sábado, 24 de febrero de 2018

A Miguel Mañara le gustaba el chocolate

Miguel Mañara, fundador del Hospicio y Hospital de la Santa Caridad de Sevilla, fue un hombre santo, un místico barroco, «uno de los más sublimes místicos españoles», lo ensalza Chaves en su meditación sobre Sevilla en su bello libro La Ciudad.
Miguel Mañara fue un caballero de los pobres, un lujo de Sevilla.


Miguel Mañara. Óleo de Valdés Leal, Santa Caridad, 1687.

Exaltada su figura después de su muerte, Sevilla quiso alzarlo a los altares y lo envolvió en la leyenda. Un siglo más tarde, en el último tercio del XVIII, corrían por Sevilla más leyendas que historia verdadera de Mañara: la mujer tapada, la joven que lo solicita desde un balcón y aparece convertida en esqueleto, la callejuela del ataúd, la contemplación de su propio entierro...
Ya en el XIX, estas consejas llegaron a oídos de Próspero Mérimée, entonces un joven escritor francés que visitó Sevilla. Y lo que fue pecado venial del pueblo sevillano, se convirtió en pecado mortal en Mérimée y escritores franceses que le imitaron al asociar a Miguel Mañara con Don Juan Tenorio.
Y de la leyenda pasó al mito. Todavía hoy día la literatura francesa asocia su figura a uno de los tres grandes mitos surgidos en torno a la ciudad: Fígaro, Carmen y Don Juan.
Sevilla lo ha exaltado, el francés lo ha mitificado y la Iglesia ha sentido recato de llevarlo a los altares.
«Tal vez por eso mismo la ciudad debiera hacer de él un símbolo y una definición —cuenta Chaves—. Bien lo mere­ce; algún día se hará algo definitivo sobre aquella genial e iliteraria literatura de Mañara, algún día se concederá todo su valor al Dis­curso de la Verdad, a las cartas y a las ins­cripciones que dictó, y entonces le emparenta­rán con Jorge Manrique y con los místicos gloriosos de aquel sobrehumano seiscientos español».
Pues a Miguel Mañara le gustaba el chocolate. El chocolate era la bebida refinada en la Sevilla del XVII. Se tomaba a todas horas, frío o caliente, solo o con bizcochos. Estaba de moda y era un artículo de lujo. En la casa de Mañara era bebida común. Miguel, cuenta Cárdenas, su primer biógrafo, «se había criado con este género de bebida». Pues un día, tomó la resolución de no beberlo, por mortificación, «en tanto grado, que estando retirado algunos días en la Cartuja, le llevaron aquellos Padres una jícara de chocolate para que se desayunara, pero por más instancias que porfiadamente le hicieron no lo pudieron reducir a que faltase a su propósito».
El chocolate, venido de América, fue motivo de censuras como lo fue el tabaco. Los hombres de Hernán Cortés fueron los primeros que apreciaron el cacao que los indios mexicanos utilizaban como moneda de transacción y el suculento manjar, sólido o líquido, llamado chocolate, que de él sale. En España fueron los franciscanos o quizá los cistercienses los que primero apreciaron el valor del cacao y propagaron la exquisita bebida caliente y nutritiva del chocolate, que satisfacía el paladar y quitaba el hambre. Y de España pasó a Europa.
Grandes discusiones se alzaron por aquel entonces sobre si el chocolate rompía el ayuno eucarístico o no. El padre Escobar hacía el siguiente silogismo: Liquidum non fragit ieiunium (el líquido no rompe el ayuno); es así que el chocolate es un líquido; luego no rompe el ayuno. A este argumento se acogió entre otros el cardenal Richelieu, ministro de Luis XIII de Francia, que lo tomaba a diario.
En Sevilla, la polémica del chocolate y el ayuno llegó a los papeles con la publicación Tribunal Medicum, Magicum et Politicum (Lyon 1657), del prestigioso médico Gaspar Caldera de Heredia, y la controversia epistolar que posteriormente sostuvo con el cardenal Francisco María Brancacio.
Enzarzados en estas disputas de escuela sobre si el chocolate rompía o no el ayuno, esta bebida se hizo costumbre tal que había señoras que en mitad de las largas funciones de iglesia eran servidas por sus criadas. Ello propició que Inocencio XI (1676-1689) escribiese al nuncio en Madrid para que solicitara de los prelados de estos reinos de España remediasen ciertos abusos que habían llegado a su noticia, como es el tomar chocolate en los templos. Y así, recogiendo el sentir de Roma, el arzobispo de Sevilla Ambrosio Spínola formuló el 6 de agosto de 1681 excomunión mayor contra aquellos que tomasen chocolate en las iglesias.
Ocurría que, llevados de la moda, tanto el tabaco como el chocolate, o lo que fuera, se llevaban a las iglesias, donde la gente fumaba, comía o bebía a placer. Si no hacía cosas de peor educación, como el escupir.
Miguel Mañara se privó del chocolate, por mortificación y de por vida.

