sábado, 28 de abril de 2018

El conde de Cabarrús, de la catedral de Sevilla al Quemadero de la Inquisición


El conde de Cabarrús (n. Bayona 1752), ministro de Hacienda del rey intruso José Napoleón, murió en Sevilla el 27 de abril de 1810, hace 208 años. Las actas capitulares de la catedral refieren ese día: «Muerte de Cabarrús, Ministro de Hacienda. Manda el rey que sea sepultado en la Catedral con solemnísima pompa; que los canónigos, en traje coral, y todo el clero vayan por el cadáver a la casa mortuoria. ¡Mucha tropa... mucho acompañamiento! etc. El Cabildo ordenó al maestro de ceremonias que previniese en voz baja a los capitulares que no se echasen los capuces, que todos devolviesen la cera después de las exequias, y que se aligerase la función todo lo posible».
–¿Dónde vivía el conde de Cabarrús?– preguntó años después el deán de la catedral, don Fabián de Miranda, en esos momentos refugiado en Cádiz, cuando repasaba con el canónigo Bucareli las actas capitulares durante la ocupación francesa de la ciudad.
–Nada menos que en la calle de las Palmas, casa del señor marqués de Moscoso– le contestó Bucareli.
–¡Pues no fue corta jornada! ¿Dónde está sepultado?– preguntó con interés.
–En un ángulo de la capilla de la Concepción Grande, mas se trasluce que no permanecerá allí por mucho tiempo.


 Los canónigos tuvieron que hacer aquella mañana del 28 de abril una larga caminata hasta la calle de las Palmas (actual Jesús del Gran Poder), pero con una consigna bien aprendida: no echarse el capuz a la cabeza, que, según los usos del traje coral de aquel tiempo, significaba señal de duelo, y procurar aligerar el paso y dar el menor bombo posible a este entierro impuesto.
La Gaceta extraordinaria de Sevilla del domingo 29 de abril daba al detalle la composición de la comitiva fúnebre. Abría la marcha un destacamento de tropas francesas, seguía el general gobernador de la guarnición con los oficiales del Estado Mayor, el cabildo de curas y beneficiados, capilla real, colegiata del Salvador, cabildo catedral. A continuación, dos jefes de división y dos oficiales del ministerio de Hacienda con hachones encendidos junto al féretro, cuyas borlas llevaban los ministros del rey que se hallaban en la ciudad, el mariscal Soult con el Estado Mayor, jefes y oficiales de la Casa Real, el Consejo de Estado, generales y oficiales de la guarnición, una música militar. Tras ellos, la Audiencia, el Municipio, el Consulado, la Maestranza del Reino, la Universidad, el Colegio de Abogados, las Academias. En fin, todo Sevilla. Cerraba la marcha un destacamento de tropas españolas.
Cabarrús, aunque nacido en Francia, llevaba años en España como consejero de Carlos III. A propuesta suya fue creado el Banco de San Carlos (1782), del que fue director, primer banco nacional español, que emitió el primer papel moneda impreso en el reino, los llamados vales reales, inició el Canal de Cabarrús, hoy Canal de Isabel II, y la Compañía de Comercio de Filipinas, que tuvo resonante éxito en 1785. De excepcional talento para las finanzas, fue persona estimada en su tiempo. Pero todas las simpatías se evaporaron cuando optó por la causa napoleónica durante la Guerra de la Independencia y aceptó el cargo de ministro de Hacienda en el efímero reinado de José I Napoleón.
En Sevilla le pilló la muerte y fue enterrado en la catedral.
Un día de noviembre de 1814, los diputados de Fábrica de la catedral, sin encomendarse a nadie, exhumaron los restos de Cabarrús y lo trasladaron de la capilla de la Concepción Grande a la fosa del Patio de los Naranjos, donde era costumbre enterrar a los penados en el último suplicio. Cuando se enteró el deán, don Fabián de Miranda, les echó una buena reprimenda.
«El juicio de los hombres –dijo– llega hasta la tumba. Más allá no hay otro juez que el Juez Supremo. Por eso tal vez los mismos franceses, al apoderarse de esta ciudad, respetaron los restos de Floridablanca, su enemigo jurado, dejándole tranquilo en su último y regio asilo de la Capilla Real de San Fernando; mientras nosotros, con ese alarde de trasnochado patriotismo ni hemos respetado a la muerte ni imitado aquella generosidad. Y no me recordéis el ejemplo de lo hecho con las cenizas de nuestro fray Diego de Deza: aquello fue obra de canalla; y, además, las represalias después del triunfo siempre fueron inicuas».
Para calibrar la exaltación antifrancesa del pueblo de Sevilla, tal vez convenga reseñar aquí lo ocurrido este día 28 de abril, pero de 1814, cuatro años después del entierro del conde de Cabarrús. Acababa de llegar la noticia del destronamiento del emperador Napoleón en Francia. La gente alborozada se echó a la calle con peleles que representaban al odiado emperador. Más de doce Napoleones llegaron a ahorcar en distintas calles de Sevilla. Gómez Imaz, en su libro Sevilla en 1808, cuenta qué ocurrió con el pelele de la calle Tintores.
Iba el muñeco, adornado con sombrero de tres picos y banda plateada, sobre un asno «flaquísimo y tuerto». Al llegar a la Puerta de Jerez «se le echó un pregón, terminando todos con las voces de muera Napoleón». Conducido al quemadero, de triste recordación aquel lugar donde durante cerca de tres siglos fueron quemados, en persona o en efigie, cientos de sevillanos, condenados por el Santo Oficio, le pegaron cuatro tiros por la espalda al pelele y lo arrojaron al Tagarete.

