viernes, 27 de marzo de 2015

Teresa de Jesús, esa mujer…

28 de marzo: 500 Aniversario de su Nacimiento


Con el alba, en la casona familiar de la Moneda, intramuros de Ávila, poco antes de despertar la ciudad con su bullicio mañanero, Beatriz de Ahumada dio a luz una niña. Amanecer del miércoles de Pasión, 28 de marzo de 1515.
Don Alonso de Cepeda, el padre, lo dejó anotado en un cuaderno de familia:
–En miércoles, veintiocho días del mes de marzo de quinientos quince años, nació Teresa, mi hija, a las cinco horas de la mañana, media hora más o menos, que fue el dicho miércoles casi amanecido. Fue su compadre Vela Núñez y la madrina doña María del Águila, hija de Francisco de Pajares.

Una semana más tarde, 4 de abril, Miércoles Santo, fue bautizada en la iglesia parroquial de San Juan Bautista. En el bautismo se le impuso el nombre de Teresa por su abuela materna doña Teresa de las Cuevas, única de los abuelos que quedaba con vida.
Teresa no era nombre de santa. No había en el Santoral de la Iglesia ninguna santa con el nombre de Teresa. Jerónimo Gracián lo tomará socarronamente a chanza con ella, llegado su momento, porque no podía celebrar su onomástica. Ella le responderá que su nombre era de santa Dorotea.
–Y así celebrábamos —dice Gracián— el día de la Santa con particular devoción de su nombre. Y puede ser que así como Diego y otros nombres españoles antiguos quedaron corrompidos de los nombres latinos, así este nombre Dorotea, corrompido el latín, se derivase Teresa.
Será ella, Teresa de Ahumada, la primera que incorpore su nombre al catálogo de los santos.
Fray Luis de León, que no la llegó a conocer pero publicó sus Obras en 1588, dice que «pusiéronle nombre Teresa, guiados, a lo que entiendo, por Dios, que sabía los milagros y maravillas que en ella había de hacer, y por ella, porque Teresa es Tarasia, nombre antiguo de mujeres, y griego, que quiere decir milagrosa».
Francisco de Ribera, su primer biógrafo, dice que «este nombre de Teresa ni es griego ni latino, sino propio de España, y antiguo, como Elvira, Sancha, Urraca y otros semejantes». De hecho, es un nombre que venía siendo usado de antaño, incluso acogido entre princesas de los reinos de España. Por ejemplo: Teresa, segunda esposa de García Sánchez de Pamplona, del siglo X;  Teresa de Entenza, reina de Aragón, esposa de Alfonso IV de Aragón, primera mitad del siglo XIV; y Teresa de Portugal, reina de León, mujer de Alfonso IX de León, siglo XIII, que subió a los altares, pero después de Teresa de Jesús, en 1705, declarada santa por Clemente IX.
El mismo día del bautismo, curiosa coincidencia, celebraba el monasterio de la Encarnación de Ávila, donde entraría de monja, la inauguración de su iglesia con misa solemne. Ese monasterio en el que esta niña, que da sus primeros vagidos, dará lustre y notoriedad en los veintisiete años y medio que en él viva.
La madre, a sus veinte años, ya ha echado dos hijos al mundo: Hernando, nacido en 1510, y Rodrigo en 1511. Y por la casa correteaban otros dos hermanos mayores, María (1506) y Juan (1507), habidos de un matrimonio anterior de don Alonso de Cepeda. Después de Teresa vendrán Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana, la pequeña, nacida en 1528, cuando ya Teresa frisaba los trece años.
En el Año jubilar de Teresa de Jesús, este 28 de marzo – 500 aniversario de su nacimiento– es un día de marcada significación. Mi biografía de la Santa de Ávila la titulé: Teresa de Jesús, esa mujer… Y es que no encontré calificativo ni piropo mejor.
Esa mujer
Mujer que ha escalado hasta la séptima morada de Dios mientras se distrae en la cocina, porque también:
—Entre los pucheros anda el Señor.
Una vecina prestó a las monjas una sartén, que no tenían. Recibieron una limosna y cada una fue sugiriendo en qué gastarían el dinero. Pero Madre Teresa terció:
— En la sartén, en la sartén.
Se quejó a Jerónimo Gracián de ciertos prelados pesados que abruman a sus monjas. No hacen visitas sin levantar actas y dejan a las monjas sin recreación el día que comulgan. Gloso su respuesta para que se entienda mejor en el lenguaje de hoy:
–Pues que se queden ellos sin recreación todos los días puesto que dicen misa cada día. Si los sacerdotes no guardan esto, ¿por qué lo han de guardar nuestras queridas monjas?
La respuesta de Teresa es de un sentido común aplastante.
Mujer que es también humor:
–No era amiga de gente triste— dirá Ana de San Bartolomé—, ni lo era ella ni quería que los que iban en su compañía lo fuesen.
Ni le gustan los tristes santos. No utiliza esa expresión conocida de san Francisco de Sales: «Un santo triste es un triste santo», pero se le asemeja cuando dice:
–Dios me libre de santos encapotados.
¿Qué quiere decir Teresa por encapotado? Encapotado es sinónimo de borrascoso, nublado, cubierto, cerrado, oscuro… frente a lo que es claro y despejado. O también, cubierto con el capote y puesto el rostro ceñudo y con sobrecejo.
Mujer que es también ternura, discreción, madre, santa… en un cuerpo enfermizo de por vida.
Mujer que exclamó jubilosa antes de morir:
Al fin, Señor, muero hija de la Iglesia.

martes, 24 de marzo de 2015

La sangre de san Genaro

El sábado pasado, el papa Francisco viajó a Nápoles y después de la visita al Santuario de Pompeya, de la misa en la Plaza del Plebiscito y de visitar y comer con los presos, se dirigió por la tarde temprano a la catedral, donde habló al clero, a los religiosos y a los diáconos permanentes de la ciudad. Apartó el discurso que llevaba preparado y dijo:
–Los discursos son aburridos.
E improvisó sus palabras.


