miércoles, 8 de abril de 2015

Camilo Maccise, un carmelita incómodo

Conocí a Camilo Maccise en Sevilla. Vino a dar unos ejercicios espirituales a un convento de monjas y yo estaba a punto de acabar mi libro «María de San José, la hija predilecta de Teresa de Jesús», primera priora de las Teresas en 1575. Propuse a Maccise la presentación del libro, que tendría lugar el 18 de noviembre de 2008 en la iglesia de las Teresas, y aceptó gustoso. Me di así el placer de tener de presentador a un antiguo prepósito general de la Orden del Carmen Descalzo, un fraile profético y espiritual con el que trabé amistad, viéndonos alguna otra vez en Ávila y en Alba de Tormes. Poco después, a este mexicano de origen libanés le pilló un cáncer de colon y murió en México el 16 de marzo de 2012, a los 75 años de edad.

Ahora, a los tres años de su muerte, acaba de aparecer en México un libro póstumo con las memorias que dejó escritas. Se titula: «En el invierno eclesial. Memorias de un carmelita profeta», que será presentado el próximo 22 de abril en el Centro Libanés de la Ciudad de México.
He leído con satisfacción este libro, que he podido adquirir en su edición digital, ya que México me pilla un poco lejos. Y he disfrutado con su lectura, sabrosa toda ella, los relatos de un hombre profético que vivió en la Roma de la segunda mitad del siglo pasado, como estudiante, como profesor, como prepósito general de la Orden de los Carmelitas Descalzos durante dos sexenios (1991-2003) y como presidente de la Unión de Superiores Religiosos (1994-2001). Un período especialmente sensible en la historia reciente de la Iglesia.
Confiesa Maccise que las relaciones entre su Orden y la Curia vaticana fueron tensas en aquel entonces y puedo decir que muchas de esas tensiones aparecen en este libro, que los editores han querido titular como «Invierno eclesial».
Ya decía él:
–No le temo a Pedro, sino a los secretarios de Pedro.
Es decir, no temía al Papa, temía a los cardenales del Vaticano.
Para descalificarlo le tachaban de marxista, y repetían hasta la saciedad de que era latinoamericano y de la corriente de la Teología de la Liberación, que no hacía oración y no amaba la vida contemplativa. Cuando lo eligieron por primera vez prepósito general de los carmelitas, obtuvo 44 votos de 87 delegados. Los otros fueron para su opositor, que representaba a los conservadores. Dos provinciales húngaros, que habían podido salir de su país y participaron en la votación, estaban atónitos al oír que Maccise era comunista.
–¡Si nosotros venimos huyendo del comunismo! –decían.
Como no estaban seguros de la verdad de tales acusaciones, dividieron su voto: uno votó al conservador, el otro a Maccise.
En el segundo sexenio, Maccise renovaría su cargo de prepósito general de los carmelitas con el 90 por ciento de los votos.
Fue célebre su artículo «La violencia en la Iglesia», donde denunciaba tres formas de violencia del aparato eclesial: el centralismo, el autoritarismo y el dogmatismo. El cardenal colombiano López Trujillo, que presidía en Roma el Pontificio Consejo para la Familia, lo tenía en su punto de mira. El santo cardenal argentino Eduardo Pironio advirtió a Maccise:
–Sé que te persigue López Trujillo. Hermano, prepárate porque hasta que se muera o tú te mueras no te va a dejar en paz.
A pesar de esas tensiones, que él trata con toda libertad en el libro, quiere dejar asentado que su relación personal con Juan Pablo II fue cordial.
–Puedo decir que mis relaciones con el papa Juan Pablo II, a pesar de los prejuicios contra la Orden y contra mí, que ciertamente le habían presentado como realidades, fueron siempre cordiales. Además de dos cenas y una comida con él, con ocasión de los sínodos en que participé, lo traté con motivo de diversas beatificaciones y canonizaciones de miembros de la Orden y en audiencias con mis consejeros generales en los dos sexenios. Siempre encontré en él acogida paterna.
En la comida de superiores generales con Juan Pablo II con motivo del Sínodo de Vida Consagrada, se coló también el padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Maccise nos ofrece una sabrosa descripción de esa comida en la que Maciel quiso tomar protagonismo, ponderando los éxitos de sus seminarios repletos de seminaristas legionarios.
Pero referiré solamente el diálogo que sostuvo con Maccise al tocarle su turno. El Papa le dijo:
–A los carmelitas los conozco bien. Yo quise ser carmelita, pero mi obispo no me dejó.
Maccise le contestó:
–Santo Padre, la Orden lo perdió, pero la Iglesia lo ganó.
Dirigiéndose a todos los comensales, Juan Pablo II dijo:
–Yo hice mi tesis de doctorado en teología sobre san Juan de la Cruz.
Y Maccise añadió:
–Me han dicho que el gran especialista de entonces, el padre Gabriel de Santa María Magdalena, carmelita profesor de nuestro Colegio Teológico Internacional, no quiso ayudarle.
–Sí, es verdad –respondió el Papa.
Y Maccise continuó:
–Si hubiera sabido que usted llegaría a Papa, otra habría sido su actitud.
–Por eso –comentó Juan Pablo II– hay que ser prudentes. Uno no sabe lo que vendrá después. El padre Pío de Pietralcina fue prudente, me recibió. El padre Gabriel no fue prudente, no me recibió.

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