domingo, 30 de agosto de 2015

San Ramón Nonato, protector de las parturientas

He aquí un santo que goza de gran devoción popular, pregonado por el pueblo como muy milagrero. Nacido en Portell (Lérida) a finales del siglo XII, se llamaba Ramón Salón Surrons o Solanis, pero se le conoce con el sobrenombre de Nonato (no nacido), por el peculiar modo de su nacimiento. Su madre murió en el parto y él fue extraído del seno materno por intervención quirúrgica. De ahí le viene su protección especial de las parturientas y también de las matronas y comadronas.
Se cuenta que quien encontró a la madre muerta y sacó al niño de su vientre con un cuchillo de monte fue Guillén Folch, vizconde de Cardona, que se hallaba cazando por aquellos parajes. Apadrinado por su salvador, tal vez de ahí le venga el nombre de Ramón, tan usual en la estirpe de la familia Folch. Los herederos del vizconde, Ramón V y Ramón VI, se llamaron como el santo, y lo trataron en vida íntimamente.


Los padres de Ramón Nonato eran humildes, o tal vez nobles, pero venidos a menos. El santo dedicó su juventud al pastoreo y se dice que, mientras el ganado pacía, Ramón se pasaba las horas del día en rezos en una ermita cercana dedicada a san Nicolás. El ganado no se distraía por descuido de su gañán: un ángel del Señor cuidaba de las ovejas mientras el joven Nonato dirigía sus súplicas a una bonita imagen de la Virgen que había en la ermita.
Fue ella, la Virgen, según cuenta la tradición, la que le impulsó a ingresar en la orden de la Merced, que había comenzado a dar sus primeros pasos en Barcelona. Vencida la resistencia de su padre y con ayuda del vizconde, Nonato se dirigió a la Ciudad Condal y se presentó a la Orden mercedaria que moraba en sus inicios en el mismo palacio de Jaime I.
En una España ocupada en buena parte por los moros, surge la necesidad imperiosa de redimir a los cautivos. Nace así en Barcelona la Orden de la Merced. Se dice que a su fundador, san Pedro Nolasco, la noche del 1 al 2 de agosto de 1218 se le apareció la Virgen y le pidió la fundación de una orden que redimiera cautivos. Con la ayuda de san Raimundo de Peñafort, que fue su confesor, y la del rey Jaime I el Conquistador, del que Pedro Nolasco había sido su preceptor, llevó adelante la empresa. En un principio, la Orden recibió diversos nombres: Orden de la limosna de los cautivos, Orden de Santa Eulalia, Orden de Santa María de la Merced o Misericordia de los cautivos. Prevaleció el de la Merced, por imposición de la curia romana. En un principio concebida como orden militar (mitad caballeresca, mitad religiosa), pasó posteriormente a incluirse entre las órdenes mendicantes. Durante los siete generalatos primeros, la Orden mercedaria fue regida por caballeros laicos. Pero los clérigos comenzaron a ser mayoría y a partir de 1317 ocuparon los cargos principales.
A Ramón Nonato le tocó vivir los orígenes de esta orden redentora, participando muy cercanamente con el fundador Pedro Nolasco, que lo estimó profundamente. Y se convirtió en uno de los más activos en la redención de cautivos. Realizó una redención al reino moro de Valencia en 1224, acompañando a fray Guillén de Bas, y otra a Argel en 1226, en compañía de Pedro Nolasco. Ordenado de sacerdote, volvió a nuevas redenciones a África, acompañado ya por fray Serapio, entrañable amigo de Nonato, con quien compartió sufrimientos y cautividad.
Fray Serapio había nacido en Londres en 1178. Era por tanto mayor que Nonato. Siendo joven, acompañó a su padre a Palestina para guerrear contra los infieles y después de no pocas aventuras y peripecias, llegó a Barcelona e ingresó en la orden mercedaria. Participó en la conquista de Mallorca (1230) y pasó a Argel, donde tuvo varias redenciones. Cautivo de los moros, sufrió martirio el 14 de noviembre de 1240.