jueves, 22 de febrero de 2018

Nuevo libro de Carlos Ros: Teresa de Lisieux

Se trata de un libro de bolsillo sobre Teresa de Lisieux, que ha publicado el Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona en castellano y catalán. Muestro lo que la Editorial CPL dice acerca del libro, tanto en una como en otra lengua.

TERESA DE LISIEUX. EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA: ¡MI VOCACIÓN ES EL AMOR!
Autor : Ros Carballar, Carlos
Colección: EMAUS, 148
Páginas: 184
ISBN : 978-84-9165-094-2
PVP : 9,41(c/iva) 
A nadie sorprendió que Teresa, la novena hija de unos padres que vivían intensamente su fe, abrazara, como cuatro de sus hermanas, la vida religiosa. Huérfana de madre desde muy corta edad, con catorce años decidió ingresar en el Carmelo, lo que requirió un permiso extraordinario. Su tenacidad, su sencillez, su capacidad para encontrar a Dios en las pequeñas cosas, su confianza en el Padre a pesar de las dificultades familiares, su dimensión misionera, su aceptación de la enfermedad y de la propia muerte, que acaeció en 1897, a los 24 años de edad, la llevaron a la canonización en 1925 y a ser declarada doctora de la Iglesia en 1997. Carlos Ros, en esta biografía de Teresa de Lisieux, nos aproxima a su vida familiar, a su contexto histórico y a su espiritualidad. Carlos Ros, sacerdote de la diócesis de Sevilla, escritor, licenciado en Filosofía y Teología por Comillas y Roma, respectivamente. Con más de sesenta libros en su haber sobre temas sevillanos y biografías de santos, se ha dedicado últimamente al estudio de las figuras carmelitanas: Teresa de Jesús, María de San José, Ana de Jesús... y Teresa de Lisieux.

TERESA DE LISIEUX. EN EL COR DE L'ESGLÈSIA: LA MEVA VOCACIÓ
Autor : Ros Carballar, Carlos
Col·lecció: EMAUS, 148
Pàgines: 176
ISBN : 978-84-9165-095-9
PVP : 9,41(c/iva) 

A ningú no va sorprendre que la Teresa, la novena filla d’uns pares que vivien intensament la seva fe, abracés, com quatre de les seves germanes, la vida religiosa. Òrfena de mare des de molt petita, amb catorze anys va decidir ingressar al Carmel, cosa que va requerir un permís extraordinari. La seva perseverància, la seva senzillesa, la capacitat de trobar Déu en les petites coses, la confiança en el Pare tot i les dificultats familiars, la seva dimensió missionera, l’acceptació de la malaltia i de la pròpia mort, que va ocórrer el 1897, als 24 anys d’edat, la van portar a la canonització el 1925 i a ser declarada doctora de l’Església el 1997. Carlos Ros, en aquesta biografia de Teresa de Lisieux, ens aproxima a la seva vida familiar, al seu context històric i a la seva espiritualitat. Carlos Ros, prevere del bisbat de Sevilla, escriptor, llicenciat en Filosofia i Teologia per Comillas i Roma, espectivament. Amb més de seixanta llibres sobre temes sevillans i biografies de sants, s’ha dedicat últimament a l’estudi de les figures carmelitanes: Teresa de Jesús, María de San José, Ana de Jesús... i Teresa de Lisieux.