martes, 24 de abril de 2018

Quema del Quijote


Leo en el periódico digital EsDiario el siguiente titular: «El PSOE y Podemos "celebran" el Día del Libro en Alcalá quemando un Quijote». Y dice:
–En la ciudad natal de Miguel de Cervantes, cuyo "Ayuntamiento del cambio" es famoso por coleccionar imputados, se ha quemado una falla valenciana con el Quijote y Cisneros dentro. En concreto, encargó una falla en la que aparecía un Quijote recostado y el Cardenal Cisneros para conmemorar el 23 de abril y la concesión al municipio, hace 20 años, del título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, pese a que el aniversario exacto fue el pasado mes de diciembre. Según las imágenes que el propio Ayuntamiento complutense difundió en las redes sociales, el acto consistió en colocar el montaje en una plaza céntrica de la ciudad, rodeada por vallas y junto a los juzgados, para prenderle fuego delante de cientos de vecinos…
Y termina:
–Alcalá de Henares está gobernada por una coalición de PSOE, una marca blanca de Podemos y una expulsada de IU y es, tal vez, el consistorio español con mayor número de imputados: hasta siete de los catorce concejales del Gobierno, incluido el alcalde Javier Rodríguez Palacios, están imputados en distintas causas o tienen problemas legales fruto de su gestión.