Después, tras venerar la reliquia del patrono San Genaro, el cardenal arzobispo de Nápoles, Crescenzio Sepe, dijo dirigiéndose al Papa y al público:
–La sangre se está licuando, y ya está a mitad.
Y el papa Francisco manifestó:
–Si se ha licuado a mitad, quizá tenemos que ser mejores para que se licúe el resto. 
Este es un tema, si queréis, trivial, pero simpático. Me refiero a la sangre de San Genaro, que tres veces en el año –eso dicen los napolitanos– se licúa al girar la reliquia y observar las manchas en el cristal. Sucede el primer domingo de mayo, el 19 de septiembre, fiesta de San Genaro, y el 16 de diciembre. Pero en esta ocasión ha ocurrido en un día inusual, con motivo de la visita del papa, cosa que no acontecía desde la visita de Pío IX en 1848 y que no ha sucedido con las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Los napolitanos dicen que ocurre el «milagro» el sábado anterior al primer domingo de mayo, fecha en que se cree que fue trasladada la reliquia desde el Agro Marciano a las actuales catacumbas de Nápoles. Por segunda vez, el 19 de septiembre, aniversario de la decapitación de san Genaro, acaecida durante la persecución del emperador Diocleciano. Y por tercera vez, el 16 de diciembre, fecha en que se conmemora el aniversario de la catastrófica erupción del Vesubio, ocurrida en 1631, en la que Nápoles se libró gracias a San Genaro.
Para implorar la licuefacción se hallan las «benigne» de Forcella y un grupo de ancianas devotas que recitan viejas y pintorescas plegarias en dialecto napolitano. Si la sangre se licúa, los napolitanos pueden dormir tranquilos. Es signo de que el santo está con ellos. Pero si el prodigio no ocurre –cosa que pasa de vez en cuando, por ejemplo en mayo de 1976– las interpretaciones se dividen. Los hay catastrofistas que auguran lo peor, y otros, como en el caso de 1976, que lo achacaron a las feministas, porque «lo tienen todo revuelto».
La sangre de San Genaro se halla en dos ampollas, custodiadas en la catedral de Nápoles. Es sangre auténtica, lo confirmaron científicos dirigidos por el profesor Pierluigi Baima Ballome, de la Universidad de Turín, que estudiaron el preciado líquido durante quince meses. Pero no se explican el curioso hecho:
–Podemos afirmar –declaró Baima– que la sustancia que tres veces al año se hace líquida es sangre, ya que se ha determinado la presencia de hemoglobina, pero no podemos explicar por qué dicho polvo se vuelve sangre en un día determinado y después nuevamente en polvo, hasta la precisa fecha siguiente.
La Iglesia no se ha pronunciado ni se pronunciará sobre ello. Como dijo muy bien el cardenal de Nápoles, Michele Giordano, «nuestra fe no se basa en estos milagros, sino en los del Evangelio».
Pero el hecho está ahí, inquietante suceso, que hace vibrar a los napolitanos tres veces al año.
Pero ¿quién es san Genaro? Alguien ha escrito que «san Genaro no existiría sin Nápoles ni Nápoles sin san Genaro», pero en verdad las noticias que se tienen sobre él son mínimas. La fuente más antigua data del siglo VIII y cuenta que fue obispo de Benevento en tiempos del emperador Diocleciano (284-305).
Un caso similar ocurre en el monasterio de la Encarnación de Madrid, donde cada 27 de julio se licúa la sangre de san Pantaleón, recogido igualmente en una ampolla, donada en el siglo XVII por el virrey de Nápoles y conde de Miranda al convento de la Encarnación cuando su hija sor Aldonza ingresó como novicia. Un fenómeno igualmente curioso, aunque aquí no ha habido estudios científicos que avalen que se trata de sangre y por qué se licúa una vez al año.

sábado, 21 de marzo de 2015

Celia y Luis Martin, padres de Teresa de Lisieux

Hace unos días, el cardenal Amato ha anunciado que el próximo mes de octubre serán canonizados los padres de santa Teresa de Lisieux, Celia y Luis Martin, ya beatos, en el marco del Sínodo de la Familia.
Recojo tan solo una página de la vida de este matrimonio que tuvo nueve hijos, cuatro de los cuales murieron en la infancia y cinco, todas hembras, siguieron la vida religiosa.


