lunes, 9 de octubre de 2017

Padre Leonardo Castillo, «Costalero para un Cristo Vivo»

Leonardo Castillo ha sido en su vida un cirineo que ha llevado sobre sus hombros tantas desventuras… Pero en Sevilla, al cirineo se le llama costalero. Y eso ha sido Leonardo, un «Costalero para un Cristo Vivo».
La idea de esta imagen se le ocurrió al canónigo Francisco Gil Delgado, en un artículo en ABC, de abril de 1989, donde dice:
–¡Qué cosas se le ocurren al Padre Leonardo Castillo! No para esa imaginación calenturienta de obras de solidaridad. Ahora anda buscando costaleros, mas no para soportar el peso de las imágenes de Semana Santa, sino para transportar la imagen viva de Dios en sus hijos enfermos.


 Se trataba de una peregrinación a Lourdes… con enfermos y personas con discapacidad. Ya venía haciéndolas desde 1984…
–Costaleros para llevar a Cristo vivo desde Sevilla a Lourdes. Una nueva dimensión de la Semana Santa sevillana, trasladada más allá de nuestras fronteras. ¡Qué cosas se le ocurren al Padre Leonardo Castillo!
Y se creó la Fundación «Padre Leonardo Castillo, Costaleros para un Cristo Vivo». Aunque el canónigo Gil Delgado quiso dejar bien claro que la autoría del lema se le ocurrió a él y la acuñó en el diario ABC:
–Se me ocurrió a mí lo de «Costalero para un Cristo Vivo»… Se había creado una cofradía nueva en Sevilla, que no necesitaba pasar por la Campana, ni desfilar por la carrera oficial, ni llevar imágenes de madera sobre canastillas doradas o bajo palios de terciopelo. Cristos vivos los enfermos y minusválidos, tras la cruz de guía de su fe, con la papeleta de sitio de la esperanza, sostenidos sobre los hombros de la caridad.
Desde entonces, 33 ediciones ya, se organiza todos los años la peregrinación a Lourdes con enfermos y personas con discapacidad, acompañados de voluntarios costaleros. A los que se une desde 2008 un grupo de reclusos del Centro Penitenciario Sevilla I con permiso especial, que acuden acompañados por sus monitores. En Lourdes les aguarda todos los años para oficiarles la misa el cardenal Amigo Vallejo, que se ha convertido en el capellán más emblemático de la Fundación «Padre Leonardo Castillo, Costaleros para un Cristo Vivo».
El mismo año de su muerte en 2005, en el Centro Penitenciario Sevilla I, que tanto visitara Leonardo Castillo, se rotuló el 17 de diciembre el paseo de entrada a la cárcel como «Avenida de la Libertad del Padre Leonardo». Es una avenida de entrada, pero sobre todo para los presos es una avenida de salida, que conduce a la calle, a la libertad. El rótulo, confeccionado en el taller de cerámica de la prisión, se descubrió tras la misa que ofició el cardenal Amigo Vallejo en la Unidad de Cumplimiento. A ella asistieron unos cien internos e internas seleccionados. Y también unos cien «costaleros», toreros y numerosos representantes de las cofradías.
Homenaje perdurable a este cura sevillano, que no solo traía sonrisas y alegrías a los presos, sino que en el recuerdo de sus tiempos de «cura de los toreros» llegó a montar en la cárcel una corrida de toros, teniendo que meter los toros con una grúa.
Emocionante fue la entrega de un retrato del Padre Leonardo, pintado por un recluso inglés, James Taylor, a la hermana del sacerdote, Lupe Castillo. Los otros dos retratos hechos por el artista, quedó uno en la prisión y otro fue entregado a Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, primer presidente de la Fundación «Padre Leonardo Castillo, Costaleros para un Cristo Vivo», periodista y escritor, exdirector de ABC de Sevilla, desgraciadamente fallecido dos años después, 23 de marzo de 2007, al sufrir un infarto mientras pronunciaba el Pregón de la Semana Santa de Talavera de la Reina. A él han seguido en la presidencia de la Fundación el doctor oftalmólogo Isacio Siguero Zurdo y el torero Eduardo Dávila Miura, que la preside actualmente.
Este año, sábado 27 de mayo de 2017, han sido trasladados los restos mortales de Leonardo Castillo desde el cementerio de Algar a la iglesia parroquial de Nuestra Señora Santa María de Guadalupe del municipio gaditano que le vio nacer. Y depositados en la capilla de bautismo.
La exhumación y el traslado de sus restos se realizó en un acto íntimo y familiar. A continuación, a las doce y media de la mañana, se celebró una Eucaristía oficiada por el cardenal Amigo Vallejo, arzobispo emérito de Sevilla, y el obispo de Jerez, José Mazuelo.
El cardenal Amigo Vallejo elogió en su homilía la figura del insigne sacerdote, para concluir diciendo:
–«La caridad no se discute, se vive». ¡Cuántas veces se lo oía decir al Padre Leonardo! Así era Leonardo Castillo: un corazón repleto de misericordia y tan grande tan grande que cabían en él cuantos necesitaban de su ayuda. Un sacerdote para servir a Dios en lo que Dios quería ser servido.

viernes, 6 de octubre de 2017

La Giralda, octava maravilla

Tú, maravilla octava, maravillas
a las pasadas siete Maravillas.

La Giralda, octava maravilla, supera –dice el autor de estos versos que copio de un manuscrito de la Biblioteca Colombina– a las Siete Maravillas del Mundo, numeradas en el tratado De septem orbis miraculis, texto traducido del griego al latín por León Allatius y atribuido falsamente a Filón de Bizancio, ingeniero que vivió en el siglo II antes de Cristo. Para memoria de los lectores recuerdo las siete maravillas del mundo antiguo, que eran: 1. Las pirámides de Egipto. 2. Los jardines colgantes de Semíramis. 3. Las murallas de Babilonia. 4. La estatua de Júpiter Olímpico, de Fidias. 5. El coloso de Rodas. 6. El templo de Diana en Éfeso. Y 7. El sepulcro del rey Mausolo, en Halicarnaso.


Ser la octava maravilla se ha convertido en proverbial, en cosa maravillosa que sobrepasa las siete maravillas de la antigüedad. Pues esa maravilla octava es para el autor de esos versos primeros y para todos los sevillanos la Giralda, llamada así por una figura de mujer, de bronce, que gira como una veleta en el remate de la torre, vestida al estilo romano, con una palma en la mano izquierda y un lábaro en la derecha. Representa la Fe victoriosa y mide 3,48 metros. La estatua de bronce pesa algo más de una tonelada. Es hueca, realizada en Triana, fundida en bronce por el artillero (así se llamaba entonces a los fundidores) Bartolomé Morell.
Desde que en 1356 las cuatro bolas relucientes que coronaban la torre mora cayeron por efecto de un terremoto, esta se hallaba como despeinada, sin un no sé qué que la hiciera garbosa y bella. Ese adorno se lo hizo Hernán Ruiz «el Mozo», cordobés, nombrado maestro mayor de la catedral en 1556 a la muerte de Martín Gainza. El 17 de diciembre de 1557 presentó su proyecto de reforma de la torre. El 5 de enero siguiente, el cabildo aprobó el trazado por él diseñado. Comenzaron las obras en 1560 y terminaron en 1568 con la colocación de la estatua del Giraldillo el 14 de agosto.
En el epitafio que se acordó dos meses después, 6 de octubre de 1568 –hace hoy 449 años–, se la denominó «Coloso de la Fe Victoriosa». En el muro de la torre frontero a la calle Placentines, debajo de unas borrosas pinturas atribuidas a Luis de Vargas, hay una lápida con una inscripción latina debida al canónigo Francisco Pacheco. Traducida al castellano por el poeta sevillano Francisco de Rioja, dice así: «Consagrado a la eternidad. A la gran Madre libertadora, a los Santos Pontífices Isidoro y Leandro, a Hermenegildo, Príncipe pío, feliz, a las Vírgenes Justa y Rufina, de no tocada castidad, de varonil constancia, Santos tutelares, esta torre de fábrica africana y de admirable pesadumbre, levantada antes doscientos y cincuenta pies, cuidó el Cabildo de la Iglesia de Sevilla, que se reparase a gran costa en el favor y aliento de don Fernando de Valdés, piísimo Prelado; hiciéronla de más augusto parecer, sobreponiéndole costosísimo remate, alto cien pies de labor y ornato más ilustre; en él mandaron poner el coloso de la Fe vencedora, noble a las regiones del cielo, para mostrar los tiempos por la seguridad que tenían las cosas de la piedad cristiana, vencidos y muertos los enemigos de la Iglesia de Roma. Acabóse en el año de la restauración de nuestra salud 1568, siendo Pío V Pontífice óptimo máximo y Felipe II augusto, católico, pío, feliz vencedor, Padres de la patria y Señores del gobierno de las cosas».
Cervantes, que conoció la Giralda antes y después del airoso remate de Hernán Ruiz, la rememora en el Quijote al narrar el episodio del caballero del Bosque: «Una vez me mandó (Casildea de Vandalia) que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla, llamada Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo». Y el ecijano Vélez de Guevara, en El Diablo Cojuelo, califica a la Giralda torre «tan hija de vecino de los aires, que parece que se descalabra en las estrellas».

lunes, 2 de octubre de 2017

San Juan de Aznalfarache debe al cardenal Segura el Monumento a los Sagrados Corazones

En San Juan de Aznalfarache se halla el Monumento a los Sagrados Corazones, donde está enterrado el cardenal Segura, que lo ideó e inauguró. Ahora el municipio de San Juan, amparado en la Ley de Memoria Histórica, ha borrado «Calle Cardenal Segura» y cambiado por el de «Paseo de las nueve aceituneras», asesinadas el 24 de octubre de 1936, en plena guerra civil.
Creo que suprimir del callejero del pueblo al cardenal Segura se deba a que el municipio piensa que, a tenor de la Ley de Memoria Histórica, hay que hacer desaparecer todo vestigio del franquismo y personajes adictos al Caudillo. Pero da la casualidad de que el cardenal Segura, aun siendo un purpurado muy polémico, ciertamente no fue franquista. Y el pueblo de San Juan de Aznalfarache le debe estar agradecido, porque el Monumento levantado en su cerro se debe a la voluntad férrea del cardenal.


A raíz de las Misiones celebradas en 1940, el cardenal Segura vio la necesidad de tener en la diócesis una Casa de Ejercicios y también un Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, como ya lo hiciera en Cáceres y proyectara en Toledo.
No había Casa de Ejercicios Espirituales en la diócesis. Se aprovechaba el Seminario de San Telmo para los sacerdotes y casas religiosas para los fieles. Había en Marchena, de iniciativa particular, en Valverde del Camino, diocesana, y en Chipiona, de propiedad particular. Pero la lejanía y otros inconvenientes...
Y se fijó en el Cerro de San Juan de Aznalfarache, al otro lado del Guadalquivir, donde hubo en la época medieval un castillo moro y en el siglo XV se asentó un convento franciscano de Terceros Descalzos, que acabó en ruinas tras la exclaustración del XIX.
Levantada la iglesia y añadida una Casa de Ejercicios sobre el antiguo convento, el complejo fue inaugurado y bendecido por el cardenal Segura en la tarde del 14 de diciembre de 1941 con función eucarística y tedeum.
El Monumento al Sagrado Corazón lo piensa a lo grande. Y estamos en tiempos de penurias, postguerra, 1941… Pero aquel alcor, que se alza como una cornisa que divisa Sevilla, era propiedad del Ministerio del Aire. Y Segura, sin pudor, después de sus desavenencias con el Gobierno de Franco (en una Sabatina de 1940 había identificado la palabra Caudillo con el demonio, citando una frase de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola, lo que provocó el furor de Franco, que a punto estuvo de expulsarlo de España), le escribe una carta al general Vigón, ministro del Aire, fechada el 8 de enero de 1942, solicitando ese terreno para erigir el Monumento junto a la Casa de Ejercicios.
El 28 de marzo de 1942, el Boletín Oficial del Estado publicó el decreto de cesión al Arzobispado de Sevilla de una parcela de terreno destinada al emplazamiento del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de San Juan de Aznalfarache, propiedad del Ministerio del Aire. Segura puede comenzar las obras. El Monumento, diseñado por él, fue realizado por el arquitecto Aurelio Gómez Millán. De forma semicircular es un gran patio porticado con balconada hacia Sevilla, en cuyo centro se levanta la estatua del Sagrado Corazón. En la ladera anterior, en camino serpenteante, discurre un Viacrucis y el monumento al Sagrado Corazón de María. Por ello, a partir de su inauguración, se llamará: Cerro de los Sagrados Corazones.
El domingo 24 de mayo de 1942, Pascua de Pentecostés, tuvo lugar la bendición y colocación de la primera piedra de la capilla votiva del Monumento oficiando de pontifical el cardenal Segura, asistido por el Cabildo metropolitano, con gran asistencia de fieles.
Hay un problema. En los aledaños al Monumento está el cementerio del pueblo de San Juan, contiguo a la Casa Diocesana de Ejercicios y en medio de la barriada que pretende construir el Ministerio del Aire. El cementerio será clausurado el 24 de junio y trasladado a otro lugar, obligado el vecindario a remover los restos de sus mayores por cuenta propia y construcción y embellecimiento de los nuevos panteones.
El eco de las quejas de los vecinos se ha perdido en el espacio infinito del tiempo. No hay constancia gráfica del malestar que suscitó en la población. Porque eran tiempos de ordeno y mando y de una censura imperante. Como tampoco queda constancia escrita de la avidez faraónica del cardenal Segura con esa obra colosalista que pretende llevar adelante.
En noviembre de 1942, en la festividad de Cristo Rey, será la inauguración de la Capilla Votiva, y el 31 de diciembre, solemne bendición e inauguración de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús.
En años sucesivos, hasta su terminación en 1948, Segura no dejará de inaugurar las distintas fases de un Monumento que sigue en persona casi día a día. Es su paseo de tarde. Con su chofer y su secretario, toma su Mercedes y se planta en el Cerro a contemplar cómo discurren las obras de un Monumento construido a la mayor gloria del cardenal Segura. Perdón, de los Sagrados Corazones. Con el tiempo, pícaramente llamarán al Monumento el «Valle de los Caídos del cardenal Segura». En realidad, tal Monumento se convirtió en el gran mausoleo donde yacen junto al cardenal Segura los restos de sus padres y hermanos y costará sudores y lágrimas en aquellos tiempos de penurias tras la guerra.
El Monumento se inauguró solemnemente el domingo 10 de octubre de 1948, con misa en la puerta de la capilla votiva del Monumento y asistencia de Franco y señora, el Gobierno en pleno, autoridades y ejército, los obispos de Badajoz y Canarias, el arzobispo de Methynne, el cabildo catedral y fieles.
Terminada la misa, estaba programada una comida… que no se llegó a tener.
En los días previos, llegó de Madrid el jefe de protocolos del Gobierno para programar con Segura los actos del Monumento. Y se llegó al momento de la comida, en la que Segura era el anfitrión, puesto que se daba en la Casa de Ejercicios del Cerro.
El jefe de protocolos le dice que la mesa será presidida por el Generalísimo y por la señora de Franco, frente a él, y que Su Eminencia se sentará a la derecha del Jefe del Estado.
–Eso no puede ser –contestó Segura–. He jurado al recibir la púrpura los estatutos por los que se rige el Sacro Colegio y los Cardenales no ceden puesto más que al Rey, Reina, Jefe del Estado y Príncipe heredero. La señora del Jefe del Estado, por muy respetable que sea, no ocupa ninguno de estos cargos.
–Pero mire Vuestra Eminencia que hemos traído el protocolo de Madrid…
–Por mí se lo pueden llevar. Yo no tengo más protocolo que las leyes de la Iglesia.
–¡Ay, Señor! ¡En qué conflicto sin salida nos pone! No vemos solución.
–Pues yo veo tres, por lo menos. Primera: que la señora del Jefe del Estado no asista al banquete. Segunda: que no asista yo. Tercera: que el banquete no se celebre.
Y el banquete no se celebró.
No se verán más las caras Franco y Segura. Cuando Franco vuelva a Sevilla en abril de 1953, Segura se hallará en el Cerro dando Ejercicios espirituales. Y el distanciamiento y ruptura será total.
Dicho lo cual, no veo motivo para que el Ayuntamiento de San Juan de Aznalfarache se haya amparado en la Ley de Memoria Histórica para borrar de un plumazo a quien le debe el monumento más colosal del que puede gloriarse el pueblo. Porque Segura será lo que sea, pero no fue franquista. Y un año más tarde, en 1954, cuando lo destituya de su diócesis la Santa Sede, escribirá una carta a Domenico Tardini, prosecretario de Estado, en la que le dice:
–Estoy solo, Franco me ha aislado.