jueves, 26 de noviembre de 2015

¿Puede un obispo desearle la muerte al Papa?

Pretendía hablar hoy del papa Francisco y solo del Papa, y recomendar un libro que me ha encantado, escrito por Austen Ivereigh, El gran reformador. Francisco, retrato de un Papa radical.
Pero mientras está en África, en el viaje más peligroso de su pontificado, sobre todo cuando visite el sábado próximo la República Centroafricana, un nuevo escándalo salta a la prensa italiana.
El periódico Il Fatto Quotidiano titula en portada: «Obispo de Comunión y Liberación: Francisco debe tener el mismo final que el otro Papa». Es decir, igual que Juan Pablo I, que solo duró 33 días.
–¿Quién es el prelado capaz de desearle la muerte al Sumo Pontífice? –escribe José M. Vidal en Religión Digital–. Se trata de Luigi Negri, titular de la diócesis de Ferrara y perteneciente al movimiento Comunión y Liberación, 'cazado' mientras hablaba por teléfono en un tren… Según el diario italiano, el prelado viajaba en el 'Bala Roja', un tren parecido al AVE español, desde Roma a Ferrara, el pasado 28 de octubre y su conversación fue escuchada y grabada por varios viajeros, mientras discutía con su secretario y, después, mientras despotricaba por teléfono con el político y periodista Renato Farina, también perteneciente a su mismo movimiento. Monseñor Negri habría afirmado en voz alta: «Esperemos que, con Bergoglio, la Virgen haga el mismo milagro que hizo con el otro», en referencia a Juan Pablo I. El obispo cielino no sólo le deseó la muerte al Papa, sino que, además, se puso a criticar a voces los últimos nombramientos episcopales realizados por Francisco en Italia.
El problema del papa Francisco es que la oposición a su persona no está fuera de la Iglesia, sino dentro y muy dentro. Incluso dentro del Vaticano, aparte ciertos obispos como este miserable prelado de Ferrara y ciertos cardenales, incluso de Curia.
Por eso, en su viaje a África, un periodista le dijo en el avión:
–Por favor, que las resistencias no le frenen.
Y el Papa le contestó:
–Las resistencias no frenan… (y tras una pausa). Impulsan.
Y ahora hablemos del Papa, algunas pinceladas curiosas que he recogido del libro antes mentado.
Ya dijo en una ocasión que «debemos aprender a ser normales». Y esto es lo que fastidia a estos obispos o cardenales. Que no son normales. Y por ello Francisco gusta a la gente… normal. Como vosotros, como yo.
¿Sabéis qué decía este obispo en el tren a su amigo periodista sobre los nombramientos de obispos hechos por el papa Francisco?
–Son nombramientos hechos con el más absoluto desprecio de todas las reglas. Con una metodología que no respeta nada ni a nadie. El nombramiento para Bolonia es increíble. Al nombrado no le voy a pasar ni una. El otro nombramiento, el de Palermo, es todavía peor. El nombrado escribió un libro sobre los pobres –¿qué sabrá éste de los pobres?–, y sobre Lercaro y Dosetti, sus modelos, dos que destruyeron la Iglesia italiana.
Evidentemente, este es un obispo «no normal», por no decir «anormal», que es lo que se aprecia.
Pues sí, Francisco es un Papa normal.
A los trece años, le dio una calentura de ser cura o de tener novia. Las dos cosas. Como dijo él en una ocasión:
–A esa edad se le ocurre a uno ser cura como se le ocurre ser ingeniero, médico o músico.
Y se enamoró de una vecina de su edad, llamada Amalia Domonte. Su declaración de amor fue de lo menos romántica que se puede pensar. Le dijo en una carta:
–Si no me hago cura, me casaré contigo.
Eso sí, dibujó una casita preciosa con tejado de tejas rojas en la que, según decía, vivirían los dos.
El padre de la pretendida novia vio la carta, le dio un bofetón a Jorge Bergoglio y le dijo que no volviera más por allí.
De su padre heredó la pasión por el fútbol y el equipo del barrio, el San Lorenzo, fundado por el padre Lorenzo Massa, misionero salesiano, allá por 1907, el más modesto de los tres equipos principales de Buenos Aires.
Curiosamente, su padre murió de un infarto mientras asistía a un partido de fútbol en el estadio, con solo 51 años. Alberto, el hermano menor de Jorge, que estaba con él ese día, no regresó más a un campo de fútbol.
Morris West, autor de libros de gran éxito como Las sandalias del pescador, publicó una última novela que trataba sobre un cardenal argentino que era elegido Papa. Pero no hay nada en común de ese Luca Rossini, protagonista de Eminencia, y Jorge Bergoglio. El escritor australiano jamás pudo imaginar para su novela un Papa argentino que le encantara el tango, bebiera mate y fuera hincha del San Lorenzo. Y que fuera jesuita. No entraba en sus cálculos imaginativos. Sin embargo, se ha hecho realidad.
Tenemos un Papa que es normal, como la gente, como la gente que él abraza y besa, con la que se mezcla. ¿No hacía Jesús lo mismo?
Pero ciertos obispos y cardenales prefieren guardar las distancias, porque hay que preservar la dignidad. Es decir, que no son gente normal.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Una Cruz de piedra del siglo XV

