viernes, 29 de noviembre de 2019

Giulio Alberoni pretendió la diócesis de Sevilla


Este curioso personaje, cardenal y primer ministro de Felipe V, fue propuesto por el rey para la sede hispalense, que no llegó a ocupar, menos mal. En noviembre de 1717, tras una ancianidad plácida próxima a los 80 años, ha muerto el cardenal Arias, arzobispo de Sevilla. Para sucederle, Felipe V propone al abate Alberoni, recién nombrado cardenal y consejero de la reina Isabel de Farnesio, ahora en la cresta del poder.
Surgido de una humilde familia de hortelanos, este curioso personaje realiza una bri­llante carrera eclesiástica y política. Nació en Fiorenzuela d’Arda (Piacenza, Italia) en 1664. Siendo monaguillo en Piacenza, el obispo lo educó a sus expensas y ordenó de sa­cerdote, perfeccionando posteriormente en Roma su formación. Conoció después, en ciertas negociaciones diplomáticas, al duque de Vendôme, generalísimo francés, a quien el abate Al­beroni se ganó por ese arte en prepararle platos suculentos italianos tan del gusto del general, quien le tomó a su ser­vicio y con él anduvo varios años por Italia, Flandes y Es­paña.


 Alberoni, de cuerpo pequeño y de gran obesidad, desti­laba gracia y simpatía a su alrededor haciéndose ganar la amistad de los grandes. A la muerte del duque, fue a París y cayó en gracia también a Luis XIV, quien le envió a Madrid con recomendaciones para su nieto Felipe V. Iniciado en la corte española, su talento y su intriga le llevaron un día a concertar la boda del propio rey con Isabel de Farnesio. Ya de consejero de la reina italiana, su poder no tiene lími­tes. Nombrado cardenal en 1717, maneja la política interna­cional de España, desviándola hacia los asuntos de Italia. En 1717 envía flota para la conquista de Cerdeña y al año siguiente para la toma de Sicilia. La cuádruple Alianza for­mada por Inglaterra, Francia, Austria y Holanda se opone a su expansionismo. Pero la presión de las potencias europeas hace caer en desgracia a Alberoni, obligado a salir de Madrid en el término de ocho días y de España en tres semanas. Pasó la frontera en diciembre de 1719.
Obispo propio de la diócesis de Málaga (6 diciembre 1717), aunque nunca llegó a tomar posesión, pretendió tam­bién la archidiócesis de Sevilla. Al cabildo le llegó la no­ticia el 29 de noviembre de 1717, por carta del mismo Alberoni. Pero las desavenencias surgidas con la Santa Sede por la política española en Ita­lia, impidió la confirmación de Alberoni como arzobispo de Sevilla. La sede, vacante durante tres años, fue ocupada, tras la expulsión de Alberoni del territorio español, por el obispo de Osma Felipe Gil de Taboada en 1720. Alberoni murió en Piacenza en 1752.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Tener más paciencia que el Santo Job


Hay un dicho popular que dice: «Tener más paciencia que el Santo Job».
¿Por qué el hombre justo sufre y el malo es feliz en este mundo?
Acabo de releer el Libro de Job y me ha parecido tan actual ese grito de un Job que vive una dura prueba en su fe con Dios: pérdida de sus bienes, familia, ganado…
Me voy a limitar a subrayar solamente algunos pasajes y que sea el lector quien saque las consecuencias propias. A mí me ha parecido de máxima actualidad ese clamor de Job ante el silencio de Dios.


