miércoles, 29 de abril de 2015

Hitler, 70 años de su muerte

En Berlín, los rusos ya están en sus calles y a punto de llegar al búnker donde se halla encerrado Hitler, «como un reptil que teme la luz del día», en expresión de su secretaria Christa Schroeder.
O como un murciélago, diría yo. Su tiempo discurría más de noche que de día. Solía desayunar a las 11,30. Almorzaba hacia las cinco de la tarde y cenaba a medianoche. Después mantenía una conferencia con sus allegados que venía a durar casi hasta el alba. Un té hacia las cuatro o las cinco de la madrugada le servía para mantenerse despierto. Al final de sus días, solo su médico Morell o su ayudante Schaub y las secretarias soportaban somnolientos los monólogos inacabados de este redomado loco.


Ante aquellos muros lisos y atmósfera sepulcral del búnker y en conversaciones nocturnas, Hitler gustaba de recordar su infancia. Cuenta a Christa Schroeder:
–No quise jamás a mi padre, pero le temía tanto más por ello. Era muy irascible y me pegaba por la menor cosa. Cuando me reprendía, mi madre temblaba…
De su madre, Hitler apreciaba sus cualidades de ama de casa, pero en cambio despreciaba a sus medio-hermanas a las que llamaba «esas tontas».
Un temblor afectaba a su mano izquierda que hacía sufrir su orgullo. Cuando alguien se fijaba en ella, instintivamente la cubría con la otra mano. «No me puedo permitir caer enfermo», confesaba a su secretaria. Pero «es un hecho –cuenta ella– que, al final de su vida, Hitler no era sino una piltrafa física y mental». Estaba obsesionado con la idea de llegar a una edad avanzada. Morell, su médico, le había hablado que los elefantes llegaban a una edad muy avanzada porque comían una clase de hierba que crecía en la India. Si los tiempos hubieran sido propicios, seguro que hubiera enviado una expedición al continente indio para lograr esa hierba milagrosa. Era vegetariano y no bebía alcohol ni fumaba. A pesar de ello, ya desde noviembre de 1944 se le notaba una decrepitud física alarmante.
–Hitler no practicaba ningún deporte –cuenta Christa Schroeder–. Le daban pánico los caballos, le horrorizaba la nieve, la exposición a la luz solar le hacía daño. Sentía igualmente un gran pavor al agua. Jamás aceptó subir a una canoa. No creo que supiera nadar.
En el búnker, a Hitler se le había desatado una enfermiza glotonería por los chocolates y los pasteles. Antes, comía solo unos dos o tres pasteles; ahora solo se satisfacía con un plato entero. Cuenta su secretaria:
–En presencia de esa ruina humana que se atiborraba de pasteles, creía tener una pesadilla. Su propio aspecto se había hecho lastimoso. Su piel marchita, sus ojos turbios, sus labios finos ligeramente teñidos de azul con migajas pegadas a ellos, me inspiraban a la vez asco y piedad.
Y dejando su físico apolillado, pasemos a su psiquis. También el desmoronamiento intelectual progresaba día a día. Dice Christa Schroeder:
–Hitler fue también –y osaría decir, sobre todo– un maestro de la comedia y la hipocresía; una hipocresía tan natural que él mismo se dejaba embaucar por ella; y, a la vez, tan calculada, que inspiraba cada uno de sus gestos y sus actos… Ignoraba qué era perdonar; al contrario, su descontento iba en aumento y cebaba, contra quienes no se habían plegado a sus órdenes y a sus humores, un odio que, tarde o temprano, acababa por aflorar.
Hitler había perdido completamente el sentido de la realidad. Hasta el final de sus días, afirmaba su fe en la victoria final, convencido de que su industria armamentística descubriría un arma letal que acabaría con sus enemigos y Alemania sería reconstruida más bella que nunca. Era un loco iluso que había llegado a convencer de esa arma secreta a Mussolini, otro iluso, cuando se veía con él. Pero ya no podía convencer a los mariscales que se le acercaban.
–Que Dios me perdone –decía– los últimos quince días de esa guerra, porque serán espantosos.
Y en verdad lo eran. Las bombas rusas se oyen y trepidan en el mismo búnker. «Resistió –confiesa Christa–, enviando a la masacre a la flor de la juventud alemana. Resistió, sin pensar que, arrastraba en su caída a todo un pueblo al que había prometido una era de mil años de felicidad».
En sus últimos días, combina la apatía de un hombre consumido con sus accesos de ira. Los generales que aún le permanecen fieles esperan sus órdenes, pero Hitler no tiene ya órdenes que dar. Se siente traicionado por Goering y Himmler, que han iniciado conversaciones de paz en secreto. Solo Bormann y Goebbels le permanecen aún fieles. En la noche del 28 de abril, dictó su testamento político a su otra secretaria Traudl Junge. Nombra presidente del Reich al almirante Karl Dönitz y canciller a Goebbels. Dirá en sus últimas voluntades:
–Durante mis años de lucha creí que no debía contraer matrimonio, pero ahora mi vida toca a su fin y he decidido tomar por esposa a la mujer que vino a esta ciudad cuando ya se encontraba virtualmente sitiada, después de largos años de verdadera amistad, para unir su destino al mío. Es su deseo morir juntamente conmigo, como mi esposa. Esto compensará cuanto no pude darle por causa de mi trabajo en interés de mi pueblo.
Un funcionario municipal, llamado al búnker, ofició la ceremonia de boda de Hitler y Eva Braun. Hitler en uniforme y Eva con un vestido largo de seda negro. Un gramófono armonizaba canciones en un ambiente de alegría contenida.
El 29 de abril discurrió en tensa calma. Al búnker llegó la noticia de la muerte de Mussolini y de su amante Clara Petacci y los detalles de la ira popular en Milán. Hitler repartió ampollas de cianuro y anunció que se quitarían la vida. Para probar su eficacia, lo probó con su fiel animal Blondi, una perra alsaciana. Cayó fulminada. A las dos y media de la tarde del 30 de abril, cuando los rusos se hallaban ya a unos trecientos metros de la Cancillería, Hitler y Eva se despidieron de los oficiales que les atendían y se encerraron en su dormitorio. Diez minutos más tarde, oyeron un disparo y se precipitaron a la habitación del Führer. Se hallaba sentado en un sofá con sangre en las sienes. Eva a su lado tenía los labios contraídos por el veneno. Llevados al jardín de la Cancillería, fueron incinerados.
Hitler había dicho:
–Lo único que queda tras la vida de un hombre son sus sombras y el recuerdo que deja.
Su sombra, desgraciadamente, ha sido bien alargada y su recuerdo el de un poseso satánico.