Ahora toca los Belenes, que se acerca la Navidad, es decir, para ciertos sujetos, la Fiesta del Solsticio de Invierno. Ya lo ha dicho la abuelita Carmena, alcaldesa de Madrid, que un día sí y otro también, saca la patita por debajo de la puerta y lanza el aullido del lobo del Cuento de los siete cabritillos: en Madrid no habrá Belenes por las calles, dice la abuelita-lobo.
Pero el tema recurrente a lo largo del año es la Cruz. Siempre la Cruz.
No debe extrañarnos. Desde los inicios mismos del Cristianismo, san Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la Cruz:
–Porque andan por ahí muchos… ¡Cuántas veces os los he señalado, y ahora lo hago con lágrimas en los ojos, a esos enemigos de la Cruz de Cristo! Su paradero es la ruina, honran a Dios con el estómago y ponen su gloria en sus vergüenzas, centrados como están en lo terreno. (Filipenses 3, 18-19).
He visto estos días un vídeo que me ha producido horror y náuseas. La destrucción por los yihadistas de templos cristianos y demoliciones de imágenes y cruces en Siria.
No hay nada nuevo bajo el sol. En estos últimos tiempos, ando removiendo documentación de la República y de la Guerra Civil, motivado por el libro nuevo que llevo entre manos. Y ocurría entonces lo mismo, desgraciadamente.
En la República parece que solo hubo quemas de incendios los días 11-13 de mayo de 1931. Pero no fue así. Se dieron estos atropellos a lo largo de todos esos años. La iglesia de mi pueblo, por ejemplo, fue incendiada en 1933 y la del pueblo de al lado, en 1932.
Y en la guerra del 36, fue el acabose…
Recojo de las Memorias de monseñor Antoniutti, delegado del Vaticano enviado a la zona nacional en 1937, el siguiente texto. Habla de Barbastro, en Huesca, donde la barbarie se cebó:
–Todavía era visible la dolorosa profanación sobre todo de las casas de los claretianos y de los escolapios. Los recuerdos de los religiosos asesinados proporcionaban un elocuente testimonio de la ferocidad de los perseguidores y del coraje de las víctimas. Estas habían sido conducidas en un trágico cortejo al cementerio y allí fusiladas junto con el obispo de la diócesis. Las cruces de las lápidas del cementerio habían sido destruidas, y las mismas iniciales R.I.P. rayadas, mientras que las españolas D.E.P. eran conservadas, reteniendo que las iniciales españolas tuviesen un significado diverso.
Criminales y analfabetos, todo a un tiempo. No sabían que R.I.P. y D.E.P. eran lo mismo.
Volviendo al año 1933, en el ecuador de la República, el nuncio Tedeschini envía un despacho al secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pacelli el 31 de marzo, dándole cuenta del derribo de una cruz de piedra del siglo XV erigida a la entrada del pueblo de El Pedroso, en la Sierra Norte de Sevilla.