 Job considera injustos los sufrimientos que Dios le envía:
–«¿Hasta cuándo pensáis atormentarme, aplastándome con tanta palabrería? Ya me habéis humillado diez veces, me habéis atacado sin pudor. Aun en caso de haber pecado, solo a mí afectaría mi culpa. Pero ya que queréis someterme usando mi dolor como prueba, sabed que Dios me ha hecho daño, que me ha copado en sus redes. Si grito “Violencia”, no oigo respuesta; imploro “Socorro”, pero no hay justicia. Ha vallado mi camino para que no pase, ha velado mi senda con densa oscuridad. Me ha despojado de mi honor, dejando mi cabeza sin corona. Me socava por doquier y me deshago, ha arrancado la raíz de mi esperanza. Ha atizado su cólera contra mí, me tiene como un enemigo. Sus tropas han venido en masa, construyen terraplenes de ataque, asedian mi tienda por doquier. (19, 2-12).
Se lamenta Job:
–Te has convertido en mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas a lomos del viento, sacudido a merced del huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde todos los vivos se dan cita. ¿No tendí yo la mano al afligido que me pedía ayuda en la desgracia? ¿No lloré por el que vive en la penuria?, ¿no mostré compasión por el pobre? Esperaba la dicha, me vino el fracaso; anhelaba la luz, llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin cesar, enfrentado a días de aflicción. Mi vida es sombría, sin sol; pido auxilio, de pie, en la asamblea. Me he vuelto hermano de chacales, comparto la amistad con avestruces. Mi piel ha quedado ennegrecida, mis huesos arden por la fiebre. Mi lira está afinada para el duelo, mi flauta acompaña a plañideros. (30,21-30).
 Y siguen los lamentos:
–¿Qué es el hombre para que te ocupes tanto de él, para que pongas en él tu interés, para que le pases revista por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar saliva? Si he pecado, ¿en qué te afecta, Guardián de los humanos? ¿Por qué me has tomado como blanco y me he convertido en tu carga? (7, 17-20).
Job está seguro de su inocencia y lanza un reto a Dios:
¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? ¿No reserva la desgracia al criminal?, ¿no le aguarda el fracaso al malhechor? ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez. (31, 2-6). ¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma, que responda el Todopoderoso! ¡Que mi rival escriba su alegato! (31-35).
Los amigos le acusan de blasfemo. Elifaz de Temán le dice:
–¿Por qué dejas que tu pasión te domine y miras con ojos desorbitados, para dirigir tu cólera contra Dios y lanzar tales palabras por tu boca? (15, 12-13).
Job, finalmente, se arrepentirá de haber hablado mal de Dios y responderá al Señor:
–Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible. Dijiste: “¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla?”. Es cierto, hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión. Dijiste: “Escucha y déjame hablar; voy a interrogarte y tú me instruirás”. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el polvo y la ceniza. (42, 2-6).
Resumo la problemática del Libro de Job con un texto de mi entrañable profesor de la Universidad de Comillas, P. José Alonso, S.J.:
–¿Por qué Dios hace que sufra el justo y que prospere el malvado?... La naturaleza y sabiduría de Dios solo imperfectamente pueden ser conocidas «por los contornos de su obra» (26, 14), pero en su plena realidad son un misterio. «Nosotros no percibimos más que un débil eco, pero el trueno de su poder, ¿quién lo comprenderá?», había dicho ya Job hablando con sus amigos.
Dios, que lo había puesto a prueba, devolverá finalmente a Job la felicidad que gozaba antes.


sábado, 16 de noviembre de 2019

Pío XII pudo venir a España refugiado


Fue un objetivo programado por la Santa Sede y Sor Pascalina, la monja alemana que cuidaba de Pío XII, cuando Roma, caído Mussolini, fue ocupada por las tropas alemanas el 12 de septiembre de 1943. Pío XII podía contemplar desde su ventana a la guardia nazi montada en la Plaza de San Pedro, lo que en principio parecía ser un reconocimiento alemán de la neutralidad del Vaticano. Dentro de sus muros, se han refugiado los embajadores Tittmann, de Estados Unidos, y Osborne, de Gran Bretaña, entre otros.
Pero me interesa proponer un tema que se ha sabido cuando el general Karl Friedrich Otto Wolff, treinta años después, decidió hablar bajo juramento en la causa de beatificación de Pío XII. Lo ocurrido en su encuentro con Hitler a propósito del Papa y del Vaticano.