martes, 20 de febrero de 2018

Nacimiento de santa María de la Purísima

Hoy, 20 de febrero, se cumplen 92 años del nacimiento de María Isabel Salvat Romero en la calle Claudio Coello de Madrid, en la misma casa donde muriera en 1870 Gustavo Adolfo Bécquer. Hoy ya en los altares con el nombre de santa María de la Purísima. Entró en las Hermanas de la Cruz el 8 de diciembre de 1944, festividad de la Inmaculada Concepción. La acompañaron a la Casa Madre de Sevilla su madre Maína y su hermana Margarita.
María Isabel se siente contenta tras sus primeros días en el convento. Ha de saber moverse por una casona tan grande. Y seguir los horarios de rezos y demás… Aprender. Sentir que puede sobrellevar la estricta vida de las Hermanas de la Cruz.


 En la primera carta que le envía a su madre, le dice:
–Si te pongo al final que «estoy muy contenta», ven a buscarme; si te digo «estoy contenta» es que es verdad, no vengas.
Comenta su hermana Margarita:
–Lo puso de contraseña, y ella contaba que le puso «estoy contenta».
Seis meses después, el sábado 9 de junio de 1945, recibió el hábito y comenzó su noviciado que durará dos años. Presidió la ceremonia el padre José María Machiñena, superior de los Redentoristas de Madrid, que ha viajado a Sevilla con la madre de María Isabel. Ni siquiera esta vez acude don Ricardo, su padre, enfrascado en los negocios y opuesto hasta el final de esa vocación de su hija. A María Isabel le pusieron de nombre María de la Purísima de la Cruz.
Quisiera especular un poco sobre su nombre de religión.
¿Por qué Purísima y no Inmaculada?
Dicen lo mismo, significan lo mismo, pero el vocablo «Purísima» tiene una connotación muy sevillana. Cuando a principios del siglo XVII Sevilla vivió con pasión el misterio inmaculado, hasta el punto de ganarse con honra el bello título de ciudad de la Inmaculada, comenzó también a propagarse la bonita costumbre de saludarse con el «Ave María Purísima», para contestar «Sin pecado concebida». Y surgen igualmente denominaciones cofrades con el título de la «Pura y Limpia» o de la «Purísima».
A María Isabel –¿lo eligió ella? ¿se lo sugirió la maestra de novicias?– le tocó en suerte el nombre de una denominación muy sevillana. Ella quería, puesto que hizo una novena a la Inmaculada para ablandar el corazón de su padre, llamarse como la Santísima Virgen en su misterio inmaculado. Pero no creo que fuera idea suya nombrarse Purísima y no Inmaculada.
Y así será desde este momento. Con el añadido «de la Cruz», que todas las Hermanas agregan a su nombre de religión.
María Isabel será desde ahora Sor María de la Purísima de la Cruz.
¿Saben las postulantes o novicias quien es la nueva compañera?
Saben que ha venido de Madrid, que es madrileña. Pero nada más. En la Compañía de la Cruz, los antecedentes familiares se archivan en el recuerdo interior y no salen a la luz. No saben que es de familia bien, que habla perfectamente inglés y domina el francés, que ha superado el examen de Estado con el título de Bachiller y que en vez de ir a la Universidad, se ha vestido de ese hábito pardo y calzado alpargatas y es una más, sin relieve exterior, así de simple.
Pero su distinción y su porte no lo puede obviar. Y su sonrisa y su amabilidad. Las cartas a la familia son tardías y espaciadas. Y en ninguna de ellas aparece la señal cifrada que ha pactado con su madre. Siempre escribe: «Estoy contenta»; nunca: «Estoy muy contenta».
En el segundo año de noviciado, las novicias participan ya de todos los ministerios del Instituto: limosna, asistencia a enfermos, colegio, velas a domicilios, etc., porque, antes de profesar, la novicia tiene que conocer a lo que se va a comprometer. El primer año no se participa más que de las tareas de la casa y formación.
Algo de ello ha contado por carta a su familia, porque don Ricardo, en carta a su hija Margarita que se halla en Nueva York, con fecha 8 de octubre 1946, le dice:
–Las noticias que tenemos de María Isabel son buenas. Después de mucho tiempo ha escrito el día 22. Está contenta; parece que ha empezado a visitar a los pobres y además le han encargado de una clase de niñas. Supongo que le gustará más visitar que enseñar a las niñas, aunque dice que está muy contenta porque se trata de niñas pobres.
El 4 de noviembre, don Ricardo escribe de nuevo a Margarita:
–María Isabel, según ella, es muy feliz; según tu madre, lo es más; según yo, estoy en un estado dudoso. La última carta que recibí de ella me pintaba un esplendoroso cuadro en el cielo donde toda la familia nos hallaríamos reunidos gozando de todas las bendiciones celestiales, y a mí me dio tal escalofrío que le contesté: «Niña, tenemos tiempo y no me corre ninguna prisa tal reunión».
Desgraciadamente, quien acudirá primero a la reunión celestial será don Ricardo, que morirá dos meses después de esta premonitoria carta.
Escribe a continuación:
–Para mí es un caso perdido, y salvo una conmoción producida por la desintegración del átomo o por los rayos dirigidos, no la sacamos del convento, donde según tu madre hará una gran carrera: Será Fundadora y Superiora y morirá en olor de santidad.
Fundadora, no, pero Superiora general de las Hermanas de la Cruz y fallecida en olor de santidad, sí ocurrirá. Al tiempo.