–Se trata –le dice– de uno de esos monumentos a la cruz, que en muchas regiones de España la antigua piedad de los padres ha puesto a lo largo del camino para que velasen en sus viajes a sus habitantes. Todos los siglos han respetado estos monumentos unidos a la piedad, o por lo menos, a la educación de los habitantes. Ahora por el contrario la furia antirreligiosa no respeta ya nada; y desgraciadamente el doloroso hecho de El Pedroso, no es más que el siguiente de tantos otros, como Vuestra Eminencia sabe por mis despachos, y tendrá también ulteriores imitadores en los bajos fondos sociales ahora desencadenados, azuzados e impunes, tanto más cuanto que han encontrado su defensa incluso en la prensa socialista.
Se refiere a un artículo de El Socialista titulado: «Ha sido destruida una cruz de piedra del siglo xv», que respira un cinismo insultante. Han tirado una cruz del siglo XV unos mozalbetes. ¡Qué vamos a hacerle!, dice. No por eso vamos a llamarles extremistas…
–No era una cruz urbana, que era una cruz en el camino, a la entrada de un pueblo… Ciertas costum­bres del siglo xv han ido cayendo en el desuso… Entre la indiferencia de católicos, ateos y librepensadores. Algunas veces, si acaso, es un sabio arqueólogo o un caprichoso artista quienes se duelen del natural ultraje y piden, en vano casi siempre, que se conserve el monumento y se restaure con la debida decencia. Porque esas cruces, a las veces, están rodeadas de ortigas, blanqueadas de malas hierbas… La piedad no suele ir a restaurarlas y a ponerlas en limpio… El tiempo es lo que va cambiando el mundo y liquidando lo pasado. Ni a los siglos que pasan, ni a los vientos que corren, ni a las tormentas que descargan, se les pide cuentas. «Ha sido destruida una cruz de piedra». No una, muchas cruces hemos visto quebradas del rayo, con los sillares rotos, entre inmundicias y jaramagos… de tamaño ultraje, ¿quién se queja? A nadie se le ocurre llamarle pecador al tiempo. Sucede lo que debe, y así está bien la Vida. Pero esta es otra tecla. Han sido unos jóvenes extremistas quienes han derribado… La guardia civil ha recogido los trozos de la cruz rota y se los ha llevado al juez, y luego ha salido en persecución de los autores de la «salvajada». Salvajada, ¿por qué? Salvaje el tiempo, salvaje la vida que transcurre. Así todos los hechos son revolucionarios… Si nada ni nadie destruyera las cruces…; si las arenas del desierto no hubieran invadido Egipto ni Alejandro hubiera llegado a Babilonia, puede que todavía viviéramos en el culto de Osiris. Los salvajes suelen cruzar la tierra y amontonar los campos y destruir los monumentos; y a lo mejor quedan los necesarios. ¡Qué de siglos están necesitando para hundirse las Pirámides y el Partenón! La tradición no es todo lo que vivió ni mucho menos; basta con un detalle para muestra. No es de creer que la conservación completa de las estatuas de Atenas y Corinto nos hubiera dado una mejor estimación en la excelencia del arte griego.
Y concluye el artículo:
–Esa cruz hecha añicos, muy cerca de Sevilla, no es para insultar la especie llamando salvajes a unos muchachos extremistas. El tiempo los empujó contra la cruz. ¡Y qué vamos a hacerle! A España se le caen los humilladeros como a los olmos se le caen las hojas. Los tira el viento o la mano del hombre ¡qué más da! ¡Los tiempos corren!