sábado, 25 de abril de 2015

Analfabetismo religioso de los alumnos

El pasado lunes, 20 de abril, acababa de leer en ABC un reportaje firmado en Barcelona con este titular: «Profesores universitarios alertan del ‘analfabetismo religioso’ de los alumnos», y esta entradilla: «La pérdida de peso de la asignatura de Religión en la escuela causa este ‘empobrecimiento cultural’».
Minutos después, leo en el ordenador las últimas noticias. Y me aparece el alarmante suceso del niño de 13 años, que en un colegio de Barcelona ha matado a un profesor y herido a otros alumnos con una ballesta y un machete.
He asociado el reportaje y la noticia trágica por su proximidad en el tiempo y en el espacio. El reportaje está firmado por Esther Armora desde Barcelona y el suceso fatal, que más parece ocurrido en algún lugar del Oeste americano, también ha sucedido en la Ciudad Condal.
Del analfabetismo religioso se quejan especialmente los profesores de historia del arte. Y recalcan el notorio y progresivo empobrecimiento de la cultura humanística en general. «Los alumnos llegan a la universidad con unos conocimientos de cultura religiosa cada vez más mínimos, o incluso nulos», se queja María Teresa Vicens, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Barcelona.
Leo en el reportaje:
–El Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña, un órgano independiente integrado por expertos religiosos de reconocido prestigio que preside el teólogo y filósofo católico Francesc Torralba, presentó en 2014 al Gobierno catalán un informe en el que formula, entre otras cuestiones, la necesidad de que la escuela deba «combatir el analfabetismo simbólico y religioso que imposibilita la comprensión de las obras culturales... y a trabajar activamente para deshacer prejuicios».
  Hace unos treinta años, comenté algo parecido ocurrido en un liceo de París. El profesor de arte, en un examen, proyectó sobre un panel una serie de diapositivas que recogen obras de arte del Renacimiento. Y puso un cuadro de Mantegna en el que aparecía san Sebastián atado a un árbol y asaeteado. La respuesta general de los alumnos fue esta:
–Un yanqui asaeteado por los indios.
Ante tal barbaridad, el profesor se quejó en el claustro de profesores y pidió la conveniencia de restituir la asignatura de Religión. No sé si le hicieron caso. Pero poco tiempo después, en un intercambio de alumnos con un instituto de Sevilla en el que yo daba clases precisamente de Religión, vino un grupo de chavales parisinos. La profesora de historia me pidió que les enseñase la catedral. Y mostrándoles la cabeza de san Juan Bautista, maravillosa escultura de Juan de Mesa, me di cuenta de que los niños ni sabían quién era san Juan Bautista ni qué significaba aquella cabeza cortada. La profesora francesa me confesó:
–No estudian religión. No saben nada de esto.
Los alumnos sevillanos –pienso yo– tienen cierta ventaja sobre los alumnos de otras partes de España, incluida Cataluña. La Semana Santa, con sus numerosas cofradías, que representan todos los momentos de la Pasión, es una lección perceptible de Jesús, la Virgen María, los apóstoles y demás personajes de la muerte y resurrección de Jesucristo. Conocen todos los pasos, las hermandades, de dónde sale cada una… Cuando llegaba la cuaresma, era un momento oportuno para ponerles vídeos de la Semana Santa. Y hete aquí que los más golfillos eran los más atentos. Sonaban los tambores y allí estaban ellos en primera fila para decirme –a mí, que no soy precisamente un experto en ello– de qué marcha se trataba. Eran clases maravillosas para el profesor, totalmente apacibles. Resonaban los tambores y trompetas y la clase era una balsa de aceite. Igual que el flautista de Hamelín conduciendo los ratones al sonido de la música.
No sé cómo irá la cosa ahora. Hace ya unos años que estoy jubilado. Pero oigo alarmantes noticias de que por doquier estorba la asignatura de Religión. Pedro Sánchez, secretario general el PSOE, ya ha anunciado que si gobierna la suprimirá.
Pues adelante. Carguémonos de un plumazo, si no nos la hemos cargado ya, la tradición cultural de esta Europa, que trata por todos los medios de arrancar sus viejas raíces cristianas.
Y del niño que ha matado a un profesor, qué. Ese profesor, curiosamente, estaba en clase dando una lección sobre los Reyes Católicos. Parece una paradoja en esa Cataluña que también quiere romper otras raíces. Enseguida se dijo que el niño ha padecido un brote psicótico. Quizás. A mí me ha parecido una fácil explicación. Porque el mal existe y anida en el corazón del hombre, también en el niño, y el odio, y… Pero esto ni se contempla.