Una gracieta en pleno siglo XXI. Habría que remontarse al 5 de mayo de 1933, cuando estudiantes pronazis sitian la plaza de la catedral de Münster, a escasos cien metros del Colegio Mariano, donde se alojaba Edith Stein (quien por ser judía había sido desposeída un mes antes de su cargo de maestra), y montan una «picota de la vergüenza», es decir, toda una pila de libros «degenerados» de autores principalmente judíos. Edith ha de pasar por delante de semejante infamia para ir a la ciudad. Finalmente, el 10 de mayo, junto con las demás ciudades universitarias alemanas, los camisas pardas y juventudes hitlerianas prendieron fuego a esos «escritos judíos destructores» como reacción, denuncian ellos, a la amenaza del judaísmo mundial contra Alemania. Más de 20.000 volúmenes fueron quemados en el Bebelplatz de Berlín; de 2.000 a 3.000 en todas las otras grandes ciudades. Alrededor de 40.000 libros, incluyendo obras de Karl Marx entre otros autores. Publicaciones de filósofos, científicos, poetas y escritores, considerados peligrosos y antigermánicos. Se cuenta que Sigmund Freud comentó al enterarse:
–Es un gran progreso con respecto a la Edad Media; ahora queman mis libros, y entonces me hubieran quemado a mí.
En el centro de la Bebelplatz, como recuerdo permanente de aquel acto de incultura, hay una losa de cristal en la que es posible apreciar unas estanterías vacías y una premonitoria frase tomada de un libro del poeta Heinrich Heine, judío alemán, escrito en 1817:
–Eso sólo fue el preludio; ahí donde se queman libros, se termina quemando también a las personas.
Pero la quema de libros abarca la historia de la humanidad. Y en ello, la propia Iglesia contiene páginas vergonzantes de intransigencia inquisitorial. Tal vez, pensando en ello, y bajo el prisma del humor, Miguel de Cervantes escribió ese capítulo VI de la primera parte del Quijote, donde al divino loco, a su vuelta a casa después de su primera salida a desfacer entuertos, mientras está postrado en cama, le expurgan su biblioteca. Cómo el cura, el barbero, la sobrina y el ama arrojan por la ventana al corral los libros de caballerías, poemas épicos y novelas pastoriles para ser pasto del fuego.
En 1479, se quemó en Salamanca el tratado De confessione del Martínez de Osma, el maestro de Nebrija. Con toda solemnidad. En la predicación de la misa, el orador desarrolló el lema: «Nolite sapere plus quam oportet» (No queráis saber más de lo que conviene). O aquella «santa ignorancia» que le predicaban en México a la poetisa sor Juana Inés de la Cruz (segunda mitad del siglo XVII).
En 1553, en la ciudad universitaria de Bolonia, que en aquel momento pertenecía a los Estados Pontificios, fueron quemados cientos de ejemplares del sagrado Talmud de los judíos por orden del Santo Oficio. Y un año más tarde, 13 de agosto de 1554, el mismo San Ignacio de Loyola en carta a Pedro Canisio, conocido como el segundo apóstol de Alemania:
–Convendría que todos cuantos libros heréticos se hallasen, hecha diligente pesquisa, en poder de libreros y particulares, fuesen quemados o llevados fuera de las fronteras del reino. Otro tanto se diga de los libros de los herejes, aun cuando no sean heréticos, como los que tratan de gramática, o de retórica, o de dialéctica, de Melanchton, etc., que parecen que deberían ser de todo punto desechados en odio a la herejía de sus autores.