Con fray Serapio, desembarcó Ramón Nonato en Argel en 1229, donde a punto estuvieron de perder la vida, y en Bugía en 1232. Pero será la redención de 1236 a Argel la más conocida y celebrada por los historiadores y devotos del santo. Cuando los fondos enviados por la Orden no dieron más de sí, el mismo Nonato se ofreció en cautividad en rescate de algunos prisioneros cristianos que vacilaban en su fe.
Su vida corrió serio peligro porque el santo resultaba un cautivo incómodo. Sus prédicas no sólo mantenían la fe viva de los cristianos reclusos, sino que movían el corazón de los guardianes bereberes. La forma de callarlo fue tan gráfica como cruel. Le hicieron dos agujeros en los labios y se lo sellaron con un candado, que sólo se lo quitaban para darle de comer. Pero se cuenta que ni aun así su prédica cesaba. Hasta que le llegó el rescate enviado por san Pedro Nolasco.
Ramón pudo salir por fin de aquel infierno del que había librado a tantos en sus varias redenciones. Cuando llegó a Barcelona, fue recibido triunfalmente, pero él, lleno de humildad, fue a refugiarse en el sagrario, siendo la Eucaristía el sustento de su vida junto al amor a la Virgen María.
Su fama llegó a Roma y el papa Gregorio IX —gran amigo de Francisco de Asís, a quien canonizó en 1229—, lo creó cardenal con el título de san Eustaquio. Era el año 1239. Cuando al año siguiente Ramón Nonato se dirigía a Roma para recibir el capelo, pasó por el castillo de Cardona para despedirse del vizconde Ramón VI, del que era confesor. Y en Cardona le vino la muerte, en el verano de 1240. Se cuenta que, al sentirse morir, pidió el viático y no había nadie que le pudiera sacramentar. El mismo Jesucristo se acercó a él, en medio de un cortejo de ángeles, y le dio la comunión.
Y llegó entonces la discusión. ¿Dónde enterrar un cuerpo tan venerable? El vizconde deseaba que quedara sepultado en el castillo de Cardona, donde había muerto; los mercedarios luchaban por llevárselo consigo. La decisión final —cosas de la Edad Media— quedó al arbitrio de una mula ciega. Montaron sobre ella el ataúd con el cuerpo del santo y dejaron que la acémila decidiera el camino. El animal pateó aquellos montes y no paró hasta quedar exhausta... ante la ermita de San Nicolás, de Portell, donde Ramón solía rezar en sus años jóvenes de pastor. Y allí han sido venerados secularmente los restos de san Ramón Nonato, hasta su desaparición en el año 1936 con el estallido de la guerra civil. Portell ha sido lugar de peregrinación durante siglos y testigo de los numerosos milagros y favores que el santo ha tenido para con sus devotos.
San Román Nonato, llamado en su juventud el «hijo de María», por su grande amor a la Virgen, y mártir de la caridad por su dedicación redentora hasta sufrir castigos atroces, pertenece también al núcleo de santos enamorados perdidamente del Santísimo Sacramento. Así aparece representado en todas sus imágenes: vestido de cardenal con la custodia en una mano y la palma del martirio en la otra. Su fiesta se celebra el 31 de agosto. Urbano VIII, en 1626, extendió a toda la Iglesia el culto que se le tributaba en Cataluña y en la orden mercedaria. A él han acudido en otras épocas cuando arreciaba una epidemia, pero su singular protección la han sentido las parturientas, especialmente mediante el agua bendita y la candela llamada de San Ramón, en memoria de haber venido a la luz, es decir, a este mundo, de forma tan prodigiosa.

sábado, 22 de agosto de 2015

Amigo Muñoz Seca, quede usted con Dios

Por asociación de ideas he llegado a Pedro Muñoz Seca, escritor y autor de teatro español de la primera mitad del siglo XX, con el que me reí tiempo ido con su célebre comedia «La venganza de Don Mendo», estrenada en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1918. He conocido recientemente a la Madre Victoria Lasaleta, religiosa irlandesa, simpática jerezana, que me recordó a un pariente cura suyo que fue párroco de mi pueblo en mi niñez, llamado don Manuel Lasaleta y Muñoz Seca, sobrino carnal a su vez del escritor, tan gracioso y simpático como su tío.
Pues hablemos del escritor, que con estas calores de verano bien merecéis un descanso y una sonrisa.