Pío XII y Sor Pascalina.

Karl Wolff, comandante de las SS y hombre de confianza de Heinrich Himmler, fue nombrado jefe supremo de la policía alemana en Italia, al tenerse noticias de la ruptura de la alianza italiana. El 9 de septiembre pisó Italia con instrucciones de organizar las SS en la turbulenta situación italiana, pero sin ninguna orden en concreto respecto al Vaticano.
Dos o tres días después, fue llamado por su superior Himmler. Tomó un avión y se dirigió a la Prusia oriental, a la Guarida del Lobo, donde se hallaba Hitler. Himmler le informó de que Hitler le esperaba con urgencia para encargarle un asunto extremadamente secreto: la ocupación del Vaticano y la deportación del Papa.
–Deseo –le dijo Hitler– que ocupe con sus tropas la Ciudad del Vaticano. Ponga al seguro los archivos y los objetos de arte y deporte hacia el norte al Papa Pío XII y a la Curia «para su protección». Según el desarrollo político y militar que derivará de esta operación decidiré luego el lugar de alojamiento del Papa: posiblemente en Alemania o tal vez en la neutral Liechtenstein. ¿Cuánto tiempo cree que le será necesario para la preparación del plan?
–Pienso que para esta operación necesitaré de cuatro a seis semanas.
Wolff marchó a Roma con este encargo terrible que él, confiesa, no quería ejecutar.
Hitler hablaba de «entrar en el Vaticano y echar toda aquella gentuza de rufianes». Aparte del testimonio del general Wolff, hay otros testigos que confirman la existencia de un complot nazi para secuestrar a Pío XII. Giulio Andreotti, que mantuvo relaciones con él, confesará:
–Durante la ocupación alemana de Roma, tuve muchas veces ocasión de ser recibido en audiencia privada por Pío XII… Recuerdo claramente que el Papa me dijo un día que había sido amenazado de arresto y deportación, pero que su puesto era el Vaticano y jamás huiría o se escondería. Si querían hacerle prisionero, lo encontrarían en su puesto.
El conde Enrico Galeazzi, arquitecto de los Palacios Apostólicos, ideó un proyecto con Sor Pascalina de esconder al Papa y trasladarlo a España. Pensaron primero transferirlo clandestinamente a la villa que los Galeazzi tienen en San Felice Circeo, una localidad balneario a 120 kilómetros de Roma. Era una roca sobre el mar, de difícil acceso. Sor Pascalina fue a ver la residencia y le pareció acertada. Allí permanecería refugiado Pío XII durante un par de días hasta poder embarcase en un barco de bandera española y refugiarse en España. Estaban convencidos de que el general Franco, de conocidos sentimientos católicos, se sentiría honrado de hospedar en secreto a Pío XII sustrayéndole así de las fuerzas nazis. El abogado Carlo Pacelli, sobrino del Papa, consejero general del Estado de la Ciudad del Vaticano, aprobó la solución española. Pero no habían contado con la personalidad de Pío XII que se negó rotundamente. En declaración a su maestro de Cámara, monseñor Arborio Mella di Sant’Elia, le dijo:
–No me moveré de Roma. He sido puesto en la sede de Pedro por voluntad de Dios y por consiguiente no la dejaré por mi voluntad o con mi consentimiento. Tendrán que atarme y llevarme a rastras, porque yo no me moveré de aquí.
Por fortuna, no se dará en Pío XII las deportaciones que sufrieron Pío VI y Pío VII por obra de Napoleón, ni la fuga de Pío IX el 24 de noviembre de 1848, vestido de simple clérigo, después del asesinato de su primer ministro, para refugiarse en Gaeta ante el furor de la Revolución Romana. Pío XII podría haber cumplido aquella máxima de Jesús, cuando dice en el Evangelio de Mateo 10: «Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra».
Pero no fue necesario. Roma será pronto tomada por los aliados, que han desembarcado en Sicilia. Y curiosamente, en una Roma recién liberada, mientras los embajadores Tittmann, de Estados Unidos, y Osborne, de Gran Bretaña, salían de su refugio en el Vaticano, se acogían bajo sus muros el embajador alemán Weizsäcker y el embajador japonés. Éste ocupará la estancia que el embajador Tittmann tenía en Santa Marta, residencia actual del Papa Francisco.