Son otros los tiempos hoy. El bibliocausto debe erradicarse. Y lo actuado por el Ayuntamiento de Alcalá de Henares es un caso aberrante de ignorancia y estupidez. La palabreja «bibliocausto» no he sido yo quien la ha inventado: bibliocausto (biblion = libro; kaustos = quemado). Fue la revista norteamericana Times quien la creó el 22 de mayo de 1933, cuando publicó el reportaje de la periodista Dorothy Thompson, donde contaba que los libros de su marido Sinclair Lewis fueron quemados en la hoguera junto a los de Hemingway, John Dos Passos y otros, en la Alemania nazi. Ello le supuso la expulsión de Alemania.

domingo, 22 de abril de 2018

23 de abril, Día del Libro

Mañana, 23 de abril, es el “Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor”. Una fiesta nacida en España y universalizada en 1995 por la ONU. Día en que murieron Cervantes y Shakespeare en 1616, aunque ya he explicado en otra ocasión que con calendarios distintos. Cervantes, según el calendario gregoriano, y Shakespeare, con el calendario juliano. Con lo que, según el calendario actual, que es el calendario gregoriano, en realidad Shakespeare murió diez días después que Cervantes, es decir, el 2 de mayo. Quien sí murió el mismo 23 de abril de 1616 fue el Inca Garcilaso de la Vega, el primer mestizo racial y cultural de América, que nació en Cuzco (Perú) y falleció en Córdoba, enterrado en la Catedral-Mezquita.


 Y yo, que quiero unirme a la celebración de este Día del Libro y tengo buena cantidad de ellos publicados, he de pensar que Cervantes no se refería a mí cuando puso en boca del bachiller Sansón Carrasco en conversación con Don Quijote la siguiente frase:
–Hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos.
Más bien he de pensar lo que el bachiller Carrasco dijo a Don Quijote y Sancho:
–No hay libro tan malo que no tenga algo bueno.
Máxima ésta que Cervantes recoge de Plinio el Joven.
O lo que expresó el mismo Don Quijote:
–¿Pensará vuesa merced que es poco trabajo hacer un libro?
A mi edad, ya en la plenitud de la vida, recojo el mismo sentir de Borges:
–Mis libros (que no saben que yo existo) son tan parte de mí como ese rostro de sienes grises y de grises ojos que vanamente busco en los cristales.
O lo que decía Quevedo, en aquel soneto que comienza:
–Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos.
Pienso que en mi larga bibliografía no he caído en lo que denuncia Ortega y Gasset en La rebelión de las masas:
–La obra de caridad más propia de nuestro tiempo: no publicar libros superfluos.
Ni creo caer en el monitum de Santo Tomás de Aquino, cuando dice:
Timeo hominem unius libri. Temo al hombre de un solo libro.
Porque no solo tengo la satisfacción de haber publicado una serie de libros, incluso traducido algunos a otras lenguas, como el catalán, italiano, inglés o portugués. También he procurado de hacerme durante mi larga vida de una buena biblioteca, repartida por todas las habitaciones de la casa, y podría poner en ellas lo que el rey Osimandia de Egipto puso a la entrada de su biblioteca:
Medicina animi. Medicina del alma.
Porque como dice el libro de Las mil y una noche:
–Un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador de los paseos!
Y como uno, por eso del oficio eclesiástico, es asiduo a la lectura continuada de la Biblia, termino citando el final del libro del Eclesiastés (XII, 12-13):
–Un último aviso, hijo mío: nunca se acaba de escribir más y más libros, y el mucho estudiar desgasta el cuerpo. En conclusión, y después de oírlo todo, teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser hombre. Que Dios juzgará todas las acciones, aun las ocultas, sean buenas o malas.