miércoles, 22 de abril de 2015

Genocidio armenio

El próximo 24 de abril, se celebrará la conmemoración internacional del centenario del Genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial por parte del Imperio otomano. En la noche del 23 al 24 de abril de 1915, la élite intelectual armenia de Constantinopla fue detenida –unas 250 personas en las primeras redadas–, a las que siguió el arresto y asesinato de la mayor parte de los soldados armenios enrolados en el Ejército imperial y la deportación forzosa del pueblo armenio, en marcha interminable de cientos de kilómetros, atravesando zonas desérticas, en la que murió la mayor parte víctima de la sed y el cansancio. Un verdadero exterminio de un millón y medio de personas por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio otomano, desde 1915 hasta 1923.
La República turca, sucesora del Imperio otomano, reconoce la muerte de parte de la población armenia deportada, pero niega que haya sido un genocidio. Lo atribuye a una consecuencia de la alianza de los armenios con los rusos y a las vicisitudes de la Primera Guerra Mundial.

Pero los historiadores, y entre ellos turcos también, aunque calladamente, reconocen que aquello fue una verdadera masacre y le cabe el calificativo de genocidio.
El pasado domingo 12 de abril, el papa Francisco, en la misa en la Basílica de San Pedro en conmemoración de los mártires armenios, calificó este hecho histórico como el primer genocidio del siglo XX, citando una declaración firmada por Juan Pablo II y el patriarca armenio Karekin II en 2001.
En la misma misa, su beatitud Nerses Bedros XIX Tarmouni indicó que la Iglesia armenia declarará mártires el 23 de abril a todos aquellos que aceptaron la muerte cristianamente durante las deportaciones forzadas.
La reacción turca no se hizo esperar. El ministro de Asuntos Exteriores turco escribió en un twitter:
–La posición del Papa, sea desde el punto de vista histórico que jurídico, es simplemente inaceptable.
Y en otro twitter:
–Las funciones religiosas no pueden ser un medio para favorecer el odio y la animosidad a través de argumentos no fundados.