sábado, 17 de febrero de 2018

Nacimiento de Gustavo Adolfo Bécquer

En el Parque de María Luisa, junto a un taxodio, ese mágico árbol indiano de patético recuerdo en la Noche Triste de Hernán Cortés, se encuentra el majestuoso monumento a Gustavo Adolfo Bécquer, el más grande poeta que ha dado Sevilla. Obra del escultor Coullaut Valera, fue inaugurado el 9 de diciembre de 1911 y cedido a la ciudad de Sevilla por los hermanos Alvarez Quintero, que destinaron a este fin los derechos de autor de su obra La rima eterna.

  
Glorieta de Bécquer, en el Parque de María Luisa de Sevilla.

El escolapio Enrique Iniesta, nieto del escultor Coullaut, escribió de este monumento, que se encuentra en la glorieta de Bécquer al comienzo del Parque de María Luisa: «Gustavo Adolfo desemboza su capa sobre plinto modernista sin flor que falte. Tres muchachas se han sentado a su pie. En ellas –y sobre ellas– el Amor pasa: o lo esperan lo viven o lo recuerdan o está muriendo. Las tres mujeres están duplicadas en las que miran el grupo. Allí van las mocitas a esperar el amor, a vivirlo y a añorarlo. En los bancos que rodean la glorieta nunca sola, las parejas y los solitarios repiten en vivo el monumento. El árbol es un taxodio o ciprés de agua. Es romántico (fue plantado en 1870, justamente el año de la muerte de Bécquer) y es exótico (originario de la cuenca del Mississippi). Ampara a unos y a otros, los amantes de mármol, bronce o carne».
Explorador de los más hondos sueños y sentires del corazón, Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836, en la calle Conde de Barajas, junto a la plaza de San Lorenzo. Su padre, José Domínguez Insausti, pintor mediano, murió cuando Bécquer tenía cinco años. Su madre, Joaquina Bastida Vargas, falleció cuando el poeta cumplía los once años. En realidad, el apelativo Bécquer, que lo ha inmortalizado, es el quinto en el orden de sus apellidos. Si lo utilizó, lo mismo que su padre, fue por razón de prestigio. Los Bécquer habían llegado a Sevilla a finales del siglo XVI procedentes de Flandes y tenían en la catedral una pequeña capilla con esta inscripción: «Esta capilla y entierro es de Miguel y Adam Bécquer, hermanos, y de sus herederos y sucesores. Acabóse de construir el año 1622». Gustavo Adolfo Bécquer es el poeta que inaugura la lírica moderna española al mismo tiempo que nos conecta con la poesía tradicional, popular y anónima.
La primera edición de las Rimas de Bécquer se publicó en Madrid en 1871, un año después de la muerte del poeta. Después se han hecho innumerables ediciones, convirtiéndose las Rimas en el libro de poesía en castellano más veces reeditado.
La corta existencia de Bécquer como poeta se desarrolló en Madrid, adonde marchó en 1854, a los dieciocho años, con treinta duros en el bolsillo. La villa y corte era el deseo de sus sueños, la capital del reino se rendiría a los pies del poeta incipiente. Pero Madrid le acogerá con más pena y miseria que otra cosa. Lo recordará más tarde en la Rima LXV:

