea de ser «antioccidental». Es al mismo tiempo un fortísimo manifiesto contra el islam. Murió de cáncer el 15 de septiembre de 2006 en su Florencia natal. Un año antes, el 27 de agosto de 2005, cuando ya tenía incubado el mal, fue recibida en Castel Gandolfo en audiencia privada por el papa Benedicto XVI. Se pactó un encuentro secreto, pero la noticia saltó a la prensa tres días después, aunque no llegó a trascender el contenido del coloquio. ¡Una lástima! Me hubiera gustado saber qué se dijeron el papa sabio y la inquieta periodista, que había pateado medio mundo entrevistando a las figuras más importantes de la política. Solo trascendió la admiración de Oriana Fallaci por Benedicto XVI. Ella se definía siempre como «atea-cristiana», es decir, como decimos por estos pagos, «atea por la gracia de Dios».
La Carta a un niño que nunca nació es un libro pequeño donde ella reflexiona sobre la maternidad tras el fracaso de un bebé que tuvo durante algunos meses y del que le vino un aborto. Es una meditación sobre la vida de la criatura nonata y de la madre frustrada, que es ella. Al final, sueña que está en una jaula y la están juzgando los personajes de la obra: el médico, la médico, el padre de la criatura, sus propios padres… Oriana no toma partido y en cada personaje coloca una postura de cara al problema del aborto. Como si la escritora quisiera interrogar al lector. Yo voy a reproducir aquí, del centenar de páginas que tiene el libro, parte de la actuación del médico en esa supuesta ensoñación en la que Oriana se encuentra enjaulada e interrogada. Dice el médico:
–Un hijo no es una muela cariada. No se puede extirpar como una muela y arrojarlo al cubo de la basura, entre el algodón sucio y las gasas. Un hijo es una persona, y la vida de una persona es una continuidad desde el instante en que es concebida hasta el de la muerte. Algunos de ustedes discutirán el concepto mismo de continuidad. Dirán que en el instante en que somos concebidos no existimos como personas. Existimos sólo como célula que se multiplica y que no representa la vida. O no en mayor medida que un árbol, cuya tala no es un delito, o un mosquito al que no es delito aplastar. Como hombre de ciencia, contesto inmediatamente que un árbol no se convierte en hombre, y tampoco un mosquito. Todos los elementos que componen a un hombre, desde su cuerpo hasta su personalidad, todos los factores que constituyen un individuo, desde su sangre hasta su mente, están concentrados en aquella célula. Representan mucho más que un proyecto o una promesa: si pudiéramos examinarlos con un microscopio capaz de penetrar más allá de lo visible, caeríamos de hinojos y creeríamos todos en Dios…