miércoles, 18 de abril de 2018

Teresa de Lisieux sufrió bullying escolar


El bullying es el acoso escolar o maltrato psicológico, verbal o físico, que unos escolares infligen a otros durante un largo período de tiempo. Suele ocurrir mayormente en la entrada de la adolescencia, y más entre niñas que entre niños.
Esta práctica, viral en nuestro tiempo, aparece con frecuencia en los medios de comunicación, a veces con consecuencias trágicas.
Pues bien, nada de ello es nuevo. Ya en el siglo XIX ocurría en Francia y lo sufrió Teresa de Lisieux, según cuenta en el Diario de un alma.



El 3 de octubre de 1881, con ocho años y medio, Teresita entró en la Abadía de Notre-Dame-du-Pré, al oeste de la ciudad de Lisieux. Religiosas benedictinas tienen ahí un colegio para niñas, unas sesenta, repartidas en clases, desde la edad infantil hasta el curso superior. Con uniforme obligatorio, todo de negro, se distinguen las distintas clases por el color del cinturón: rojo, verde, violeta, naranja, azul y blanco.
Teresita entró a la vez que su hermana Leonia lo dejaba. Será mediopensionista como su hermana Celina. Y comienzan sus padecimientos, su calvario.
–He oído decir muchas veces que el tiempo pasado en el internado es el mejor y el más feliz de la vida. Para mí no lo fue. Los cinco años que pasé en él fueron los más tristes de toda mi vida. Si no hubiera tenido a mi lado a mi querida Celina, no habría aguantado allí ni un mes sin caer enferma...
A Teresita, como tiene una estupenda preparación, recibida de sus hermanas María y Paulina, la ponen en un curso más adelantado, en la clase verde, siendo la más pequeña de la clase, aunque pronto descollará como la más inteligente. Esto le acarrea burlas, especialmente de algunas mayores. Teresita solo se refugiará en su llanto silencioso.
–Una de ellas, de 13 a 14 años, era poco inteligente, pero sabía imponerse a las alumnas, e incluso a las profesoras. Al verme tan joven, casi siempre la primera de la clase y querida por todas las religiosas… me hizo pagar de mil maneras mis pequeños éxitos... Dado mi natural tímido y delicado, no sabía defenderme, y me contentaba con sufrir en silencio, sin quejarme...
Teresita solo disfrutaba cuando, al caer de la tarde, volvía a casa y se refugiaba en el calor del hogar. Sobre todo, cuando ofrecía a su padre el boletín de notas estupendas.
–No sabía jugar, pero me gustaba mucho la lectura, y me hubiera pasado la vida leyendo. Esta afición a la lectura duró hasta mi entrada en el Carmelo. Me sería imposible decir el número de libros que pasaron por mis manos; pero nunca permitió Dios que leyera ni uno sólo que pudiera hacerme daño.
Siendo la más joven de la clase, es la que mejores notas saca. Sobresaliente en todo, tiene también sus puntos débiles, especialmente en aritmética y ortografía, con su «letra de gato», como ella dice. Pero en redacción, es una alumna brillante.
En los recreos, Teresita tratará, sin conseguirlo, ser como las demás niñas. Habituada a jugar sola, no sabe congeniar en grupo. Se ocultará bajo los tilos y contemplará cómo las demás niñas se divierten juntas. A veces contará bellas historias a las más pequeñas. Lo recuerda Elena Doisy, alumna de su tiempo:
–Nos agrupábamos en torno a Teresa, completamente subyugadas por las aventuras del Rey de los gatos o de otras historias que se inventaba a medida que nos hablaba, complaciéndose en añadir cosas cuando nos veía cautivadas por su relato.
Contadora de cuentos, Teresita muestra, ya desde su infancia, un talento natural para la narración tanto oral como escrita, que madurará en el convento y quedará reflejado en sus escritos. Un día, una vigilante acabará con su relato de cuentos.
–Os quiero más veros correr.
Y dispersó el grupo.
Años más tarde, sor Henriette nos deja recuerdos de su alumna:
–La mejor recreación de Teresa era buscar pajaritos muertos que encontraba para enterrarlos «con honor», como ella decía. Yo la veía salir de la clase de las primeras, caminar alrededor del viejo castaño y de los tilos para tratar de encontrar algunos. Un día, la vi traer uno que ella miró largo tiempo, y por fin se decidió a hacer un agujero al pie del primer tilo junto a la capilla. 
Y continúa:
–Algunos días después, Teresita se acercó a la ventana del refectorio con un pajarito en sus manos. Me dijo: «¡Ayúdame a hacer un hoyo!». Sonó la hora de la oración y le dije: «El Buen Dios me llama». Al salir de la capilla, ella estaba allí, en la escalinata, esperando con su pájaro en la mano. Le hice un agujero, la dejé poner su pajarito y le dije: «Ven a lavarte las manos». Sorprendida, me dijo: «No están sucias, es sólo un pajarito». En fin, se decidió al fin, pero parecía reflexionar. Después, de golpe, me miró y me dijo: «Hermana, ¿cómo hace una religiosa la oración?». Le dije: «Yo no sé cómo lo hacen las otras; personalmente, me imagino que hago un poco como tú, Teresa, cuando llegas por la tarde ante tu padre, al que no has visto desde la mañana; saltas a su cuello, le muestras tus buenas notas, le cuentas toda suerte de pequeñas cosas, todo lo que pasa, tus alegrías y tus penas. Pues bien, yo hago lo mismo con el Buen Dios, es mi Padre. Con el pensamiento, me pongo junto a Él, le adoro, me hago muy pequeña como tú, le hablo; es con mi corazón como yo hago mi oración... Teresa me mira sin decir nada. Me da las gracias y se vuelve contenta.
Teresita, años después, insertará este método de oración de sor Henriette a su espiritualidad cuando escribe en Historia de un alma:
–Hago como los niños que no saben leer: le digo a Dios simplemente lo que quiero decirle, sin componer frases hermosas, y él siempre me entiende... Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.
Pero no creáis que es una niña que vive desde ya la perfección de las virtudes. Se acusa, por ejemplo, de «no ser insensible a los elogios».
–Con bastante frecuencia alababan delante de mí la inteligencia de las demás, pero nunca la mía, por lo que llegué a la conclusión de que no era inteligente, y me resigné a no serlo... Mi corazón sensible y cariñoso se hubiera entregado fácilmente si hubiera encontrado un corazón capaz de comprenderlo.
Y siente el desprecio de las amigas.

sábado, 14 de abril de 2018

La santidad «de la puerta de al lado»


He terminado de leer la exhortación apostólica del Papa Francisco: Gaudete et Exsultate, sobre la santidad, y en verdad que me he alegrado y regocijado con la lectura. 41 páginas que he subrayado en rojo en no pocos párrafos. Lo que sorprende de este Papa es la sencillez del lenguaje, no es nada hierático como los anteriores, que utilizaban ese lenguaje solemne y grave, diríamos sagrado, de los documentos papales.