Luis Martin, relojero, y Celia Guérin, dueña de un pequeño taller de encajes, se casaron a medianoche en la iglesia de Notre-Dame de Alençon el 13 de julio de 1858. Él está a punto de cumplir 35 años, ella 27. Los dos, con vocación religiosa frustrada, llegan al matrimonio en edad un poco madura para aquella época. Boda a medianoche, de manera discreta, sin ruido, para más intimidad, como era costumbre cuando los esposos habían pasado de una cierta edad.
Luis, que lo había callado hasta entonces, decide manifestar a su esposa sus intenciones. Su pensamiento lo tiene apuntado en sus cuadernos, copiado de un libro de teología: Doctrina de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio.
–El vínculo que constituye el sacramento del matrimonio es independiente de su consumación. Tenemos una prueba luminosa de esta verdad en la santa Virgen y en san José, los cuales, aunque verdaderamente unidos, han conservado una continencia perpetua… Estos matrimonios tienen todo lo esencial necesario para su validez, teniendo además la ventaja sobre los otros de representar de una manera más perfecta la unión casta totalmente espiritual de Jesucristo con su Iglesia.
Celia aporta de dote 5.000 francos, más otros 7.000 de ahorros personales y su taller de encajes. Luis es propietario de una relojería-joyería y de una finca de recreo a la salida del pueblo. Dispone además de 22.000 francos ahorrados. Con sus comercios respectivos abiertos, vivirán con desahogo, insertos en la clase media de Alençon.
Luis no estaba muy convencido de casarse, hubo de empujarlo su madre. Y Celia, que iba al matrimonio con un deseo imperioso de tener hijos para darlos al Señor, era tan inocente que desconocía, a su edad, cómo eran traídos los niños. No es necesario remontarse al siglo XIX, yo he conocido en mi condición de sacerdote un par de casos de esta inocencia infantil.
Y viene la noche de bodas. Luis ha regalado a Celia una medalla que representa a Tobías y Sara. Está descrito este desposorio en el Libro de Tobías, del Antiguo Testamento. Tobías reza al Señor: «Al casarme ahora con esta mujer, no lo hago por impuro deseo, sino con la mejor intención. Ten misericordia de nosotros y haz que lleguemos juntos a la vejez». Y concluye el texto bíblico: «Los dos dijeron: Amén, amén. Y durmieron toda la noche». (Tb 8, 7-8).
Celia recibe esa noche un choque terrible. El conocimiento, revelado por Luis, de la relación conyugal y el deseo manifestado de permanecer célibes de por vida. «Tanquam frater et soror», que se decía en los libros de moral de mis tiempos de teología. Es decir, como hermano y hermana.
Al día siguiente tomaron el tren y en viaje de novios se dirigieron a Le Mans a visitar a la hermana monja de Celia. Y ante ella, Celia estalló en lágrimas incontenibles. Tiene el corazón fundido. Ha descubierto de pronto que la maternidad es incompatible con la virginidad. Y su sueño apetecido, ingenuamente suspirado, de tener muchos hijos y dedicarlos a Dios. ¿Y ahora...?
Confesará posteriormente a su hija Paulina:
—La primera vez que fui a verla al convento fue el día de mi boda. Puedo decir que ese día lloré todas mis lágrimas, más de lo que nunca había llorado en mi vida y más de lo que nunca volveré a llorar. Mi pobre hermana no sabía cómo consolarme... Comparaba mi vida con la suya, y arreciaban las lágrimas.
Un sacerdote vino a romper el clima de tensión que sin duda se había creado entre una esposa activa, deseosa de tener hijos, y un padre taciturno, con espíritu de cartujo. A los nueve meses de casados, les aconsejó que olvidaran el celibato que se habían impuesto y cumplieran con la vocación matrimonial. Si Dios los hubiera destinado al claustro, hubieran entrado en él. Pero Dios los ha destinado al matrimonio y el fin del matrimonio es la procreación.
Y la cosa cambió.
–Cuando tuvimos hijos –cuenta Celia–, nuestras ideas cambiaron un poco. No vivíamos más que para ellos, constituían toda nuestra mayor felicidad y nunca la hemos encontrado más que en ellos. Nada nos resultaba ya penoso y el mundo ya no nos era una carga. Para mí, eran la gran compensación y por eso quería tener muchos, para criarlos para el cielo.
Y fue así cómo, por el consejo imperioso de un confesor, fue posible el nacimiento de nueve hijos, el último de todos santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux.

martes, 17 de marzo de 2015

Fray Bartolomé de las Casas

Fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas, hace testamento en el convento dominico de Santa María de Atocha, en Madrid, ante el escribano público Gaspar Testa el 17 de marzo de 1564 –hoy hace 451 años–. Tiene noventa años el «Procurador de los indios», todo un puñado de años tras de sí en la lucha por sus ideales de siempre. Tras su protestación de fe de «morir y vivir lo que viviere en la fe católica», deja todos sus escritos a favor del colegio de San Gregorio de Valladolid, en el que habitó por espacio de unos diez años, y lanza un último grito «profético» de que Dios habrá «de derramar su furor e ira» sobre España por los males perpetrados en las Indias. Dos años después, en plena lucidez, a sus noventa y dos años, muere el 19 de julio de 1566 y es enterrado en la capilla mayor antigua del convento de Nuestra Señora de Atocha, «con pontifical pobre y báculo de palo», como él mismo ordenó.