martes, 17 de noviembre de 2015

La pila de santo Domingo de Guzmán

Se hallaba la Corte en Sevilla, donde permaneció por espacio de cinco años, cuando el 17 de noviembre de 1729 –hace de ello hoy 286 años– nació en el Alcázar la infanta María Antonia Fernanda, hija de Felipe V y de Isabel de Farnesio. El mismo día fue bautizada por el cardenal Carlos de Borja, patriarca de las Indias, en la pila de santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos, traída expresamente desde Madrid.
Esta pila bautismal merece un comentario. Porque dicho así, sin más referencia, resultaría extraño al lector que se trajese de Madrid una pila bautismal, habiendo en la catedral de Sevilla una hermosa pila donde fue bautizado el príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, y otras ilustres personalidades.


Se trata de una vieja costumbre de los reyes de España, desde los tiempos de Felipe III, de bautizar a todos los príncipes e infantes en la pila de santo Domingo.
Esta pila, a mediados del siglo XII, se hallaba en Caleruega, provincia de Burgos, a medio camino entre Aranda de Duero y Silos, donde nació y fue bautizado santo Domingo de Guzmán en 1170, en un templo no parroquial, patrimonio de sus padres. El edificio todavía subsiste y conserva, a pesar de las restauraciones y de los muchos años, algunas características románicas de aquella época. En él se puede ver todavía la base de la pila donde fue bautizado Domingo de Guzmán y sus hermanos. La base solamente, porque la pila fue llevada hacia el año 1262 al convento de dominicas que se construyó por orden de Alfonso X el Sabio sobre una parte del solar del castillo en el mismo Caleruega. Chapada de plata sobredo­rada por dentro y por fuera, con los escudos de España, de la Casa de Guzmán y de la Orden grabados en ella, fue instalada la pila en el coro de las monjas, donde permaneció hasta el año 1605.
La Corte se hallaba entonces en Valladolid y Felipe III pidió al Maestro general de los dominicos que la pila de Caleruega fuese traída al convento do­minicano de San Pablo de Valladolid para el bautizo del príncipe heredero, futuro Felipe IV.
Y lo que fue un acto singular se convirtió en costumbre secular. La Corte pasó a Madrid y la pila de santo Domingo corrió igual suerte, siendo custodiada en el convento de las dominicas de Santo Domingo el Real. Desde entonces, todos los reyes, de Felipe IV a Alfonso XIII, han sido bautizados en ella.
En el Madrid del 36, durante la guerra civil, fue incendiada la iglesia y convento de Santo Domingo el Real. Pero las monjas, ante el inminente peligro, habían sido previsoras y escondido la reliquia, oculta entre lonas, en la cochera de un amigo de la co­munidad. Reconstruido el convento en la postguerra, la pila ocupa un sitio de honor en la clausura conventual. Varias veces ha salido en estos años hasta el palacio de la Zarzuela para el bautizo de las infantas doña Elena y doña Cristina y del rey Felipe VI, hijos de don Juan Carlos I y de doña Sofía y para las dos nietas de los actuales reyes. El rey don Juan Carlos no fue bautizado en ella porque nació en el exilio de Roma en 1938, bautizado por el cardenal Pacelli, meses después coronado papa Pío XII.
Reservada esta pila a los príncipes y infantes de España, en ella no han sido bautizados los otros nietos de los reyes don Juan Carlos y doña Sofía, hijos de los duques de Lugo y de los duques de Palma de Mallorca. Y en estos momentos me perdonarán ustedes por no saber ni tengo especial interés en averiguarlo si siguen siendo tales duques después de sus respectivos matrimonios frustrados con las infantas. Para estos nietos se usó otra pila bautismal, del siglo XIX, procedente del palacio real, pila utilizada también para bautizar en El Pardo a los nietos de Franco.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

San Martín de Tours, el de la capa

Hoy, 11 de noviembre, es la festividad de san Martín de Tours.
San Martín ha dado lugar a la creación de la palabra «capilla», que propiamente es una capa pequeña, para significar un edificio de reducidas dimensiones destinado al culto. Y viene del oratorio que los reyes de Francia habían erigido para guardar con veneración la capa de san Martín. Y los encargados de custodiar la capa del santo vinieron a llamarse «capellanes». Carlomagno trasladó su corte a Aix o Aquisgrán y llevó la reliquia consigo. Por eso la ciudad de la nueva corte se llamó Aix-le-Chapelle.
San Martín ha pasado también al refranero. Como es la época de la matanza de los cerdos, «llegarle a uno su san Martín» es darle a entender que, si ahora vive en placeres, llegará un día en que sufrirá y padecerá. Y a la meteorología popular, cuando se habla del «veranillo de san Martín», por la elevación de temperatura que curiosamente se observa en los días en torno a la fiesta del santo.