domingo, 10 de noviembre de 2019

María Emilia Riquelme, la hija del general


Buena parte de la vida de María Emilia Riquelme, que ayer, 9 de noviembre, fue beatificada en la catedral de Granada, la pasó en Sevilla. Es lo que quiero relatar aquí, aunque sea brevemente.
Nació en Granada en 1847. A los dos días, 7 de agosto, fue bautizada en la parroquia del Sagrario. Su padre, Joaquín Riquelme, era un militar de bigote. Y al decir esto, quiero expresar dos cosas. Primero, que era un hombre de cuerpo entero, caballero con sentido del honor y del valor, espíritu cívico y militar, patriotismo y fervor religioso. También, como todo militar que se precie en su siglo, mostraba un bigote grande y espeso, lo que se dice un buen mostacho. Su madre, María Emilia Zayas, era la buena esposa del militar con el porte y la educación de una joven de la alta sociedad granadina.


El general vino a Sevilla como capitán general de Andalucía en 1875, ciudad que marcará la vida de María Emilia. Ingresará en un colegio de interna. La clase aristocrática tenía por aquel entonces una escuela regentada por doña Luisa de Padilla que recibía alumnas externas, mediopensionistas y pensionistas. Poco antes, en 1868, llegaron a Sevilla las religiosas del Santo Ángel, de cultura francesa, y años después, en 1889, las del Valle, conocidas por las Irlandesas, que darán a la enseñanza femenina sevillana un impulso especial. Prácticamente no había escuelas públicas en Sevilla en aquel entonces. Sólo escuelitas privadas con mayor o menor fortuna donde se aprendía a leer y escribir y poco más. En este tiempo, pero en un extremo de la Sevilla amurallada, junto a la Puerta del Sol, cercano a la Macarena, aprendía malamente sus primeras letras una niña que con el tiempo será muy amiga de María Emilia y conocida para bien de Sevilla y de la Iglesia como Santa Ángela de la Cruz.
Pero María Emilia pertenece a la clase bien y para estas niñas existe en Sevilla el colegio de doña Luisa de Padilla, con maestras ayudantes, que enseñan las disciplinas que se exigían en las futuras damas casaderas: ortografía, composición y lectura, francés, piano, arpa, bor­dado en oro y plata, cosido de ropa fina, encajes, confección de ramos. También una estricta formación religiosa, con catecismo, historia sagrada y prácticas piadosas en el oratorio del colegio.
En febrero de 1885 muere el general Riquelme. Y María Riquelme, huérfana, pensó en una vida en religión. Se embarcó primero en la aventura de las Esclavas del Divino Corazón, instituto que acababa de fundar en Coria el obispo don Marcelo Spínola. Pero no le fue bien y volvió a Sevilla. Le vienen ganas de ser Hermana de la Cruz, pero Sor Ángela, que la recibe siempre con un trato maternal, le dijo: «Piénsalo; yo te quiero, pero no es eso lo que Dios quiere de ti». Como insistía, llegó a formalizarse la entrada, pero en ese momento se puso tan enferma, que Sor Ángela le dijo: «¿Ves? Yo sabía que esto no es para ti».
Sor Ángela, que ha deambulado con sus Hermanas por varias casas de Sevilla, necesita una más amplia. El marqués de San Gil ha puesto en venta su casa-palacio en la calle Al­cázares. Es lo ideal, con amplios terrenos detrás que llegan hasta la calle doña María Coronel. Su precio: 40.000 duros. Sor Ángela pone el asunto en manos de San José. Precisamente en su día, 19 de marzo de 1887, termina el plazo de demora dado por el marqués. Hay un buen puñado de duros ofrecidos por el arzobispo y otras almas caritativas, pero falta la cantidad suculenta que permita el trato. María Emilia está en cama aquejada de una dolencia. Ha envia­do recado para que acuda una Hermana a su domicilio: «Asunto ur­gente». Cuando llegan las Hermanas reciben de ella un sobre con 9.000 duros, que vinieron de perlas para firmar el trato. Es la Casa-Madre actual, tan bonita, tan limpia, tan sevillana. Cuando a María Emilia voces familiares le recriminaban su cuantioso donativo, ella contestaba sonriendo: «No apurarse, nada he perdido: lo he depositado en un banco que no quiebra».
Finalmente fundará en Granada a las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada el 25 de marzo de 1896, congregación religiosa en la que quiso aunar su amor a la Eucaristía con la acción misionera, ejes de su vida. Después de Granada siguieron las fundaciones de Madrid y Barcelona y la aprobación del Papa en 1912. Murió a los 93 años, después de una vida intensa y plena, en la Casa Madre de Granada el 10 de diciembre de 1940. ¿Sabéis cómo se retrató ella? «En Dios todo lo encuentro, sin Él nada quiero. Él me satisface plenamente». Y también: «Toda de Dios y de sus hijas es esta pobre viejecita».