El presidente turco Erdogan ha sido menos diplomático en sus manifestaciones:
–Condeno al Papa y quiero advertirle. Espero que no vuelva a cometer un error de ese tipo. Cuando los políticos y los religiosos asumen el trabajo de historiadores, no dicen verdades, sino estupideces.
Por su parte, Radio Vaticano informó que la embajada de Turquía ante la Santa Sede define como «inaceptable» lo que dijo el Papa en la Basílica. Francisco, citando textualmente la Declaración Común de Juan Pablo II y Karekin II, del año 2001, definió la masacre de los armenios, como «el primer genocidio del siglo XX» durante el cual se asesinó a «obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos e incluso niños y enfermos indefensos».
Ankara retiró al embajador ante la Santa Sede y convocó al nuncio apostólico en Turquía, monseñor Antonio Lucibello, a quien manifestó su decepción.
En realidad, el papa Francisco no ha dicho nada nuevo. Ya lo había expresado el 3 de junio de 2013 a una delegación guiada por el patriarca armenio-católico de Cilicia de los Armenios, Nerses Bedros XIX Tarmouni. Una de las personas al saludar al Papa le indicó que era descendiente de una de las víctimas de la masacre perpetrada por los turcos. El Papa le expresó lo que piensa sobre el caso:
–El primer genocidio del siglo XX fue el de los armenios.
Y lo declaró también en 2006, en el libro de coloquios con el rabino de Buenos Aires, Abraham Skorka. Bergoglio calificó el genocidio armenio como «el más grave crimen de la Turquía otomana contra el pueblo armenio y toda la humanidad».
El Parlamento europeo ha respaldado al Papa el miércoles 15 de abril. Todos los grupos políticos en el Parlamento Europeo en sesión plenaria han reclamado a Ankara que reconozca el genocidio armenio cometido a manos de las tropas otomanas durante la Primera Guerra Mundial. Y Ankara ha respondido acusando al Parlamento Europeo de actuar movido por «la intolerancia religiosa».
Hasta la fecha, 22 Estados han reconocido oficialmente el genocidio, entre ellos, en Europa, Bélgica, Francia, Grecia, Italia, Holanda, Polonia, Rusia, Suecia, Suiza y el Vaticano. España aún no se ha definido. El eurodiputado de Compromis, Jordi Sebastià, ha criticado, en la sesión del pasado miércoles, que «muchos» países de la UE, entre ellos España, no reconozcan el genocidio armenio. «Debería avergonzarnos», ha asegurado.
Hay otro dato curioso. El historiador británico-nigeriano David Olusoga, en el diario británico The Guardian y con el título: «Estimado papa Francisco: Namibia fue el primer genocidio del siglo XX», trata de advertirle que el genocidio armenio no fue el primero.
–Esa distinción sombría corresponde al genocidio que la Alemania imperial desató una década antes contra los herero y los namaqua, dos grupos étnicos que vivían en la antigua colonia del África Sudoccidental, en la actual Namibia.
David Olusoga es co-autor del libro El Holocausto del Kaiser: el genocidio olvidado de Alemania y las raíces coloniales del nazismo. Entre 1904 y 1909, los herero y los namaqua intentaron rebelarse contra el poder colonial de Alemania en su tierra, entonces África del Sudoeste Alemán. Pero la represalia del gobierno alemán resultó trágica: murió el 80% de la población de los herero y la mitad de los namaqua. En total, unas 90.000 personas.
Genocidios, gulags, masacres, holocaustos… Llámese como se llame, el siglo XX desgraciadamente ha sido la etapa más sangrienta de la historia.
Y suma y sigue. Lo ha dicho el papa Francisco el otro día:
–En varias ocasiones, he definido este tiempo como un tiempo de guerra, una tercera guerra mundial 'en etapas', en la cual diariamente asistimos a crímenes atroces, a masacres sangrientas y a la locura de la destrucción. Lamentablemente aún hoy escuchamos el grito, sofocado y no atendido de tantos hermanos y hermanas, indefensos, que a causa de su fe en Cristo o pertenencia étnica, son pública y atrozmente asesinados, decapitados, crucificados, quemados vivos, u obligados a abandonar sus tierras… Parece que la familia humana se niegue a aprender de sus propios errores causados por la ley del terror; y por lo tanto, todavía hoy hay quienes tratan de eliminar a su similar, con la ayuda de algunos y el silencio cómplice de otros, que permanecen espectadores. Aún no hemos aprendido que la guerra es una locura, masacre inútil.

viernes, 17 de abril de 2015

Primera comunión de Teresa de Lisieux

El tiempo de Pascua es tiempo de las Primeras Comuniones. Y se me ocurre contaros cómo fue la Primera Comunión de aquella santa llamada Teresita del Niño Jesús.
Año 1884. Teresita tiene once años. El catecismo es parecido a los conocidos entre nosotros de los padres Ripalda y Astete, con preguntas y respuestas. Su profesor será el capellán de las benedictinas, donde ella estudia, el abate Domin, un cura chapado a la antigua. A Teresita la llamará su «pequeño doctor», por las respuestas certeras que siempre ofrece. Pero hay algo en lo que Teresita no está de acuerdo. Enseña ese día el catecismo la madre San Francisco de Sales.