Pedro Muñoz Seca, nacido en El Puerto de Santa María en 1879, se fue de joven a conquistar Madrid, logrando estrenar multitud de comedias a cual más graciosa.
Contaré tan solo alguna que otra anécdota suya. Iba todas las mañanas al Café de Levante y tomaba su café con tostada mientras leía el ABC. Un día, una mujer le pidió una limosna y Muñoz Seca le dio la tostada y el ABC, para que lo revendiera. Y así todos los días. Pero ocurrió que la mujer desapareció y le llegaron poco después dos mujeres que le dijeron que había muerto y que había dejado testamento. El escritor preguntó:
–¿Tenía fortuna?
Una de ellas contestó:
–No, señor; pero a esta le ha dejado el ABC y a mí la tostada.
La siguiente anécdota es mejor. Se la contó al Caballero Audaz, seudónimo del periodista José María Carretero, que trabajaba por aquellos tiempos en el Heraldo de Madrid y en Nuevo Mundo.
El periodista le pregunta:
–¿Es usted feliz?
–¡Hombre, ya lo creo! Viven mis padres, he tenido diez hermanos y viven los diez, y son dichosos; mis hijos gozan de buena salud y son guapos. Mi mujer es un ideal de compañera; gano dinero y oigo aplausos. ¿Qué más puedo pedir?...
–Pero tendrá usted muchos enemigos, ¿no?
–Ya lo creo; como usted y como todo aquel que se destaca. A propósito: le voy a contar a usted una cosa graciosísima que me ocurrió en una visita de pésame.
Y prosiguió:
–Había muerto la tía de una compañera de colegio de mi mujer; esta compañera estaba casada con un marino, que yo no conocía… y nos plantamos en casa de los doloridos mi mujer, un cuñado mío, que es muy distraído, y yo. Al entrar, la criada se llevó a mi mujer a la sala, y a mi cuñado y a mí nos mandó al comedor con los caballeros. Allí encontramos al señor de la casa rodeado de amigos. Mi cuñado me presentó al marino de esta manera: «Mi hermano político». Y no dijo mi apellido… Se generalizó la conversación entre aquellos señores serios. Hablaban de incendios. Yo, por meter baza en la conversación, exclamé: –«Para incendio espantoso, el de la Comedia». Entonces, el señor de la casa con voz de trueno: –«¡Lástima no volviera a arder con Muñoz Seca dentro!» –«Verdad –dijeron tres o cuatro–. Y dirigiéndose a mí uno de ellos, me preguntó: –«¿Usted se ha reído alguna vez con esas gansadas?» «Hombre, yo…; pues, verá usted…» Sin dejarme terminar, exclamó: «¡Nada, no me diga usted que sí!» Pero lo gordo, lo verdaderamente gordo, fue que un caballero que tiene alta graduación en la Armada, se arrancó diciendo: «Ese Muñoz Seca es un animal. Yo le conozco». –«Y yo también –añade el señor de la casa–. Está casado con una compañera de mi mujer». Y al decir esto miró a mi cuñado, que estaba pálido como la cera y se quedó, a su vez, del color del azufre. El hombre se hizo cargo en aquel momento de que estaba metiendo la pata hasta el corvejón, y con un achaque hizo mutis, tropezando con el mobiliario. Siguieron insultándome. El uno me fusilaría; el otro se había cansado de patear mis obras, y en esto, una criada asomó la cabeza, diciendo: –«La señora de Muñoz Seca, que se marcha». Cayó como una bomba. Yo, muy tranquilo, me levanté, me tiré de los puños, miré a todos, que se habían quedado aterrados, con las bocas abiertas, y después de dirigirles una de mis mejores sonrisas, le tendí la mano a mi cuñado, que también se había puesto de pie, y le dije: –«Amigo Muñoz Seca, quede usted con Dios. Siento mucho el mal rato que le han hecho pasar esto señores. Buenas tardes, señores». Y me fui. Y aquí empezó lo gracioso. Todos aquellos señores rodearon a mi cuñado y quisieron darle la mayor cantidad de explicaciones.
Muñoz Seca acabó su vida trágicamente. Al estallar la guerra del 36, lo pillaron en Barcelona y lo trasladaron a la Cárcel Modelo de Madrid. En noviembre, cercado Madrid, trasladaron a un centenar de presos camino de Valencia. Pero no llegaron muy lejos. En Paracuellos del Jarama los fusilaron a todos el 28 de noviembre de 1936. De ello creo que sabía bastante Santiago Carrillo.
Muñoz Seca había dicho a los milicianos que le arrestaron:
–Podréis quitarme la cartera, podréis quitarme las monedas que llevo encima, podréis quitarme el reloj de mi muñeca y las llaves que llevo en el bolsillo, podéis quitarme hasta la vida; sólo hay una cosa que no podréis quitarme, por mucho empeño que pongáis: el miedo que tengo.
Pero ya ante el pelotón, dijo a sus asesinos:
–Me equivoqué al ingresar en la prisión de Madrid y deciros lo que os dije; sois tan hábiles que me habéis quitado hasta el miedo.
Genio y figura hasta la sepultura.
Un ejemplo más de la otra Memoria histórica que no está contemplada en la Ley de Memoria histórica de Zapatero. Dicen que su nombre está también en la lista de calles de Madrid a borrar por esa abuelita que rige como alcaldesa los destinos de la capital de España.
Pero si tenéis tiempo y ganas de reíros, leed «La venganza de Don Mendo», un alivio en medio de estas calores.