Llegó la noche y no encontré un asilo;
¡Y tuve sed!... Mis lágrimas bebí.
¡Y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
cerré para morir!

Pero su vena poética se amamantó de los recuerdos de su niñez en Sevilla y larvado en su corazón llevó siempre el embrujo de su ciudad natal. Narciso Campillo, uno de sus mejores amigos, evoca aquellos tiempos sevillanos en los que creaban fábulas y leyendas al recorrer las amplias naves de la catedral o al rumor de las aguas del Guadalquivir:
–¡Con qué placer me recordaba Bécquer nuestros paseos en lancha por el Guadalquivir, donde bogábamos los dos entre márgenes cubiertas de álamos, sauces, palmeras, cipreses y naranjos, llenos de penetrantes perfumes de azahar y alumbrados por un sol de fuego, o por la redonda y ancha luna que hacía brillar el río como si fuese plata fundida! ¡Cómo gozaba también al recordar nuestros solitarios paseos a las ruinas de Itálica; las cien y cien leyendas que formábamos en voz baja, ya vagando por las gigantescas naves de la desierta catedral, ya inmóviles o contemplando entre la sombra de algún ángulo apartado el sepulcro de un sabio, de un santo, de un guerrero, o las innumerables estatuas de ángeles, vírgenes, profetas, salmistas, reyes y apóstoles que, desde los huecos de sus hornacinas o desde los pintados vidrios, parecían mirarnos tristemente a nosotros, tan jóvenes y tan entusiastas!
En Madrid murió el 22 de diciembre de 1870, casi desconocido. La Correspondencia de España, el periódico más importante de Madrid, no reseñó su fallecimiento. Otros periódicos le dedicaron algunas líneas. La Ilustración de Madrid, de la que Bécquer era director, dio la noticia de su muerte... ¡cinco días después! Sus amigos Narciso Campillo, Ramón Rodríguez Correa y Augusto Ferrán se encargan de recoger su obra poética dispersa. La primera edición de las Rimas sale en 1871. Y las ediciones se suceden. Bécquer resurge de sus cenizas y se inmortaliza. Como el Cid, su gran y definitiva batalla la gana después de morir.

sábado, 10 de febrero de 2018

Renuncia de Benedicto XVI. Cinco años

El 11 de febrero de 2013, festividad de la Virgen de Lourdes, el papa Benedicto XVI anunció su renuncia al papado durante un consistorio ordinario público, o reunión del colegio cardenalicio. Dijo en un latín que algunos cardenales no occidentales no llegaron a captar:
–Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino… Por esta razón, y muy consciente de la gravedad de este acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro… Queridos hermanos, les agradezco muy sinceramente todo el amor y el trabajo con el que me apoyaron en mi ministerio y les pido perdón por todos mis defectos.