 Nos dice, por ejemplo:
–Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos… Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales… Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso.
Y también:
–Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad».
En sus citas recoge palabras de los obispos de Canadá, Latinoamericano y del Caribe, de Nueva Zelanda y de África occidental, de la India… Cita a Xavier Zubiri (1898-1983), en su libro Historia, naturaleza, Dios: «No es que la vida tenga una misión, sino que es misión». Zubiri, excura desde 1935 y casado con Carmen Castro, hija del historiador español Américo Castro, impartió en 1973 un curso de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Cita a León Bloy (1846-1917), novelista y ensayista francés, católico de compleja vida, quien dijo que en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santo». Y cita mucho a santa Teresa de Lisieux, a la que le tiene especial devoción. Por eso, cuando lo supe, pedí a la Editorial San Pablo que enviase al Papa mi libro: «Teresa de Lisieux, huracán de gloria» (Madrid 2012). Espero que, al menos, le haya echado un vistazo, ya que recibí de la Secretaría de Estado una carta dándome las gracias.
Hace un recorrido por las Bienaventuranzas, que yo llamaría «Las Bienaventuranzas del papa Francisco», que algún día las glosare aquí. Las bienaventuranzas, dice el Papa, son «el carné de identidad del cristiano». En un lenguaje nada hierático nos anima a ser santos, porque «ser santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis».
–El mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico –dice el Papa– será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia. Porque «la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos». Ella «es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia». Quiero remarcar una vez más que, si bien la misericordia no excluye la justicia y la verdad, «ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios». Ella «es la llave del cielo».
El Papa nos anima a no tener miedo de la santidad.
Y advierte del peligro del pelagianismo, herejía de los siglos primeros de la Iglesia, que también circula hoy:
–Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos grupos cristianos dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas normas propias, costumbres o estilos. De esa manera, se suele reducir y encorsetar el Evangelio, quitándole su sencillez cautivante y su sal. Es quizás una forma sutil de pelagianismo, porque parece someter la vida de la gracia a unas estructuras humanas. Esto afecta a grupos, movimientos y comunidades, y es lo que explica por qué tantas veces comienzan con una intensa vida en el Espíritu, pero luego terminan fosilizados... o corruptos.
En fin, palabras que se entienden. Os recomiendo su lectura… pausadamente.

martes, 10 de abril de 2018

Teilhard de Chardin, reivindicar su figura


Hoy hace 63 años de la muerte en Nueva York del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, célebre paleontólogo francés, que aportó una original visión de la evolución. Murió el domingo de Pascua, 10 de abril de 1955. Un año antes, durante una cena en el consulado francés de Nueva York, manifestó a sus amigos:
–Mi deseo sería morir el día de la Resurrección.
Y se cumplió su deseo. Sin embargo, como confiesa Hans Küng, «su féretro será acompañado al cementerio por una sola persona». Y añadió:
–Estando de profesor invitado en Nueva York en 1968, un día seguiré el Hudson 160 kilómetros para llegar hasta su tumba, y me dará pena que el sepulcro del gran paleontólogo y teólogo no se haga notar por nada, de forma que cuesta trabajo encontrarlo. Damnatio memoriae, «borrar del recuerdo»: ¡una vieja costumbre romana!