Decía el catecismo en la página 136:
Pregunta: ¿El bautismo es necesario para salvarse?
Respuesta: Sí, porque por el bautismo nos convertimos miembros de Jesucristo, que él sólo puede salvarnos.
P. Los niños que mueren sin bautismo, ¿se salvarán?
R. No. Ellos no verán jamás a Dios durante toda la eternidad.
Esta respuesta choca en la mente de Teresita. No concibe que vayan al limbo o al infierno los niños que mueren sin bautismo. Le parece injusto. Muy severo por parte de Dios. Y pregunta a la religiosa:
–Entonces, ¿los niños pequeñitos muertos sin el bautismo no verán nunca a Dios?
Y la madre San Francisco de Sales le responde:
–¡Jamás, jamás!
–¡Pero si no han pecado!
La monja repitió la respuesta del catecismo:
–No. Ellos no verán jamás a Dios durante toda la eternidad.
Y Teresita, con cara de tristeza, contestó:
–¡Si no ver a Dios es una desgracia¡ ¡Si la mayor alegría es ver a Dios, ellos no estarán nunca alegres!
Y con gesto de disgusto, exclamó:
–¡Vaya! ¡Pues si Dios lo puede todo, en su lugar yo me dejaría ver!
La primera comunión está fijada para el 8 de mayo en la capilla del colegio. Lo hará con otras seis alumnas de su clase. Pasados los tres meses de preparación, Teresita tuvo que entrar en el colegio como interna durante tres días para hacer un retiro preparatorio. Predicaba el retiro el abate Domin, capellán de las benedictinas. Gracias a su cuaderno de apuntes sabemos de las pláticas de este cura tremebundo.
5 de mayo, meditación de la mañana:
–El señor abate nos dijo que éramos como los servidores del Evangelio, y que al final de nuestra vida Dios nos pediría cuentas de las gracias que nos ha concedido...
2ª charla:
–El señor abate nos ha hablado de la muerte y nos ha dicho que no había manera de hacernos ilusiones, que era segurísimo que teníamos que morir, y que quizás habría alguna que no terminase el retiro.
3ª charla:
–Esta tarde la meditación fue sobre el infierno. El señor abate nos representó las torturas que se sufren en el infierno...
7 mayo, 1ª charla:
–El señor abate nos ha hablado de la primera comunión sacrílega. Nos ha dicho cosas que me han dado mucho miedo.
El domingo 4 de mayo, murió la madre Saint-Exupère, priora de las benedictinas y el abate Domin faltó a las charlas. Anota Teresita en su cuaderno:
–Durante el retiro, nos han faltado muchas charlas, porque ha muerto la señora priora y el señor abate no ha podido ocuparse mucho de nosotras.
Menos mal, digo yo. A unas niñas de diez y once años, que se están preparando para su primera comunión, sólo se le ocurre a este capellán ceporro hablarles de la muerte, del infierno y de la comunión sacrílega. Es lógico que Teresita escribiera:
–Nos ha dicho cosas que me han dado mucho miedo.
Teresita descubrirá con el tiempo que Dios es lo contrario de ese tirano sádico con que es presentado. Pero pasará un calvario hasta despojarse de esta educación jansenista que imperaba entonces en Francia.
A pesar de esos sermones cavernarios del abate Domin, Teresita guarda bellos recuerdos de los tres días en que por primera vez vivió en un internado.
Inés de Jesús, su hermana carmelita, que el mismo día iba a profesar en el Carmelo de Lisieux, escribió a Teresita:
–Sólo unas horas nos separan a las dos del Gran Día...
Y ese Gran Día llegó. El día feliz de la primera comunión. Una fiesta sin nubes....
–¡Qué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de esta jornada de cielo...!
Vuelve de la comunión, envuelta en su vestido blanco.
–¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma...! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre».
Sin embargo, unas lágrimas corren por su rostro. Las monjas y compañeras piensan que está recordando a su madre difunta.
–¡Oh, no! La ausencia de mamá no me entristecía el día de mi primera comunión: ¿el cielo estaba en mi alma y acaso no estaba mamá en él desde hacía tiempo? Siendo así, al recibir la visita de Jesús, recibía también la de mi querida madre.
¿Por qué llora en realidad?
–Cuando toda la alegría del cielo baja a un corazón, este corazón desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en lágrimas...

domingo, 12 de abril de 2015

Hélder Cámara, camino de los altares

Dom Hélder Cámara, llamado en su tiempo el «obispo de las favelas» y también el «obispo rojo» del Brasil, comenzará el próximo 3 de mayo el camino de los altares con la introducción de su causa de beatificación en la archidiócesis de Olinda y Recife, en una misa presidida por el arzobispo Fernando Saburido en la catedral de Olinda.
¡Ya era hora, digo yo, como también es hora de que se beatifique al arzobispo salvadoreño Oscar Romero, asesinado hace 35 años por un comando de extrema derecha! Se nota que con el papa Francisco emergen hacia los altares figuras de nuestro tiempo que han tenido en medios eclesiales conservadores reticencias para reconocer su santidad y el testimonio evangélico ofrecido, incluso con el martirio.







Foto de mayo de 1992.
Hélder Cámara pasaba de los 80 años.
Yo era entonces relativamente joven,
hasta tenía bastante pelo en la cabeza.
Tengo un libro suyo dedicado donde me dice: 
«Como irmão em Cristo, Carlos Ros. 
É verdade! É verdade! 
Há mil razões para viver! +Hélder Cámara».
El libro se titula: «Mil razones para vivir».