Fray Bartolomé de las Casas es sevillano, nacido en 1474, hijo de Pedro de las Casas, de origen segoviano, y de Isabel de Sosa, de familia sevillana que poseía una tahona y horno de cocer pan en la calle de la Carpintería (hoy Cuna). Su padre, Pedro de las Casas, acompañó a Colón en su segundo viaje a Indias en 1493 y volvió en 1499, trayendo consigo un indio esclavo, que regaló a su hijo Bartolomé. Pero lo poseyó tan sólo unos meses. Una orden de Isabel la Católica acabó con estos caprichos de Colón y sus gentes y los indios fueron reintegrados a sus tierras de origen.
La reina se mostró inflexible ante aquella primera trata de esclavos:
–¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos?
Y los que sobrevivieron, fueron devueltos a las Indias.
–El indio que yo en Castilla tuve –cuenta Las Casas– y algunos días anduvo conmigo, tornó a esta isla con el Comendador Bobadilla... y después yo lo vide y traté acá.
Según cuenta Fabié, en su biografía publicada en 1879, «una tradición muy general afirma que nació en el barrio de Triana, donde sin duda residió largo tiempo parte de su familia, que hizo varias fundaciones piadosas en la iglesia parroquial de aquel barrio». Por eso, en 1859, el Ayuntamiento de Sevilla rotuló la antigua calle de los Caballeros, en Triana, por la de Procurador, en memoria de fray Bartolomé de las Casas, «Procurador de los indios». Años después, en 1893, Sevilla le dedicó nueva calle con su propio nombre, no lejos del convento dominico de San Pablo, donde fue consagrado obispo. Y es así cómo, según creo, es el único sevillano que tiene dos calles dedicadas a su persona.
En ninguna parte, que se sepa, firmó Las Casas como procurador, pero ciertamente respondía al ejercicio y cargo que llevó durante buena parte de su vida, «Procurador universal de todos los indios de las Indias», que le confirió el cardenal Cisneros.
La vida de Las Casas es larga y compleja. Imposible de sintetizar en pocas palabras la biografía de este luchador tan controvertido. Valgan tan sólo estas pinceladas. Pasó a Indias por primera vez en 1502, embarcado en una flota de 32 naves y navíos mandada por Nicolás de Ovando. Iba de doctrinero, considerado como clérigo por sus estudios en la Escuela de San Miguel de la catedral de Sevilla. Ordenado de sacerdote, ofició su primera misa en la Isla Española en 1510, a los 36 años de edad. Posiblemente, el primer misacantano de América.
En 1513 participó como capellán en la conquista de Cuba por Diego Velázquez y presenció la bárbara matanza de indios ejecutada por Narváez en Caonao. Velázquez le había otorgado una encomienda con un tal Pedro de Rentería, que prosperó. Pero Las Casas comenzó a plantearse dudas sobre la legalidad de obtener beneficios de los indios encomendados. En 1511 había oído el célebre sermón del dominico fray Antonio Montesinos, condenando la encomienda y la esclavitud del indio. «Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?». Y continuaban las diatribas del fraile: «Estos ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?».
En 1514 le vino la «conversión» a Bartolomé de las Casas, preparando su sermón de Pentecostés, al leer un pasaje del libro del Eclesiástico (34, 18-26). «Se determinó de predicallo», como él mismo confiesa, y «acordó, para libremente condenar los repartimientos o encomiendas como injusticias o tiranías, dejar luego los indios y renunciarlos en manos del gobernador Diego Velázquez».
A partir de ese momento, y a lo largo de su extensa vida –ingresa en la orden dominicana en 1522 y es consagrado obispo de Chiapas en 1543–, Bartolomé de las Casas luchará denodadamente, con su palabra, sus obras y sus escritos, por la defensa del indio. Con un ideario tal vez simplista y con la tozudez de un carácter impetuoso, carga sobre el indio todos los derechos y sobre el español todas las obligaciones, encastillado en sus ideas sin calibrar muchas veces la evolución de las cosas.
Su obra más célebre, Brevísima relación de la destruición de las Indias, tuvo una enorme repercusión en Europa y sirvió en buena medida para la difusión de la Leyenda negra.
Más crítica su figura en Europa, idealizado en América como un santo, fray Bartolomé de las Casas se ha convertido hoy en un símbolo indigenista y anticolonialista, prescindiendo de su condición religiosa.

viernes, 13 de marzo de 2015

Cristo de la Buena Muerte o de los Estudiantes

El corazón llora al verte
sobre la Cruz ya sin vida,
y quisiera retenerte
el caudal de tus heridas,
Cristo de la Buena Muerte.

Versos de Rodríguez Buzón para cantar la majestad de uno de los Cristos más imponentes de la Semana Santa de Sevilla. Se hallaba en la iglesia de la Anunciación, de la antigua Universidad, atribuida la imagen a Martínez Montañés, cuando en el primer tercio del siglo XX se formó una cofradía de estudiantes que le dio culto procesional. El Cristo de la Buena Muerte salió por primera vez en la tarde del Martes Santo, 30 de marzo de 1926.