domingo, 16 de agosto de 2015

Un ladrón «muy devoto»

El 16 de agosto de 1810 se puede leer en el libro de actas del cabildo catedral de Sevilla: «Los cuadros que se llevó el Mariscal Soult son: La Natividad de la Virgen (llamado La Noche de Murillo), La Muerte de Abel, El descenso de la Virgen (también de Murillo) y otros dos de San Pedro y de San Pablo».
No se dice aquí que por el mismo procedimiento se llevó la famosa Concepción de Murillo, de la iglesia de los Venerables. Y El Descendimiento de Pedro de Campaña, de la parroquia de Santa Cruz, hoy en la sacristía mayor de la catedral, se hallaba almacenado en el Alcázar dispuesto a su traslado a Francia. Se salvó este maravilloso cuadro, que entusiasmaba a Murillo, por la precipitada huida de los franceses, cuando en 1812 tuvieron que salir de estampida de Sevilla. Al mariscal Soult habría que calificarlo, por su devoción a los cuadros religiosos, como un ladrón «muy devoto».


 Pero basta repasar las actas capitulares del cabildo catedral para intuir la insaciable ansia de dinero y de toda suerte de rapiña del duque de Dalmacia, gobernador y general jefe del ejército francés en Andalucía. El palacio arzobispal le sirvió de morada, donde ofrecía fiestas en su patio hasta hacer correr el vino por los surtidores de las fuentes.
Se lee en el acta del 17 de mayo: «El Mariscal Soult pide los bancos de la festividad del Corpus para el baile que prepara en su palacio para el día 15, en celebridad del cumpleaños del Emperador y de los días de la Emperatriz». Con largo tiempo prepara el mariscal Soult la fiesta. El Corpus aún no se ha celebrado y la onomástica de Napoleón es el 15 de agosto, lástima, el mismo día de la Asunción, festividad de la Virgen de los Reyes. Y le dieron los bancos. El canónigo Bucareli, comentando este hecho años después con el deán Miranda, refugiado en Cádiz durante la ocupación francesa de la ciudad, le dijo:
–Si su señoría hubiese visto los mostachos de Mr. Mayer, que vino por los bancos, habría hecho lo que nosotros: llorar, refunfuñar y... laiser faire.
Y añadió:
–Pues no es eso todo, señor deán. La bacanal estuvo suntuosa. ¡Lástima que no hubiese usted podido ver, en el jardincito de Palacio, la ingeniosa perspectiva del templo de Himeneo y unas bellísimas pirámides con estrofas de nuestros primeros poetas líricos alusivos a los goces del amor!
Meses antes, durante la estancia del rey José Napoleón en Sevilla, se habían pedido otros enseres a la catedral para adornos de la fiesta que ofreció el rey. Se lee en el acta del 13 de marzo: «El Gobierno pide al Cabildo un buen dosel, algunas arañas, blandones y alfombras, etc., con el fin de decorar el salón para la fiesta en los próximos días del rey José. Y se dio todo, menos las arañas, que no las hay en la Santa Iglesia».
Y sigue la petición de más dinero: «15 junio: El Gobierno pide otra vez dinero. Item: se acuerda reducir los gastos de culto: ha habido que vender muchas fincas para salir de compromisos». «22 de junio: El Mariscal Soult quiere cuadros, y avisa que hoy vendrá por cinco, entre ellos La Noche de Murillo». «2 de julio: Piden un millón más para el ejército...»
El expolio artístico durante la ocupación francesa fue tan manifiesto como criminal. Por eso duele leer este pasaje del acta capitular: «31 de diciembre: El Cabildo, sabiendo que Soult deseaba también el excelente cuadro de Santa Marta, que estaba en el Hospital de su nombre, se lo regala al Mariscal en prueba de su adhesión».
¡Tiene narices la cosa! ¡Al expoliador mayor de los tesoros de Sevilla se le regala un excelente cuadro en prueba de adhesión! Se llamaba tan nefasto personaje Nicolás Juan de Dios Soult, nacido en Saint-Amans-la-Bastide, en 1769 y muerto en el castillo de Soultberg (Tarn) en 1851.
Al poco de morir se vendió su magnífica colección de cuadros robados en España, alcanzando entonces la venta de la Concepción de Murillo la suma de 586.000 francos. Adquirida por el gobierno francés, fue más tarde devuelta a España, pudiéndose contemplar en el museo del Prado, ¡otra gracia!, cuando su emplazamiento justo es Sevilla, de donde no debió salir.
Otros dos soberbios Murillos se llevó el mariscal de la catedral: la Natividad de la Virgen (Museo del Louvre) y la Huida a Egipto (Museo del Ermitage). Fueron escondidos por los canónigos para librarlos de la voracidad del francés, pero recibió un soplo traidor y el mariscal «dio a entender –según cuenta el conde de Toreno– que los quería para sí y que si se los negaban, mandaría a buscarlos».
Se vanagloriaba en París el mariscal Soult con su colección de pinturas cuando se detuvo ante un Murillo y dijo:
–Aprecio muchísimo este cuadro porque salvó la vida de dos personas dignas de estima.
Y su ayudante de campo murmuró:
–Amenazó con fusilarlos si no le daban el cuadro.
Cuando el mariscal Soult salió precipitadamente de Sevilla el 27 de agosto de 1812, en huida sin retorno, dejó abandonados en el Alcázar más de mil quinientos cuadros, prueba de su amor «por la buena pintura y por el octavo mandamiento», que diría Richard Ford. Tal era su codicia.