viernes, 8 de noviembre de 2019

8 y 9 de noviembre: días aciagos para Alemania


8 de noviembre de 1923
La figura de Adolf Hitler asoma en 1923 con un intento de golpe de Estado en Baviera para implantar, por la fuerza, un Estado nacionalsocialista. Conocido como Putsch de Munich o Putsch de la Cervecería, en la noche del 8 al 9 de noviembre de 1923, fue provocado por miembros del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP) y reprimido por la policía con una docena de muertos. Hitler se fracturó un brazo y fue arrestado y condenado a cinco años de cárcel, de los que cumplió solo unos meses.
En Munich se hallaba de nuncio Eugenio Pacelli y el 9 de noviembre, al día siguiente del Putsch, telegrafió un mensaje al cardenal Gasparri, secretario de Estado de la Santa Sede:
–En la noche pasada, Hitler con bandas armadas declaró cesado el gobierno bávaro, arrestado ministro presidente y proclamado nuevo gobierno nacional alemán con Ludendorff como jefe del ejército… Se cree en breve tiempo orden podrá ser restablecido, probablemente no sin derramamiento de sangre.


 Un día después, informa que la situación es «todavía bastante crítica» y se prevé «graves agitaciones» en el caso de que el ejército del Reich, que está marchando sobre Munich, se una a las SA, la banda armada de Hitler.
Finalmente, el 12 de noviembre, Pacelli comunica a Roma:
–Hitler arrestado. Tranquilidad restablecida.
Bob Murphy, vicecónsul norteamericano en Munich, se entrevistó con Pacelli, del que es amigo, y le pidió su opinión sobre Hitler. Pacelli le contestó:
–Nunca más volveremos a escuchar ese nombre.
Y añadió: 
–Está liquidado. 
Pacelli no era el único que pensaba que la carrera política de Hitler era ya historia. El Putsch de la Cervecería fue una chapuza de despropósitos y los periódicos del momento lo calificaron de «minirrevolución de cervecería» y «travesura de escolares que jugaban a los pieles rojas». El New York Times estimó que «el Putsch de Munich elimina definitivamente a Hitler y sus seguidores nacionalsocialistas». 
Veintiún años después, en junio de 1944, Bob Murphy entró en Roma con el V Ejército americano del general Clark, recuperando la Ciudad Eterna de los nazis. Acudió al Vaticano a visitar a su viejo amigo Pacelli, que ya es papa Pío XII, y le recordó su juicio errado sobre Hitler. El Papa, sonriendo, le respondió: 
–Recuerde, Bob, que eso fue antes de que yo fuese considerado infalible.
Diez años después, en 1933, no solo no se ha dejado de escuchar el nombre de Hitler sino que se ha encaramado al puesto de canciller del Reich. 
Nombrado el 30 de enero, se convirtió en el más joven regidor de una república todavía formalmente democrática. Esa tarde, los camisas pardas desfilaron por la Wilhelmstrasse de Berlín, marchando al canto del Horst Wessel Lied, el himno del partido, mientras Hitler elaboraba en la Cancillería un programa que quedó resumido en esta frase del dictador, recordada por Emmy Goering, esposa del lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luftwaffe, Hermann Goering:
–Ha dado comienzo la máxima revolución racial alemana de la Historia universal.