Poco tiempo después, en 1928, apareció en el Archivo de Protocolos el contrato de encargo de este Cristo y se descubrió su autoría. No salió de la gubia de Martínez Montañés, como se decía, sino de su discípulo Juan de Mesa, que lo talló por encargo del prepósito de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús, padre Pedro de Urteaga. La escritura notarial tiene fecha de 13 de marzo de 1620 –hace de ello 395 años– y en ella Juan de Mesa concierta con el padre Urteaga dos imágenes, una de un Cristo Crucificado y otra de una Magdalena abrazada al pie de la Cruz, de madera de cedro ambas y de la estatura ordinaria humana al precio de ciento cincuenta ducados.
Este Cristo perteneció a una hermandad creada en el año 1600 y radicada en la Casa Profesa de los jesuitas. Compuesta por sacerdotes seculares, surgió de un grupo de clérigos dirigidos del jesuita Fernando Núñez. Este les propuso fundar una congregación de este «venerable gremio» bajo la protección de la Virgen María. Agradó la idea y en número de diecisiete pasaron al cercano hospital de Nuestra Señora de la Paz, para darle nombre y principio. Después de visitar a los enfermos incurables, recogidos en aquel hospital, se postraron ante el altar de la Virgen y le impetraron les iluminase para elegir la advocación con la que la habían de honrar.
–Echaron en una urna cédulas, en cada una, una de las fiestas de la misma Virgen; y dijeron sacase la que quisiese a un niño inválido, que allí estaba, y sacó este la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. No es decible el júbilo que concibieron en tal feliz suerte aquellos devotísimos sacerdotes, porque era la festividad y misterio que deseaban les saliese.
Esto cuenta el jesuita Antonio de Solís, que escribió la historia de la Casa Profesa en 1755. Redactaron las reglas de la nueva hermandad, «que aprobó y confirmó N. Padre General Claudio y agregó esta Congregación a la Prima Primaria de Roma por septiembre de este mismo año» (1600). Tenía su altar en el crucero, al lado de la epístola. «Hízose un altar en el respaldo de San Ignacio, que mira a la plaza de la Encarnación, y se puso en él con mucho adorno el bellísimo lienzo de la Purísima, que es de la Congregación de los Sacerdotes, obra de Jesephano Arpin, célebre pintor del Pontífice de Roma». «El fin principal de la corporación era tributar espléndidos cultos a la Santísima Virgen en sus principales fiestas, especialmente el 8 de Diciembre, y celebrar ejercicios religiosos en Carnestolendas y en otros días del año; visitaban los presos de las cárceles y a los enfermos pobres, procurándoles alimentos y confesándolos». Entre sus cofrades se encontraron el cardenal Niño de Guevara, arzobispo de Sevilla, el chispeante obispo auxiliar don Juan de la Sal, y el arcediano de Carmona don Mateo Vázquez de Leca.
Una hermandad que murió no sé cuándo. El Cristo quedó en la iglesia de los jesuitas cuando estos fueron expulsados de España en tiempos de Carlos III. Convertida poco después la Casa Profesa en Universidad Literaria, la iglesia de la Anunciación sirvió a los cultos de los estudiantes. Y en ella seguía el Cristo, en sitio de tránsito, casi olvidado, aunque reconocida la valía de su talla, cuando en 1914 el catedrático P. Anselmo García Ruiz costeó un altar para salvar esta preciosa imagen del lugar irreverente en que se encontraba. Años después, en 1924, se formó la cofradía de nazarenos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Angustia, que le da culto hasta hoy.
Al pasar la Universidad a la Fábrica de Tabacos en los años cincuenta, el Cristo de la Buena Muerte y su Hermandad se hallaban un poco lejos y como desconectados del ambiente estudiantil que nutre sus filas cofrades. Por eso, en el año 1966, pasó la imagen a la Capilla de la Universidad, donde se venera, aunque la Hermandad perdió la grandiosidad del templo de la Anunciación. 

domingo, 8 de marzo de 2015

Martin Heidegger y Edith Stein

Se están editando en Alemania los Cuadernos negros de Martin Heidegger (1889-1976), autor de Ser y tiempo, el filósofo del siglo XX para muchos, pero también un nazi declarado y no arrepentido. Estos Cuadernos son unas libretas de tapas de hule negro que Heidegger utilizaba para tomar anotaciones. Las inició en 1931 y escribió en ellas hasta casi su muerte. Se ha cumplido su voluntad de que no aparecieran hasta después de publicadas todas sus obras. Pero en estos Cuadernos aparece el Heidegger más íntimo y su estudio está suscitando viva polémica en Alemania.
Me interesa recoger aquí brevemente su relación con la gran filósofa judía Edith Stein, discípula de Husserl, como también lo fue Heidegger, aunque mantuviera claras discrepancias con la fenomenología de Husserl y después renegara de él.