domingo, 9 de agosto de 2015

En el catolicismo, el cielo está abierto

Hoy, la Iglesia celebra a santa Teresa Benedicta de la Cruz, en el mundo, Edith Stein, filósofa judía, discípula de Husserl, convertida al catolicismo, monja carmelita y gaseada en Auschwitz tal día como hoy, 9 de agosto de 1942.
El 28 de mayo de 1921, Edith aparece por la casa de los Conrad-Martius en Bergzabern, una pareja de filósofos, matrimonio de religión protestante que tiene la costumbre de invitar a sus amigos del círculo filosófico de Gotinga a su casa de campo, una finca plantada de árboles frutales, convirtiéndola en un centro de encuentro en los días de vacaciones. La amistad de Hedwig, la esposa, con Edith es especialmente profunda y será testigo presencial de la transformación que se está  operando en su amiga. 
Edith se asentó en casa de Bergzabern durante una larga temporada y ayudaba al matrimonio en las faenas del campo. Hedwig, recordando estos momentos, escribirá en 1952:
–Lo hacíamos con gusto; nuestro deseo era vivir pobremente, en conformidad con un ideal religioso profundamente arraigado. Era una actitud de vida prácticamente cristiana, sin que el problema de la fe fuese directamente abordado.


Y añade:
—Edith era un ser bueno, de una inagotable abnegación, pero muy introvertida y silenciosa. Siempre estaba concentrada y como absorta en una meditación ininterrumpida... Por esto, aunque nos profesábamos una verdadera amistad, no sabría decir gran cosa acerca de su evolución interior.
Hedwig confesará que tanto ella como Edith atravesaban en esos momentos una crisis religiosa.
Caminábamos como por un camino estrecho, la una junto a la otra, atendiendo cada una en cada momento a la llamada divina. Ésta se produjo, pero nos llevó en direcciones confesionalmente distintas.
¿Qué ocurre? Edith se halla en un momento crucial de su vida. Ya no se trata, creo yo, de resolver si se hace cristiana o no. Creo que en su interior ya ha dado pasos silenciosos hacia un acercamiento al cristianismo. Los viene dando desde hace algún tiempo. Se trata de dilucidar si ha madurado el momento de hacerse protestante, como su amiga Hedwig, o católica.
Edith conoce el Nuevo Testamento. Se lo leía a Husserl en su enfermedad en el otoño de 1918. Como señala Hanna-Barbara Gerl:
—Profundizó sucesivamente en los santos Padres, particularmente san Agustín. Pero también Lutero, puesto que por un cierto tiempo le pareció que el protestantismo era la confesión cristiana «normal» a los intelectuales. Alguna vez, Edith acompañó a Hedwig al servicio religioso de la iglesia protestante. Pero al salir le indicó:
–En el protestantismo el cielo está cerrado; en el catolicismo, abierto.
Y se inclinó por el catolicismo. ¿Cuál fue el acicate que la impulsó a tomar esta decisión? La lectura de la Vida de Teresa de Jesús, que le han regalado y está leyendo con placidez en la quietud de Bergzabern. El jesuita Hirschmann –que conoció a Edith y le dará ejercicios espirituales cuando esté en el convento–, cuenta a la priora del Carmelo de Colonia:
–La lectura de la vida de santa Teresa fue la razón por la cual, ganada al cristianismo, se volvió a la Iglesia católica y no hacia la Iglesia evangélica como su profesor Husserl o su amiga Hedwig Conrad-Martius.
El carmelita Ulrich Dobhan se pregunta:
–¿Por qué precisamente Teresa de Ávila?
Y responde:
–Esta pregunta se pone tomando en consideración que, en fin, era la Santa de Ávila, después de haber leído a otros clásicos autores cristianos y haber estudiado libros de dogmática, quien la convenció de bautizarse en la Iglesia católica. Una razón importante será que en Teresa encontró a una mujer, la cual se presenta en su Vida como persona muy veraz, y llega a tutear a la Verdad…
Encontró a una mujer… Me recuerda mi biografía sobre la Santa de Ávila, que titulé: Teresa de Jesús, esa mujer.
Edith Stein ha podido conocer cómo en un mundo misógino como aquel del siglo XVI, Teresa de Jesús supo marcar sus fronteras y hacer valer su condición de mujer donde quiera que estuviese. Su feminismo era proverbial. Es ella quien elige a los hombres. Teresa fue fundadora de mujeres y de hombres, caso insólito en aquellos tiempos. Y cuando muere, la honran por madre y fundadora sesenta monasterios y conventos, más de hombres que de mujeres.
Una feminista del siglo XX llegará al bautismo atraída por otra feminista del siglo XVI.
En su biografía, Edith cuenta que cayó en sus manos «la Vida de nuestra santa madre Teresa y puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe».
Un día del mes de junio de 1921, el matrimonio Conrad sale de casa. Pasarán la noche fuera. Edith está sola y se entretiene leyendo el Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús. Le cautivó tanto la lectura que se pasó la noche en vela hasta llegar a su última página. Cuando terminó, exclamó:
–¡Aquí está la verdad!
Edith tiene 29 años. Ha decidido dar el paso definitivo: convertirse al catolicismo. Ha llegado al final de un túnel por el que caminaba durante años y ha visto la luz. Compró un misal y un catecismo. Y se puso a estudiarlos. Cuando los tenía bien aprendidos, se fue a la iglesia de Bergzabem.
–Un reverendo anciano sacerdote se acercó al altar y celebró el santo sacrificio con íntima dignidad. Terminada la misa, aguardé a que acabase de dar gracias. Le seguí a la casa parroquial y le pedí en concisas palabras el bautismo.
El cura, Eugen Breitling, quedó sorprendido ante la petición de la joven.
–La admisión al bautismo debe ser precedida de una preparación. ¿Cuánto tiempo hace que va a la doctrina y quién es el que se la enseña?
Edith respondió con una propuesta que impresionó al sacerdote.
–Reverendo, puede examinarme.
Y el reverendo le hizo varias preguntas. Edith no falló ninguna. Y la admitió al bautismo… pero a su tiempo. Se acordó la celebración para dentro de seis meses, el primero de enero de 1922.