Papa Francisco y Benedicto XVI

La renuncia a la sede apostólica se haría efectiva días después, 28 de febrero a las 20 horas de Roma, y se daría comienzo a un cónclave para elegir al siguiente sumo pontífice. Quien primero dio la noticia al mundo, antes que Radio Vaticana, fue la reportera italiana Giovanna Chirri, de la agencia de noticias ANSA, que sabía latín.
Por ser lunes de carnaval, en Alemania, patria de Benedicto XVI, lo tomaron como una broma. Pero la renuncia era cierta y de ello se enteraron pronto y con estupor los cardenales no duchos en la lengua de la Iglesia católica.
Tenía Benedicto XVI 85 años y cerca de ocho de pontificado, habiendo sido elegido papa el 19 de abril de 2005. Ahora pasará a denominarse Papa Emeritus. Y el uso de la sotana blanca y el hecho de residir en el Vaticano, fue decisión propia. Cosa que creará ciertas críticas.
Hans Küng, viejo compañero de cátedra en Alemania y decidido opositor a su pontificado, escribirá:
–Me parece preocupante que Joseph Ratzinger, como «papa emérito», no se retire a su patria bávara o a algún bello lugar en Italia, sino que vaya a residir en el futuro en el centro de poder que es el Vaticano, justo al lado del Palacio Apostólico. Y ello, no en un monasterio, como erróneamente se difunde, sino en un antiguo convento reconvertido en una hermosa y espaciosa residencia, donde seguirá siendo atendido, como hasta ahora, por cuatro hermanas de un instituto laical italiano y donde, sobre todo, tendrá también a su disposición a quien ha sido su secretario particular, Georg Gánswein. El futuro dirá si esto es sensato o si propicia, en cuestiones controvertidas, polarizaciones en la curia y la Iglesia. Sea como fuere, en una entrevista publicada en Der Spiegel (18 de febrero de 2013) advierto del peligro de un papa en la sombra, que, aunque haya renunciado a la cátedra de Pedro y prometido «obediencia absoluta» a su sucesor, pueda y quiera seguir influyendo indirectamente. Pues el hecho de que el papa, antes de hacerse efectiva su renuncia, haya ordenado arzobispo a su secretario, para enfado de muchos curiales, nombrándolo incluso a última hora prefecto del Palacio Apostólico, lo considero inquietante de cara al futuro. A algunos, incluso en la curia, esto les parece nepotismo de nuevo cuño. Pero aún más inquieta a muchos el nombramiento del reaccionario obispo de Ratisbona y editor del legado teológico de Ratzinger, Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Será el papa Francisco quien haga cardenal a Müller en febrero de 2014, en su primer consistorio, y quien no le renueve el cargo de prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe en 2016, eligiendo en su lugar el hasta entonces secretario de la Congregación, el arzobispo y jesuita español Luis Ladaria Ferrer.
El cardenal conservador Gerhard Müller se había mostrado no pocas veces desleal y desde su destitución en un opositor a la figura del papa Francisco.
Pero volvamos a la renuncia de Benedicto XVI. Hay que reconocer que ha sido un acto valiente y generoso. Insólito por otra parte, sólo se conoce el caso de Celestino V (1294), monje que renunció al papado a los cinco meses de su elección. Dante lo colocó en el infierno en la Divina Comedia porque «hizo por cobardía el gran rechazo». Pero Clemente V lo canonizó «santo confesor» en Aviñón en 1313.
Contemplada está la renuncia en el Código de Derecho Canónico, canon 332, 2:
–Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie.
Muy otro fue el parecer de su antecesor Juan Pablo II, quien sostenía que renunciar al papado era como abandonar la cruz y advertía «como grave obligación de conciencia el deber de continuar desarrollando la tarea a la que Cristo mismo me ha llamado». En 1994, durante su permanencia en el hospital Gemelli, Juan Pablo II expresó: «No hay lugar en la Iglesia para un papa emérito».
Pero la situación de Juan Pablo II, en sus últimos días, cayéndosele la baba y sin poder siquiera pronunciar palabra, resultaba penosa y preocupante. Su sucesor, Benedicto XVI, piensa que la cruz también se lleva desde la renuncia y ello, a la distancia de cinco años, es de una evidencia palmaria.
Hace unos días, Benedicto XVI, que cumplirá 91 años en abril y vive retirado en el pequeño monasterio Mater Eclessiae, dentro del Vaticano, escribió a un periodista del Corriere della Sera una breve carta ante el deseo de los lectores de saber cómo transcurre el «último periodo de su vida». Comentando su salud actual, ha escrito:
–Puedo decir solo que, en el lento disminuir de las fuerzas físicas, interiormente voy en peregrinaje hacia la Casa.