9 noviembre de 1938
La revista Time declaró en 1938 a Hitler «Hombre del año» y publicó su imagen en portada. Y lo que fue más sorprendente: ser considerado candidato al Nobel de la Paz en enero de 1939.
En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, estalló en Alemania el odio antisemita en lo que se llamó «Noche de los cristales rotos». Días antes, el joven judío polaco de origen alemán Herschel Grynszpan, que ha visto cómo sus padres han sido deportados de Alemania a Polonia, asesina en París al tercer secretario de la Embajada nazi Ernst von Rath.
Este asesinato sirvió de pretexto para lanzar unos pogromos contra los judíos en toda Alemania y Austria. Un ataque pensado para que pareciera espontáneo, pero que estuvo orquestado por el partido nazi. La brutal agresión alcanzó no solo a las personas, también a las casas, negocios y sinagogas.
Al día siguiente, Heydrich, jefe de la Gestapo, presentó este balance a Goering:
—A esta fecha, la magnitud de la devastación de comercios y apartamentos judíos no se puede cifrar todavía. Las cifras ya conocidas: 815 comercios demolidos, 29 almacenes incendiados, 171 casas incendiadas, no representan más que una parte de los alborotos. Vista la urgencia, la gran mayoría de relaciones que nos han llegado se limitan a datos generales como «destrucción de la mayoría de los almacenes» o «destrucción de la mayoría de los comercios». 191 sinagogas han sido incendiadas y 76 han sido completamente destruidas. 20.000 judíos han sido arrestados, lo mismo que 7 arios y 3 extranjeros. 36 judíos han sido asesinados, 36 gravemente heridos…
Tras la «Noche de los cristales rotos», comienza en Alemania la caza abierta del judío. La prensa nazi es una soflama continua de improperios antisemitas. Valga un ejemplo. El periódico de las SS Das Schwarze Korps publicó el 24 de noviembre:
–El programa es claro. Hele aquí: eliminación total, segregación completa. ¿Qué significa esto? Esto significa no sólo la eliminación de los judíos de la economía alemana, –eliminación que ellos han merecido por sus crueldades y por sus incitaciones a la guerra y al asesinato–. ¡Esto significa mucho más! No se puede consentir que el alemán viva bajo el mismo techo que los judíos, raza marcada de asesinos, de criminales, de enemigos mortales del pueblo alemán.  Por consiguiente, los judíos deben ser expulsados de nuestras casas y de nuestros barrios y deben estar alojados en calles y en casas donde estén juntos y tengan el menor contacto posible con los alemanes. Es preciso estigmatizarles y quitarles el derecho de poseer en Alemania casas e inmuebles, pues no es conveniente que un alemán dependa de un propietario judío y que le alimente con su trabajo…
Y comienza el éxodo de miles y miles de familias judías, despavoridas de miedo, que tratan de encontrar refugio donde buenamente se pueda. Dolor provocado por un odio irracional difícil de describir sobre el papel.