Con Hélder Cámara he tenido la alegría espiritual de conocerlo y de tratarlo cercanamente cuando vino por dos veces a Sevilla, traído por Manos Unidas. La primera, en abril de 1989, para recitar en persona la «Sinfonía de los Dos Mundos» o «Concierto de la Solidaridad» en la catedral. A sus ochenta años, bajo un pequeño cuerpo envuelto en su sotana blanca pero lleno de vitalidad, Hélder Cámara hizo la recitación de un texto creado por él con música del sacerdote suizo Pierre Kaelin. Actuó la Orquesta Bética Filarmónica de Sevilla con la Asociación Coral de Sevilla y los coros malagueños Cármina Nova y Orfeón Universitario, con voces infantiles de los Seises de la catedral, dirigidos por Pierre Kaelin.
El recitado de Hélder Cámara fue en castellano, por primera vez, estreno mundial, como se decía en el cartel anunciador, ya que había sido representado unas treinta veces en otros países, pero en francés o inglés.
Yo hice la traducción del texto original francés al español y con la ayuda del canónigo Herminio González adaptamos la letra a la música.
Comienza el recitador anunciando la audacia del Creador: «Si yo estuviera a tu lado, Señor, antes de la Creación, me gustaría ayudarte; tan humilde eres. Si cualquier duda te indujera a no crear, yo te diría: «Es verdad, Señor, la creación fuera de ti romperá tu unidad. Ella será necesariamente múltiple... finita, limitada, imperfecta. No vaciles, Señor; el valor de crear demostrará para siempre tu audacia y tu humildad». Para terminar, en esa lucha en que se debate el mundo que diferencia profundamente el Norte rico del Sur pobre, con la voz de los coros que anuncian: «Pero ¡cómo olvidar que si más negra es la noche más bella es la aurora!». Y cantan los niños: «¿Y nosotros, los niños? ¿Pensáis en los niños? Porque nos haremos grandes, el año 2000 será nuestro tiempo». La solista soprano exclama: «¡Aurora! Tras la noche, ¿verás dos mundos reunidos? ¿Un canto, una sinfonía?». Y el barítono responde: «¡Dos mundos reunidos!». Nuevamente la soprano: «¡Un canto!». Y el recitador Hélder Cámara: «¿Quién ganará, hombre, hermano mío? El Espíritu sopla en medio de la noche». Para concluir los coros en explosión final junto a la orquesta: «Una sinfonía».
Fue una noche mágica. Una catedral llena por ver recitar a un obispo que venía con la impronta de ser el obispo de los pobres. Todos querían besarle la mano, tocarle si fuera posible, cuando el acto terminó, y en volandas fue llevado por la multitud hasta el palacio arzobispal. Aunque él no residía ahí sino con los Padres Blancos de África. El día anterior, las fuerzas vivas de la ciudad –evidentemente socialistas–, buscaron encontrarse con él. Rodríguez de la Borbolla, presidente de la Junta de Andalucía, suspendió un acto importante en Madrid para recibirlo en su despacho. El presidente de la Diputación, Miguel Ángel del Pino, puso un coche oficial a su disposición. El alcalde Manuel del Valle también se entrevistó con él.
Por segunda vez, el sábado 16 de mayo de 1992, vino de nuevo a Sevilla, traído también por Manos Unidas, y presidió una misa con los sacerdotes en el Palacio Municipal de Deportes, con una declaración final sobre el Hambre en el Mundo, escrita por Hélder Cámara.
 Curiosamente, al día siguiente, domingo 17 de mayo, Juan Pablo II beatificaba en Roma a monseñor Escrivá de Balaguer. El aquel tiempo hubiera sido impensable una beatificación tipo Óscar Romero o Hélder Cámara. Pero los tiempos han cambiado. Y a mí me place contar la nueva sensibilidad de la Iglesia. Y de paso, sentirme feliz de haber convivido durante unos días en dos momentos de mi vida con un hombre verdaderamente santo.
Incluso hubo voces que se levantaron para ofrecerle el premio Nobel de la Paz. Pero era un obispo católico y a los obispos católicos no suele darse estos premios. Pero él se sentía orgulloso de haber conseguido en 1974 el Premio Popular de la Paz de Oslo. Murió en agosto de 1999, a los 90 años de edad.

miércoles, 8 de abril de 2015

Camilo Maccise, un carmelita incómodo

Conocí a Camilo Maccise en Sevilla. Vino a dar unos ejercicios espirituales a un convento de monjas y yo estaba a punto de acabar mi libro «María de San José, la hija predilecta de Teresa de Jesús», primera priora de las Teresas en 1575. Propuse a Maccise la presentación del libro, que tendría lugar el 18 de noviembre de 2008 en la iglesia de las Teresas, y aceptó gustoso. Me di así el placer de tener de presentador a un antiguo prepósito general de la Orden del Carmen Descalzo, un fraile profético y espiritual con el que trabé amistad, viéndonos alguna otra vez en Ávila y en Alba de Tormes. Poco después, a este mexicano de origen libanés le pilló un cáncer de colon y murió en México el 16 de marzo de 2012, a los 75 años de edad.