Esta es su historia.
Martín nació en el año 317 en Sabaria, Panonia (hoy día Szombatheley, en Hungría), hijo de un oficial del ejército romano. De padres paganos, a los doce años comenzó su proceso de conversión y se inscribió entre los catecúmenos. A los quince, por orden de su padre, ingresó como caballero de la guardia imperial y fue enviado a Amiens.
Caballero romano, pero cristiano, Martín tenía un esclavo, al que trataba como un hermano, llegando incluso a limpiar los zapatos de su «ordenanza».
En Amiens sucedió el episodio de la capa, que ha popularizado la imagen de Martín. Una cruda noche de invierno se encontró con un pobre desgraciado aterido de frío. Bajó del caballo, tomó la espada y partió en dos su blanca clámide, dando la mitad al pobre. A la noche siguiente, es Cristo el que se le aparece al joven caballero, llevando la mitad de su capa y diciendo:
—Es Martín, el catecúmeno, quien me ha vestido.
Al cumplir los veinte años, Martín se bautizó, dejó el ejército y se dirigió a Poitiers, atraído por la figura del obispo san Hilario, que hizo de él un exorcista, habiendo rechazado por humildad el diaconado.
San Hilario es una de las grandes figuras de la Iglesia en el siglo IV y no podía tener Martín mejor maestro. Nacido pagano, buscaba Hilario en la filosofía el camino de la verdad. Cuando leyó el Evangelio, se dio cuenta de que allí estaba la verdad y se convirtió. Con mujer y una hija, vivió desde entonces vida casi monástica. En el año 350 fue elegido obispo de Poitiers, por común voluntad del pueblo y del clero. Defensor de la ortodoxia católica contra el arrianismo como lo era san Atanasio en Oriente, Hilario combatió en Francia esta herejía que negaba la divinidad de Jesucristo. Exiliado Hilario a Oriente por el emperador Constanzo, protector del arrianismo, Martín tomó también el camino y se dirigió a su tierra de la Panonia a predicar el Evangelio. Convirtió a su madre, pero no pudo convencer a su padre.
Habiendo vuelto Hilario a Poitiers del destierro, Martín hace lo mismo, y, con el aliento de su obispo, inicia el ensayo de una vida cenobítica. Durante diez años, vive un modelo de retiro monacal con una regla escrita por san Basilio, naciendo así el monasterio de Ligugé, a dos leguas de Poitiers, el primero de Occidente.
Pero he aquí que en el año 370 muere el segundo obispo de Tours, san Lidoiro, y el pueblo se acuerda del monje Martín. Lo llaman con cierto engaño, porque temen que les diga que no. Le ruegan que venga a Tours a curar un enfermo. Y cuando Martín se halla en la ciudad, lo retienen a la fuerza y lo proclaman obispo. Fue consagrado el 4 de julio de 371. Durante 26 años cumplirá este último deber, convirtiéndose en un formidable luchador contra la herejía arriana y un incansable misionero con los galos. Bien se puede decir de él que fue soldado a la fuerza, monje por vocación y obispo por deber.
Acusado falsamente por un sacerdote, por nombre Brizio, decía:
—Si Cristo soportó a un Judas, ¿por qué no debo soportar yo a Brizio?
Participó en concilios, intervino con autoridad ante el emperador y sus funcionarios, estuvo siempre con los más necesitados y perseguidos.
Se encuentra en Candes en el año 397, para amainar las querellas que se habían suscitado entre los clérigos. Cuenta ya 80 años. Y se siente morir. Rezaba a Dios:
—Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo. ¡Hágase tu voluntad!
Y echándose al suelo, sobre las cenizas, dice a sus monjes:
—Un cristiano no debe morir de otra manera.
Era el 8 de noviembre de 397, a medianoche, cuando Martín murió en Candes. Cantos en el cielo se oyeron, cuenta Gregorio de Tours.
¿Dónde será enterrado? Los de Poitiers y los de Tours se disputan el cadáver.
Los de Poitiers decían:
—Es nuestro monje.
Y los de Tours replicaban:
—Es necesario que quien no ha terminado su obra en vida la termine después de muerto.
Y ambos pueblos montan guardia delante del cadáver durante la noche. Los de Poitiers se adormecen, momento que aprovechan los otros para sacar el cuerpo del obispo por una ventana, montarlo en una barca y llevarlo a Tours.
Se conocen estos hechos por Sulpicio Severo, su discípulo, que escribió en latín la Vida de Martín de Tours, con una extensa enumeración de milagros del santo tanto en vida como después de muerto. Dos siglos más tarde, apareció otra hagiografía, escrita por su sucesor en el episcopado, san Gregorio de Tours.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Ángela de la Cruz, la Santa de Sevilla: Su Testamento