 Yo le descubrí en Comillas, estudiando Teología, leyendo sus dos principales obras: El fenómeno humano y El medio divino, publicados después de su muerte ante la prohibición curial que pesaba sobre él. Recuerdo que El medio divino me sirvió grandemente en mi propia espiritualidad de entonces.
Ahora, repasando las hojas de este libro después de tantos años, me viene de nuevo a la memoria este personaje tan singular que perdió en 1926 su cátedra en el Institut Catholique y a partir de ese momento fue perseguido por la Inquisición romana.
Dos años después de su ordenación sacerdotal, en junio de 1913, apareció por Cantabria para visitar las cuevas de Puente Viesgo y de Altamira. Era su primera experiencia de trabajo en un equipo internacional de cinco científicos dirigidos por el Abbé Henri Breuil, conocido como el «Papa de la Prehistoria», en el que se hallaban también Hugo Obermaier, paleontólogo alemán, posteriormente nacionalizado español, el inglés Burkitt, hijo de un profesor de Cambridge, y un norteamericano especialista en el estudio de las culturas precolombinas.
Su estancia en Nueva York, en los años finales de su vida, será como un destierro tras las depuraciones que hubo a raíz de la encíclica Humani generis (1950). Aunque en 1953 hará un nuevo viaje a África del Sur y en 1954 pasará dos meses en Francia.
La encíclica de Pío XII Humani generis reprobaba en cierto modo los manuscritos de Teilhand y ello creó desasosiego en la gente progresista. Él escribía cartas sosegando a sus amigos. Le dijo, por ejemplo, a Solange Lamaître:
–Para una encíclica titulada Humani generis sería difícil presentar una visión más estrecha de la humanidad.
Teilhard no veía oposición entre la encíclica y la ciencia, sino entre «la ciencia y el lenguaje de la encíclica». Los teólogos de Roma, para Teilhard, que habían confeccionado la encíclica para Pío XII, no parecían comprender que «una manera de pensar que tenía en cuenta la cosmogénesis, es infinitamente más capaz de expresar la Creación, la Redención, la Encarnación y la Comunión que el tomismo aristotélico».
El destierro en Nueva York fue más bien un destierro voluntario. Cuenta él en una carta fechada el 2 de febrero de 1952 que habiéndose enterado «de una fuente segura y amiga de que Roma no deseaba verme en París en este momento ni por el momento», se las arregló para residir en la casa de los jesuitas de Nueva York, adjunta a la iglesia de San Ignacio del 980 Park Avenue.
–Siento –escribía– que ha llegado el momento oportuno para que yo desaparezca de París, donde las cosas se están poniendo «too hot» para mí personalmente. Durante los últimos seis meses, la prensa ha estado hablando demasiado acerca de mí y de mis indiscreciones. Desde este punto de vista, sería mejor dar a Roma la impresión de que me estoy sumergiendo de nuevo en lo que allá la gente llama la «pura ciencia».
En el año 1948 había estado en Roma, llamado por el General de la Compañía, donde esperaba se le concediera permiso para publicar El fenómeno humano, pero no se le concedió, a la vez que se le negó permiso para acceder al prestigioso Collège de France. Seguía fichado por el Santo Oficio, aunque en verdad nunca fue condenado. Un amigo de Teilhard, que visitó a Pío XII, el papa le dijo:
–Yo sé que el Padre Teilhard es un gran científico, pero no es un teólogo. En uno de sus ensayos habla de resolver «el problema de Dios». Pero para nosotros no hay ningún problema en ello.
También aseguró Pío XII a un político francés que nunca sería condenado Teilhard mientras él estuviese en el trono pontificio. Teilhard, por su parte, conservó siempre su amor a la Iglesia y a la Compañía.
Pero sus libros seguían sin poder ser publicados. Y ya en Nueva York, con precaria salud, recibió el consejo del Padre Jouve, administrador de Etudes, que pusiese a salvo para el futuro sus escritos. Y Teilhand legó en su secretaria la señorita Jeanne Mortier todos sus escritos, que quedaron así fuera del alcance de la Compañía. El Fenómeno humano fue publicado el mismo año de su muerte.
Será en 1962, siete años después de su muerte, cuando reciba un monitum del Santo Oficio, que veía cómo se vendían a granel todos sus libros, y emitió una «advertencia» sobre su teología, «donde abundan en ambigüedades y hasta errores serios que ofenden a la doctrina católica».
Sin embargo, el actual pontífice papa Francisco lo cita de modo favorable en su encíclica Laudato si al afirmar que «el fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal». Sería bueno que el papa Francisco diera un paso más y reivindicara la figura de su camarada jesuita.
Su primer biógrafo y gran amigo de Teilhard, Claude Cuénot, termina su libro diciendo:
–Por su talla gigantesca y porque ha brotado de la Ecclesia mater, a la que fue fiel hasta su muerte, Teilhard es una promesa de ecumenismo, del verdadero ecumenismo, del que tiene como contraseña: «Todo cuanto asciende, converge». Teilhard no es heterodoxo, es hipercatólico e hiperortodoxo y representa la ortodoxia del futuro. Gracias a él, el cristianismo se ha convertido en la religión del mañana.

jueves, 5 de abril de 2018

La religión del islam


El documento del Concilio Vaticano II Nostra Aetate, «sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas», al referirse a la religión del islam, dice lo siguiente:
–La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres.
Pasados unos años y después de estas palabras de aprecio generoso por parte de la Iglesia, ¿se ha visto correspondencia?