martes, 4 de agosto de 2015

Misa en gallego

Recojo de la prensa de días pasados una noticia que me hace recordar el primer artículo o crónica que escribí para un periódico. Hay que remontarse a 48 años atrás.
Decía la noticia: «En honor de Rosalía de Castro, 50 años de la primera misa oficial en gallego». Se celebró el 25 de julio de 1965 –aún no había finalizado el Concilio Vaticano II– en el Panteón de Galegos Ilustres en la iglesia de San Domingos de Bonaval, con la aprobación del entonces arzobispo de Santiago, cardenal Fernando Quiroga Palacios.
Sin embargo, la aprobación de los textos litúrgicos en las lenguas vernáculas no vendría sino después de la celebración del Concilio.
Vino primero la aprobación de Roma de los textos litúrgicos en castellano, después en catalán y vasco, y faltaba la aprobación en gallego. Llegó a Roma en octubre de 1967 el cardenal Quiroga para participar en el Sínodo de Obispos y aprovechó para solicitar la licencia del culto litúrgico en gallego a la Comisión de Liturgia que dirigía el cardenal Lercaro. Ya una comisión no oficial estaba traduciendo los textos.
Yo acababa de llegar a Roma ese mes de octubre y de Sevilla recibí el encargo del director del periódico «El Correo de Andalucía» de enviarle crónicas romanas. No tenía ninguna experiencia periodística y en mis nervios primerizos de escribir algo decente me puse primero a estudiar las crónicas del «Corriere della Sera», fijándome no tanto en lo que decían sino en cómo lo decían. Puedo decir que el «Corriere» fue mi particular profesor de periodismo antes de echarme al monte de las noticias romanas.
Tenía que escribir sobre temas un tanto atemporales, que no envejecieran en el transcurso de una semana, porque los tenía que enviar por correo y las cartas tardaban varios días en llegar a Sevilla. Mi primer artículo –recuerdo bien– versó precisamente sobre el tema gallego y «El Correo de Andalucía» lo publicó el 22 de noviembre de 1967 con el título: «Se ha pedido a la Comisión de Liturgia autorice la lengua gallega en la misa».
¿Qué decía yo en esa crónica?
–En un pueblo surgen los problemas cuando algo que estaba adormecido toma actualidad y conciencia en la comunidad. Y es curioso que la revitalización de la liturgia, el gran «aggiornamento» conciliar, haya servido de fuerza impulsora para vitalizar valores humanos de un grupo de hombres que piensan y hablan en gallego, porque esa ha sido su lengua de siempre. Si algo se encuentra en crisis en Galicia es su lengua, pero crisis de maduración. Hoy día no se pueden olvidar las palabras del Papa Juan XXIII en la «Pacem in terris», donde recoge el espíritu de unos tiempos, los nuestros, que miran con sumo respeto a las minorías étnicas, con sus valores humanos, su lengua, cultura y tradiciones. Y la Iglesia debería estar presta a poner en práctica su pensamiento conciliar cuando una comunidad le pide el practicar la liturgia en su lengua materna. ¿Qué pasa pues? No se puede negar que el gallego es una lengua viva. ¿Por qué entonces no ha corrido la misma suerte que la liturgia catalana o vasca?