Hoy, 5 de noviembre, es la festividad de Santa Ángela de la Cruz, y como todos los años, no puede faltar aquí una evocación de mujer tan sevillana y tan santa.
En Sevilla hay gracia hasta para eso: a la fosa común la llaman ter­tulia, allí todos bien juntitos en charla permanente los pobres del Señor que no pueden costearse una sepultura.
Sor Ángela de la Cruz, lo presiente, en 1931 va ya camino de la muerte. Como ella también dice: camino de la tertulia. Desearía que se cumpliera el tes­tamento que escribió –¿cuántos años atrás?– en junio de 1875, poco antes de fundar la Compañía de la Cruz, a sus 29 años. Dos meses después, 2 de agosto, comienza a caminar la Compañía de la Cruz que ella ha ideado hasta en sus más mínimos detalles. En sus Papeles de Concien­cia, Angelita Guerrero, la zapaterita del taller de la señora Maldonado, dejó escrito en un papel este testamento sin glosa:



Yo voy a hacer mi testamento, y usted, Padre (Torres) lo nombro por mi único albacea porque sé cumplirá usted mi última voluntad. Yo lo voy a hacer como si para mi muerte ya estuviese la Compañía formada, como así lo espero de la bondad de mi Dios; pero esté donde esté poco hay que va­riar.
Primero: Es mí voluntad que en mi última enfermedad no me asista ningún médico sino que mis hermanas me den lo que crean más a propósito; y nada más.
Segundo: Que no me muevan de la tarimita, porque esto no me perjudica.
Tercero: Que me dejen como esté vestida, pero el pañuelo me lo pondrán como una toquita.
Cuarto: Que así que expire llamen a los sepultureros, y poniéndome en la caja más vieja y mala que encuentren me lleven a la tertulia y que nadie me acompañe.
Quinto: No me quitará nadie el Crucifijo ni la Hermana Mayor; es mi última voluntad, lo digo por si hay alguna antojadiza.
Sexto: Cuando se enteren que la Hermana Ángela ha esta­do mala, que ya esté enterrada.
Séptimo: Si el Padre solo acompaña mi cadáver (porque otra vez que yo se lo dije, que si moría en mi casa hiciera esto conmigo, porque hace muchos años que Dios me lo ins­piró y yo lo deseo, me dijo que sólo el Padre me acompaña­ría), que no ponga ninguna señal, para que nadie lo sepa dónde estoy enterrada.
Pero le suplico rueguen a Dios mucho por la miserable criatura que tanto le ha ofendido. Ángela Guerrero.
Es mi última voluntad. No obstante lo dicho, para ser obediente hasta después de mi muerte, entrego mi cuerpo a la obediencia.

Cincuenta y seis años después de este escrito, Sor Ángela se precipita hacia la muerte. Pero no irá a la tertulia ni se cumplirá la mayor parte de las cláusulas de su testamento, salvo ese punto final que doblega su voluntad a la santa obediencia.
La muerte de Sor Ángela de la Cruz tendrá un tratamiento bien dis­tinto, que no en vano esta mujer, tan menuda y silenciosa, ha prendi­do de lleno en el corazón de los sevillanos. Y así como ella quiso seguir los andares de Teresa de Jesús, conocida como la Santa de Ávila, Sor Ángela es y será la Santa de Sevilla.