Ahora, a los tres años de su muerte, acaba de aparecer en México un libro póstumo con las memorias que dejó escritas. Se titula: «En el invierno eclesial. Memorias de un carmelita profeta», que será presentado el próximo 22 de abril en el Centro Libanés de la Ciudad de México.
He leído con satisfacción este libro, que he podido adquirir en su edición digital, ya que México me pilla un poco lejos. Y he disfrutado con su lectura, sabrosa toda ella, los relatos de un hombre profético que vivió en la Roma de la segunda mitad del siglo pasado, como estudiante, como profesor, como prepósito general de la Orden de los Carmelitas Descalzos durante dos sexenios (1991-2003) y como presidente de la Unión de Superiores Religiosos (1994-2001). Un período especialmente sensible en la historia reciente de la Iglesia.
Confiesa Maccise que las relaciones entre su Orden y la Curia vaticana fueron tensas en aquel entonces y puedo decir que muchas de esas tensiones aparecen en este libro, que los editores han querido titular como «Invierno eclesial».
Ya decía él:
–No le temo a Pedro, sino a los secretarios de Pedro.
Es decir, no temía al Papa, temía a los cardenales del Vaticano.
Para descalificarlo le tachaban de marxista, y repetían hasta la saciedad de que era latinoamericano y de la corriente de la Teología de la Liberación, que no hacía oración y no amaba la vida contemplativa. Cuando lo eligieron por primera vez prepósito general de los carmelitas, obtuvo 44 votos de 87 delegados. Los otros fueron para su opositor, que representaba a los conservadores. Dos provinciales húngaros, que habían podido salir de su país y participaron en la votación, estaban atónitos al oír que Maccise era comunista.
–¡Si nosotros venimos huyendo del comunismo! –decían.
Como no estaban seguros de la verdad de tales acusaciones, dividieron su voto: uno votó al conservador, el otro a Maccise.
En el segundo sexenio, Maccise renovaría su cargo de prepósito general de los carmelitas con el 90 por ciento de los votos.
Fue célebre su artículo «La violencia en la Iglesia», donde denunciaba tres formas de violencia del aparato eclesial: el centralismo, el autoritarismo y el dogmatismo. El cardenal colombiano López Trujillo, que presidía en Roma el Pontificio Consejo para la Familia, lo tenía en su punto de mira. El santo cardenal argentino Eduardo Pironio advirtió a Maccise:
–Sé que te persigue López Trujillo. Hermano, prepárate porque hasta que se muera o tú te mueras no te va a dejar en paz.
A pesar de esas tensiones, que él trata con toda libertad en el libro, quiere dejar asentado que su relación personal con Juan Pablo II fue cordial.
–Puedo decir que mis relaciones con el papa Juan Pablo II, a pesar de los prejuicios contra la Orden y contra mí, que ciertamente le habían presentado como realidades, fueron siempre cordiales. Además de dos cenas y una comida con él, con ocasión de los sínodos en que participé, lo traté con motivo de diversas beatificaciones y canonizaciones de miembros de la Orden y en audiencias con mis consejeros generales en los dos sexenios. Siempre encontré en él acogida paterna.
En la comida de superiores generales con Juan Pablo II con motivo del Sínodo de Vida Consagrada, se coló también el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Maccise nos ofrece una sabrosa descripción de esa comida en la que Maciel quiso tomar protagonismo, ponderando los éxitos de sus seminarios repletos de seminaristas legionarios.
Pero referiré solamente el diálogo que sostuvo con Maccise al tocarle su turno. El Papa le dijo:
–A los carmelitas los conozco bien. Yo quise ser carmelita, pero mi obispo no me dejó.
Maccise le contestó:
–Santo Padre, la Orden lo perdió, pero la Iglesia lo ganó.
Dirigiéndose a todos los comensales, Juan Pablo II dijo:
–Yo hice mi tesis de doctorado en teología sobre san Juan de la Cruz.
Y Maccise añadió:
–Me han dicho que el gran especialista de entonces, el padre Gabriel de Santa María Magdalena, carmelita profesor de nuestro Colegio Teológico Internacional, no quiso ayudarle.
–Sí, es verdad –respondió el Papa.
Y Maccise continuó:
–Si hubiera sabido que usted llegaría a Papa, otra habría sido su actitud.
–Por eso –comentó Juan Pablo II– hay que ser prudentes. Uno no sabe lo que vendrá después. El padre Pío de Pietralcina fue prudente, me recibió. El padre Gabriel no fue prudente, no me recibió.

jueves, 2 de abril de 2015

Viernes Santo

El 31 de marzo de 1999, Miércoles Santo, L’Osservatore Romano, diario oficioso del Vaticano, recogía en su primera página una expresión herética de boca de Madre Teresa de Calcuta. Aludía ella a la guerra de Yugoslavia y decía:
–Hay que orar a Dios Padre, cuya muerte y resurrección celebramos.
Semejante incorrección –llamémosla así–, hay que achacarla a que la santa monja no haya sido precisamente una teóloga consumada. Porque lo que en el Viernes Santo se celebra no es la muerte de Dios Padre, sino la muerte de Dios Hijo en su humanidad.
Es el Viernes Santo el día segundo del Triduo Pascual, día en que Dios Padre calla y deja a su Hijo ir a consumar el camino que había anunciado a sus discípulos:
–El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará (Mc 9,31).
La Cruz… la Muerte… solo un tránsito hacia la Gloria.