Edith Stein y Martin Heidegger se conocieron precisamente en una reunión con numerosos invitados en casa de Husserl. A Edith le causó muy buena impresión aquella tarde. Dejó escrito de él:
—Era callado y retraído cuando no se hablaba de filosofía, pero apenas salía una cuestión filosófica se llenaba de vitalidad.
El 20 de marzo de 1917, Heidegger se casó por lo civil con Elfride Petri, alumna suya. La conoció en 1915, en Friburgo, siendo él un joven profesor de 26 años y ella una guapa alumna de 22. Al día siguiente, su amigo y protector Engelbert Krebs los casó por la Iglesia católica en la capilla universitaria de la catedral de Friburgo. Los apuntes de Krebs, dos años después profesor de dogmática en la universidad de Friburgo, reflejan que fue un «matrimonio de guerra, sin órgano ni vestido de novia, sin corona ni velo, sin coches ni caballos, sin banquete ni invitados, únicamente con la bendición escrita de los padres de ambos, que no estaban presentes». Heidegger era católico y Elfride protestante. Días más tarde, el pastor Lieber, padre de la amiga de Elfride, Friedel Lieber, «les da la bendición» por parte de la Iglesia protestante en Wiesbaden, con la presencia de la madre y los familiares de Elfride, quienes participan en la fiesta.
Será un casamiento bastante embarazoso. Perdurarán unidos de por vida, pero no se guardarán fidelidad. Heidegger mantendrá muchas relaciones extramatrimoniales, soportadas por su esposa (entre ellas, con la judía Hannah Arendt, alumna suya, huida del nazismo, y autora del célebre libro «La banalidad del mal», escrito tras el juicio de Eichmann en Jerusalén). Pero Elfride custodió un secreto que revelará con el tiempo a su marido. El segundo hijo no es del filósofo sino de un antiguo novio de Elfride. Aparte la deriva de Heidegger, cuando llegue el nazismo, abrazará con oportunismo esta perversa ideología y dará de lado a Husserl y Engelbert Krebs. Catorce meses después del casamiento, escribió a este sacerdote que los casó diciéndole que ha tomado la decisión de repudiar lo que él llamó «el sistema católico».
Edith Stein no participó en la boda. Se hallaba en Breslau, su patria, aprovechando las vacaciones anteriores al semestre de verano. Llegó días después. No tenemos noticias del pensamiento íntimo de Edith en estos momentos sobre Heidegger, filósofo que un año más tarde le sucederá en el puesto de asistente de Husserl. Pero sí sabemos cómo ella calificó en 1931 la filosofía de Heidegger en conversación con el profesor Kock, docente en la facultad de filosofía de Breslau. La llamó «la filosofía de la mala conciencia».
Engelbert Krebs, por su parte, comparará en su diario íntimo los caminos contrapuestos en las vidas de Heidegger y de Edith Stein.
–¡Qué divergencia en los destinos! Edith Stein adquiere muy pronto una alta consideración en el terreno filosófico, después se hace pequeña y humilde, católica al fin, se retira a un convento de dominicas de Espira para comprometerse en un trabajo de silencio. Debutando a la inversa bajo los colores de la filosofía católica, Heidegger se hace increyente, se aleja de la Iglesia, adquiere una celebridad en la que se ve rodeado por la corporación de filósofos que hacen círculo alrededor de él.
Un día, Edith acudió a la casa de Husserl para charlar sobre un trabajo cuando se encontró en la puerta con Heidegger. Y los tres juntos dieron un paseo, charlando de cuestiones de la filosofía de la religión, que duró hasta la medianoche.
–¡Fue maravilloso! —cuenta Edith.
Discutieron sobre un libro que entonces estaba de moda, Lo Santo, de Rudolf Otto, teólogo protestante alemán y erudito en el estudio comparativo de las religiones, publicado meses antes. Otto cita en su obra a Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, místicos con los que Edith se tropezará muy pronto y llegue su conversión.
A Edith habrá de dolerle especialmente la actitud de quien, como ella, ha estado tan cerca de Husserl. Martin Heidegger ha aceptado el rectorado de la universidad de Friburgo en esos primeros momentos tan confusos de gobierno nacionalsocialista, abril de 1933, justo al mismo tiempo en que Edith enviaba su dolorida carta a Pío XI sobre la suerte que aguarda a los judíos. Heidegger se afilia al partido nazi el 1 de mayo de 1933 con el número 3-125-894. Husserl hizo este comentario:
–La conclusión más bella de esta presunta e íntima amistad filosófica fue la entrada (del todo teatral) lograda públicamente en el partido nacionalsocialista.
Si Husserl mostró abiertamente su rechazo y su ironía ante esta asunción política de su discípulo, Edith no llegó a exteriorizar sus sentimientos. Pero evidentemente hubo de sentirse herida. Quizás ya no supiera, porque se hallaba recluida en el convento como monja carmelita, la alocución de Heidegger el 1 de noviembre de 1933 a estudiantes alemanes:
Que las reglas de vuestro ser no sean ni fórmulas doctrinales ni ideas. El Führer mismo y él solo es la realidad alemana de hoy, pero es también una realidad del mañana y por tanto su ley. Aprended a saber siempre más profundamente. De ahora en adelante cada cosa requiere decisión y toda acción responsabilidad. ¡Heil Hitler!
Zonas oscuras subsisten en la actitud de Heidegger con respecto a Husserl, afirma Friedländer. Y sombras oscuras, diría yo, subsisten también con Edith si ella, tan recatada, hubiera expresado sus sentimientos más íntimos. El 14 de abril de 1933, Husserl, emérito desde hacía algún tiempo, recibió el despido del rectorado la pérdida de su despacho–, hecho que suscitó sensaciones dentro del Reich. Husserl sintió este acto como la más grande ofensa de su vida:
—Pienso que no soy el peor alemán (de viejo estilo y espesor) y mi casa es un lugar de sentimientos nacionales auténticos, que todos mis hijos han demostrado en su actividad de voluntarios en el campo de batalla y en el hospital militar durante la guerra.
Heidegger rompió todo contacto con Husserl y con los demás colegas y discípulos judíos y no hizo nada por suavizar su gran aislamiento.
A través de los libros de Victor Farías y Hugo Ott, hoy sabemos que Heidegger no fue un nazi ocasional o ingenuo, sino que fue un antisemita precoz y después un nazi hasta la conclusión de la guerra, tras la que no llegó a admitir su propia culpa ni condene el Holocausto. Cuando Husserl muera en 1938, Heidegger no acudirá al entierro. Adujo que estaba enfermo. Pero todo parece indicar que fue una excusa. Edith escribió desde el convento a Adelgundis, la monja que atendió a Husserl en sus últimos momentos, y le preguntó:
–No sé absolutamente nada del entierro. Tampoco se decía nada de ello en la esquela. ¿Cómo se ha comportado la Universidad? ¿Y cómo Heidegger?
Heidegger, ya lo hemos contado, no tuvo redaños para asistir al entierro de Husserl.

jueves, 5 de marzo de 2015

José Antonio y sor Cristina de Arteaga

Removiendo viejos papeles, me he topado con una entrevista que hice a sor Cristina de Arteaga hace ahora 45 años, febrero de 1970. Le pasé unas nueve preguntas y ella me contestó por escrito en unos folios que conservo ya amarillentos con su elegante firma al final.
Sor Cristina de Arteaga, descendiente de don Diego Hurtado de Mendoza, hija de los duques del Infantado, doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, literata, poeta e historiadora, pero por encima de todo y por la gracia de Dios, monja jerónima, fue tras la guerra civil la impulsora de la Federación de la Orden Jerónima.
Conversé con esta gran mujer no pocas veces en el locutorio del monasterio de Santa Paula de Sevilla. Y me congratulo que su causa de beatificación siga su curso, ya dentro de los muros vaticanos.
Le pregunté en la entrevista sobre la vida monacal. ¿Cuál es el amor del que habláis? ¿Qué vendéis? ¿Por qué os retiráis? En nuestro mundo de la velocidad y la eficacia no entendemos del reposo y del silencio. ¿Sois parásitas? Preguntas que ella supo responder con elegancia y hondura.
En sus años mozos tuvo un director espiritual de excepción, el jesuita P. Rubio, ya en los altares. Cuando la joven Cristina le explicó por primera vez sus ardores monásticos, el P. Rubio se caló las gafas y exclamó:
–Hija, usted sueña con un gran claustro, con una vida que no existe en el mundo.
Y Cristina le contestó:
–Pues, si no existe, lo inventaré.
Y el invento se hizo en Santa Paula de Sevilla y en los demás monasterios de la Federación jerónima, donde Cristina de Arteaga fue durante más de treinta años alma y sostén de la restauración de su Orden, tanto masculina como femenina.
Se ha hablado, y yo también lo he recogido en algún lugar, de un presunto noviazgo con José Antonio. De hecho fueron compañeros de estudios en la Universidad, pero más bien fue un amor platónico primerizo del hijo del dictador Primo de Rivera, al que ella no correspondió. Según cuenta Araceli Casans, en su libro «Tras las huellas de San Jerónimo. Vida de la Madre Cristina de Arteaga», al ser preguntada en 1981, en una entrevista de televisión, respondió que «de aquella simpática amistad y camaradería no se derivó ningún amor, al menos por su parte».
Hablando de ello José María Zabala, en su libro «La pasión de José Antonio», vino a decir de ella que fue «una excelente oradora ante la que también sucumbió Emilio Castelar, quien, tras escucharla hablar en público, dijo inspirándose en ella: El mundo está gobernado por faldas» (p. 16). Sorprendido ante semejante boutade, le envié un correo electrónico. Le decía:
–Emilio Castelar, político y gran orador de la Primera República Española, murió en 1899. Difícilmente podía oír en público a Cristina de Arteaga, que nació en 1902. Si se tratara de otro Emilio Castelar, que usted conozca, hubiera sido bueno que especificara su personalidad, porque en la historia de España, cuando se habla de Emilio Castelar, no hay otro sino el político gaditano del siglo XIX. Esta misma cita la repite usted en la página 85 de su libro. Me gustaría que me aclarara esta duda. Mi saludo cordial.
No ha tenido el gusto de responderme.
Pero yo, que soy un ratón de biblioteca, le voy a decir de dónde ha sacado tal cita y la ligereza que tienen ciertos historiadores a la hora de interpretar los datos. El 3 de enero de 1921, habló sor Cristina en el Conservatorio de Madrid, con asistencia de personalidades académicas. Este acto fue recogido por el periódico El Debate (4 enero 1921, n. 3.603), donde resume el discurso de la hija de los duques del Infantado. Habló de la intervención de la mujer en la vida pública, y dijo:
–No es que haya crecido ahora la influencia íntima de la mujer, pues, como decía Castelar, el mundo está gobernado por faldas
Cristina cita una frase del político ya fenecido. Así pues, Emilio Castelar no pudo escuchar a sor Cristina. ¿Está claro?
José María Zabala acaba de presentar este 2 de marzo pasado en la Casa del Libro de Madrid su última obra «Las últimas horas de José Antonio». No lo pienso comprar. Ya tengo bastante con su libro anterior. Pero en la reseña periodística se hace esta pregunta:
–¿Llegará a convertirse José Antonio finalmente en Siervo de Dios por la Santa Sede, igual que los llamados «mártires de Novelda», fusilados junto a él y sepultados luego en la misma fosa común del cementerio de Alicante: los falangistas Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, y los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López?
La palabra «mártir» está tomada aquí en un sentido lato. Ni estos falangistas y requetés fueron mártires en el sentido que lo significa la Iglesia. Aunque todos ellos, y José Antonio también, murieron confortados por los sacramentos y confesando su fe, no fueron fusilados el 20 de noviembre de 1936 por odium fidei (odio a la fe), sino por odio político.
Dejo al lector con unos versos de sor Cristina espigados de su producción poética, como un pequeño testamento de lo que fue su vida:
–Sin saber quién recoge / sembrad / serenos, sin prisas, / las buenas acciones, palabras, sonrisas… / Sin saber quién recoge, dejad / que se lleven las siembras las brisas… 

domingo, 1 de marzo de 2015

Muere sor Ángela de la Cruz

Ya no puede más. Le estalla el corazón, la cabeza, todo. Quiso levantarse de la mesa tras el desayuno y se desplomó. Embolia cerebral, diagnóstico del médico.
Y las Hermanas lloran en silencio presagiando un desenlace fatal.
Pero no llega. Las Hermanas que, presurosas, acuden de todas las Casas para recoger siquiera el último aliento, tienen el consuelo de hablar con la enferma. Esta sufre mucho, está paralítica del lado derecho. El 28 de julio de 1931 habló por última vez.
–He pedido al Señor que me deje un año de preparación para la muerte– dijo muy quedamente.
Y pronunció las últimas, las postreras palabras que sus Hijas recogieron como envueltas en un pañuelo limpio para que no se perdieran:
–No ser, no querer ser, pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera.
Y con voz más queda repetía de nuevo:
–No ser, no querer ser.
Después, nueve meses de silencio y sufrimiento.
Sor Ángela cosida a la Cruz.
Así hasta la madrugada del 2 de marzo de 1932. Hace de ello mañana 83 años.
A las tres menos veinte murió. Miércoles, día consagrado al bendito patriarca San José.
Su rostro se inundó de un dulce semblante y ella, inmovilizada durante meses en la dura tarima, tuvo fuerzas para levantar el cuerpo, alzar los brazos, sonreír profundamente, exhalar tres suspiros y comenzar el dulce sueño de la muerte.


Aquel miércoles, Sevilla se despertó con la noticia. «Ha muerto una santa», corrió la voz. Y una multitud ingente se dio cita en el convento desde las primeras horas. El cuerpo de Sor Ángela, bajado en procesión muy de mañana por sus Hijas, había sido colocado en la capilla sobre la tarima en que murió. Tocó la campana a la oración matutina y llegaron las novicias que, al ver el cadáver, comenzaron a llorar. No hubo lectura de meditación. No hacía falta. Aquella mañana, el cuerpo inerme de Sor Ángela, página abierta para novicias y profesas, era la única meditación.
Después... Después vino el pueblo de Sevilla, en cola interminable hasta las diez de la noche. Y al día siguiente. Y al otro. Hasta el sábado. Unas sesenta o setenta mil personas desfilaron ante el cadáver de Sor Ángela de la Cruz. Y ramos de flores. Y sollozos. Y un sinfín de rosarios y objetos piadosos pasados por su hábito.
Había una preocupación: ¿Podría ser enterrada en la capilla del convento? El Instituto poseía una real orden de 1912 que le concedía tal privilegio, pero una reciente ley de las Cortes republicanas había derogado este tipo de enterramientos. El alcalde de Sevilla, atendiendo «a las circunstancias excepcionales que concurren, dada la obra eminentemente humanitaria y caritativa que desarrolló en vida dicha religiosa y que según referencia de todas las clases sociales fue profundamente respetada y querida por los pobres de Sevilla» (no se equivocó en este diagnóstico el alcalde), movilizó sus buenos oficios ante el ministro de la Gobernación que dio resultado positivo.
Un telegrama del nuncio al cardenal de Sevilla rezaba así:
–Hechas enseguida gestiones oportunas, complázcome en comunicarle que Ministerio Gobernación ha dado órdenes para que Madre Fundadora Congregación Hermanas de la Cruz sea enterrada en la cripta de la Casa Generalicia de Sevilla. Ruego a Vuestra Eminencia reciba mi más sentido pésame por pérdida virtuosísima Fundadora. Sírvase presentarlo a todo el Instituto con la seguridad de mis plegarias. Saludos afectuosos. Nuncio Apostólico.
El Ayuntamiento republicano de Sevilla hizo más: rotuló la calle Alcázares, donde se halla la Casa Madre, con el nombre de Sor Ángela de la Cruz.
Caso único en la historia de Sevilla.
Pero así es de verdadera, y sorprendente, esta historia de Madre.
El sábado, entierro.
Los médicos habían ido vigilando el estado del cadáver día a día. En caso de corrupción, la hubieran embalsamado inmediatamente. No hizo falta. Y las Hermanas se alegraron no poco. Sor Ángela aparecía sencillamente como una flor dormida, tras varios días de su muerte.
Presidió el cardenal Ilundáin. Y allí se encontraba toda la clerecía, una representación del Ayuntamiento republicano, las élites de la ciudad, y el pueblo soberano, que llenaba los claustros y patios del convento hasta salir desbordados a la misma calle, ya de Sor Ángela de la Cruz.
Sobre el féretro de Sor Ángela, un solo ramo de claveles, los mejores claveles de Sevilla. Los trajo un obrero poco antes de que se iniciara el cortejo fúnebre.
–¡Por favor! –imploraba abriéndose paso ante todas las personalidades que rodeaban el túmulo.
–¡Por favor, que lo pongan en la caja de la Madre! No le habrán traído mejores claveles, porque mejores no los hay en Sevilla. Por haberlos comprado, me quedaré hoy sin comer; pero... ¡han sido muchos los días que ella me ha dado de comer a mí!
Y los claveles de aquel obrero anónimo irradiaron de fragancia el ambiente.
Fue el mejor tributo póstumo, la distinción más querida que podía recibir Sor Ángela de la Cruz: un ramo de flores, fruto del jornal de un obrero.