La crónica terminaba así:
–¿Por qué la liturgia no se expresa en la lengua del pueblo? ¿Existen presiones en contra? Se sabe que ya se ha pedido la licencia a la Comisión de Liturgia que dirige el cardenal Lercaro. Se sabe que el cardenal de Santiago tiene un decidido interés por ello. Se sabe que hace unas semanas, con motivo del Sínodo, el cardenal de Santiago tuvo frecuentes contactos con el cardenal Lercaro. Se sabe que ha habido un movimiento que ha recogido miles de peticiones de todos los estratos sociales para que se implante el gallego en la liturgia. Pero también se sabe que existe una gran pasividad en una gran parte y no precisamente del pueblo llano. La Comisión de Liturgia, que ha recibido todos los plácemes de los obispos sinodales, por su labor en pro de la renovación del culto, tendrá que acceder a un legítimo derecho de la comunidad gallega. El que no se realice me hace suponer que puedan existir presiones. Pero todas se disiparían si hubieran escuchado la poesía, todo música, que oí a una niñita de siete años en un pueblo perdido de las rías gallegas. Y pensé que a Dios le gustaría que la niña se lo recitara a Él en una de sus pequeñas iglesias.
Un artículo normal, sin mayor importancia, dirán ustedes.
¡Ya, ya!
Estamos en los tiempos de Franco, no lo olviden.
Al día siguiente de salir el artículo en Sevilla, es decir, el jueves 23 de noviembre, apareció por el Colegio Español, donde yo residía, monseñor Marcos Ussía, consejero eclesiástico de la Embajada de España cerca del Vaticano, que los mayores recordarán que fue secuestrado por el Grupo Primero de Mayo y lo tuvo retenido del 29 de abril al 11 de mayo de 1966.
Era mediodía. Estábamos en el comedor. Y apareció el tal monseñor preguntando por un tal Carlos Teixidor, seudónimo con el que firmé el artículo. Yo me callé como un muerto, lógico, pero me di cuenta que el artículo había salido y que la maquinaria franquista había comenzado a actuar para fichar esa nueva firma que escribía desde Roma. Y diciendo cosas que al Régimen no gustaban.
Supongo que me localizarían rápidamente y me harían la correspondiente ficha –una más, que ya tenía una de la Guardia Civil de Fuentes de Andalucía, donde había estado ese año unos meses como coadjutor–, porque yo seguí escribiendo y daba señales en mis artículos de mi vida personal y de mi estancia en Roma.
Moraleja: Ved para qué servían entonces los monseñores al servicio de la Embajada de España. Para ser correveidiles y chivatos del Régimen.