  
Alí Cheknoum, tras la conversión Pablo Elías, sacerdote argelino

Pienso que no es fácil ello, cuando la religión del islam, que aglutina en torno a los 1.700 millones de personas en el mundo, se asienta fundamentalmente en unos cincuenta países donde rige la ley islámica (sharía) como norma oficial del Estado y sus gentes viven todavía con una mentalidad cultural tan distinta a nuestro mundo cristiano y occidental. Si sirve de parangón, viven todavía en el siglo XV de la era islámica (que comenzó en el año 622 después de Cristo), mientras nosotros ya estamos en el siglo XXI. Les falta el paso por una Ilustración, como tuvimos en el XVIII, y la conciencia de valorar lo que es la libertad religiosa y de pensamiento. 
Para el islam, Jesucristo es un profeta, hijo de María, pero su vida fue adulterada por sus discípulos en los Evangelios. Jesús no es Hijo de Dios, solo hijo de María. No murió en la cruz –que Dios hace triunfar a los profetas–, sino que fue crucificado uno que se le parecía. Los Evangelios no cuentan que Jesús anunció la venida de Mahoma. Y el Corán es la última palabra «descendida» de Dios o Alá al profeta Mahoma en árabe, que es la lengua de Dios.
Un personaje Mahoma de no muy imitable ejemplo de vida. Nació huérfano de padre, que murió durante un viaje en una caravana comercial. A los seis años, murió su madre, y a los ocho, el abuelo que se había hecho cargo de él. Casó con una viuda por nombre Jadiya, unos quince años mayor que él. Pero tuvo más mujeres. Algunos historiadores llegan a decir que tuvo hasta veinte esposas, aunque la más apreciada fue una niña de seis o siete años, llamada Aisha, con la que casó cuando él tenía ya los 50. Aisha era hija del que sería primer califa, sucesor de Mahoma, Abu Bakr. Y las guerras que sostuvo y… Obvio otras tantas cosas que cuentan sus biógrafos.
No son fáciles las conversiones al cristianismo. El islam cierra las puertas a toda conversión. Porque el musulmán que se convierta a otra religión es un «murtadd», un apóstata, y no pocas escuelas islámicas lo penan con la muerte.
Referiré solo un caso contado recientemente en «Religión en Libertad». El musulmán, que se hizo católico, huyó por las amenazas y ha vuelto a Argelia como sacerdote misionero. Se trata de Alí Cheknoum, tras la conversión Pablo Elías, quien estuvo cerca de la muerte, pero logró huir a Bélgica donde consiguió asilo y una vez que descubrió su vocación fue ordenado sacerdote en 2016 en la diócesis francesa de Toulon. En una entrevista en Le Figaro, cuenta su conversión y los riesgos que entraña a todos los que siguen este camino.
–Nací en una familia musulmana y crecí en esta religión, pero desde joven me decepcionó lo que el Corán enseña acerca de Dios. El Dios del islam es muy distante. No permite estar cerca, como si él estuviera allí para castigarnos cuando transgredimos las leyes coránicas. Lo desagradable fue ver que en el islam todo estaba construido sobre el miedo al castigo.
A la muerte de su hermana, perdió la fe y pasó un período sumido en el ateísmo en medio de su familia musulmana. Pero un día le hablaron de Cristo y en 1999 un primo suyo le presentó a una comunidad evangélica clandestina en la región de Cabilia, en el norte del país, de donde es natural. Oyó hablar al pastor de Cristo y…
–… sentí una gran calidez en mí y oía cómo Cristo me hablaba y me decía todo lo que me quería. ¡Me sentí amado, amado por Dios! ¡El miedo se había convertido en amor! Lloré de felicidad pues, ¡me había convertido en cristiano!
En 2005 conoció al hermano Ismael, de la comunidad de San Juan.
–Me hizo descubrir la riqueza espiritual de la Iglesia Católica y sentí claramente en mí la llamada del Espíritu Santo para convertirme en un sacerdote católico y misionero, para así dar a conocer la profundidad del amor de Jesús a todos y especialmente a nuestros hermanos musulmanes de Argelia, mi país.
Huyó a Europa en 2006 y se refugió en Bélgica. Tanto él como su familia habían recibido amenazas de muerte de los fundamentalistas islámicos.
–Esta tolerancia de mi familia fue una gracia del Señor, mi padre dio la bienvenida a mi conversión. Soy una excepción porque conozco a conversos en Argelia que fueron expulsados de sus hogares. El amor de Jesucristo tocó a toda mi familia.
Ordenado de sacerdote, su propio padre musulmán le regaló la casulla. Ahora se halla en Argelia para ejercer su misión sacerdotal, pero no sin cierto peligro.
–Los musulmanes convertidos –termina diciendo– deben aprender a sobrevivir en una sociedad muy a menudo hostil. Hay que tener en cuenta que son perseguidos, y muy a menudo, rechazados por sus familiares y amigos. Se los considera traidores y apóstatas.