domingo, 4 de febrero de 2018

Maldición gallega

Después de misa mayor, el lunes 5 de febrero de 1624, repicó la Giralda por la elección para el arzobispado de Sevilla de don Luis Fernández de Córdoba, arzobispo de Santiago. El 23 de mayo tomó posesión en su nombre el deán don Francisco Monsalve e hizo su entrada solemne por la puerta de la Macarena donde fue recibido por los dos cabildos, eclesiástico y secular, el viernes 5 de julio.
El Abad Gordillo, testigo de esta época sevillana, afirmó que este arzobispo «no tuvo tiempo para conocer su esposa», es de­cir, su diócesis, puesto que murió al año de su llegada. Y confiesa que «en Madrid se sintió de su venida conforme a un pronóstico o proverbio muy antiguo asentado con que afirma que el Prelado que deja la Iglesia de Santiago no se logra donde quiera que vaya, y que de esto se han visto ejemplos infinitos».
A los gallegos no les hacía ni chispa de gracia que sus prela­dos, que guardaban el depósito sagrado del cuerpo de San­tiago, pudieran apetecer una diócesis por encima de la suya. Y sus canónigos maldecían a todo aquel pretencioso prelado que así hiciera.
Curiosamente, la maldición tuvo efecto con el primero que se atrevió a tal cambio. Se llamaba Gaspar de Zúñiga y Avellaneda, que pasó de la arzobispal de Santiago a la de Sevilla en 1569. Y aunque su vida se prolongó hasta 1571, no logró entrar en la capital hispalense sino después de muerto. Enterrado está en la capilla de la Antigua, en la peana del altar. Con la maldición cumplida de los gallegos.
En 1569 sobrevino sobre Santiago una peste terrible que produjo gran mortandad, lo que causó en «la complexión delicada» del arzobispo una fuerte impresión. Solicitó con urgencia la sede de Sevilla, vacante desde diciembre, y le fue concedida con inusitada prontitud (22 junio 1569). El 13 de octubre tomó posesión en su nombre Alonso de Revenga, ar­cediano de Santiago, quedando de gobernador de la diócesis.
En Santiago no fue bien visto que solicitase su tras­lado a Sevilla, por ese viejo litigio de considerarse San­tiago más importante que la archidiócesis hispalense, al ex­tremo de que se lee en un viejo papel del cabildo composte­lano que «los viejos de Santiago dixeron luego que no lo go­zaría mucho, porque nunca se dexara Santiago por Sevilla». Y así fue: no llegó a Sevilla sino después de muerto.
Fue creado cardenal por Pío V el 7 de mayo de 1570. Curiosa­mente, mientras Felipe II acude a visitar Andalucía a la es­pera de la llegada de Alemania de su cuarta esposa, su so­brina Ana de Austria, y llega a Sevilla en abril de 1570, el arzobispo de Sevilla aún no ha pisado tierra andaluza. Comi­sionado por el rey acude a Santander a esperar la lle­gada de la nueva soberana. Esta desembarcó el 3 de octubre y, lle­gada a Segovia, se desposó el 12 de noviembre.
Tras estos acontecimientos, Gaspar de Zúñiga decide vi­sitar por primera vez su nueva diócesis, pero puesto en ca­mino enfermó en Jaén, muriendo el 2 de enero de 1571. En su testa­mento disponía que «me lleven a Sevilla, a aquella Santa Iglesia, et pedimos a los señores Deán y Cabildo, nos fagan merced et limosna de darnos enterramiento junto a la pos­trera grada de la puerta, por do habíamos de entrar en aque­lla Iglesia, et allí se nos ponga una losa rasa, sin que pueda ocupar nada y diga: Aquí yace el Arzobispo Cardenal de Sevilla D. Gaspar de Zúñiga, que murió antes que entrase en esta Iglesia y se mandó enterrar en ella de limosna». Pero, por disposición del cabildo, fue enterrado en la capilla de Ntra. Sra. de la Antigua.