  
El Cristo de la Expiración, conocido popularmente como El Cachorro, 
un Cristo en agonía de la Semana Santa sevillana 
por el Puente de Triana en la tarde del Viernes Santo.

Numerosas son las antífonas y los himnos que desde la más remota antigüedad de la Iglesia unen indisolublemente la Pasión a la Resurrección.
En la celebración del Viernes Santo, en el momento de la adoración de la Cruz, se pueden oír o cantar antífonas como esta:
–Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.
O esta otra:
–¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!
O cantos como este:
–¡Victoria, tu reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás!
En este Triduo Pascual, que conmemora el itinerario final de Jesús en esta vida terrena, el Viernes Santo no deja de ser un trago amargo. Jesús llegó a sudar sangre ante la aceptación de lo que le llegaba. ¿Sintió miedo? Sintió estremecimiento y temblor en todo su ser en el Huerto de los Olivos, pero «no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y ante Dios Padre, aceptó la muerte y muerte de cruz, la muerte de los ajusticiados. Muerte crudelísima que ha sido edulcorada en tantos Cristos, góticos o barrocos, ante el horror de representar el sufrimiento agónico de la cruz en toda su cruda realidad.
Me pregunto si los santos, esos hombres y mujeres que más se han identificado con el Señor y se nos ha puesto de modelo, han sentido igualmente ese miedo a la muerte, esa agonía, ese temblor.
Pienso que los santos han llegado a la muerte de todas las formas imaginables.
De Teresa de Jesús, figura extraordinaria que ahora está en el candelero por el centenario de su nacimiento, cuenta Julián de Ávila –capellán perpetuo del monasterio de San José, primero que fundó la Santa– que murió en sosiego y quietud.
–Se echó de un lado, a la manera que pintan a la Magdalena, con un crucifijo en la mano (que tuvo siempre en la mano hasta que le quitaron para enterrarla), el rostro encendido, con grandísimo sosiego y quietud se quedó absorta toda en Dios, y enajenada con la novedad de lo que se le comenzaba a descubrir, y alegre con la posesión que casi comenzaba ya a gozar, de lo que tenía deseado. Estuvo de esta manera sin mover pie ni mano por espacio de catorce horas, que fue hasta las nueve de la noche de aquel mismo día.
Tengo un libro donde se vienen a recoger las últimas palabras de los santos. Me parece muy interesante, porque es como atesorar sus testamentos espirituales. Por ejemplo, de santa Teresa de Jesús se recoge esa frase que repitió muchas veces:
–En fin, Señor, soy hija de la Iglesia.
Muertes distintas las de los santos, unas con dolor, otras en sosiego. Unas acompañadas, otras en soledad. Pero todas, muertes arrostradas con ese deseo tan esperado de llegar a la luz, al abrazo definitivo de Dios.
Francisco de Asís hablaba de la Hermana muerte: «Loado sea mi Señor, por la hermana muerte...». Fray Elías le reprendió porque cantaba en los últimos momentos.
–Debería más bien pensar en la muerte –le decía.
Pero eso es lo que estaba haciendo el santo de Asís y por eso cantaba.
Como cantaron el Veni Creator Spiritu aquellas carmelitas de Compiègne subiendo al cadalso durante la Revolución Francesa y que vivamente recreó Bernanos en su «Diálogo de carmelitas».
Muertes dolorosas, como la de Bernadette Soubirous, la santita de Lourdes, o Catalina de Siena, que vivió la convulsa historia del Cisma de Occidente y ofreció su vida en holocausto.
Muerte normal, como la del querido papa Pablo VI. El día antes de fallecer, pidió a su secretario que le leyera el libro de Jean Guitton Pequeño Catecismo.
O muerte serena, como la de Isabel de Hungría, que murió a los 24 años cuidando leprosos. Cuando el obispo Conrado le preguntó cómo quería disponer de sus bienes, Isabel contestó:
–Nada tengo sino este hábito franciscano que visto y con el que quiero ser enterrada.
La lista sería interminable. Todos ellos, en las más diversas circunstancias –y espero que también nosotros cuando la vida eterna nos llame–, sintieron en lo más profundo de su ser lo que canta ese Himno del Viernes Santo:
Mirad de par en par el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero.