Removiendo viejos papeles,
me he topado con una entrevista que hice a sor Cristina de Arteaga hace ahora 45
años, febrero de 1970. Le pasé unas nueve preguntas y ella me contestó por
escrito en unos folios que conservo ya amarillentos con su elegante firma al
final.
Sor Cristina de Arteaga,
descendiente de don Diego Hurtado de Mendoza, hija de los duques del Infantado,
doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, literata, poeta e
historiadora, pero por encima de todo y por la gracia de Dios, monja jerónima,
fue tras la guerra civil la impulsora de la Federación de la Orden Jerónima.
Conversé con esta gran
mujer no pocas veces en el locutorio del monasterio de Santa Paula de Sevilla.
Y me congratulo que su causa de beatificación siga su curso, ya dentro de los
muros vaticanos.
Le pregunté en la
entrevista sobre la vida monacal. ¿Cuál es el amor del que habláis? ¿Qué
vendéis? ¿Por qué os retiráis? En nuestro mundo de la velocidad y la eficacia
no entendemos del reposo y del silencio. ¿Sois parásitas? Preguntas que ella
supo responder con elegancia y hondura.
En sus años mozos tuvo un
director espiritual de excepción, el jesuita P. Rubio, ya en los altares.
Cuando la joven Cristina le explicó por primera vez sus ardores monásticos, el
P. Rubio se caló las gafas y exclamó:
–Hija, usted sueña con un
gran claustro, con una vida que no existe en el mundo.
Y Cristina le contestó:
–Pues, si no existe, lo
inventaré.
Y el invento se hizo en
Santa Paula de Sevilla y en los demás monasterios de la Federación jerónima, donde
Cristina de Arteaga fue durante más de treinta años alma y sostén de la
restauración de su Orden, tanto masculina como femenina.
Se ha hablado, y yo también
lo he recogido en algún lugar, de un presunto noviazgo con José Antonio. De
hecho fueron compañeros de estudios en la Universidad, pero más bien fue un
amor platónico primerizo del hijo del dictador Primo de Rivera, al que ella no
correspondió. Según cuenta Araceli Casans, en su libro «Tras las huellas de San
Jerónimo. Vida de la Madre Cristina de Arteaga», al ser preguntada en 1981, en
una entrevista de televisión, respondió que «de aquella simpática amistad y camaradería
no se derivó ningún amor, al menos por su parte».
Hablando de ello José
María Zabala, en su libro «La pasión de José Antonio», vino a decir de ella que
fue «una excelente oradora ante la que también sucumbió Emilio Castelar, quien,
tras escucharla hablar en público, dijo inspirándose en ella: El mundo está gobernado por faldas» (p. 16).
Sorprendido ante semejante boutade, le
envié un correo electrónico. Le decía:
–Emilio Castelar, político
y gran orador de la Primera República Española, murió en 1899. Difícilmente
podía oír en público a Cristina de Arteaga, que nació en 1902. Si se tratara de
otro Emilio Castelar, que usted conozca, hubiera sido bueno que especificara su
personalidad, porque en la historia de España, cuando se habla de Emilio
Castelar, no hay otro sino el político gaditano del siglo XIX. Esta misma cita
la repite usted en la página 85 de su libro. Me gustaría que me aclarara esta
duda. Mi saludo cordial.
No ha tenido el gusto de
responderme.
Pero yo, que soy un ratón
de biblioteca, le voy a decir de dónde ha sacado tal cita y la ligereza que
tienen ciertos historiadores a la hora de interpretar los datos. El 3 de enero
de 1921, habló sor Cristina en el Conservatorio de Madrid, con asistencia de
personalidades académicas. Este acto fue recogido por el periódico El Debate (4 enero 1921, n. 3.603),
donde resume el discurso de la hija de los duques del Infantado. Habló de la
intervención de la mujer en la vida pública, y dijo:
–No es que haya crecido
ahora la influencia íntima de la mujer, pues, como decía Castelar, el mundo está gobernado por faldas…
Cristina cita una frase
del político ya fenecido. Así pues, Emilio Castelar no pudo escuchar a sor
Cristina. ¿Está claro?
José María Zabala acaba de presentar este 2
de marzo pasado en la Casa del Libro de Madrid su última obra «Las últimas
horas de José Antonio». No lo pienso comprar. Ya tengo bastante con su libro
anterior. Pero en la reseña periodística se hace esta pregunta:
–¿Llegará a convertirse
José Antonio finalmente en Siervo de Dios por la Santa Sede, igual que los
llamados «mártires de Novelda», fusilados junto a él y sepultados luego en la
misma fosa común del cementerio de Alicante: los falangistas Ezequiel Mira
Iñesta y Luis Segura Baus, y los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López
López?
La palabra «mártir» está
tomada aquí en un sentido lato. Ni estos falangistas y requetés fueron mártires
en el sentido que lo significa la Iglesia. Aunque todos ellos, y José Antonio
también, murieron confortados por los sacramentos y confesando su fe, no fueron
fusilados el 20 de noviembre de 1936 por odium
fidei (odio a la fe), sino por odio político.
Dejo al lector con unos
versos de sor Cristina espigados de su producción poética, como un pequeño
testamento de lo que fue su vida:
–Sin saber quién recoge /
sembrad / serenos, sin prisas, / las buenas acciones, palabras, sonrisas… / Sin
saber quién recoge, dejad / que se lleven las siembras las brisas…
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