Esta maldición gallega tuvo efecto, al decir de los gallegos, en don Luis Fernández de Córdoba al morir poco después de su entrada y no poder gozar de tan pingüe diócesis.
Pero a pesar de esta maldición, los prelados, cuando podían, solían solicitar Sevilla como un paso grande en su promoción episcopal. Y parece ser que la maldición dejó de cumplirse, porque el cardenal Agustín Spínola fue arzobispo de Sevilla de 1645 a 1649 y murió, no por la maldición, sino por esa maldita peste que se propagó en Sevilla y dejó diezmada la ciudad. Su sobrino Ambrosio Spínola, que también pasó por Santiago, rigió la sede hispalense de 1669 a 1684. Y en nada se cumplió tampoco con don Luis de Salcedo y Azcona, arzobispo de Sevilla de 1722 a 1741, cuyo sepulcro puede contemplarse en la capilla de la Antigua frente al del carde­nal Mendoza, en un deseo de réplica trabajado por Duque Cor­nejo.
Salcedo dejó buena memoria en Santiago, visitando per­sonalmente toda la diócesis, cosa que no se hacía desde el tiempo del arzobispo Sanclemente, que rigió la diócesis com­postelana de 1587 a 1602. Pero su imagen quedó empañada por su aceptación de la mitra hispalense. Salcedo escribió a su cabildo notificándole que había sido presen­tado para la sede de Sevilla, noticia que había recibido del rey «tan no espe­rada de la complacencia y superior consuelo con que me ha­llaba sirviendo a Ntro. Sto. Apóstol e igual deseo de mere­cer la sepultura a vista de su Sagrado Cuerpo». A saber hasta qué punto estas palabras no dejan de ser una floritura estilística. Así lo debieron entender los canóni­gos compos­telanos. Su cabildo nombró una comisión para ex­presar al prelado «la estimación que hace de las expresiones en su carta de su amor a esta Sta. Iglesia y juntamente ex­presan a Su Illma. el sentimiento de el Cabildo por dejar ésta por otra Silla por las circunstancias que su Illma. tendrá bien presente así de el amor de el Cabildo a su per­sona, como las demás tan privilegiadas que concurren en esta Sta. Iglesia y Casa Apostólica de nro. Patrón Santiago, las que haciendo siempre dolorosas estas mutaciones de sus Pre­lados, no podrá ser menos sensible en la de su Illma., y que solo el que en este tránsito pueda algún motivo grande par­ticular que sea de la conveniencia de su Illma. haberle em­peñado a esta re­solución, podrá servir al Cabildo de algún consuelo...».         
Salcedo se ausentó a Soria, lugar de su familia, a es­perar las bulas de Roma y el cabildo le despidió con evi­dente frialdad y despego.
Salcedo había vivido en Sevilla unos años de joven es­tudiante, al ser nombrado su padre Asistente de la ciudad de 1683 a 1685. Estudió gramática y filosofía en el Colegio Ma­yor de Santo Tomás y leyes y cánones en Santa Ma­ría de Je­sús. En ese tiempo optó a una canonjía en la cate­dral, pero el ca­bildo le rechazó aduciendo su corta edad. Cuando años des­pués tomó posesión del arzobis­pado, surgió en él aquel re­cuerdo de juventud que se tradujo en la siguiente anéc­dota.
El 17 de marzo de 1723 hizo su en­trada en la ciu­dad como arzobispo de Sevilla y el 19, fiesta de San José, tomó posesión de su asiento en el coro de la catedral, puesto que no había podido lograr en su juventud. El arzo­bispo, mali­ciosamente, exclamó aquella sentencia bí­blica: Lapidem quem reprobaverunt aedificantes, hic factus est ca­put anguli (La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra an­gular). Y el deán, muy atento y sin in­mutarse, continuó el versículo bíblico: A Domino factum est istud, et est mira­bile in oculis nostris (La ha puesto el Señor: ¡qué maravi­lla para nosotros!).