martes, 5 de noviembre de 2019

Santa Ángela de la Cruz: Catedral al aire libre

Hoy celebra la Iglesia la festividad de Santa Ángela de la Cruz, beatificada en Sevilla el 5 de noviembre de 1982 y canonizada en Madrid el 4 de mayo de 2003 por el Papa Juan Pablo II. La Iglesia ha escogido el 5 de noviembre, día de su beatificación en Sevilla, como fecha litúrgica de su festividad.
Ese 5 de noviembre de 1982, a las diez de la mañana, El Real de la Feria, esa llanada inmensa que Sevilla reserva para su fiesta abrileña, se convirtió en una Catedral al aire libre. Sobre el altar de plata de Juan Laureano de Pina, los santos patronos de Sevilla, Justa y Rufina, Hermenegildo y Fernando, Leandro e Isidoro, presididos por la bellísima Inmaculada de Martínez Montañés, la popular Cieguecita. Y en lo alto del monumental baldaquino, aureolado, el cuadro de Sor Ángela de la Cruz. Sobre el altar, el Papa Juan Pablo II preside la Eucaristía, concelebrada por dieciocho obispos y cientos de sacerdotes. En la explanada, el pueblo, el generoso pueblo de Sevilla y de otros lugares, cercanos al medio millón, que dieron colorido y fervor al acto de la beatificación.


 «Nos... declaramos que la venerable Sierva de Dios Ángela de la Cruz Guerrero y González, fundadora de la Congregación de las Hermanas de la Compañía de la Cruz, de ahora en adelante puede ser llamada Beata, y que se podrá celebrar su fiesta en los lugares y del modo establecido por el derecho...»
Con voz solemne, el Papa ha pronunciado la fórmula de beatificación. A partir de ese momento, Sor Ángela puede ser llamada y venerada como Beata Ángela de la Cruz. Pero el pueblo de Sevilla –han pasado algunos años– la sigue llamando familiarmente Sor Ángela. Pues dejémoslo así, que lo quiere el pueblo.
Eso dijo el Papa en la homilía:
–Sé que la nueva Beata es considerada como tesoro común de todos los andaluces, por encima de cualquier división social.
Pues eso, la Beata y Santa Ángela de la Cruz sigue siendo para los sevillanos y andaluces en general la misma de siempre, la que está entronizada en todas las casas, en estampa amable de religiosa buena, la amiga vecina a la que se invoca y llora las penas del alma, sencillamente... Sor Ángela de la Cruz.
Confesó Juan Pablo II:
–He querido dejaros un precioso regalo, glorificando aquí a Sor Ángela.
Y resultó un acto inolvidable, que Sevilla supo agradecer.
Si hubiera sido en Roma –Sor Ángela presenció en Roma la beatificación del capuchino Beato Diego José de Cádiz– habría resultado igualmente inolvidable, pero sin la sal y pimienta del pueblo llano, ese pueblo que tanto quería Sor Ángela.
Por eso hay que agradecer al Papa ese gesto, ese precioso regalo: Sor Ángela, exaltada a la gloria de los altares en la Sevilla de sus amores, entre los suyos.
Por la tarde, antes de partir para Granada, Juan Pablo II visitó la Casa Madre y veneró la tumba de Sor Ángela, ya en su hornacina nueva donde se puede contemplar su cuerpo incorrupto.
Después bendijo a las Hermanas de la Cruz, apiñadas en torno al Papa, y marchó al aeropuerto.
En la pista de aterrizaje, unas sevillanas le cantaron y bailaron:
«No te vayas todavía, no te vayas por favor...»

sábado, 2 de noviembre de 2019

Bueno Monreal y el cardenal Segura


Hoy, 2 de noviembre, se cumplen 65 años de la llegada a Sevilla de José María Bueno Monreal como arzobispo coadjutor del cardenal Segura y con plenos poderes de jurisdicción de la diócesis. ¿Por qué Roma tomó esta resolución? Porque Segura había llegado a ser un problema eclesial de primera magnitud. Y a Roma se le acabó la paciencia. Trataron de ponerle un obispo auxiliar en la figura de Antonio Tineo Lara, párroco de Omnium Sanctorum, que Segura rechazó. Corrió también el nombre de Valentín Gómez, penitenciario de la catedral, que también rechazó. Le mutilaron la archidiócesis al elevar Huelva a obispado. Por último, le pusieron un arzobispo coadjutor con plenos poderes.


 Bueno Monreal y Segura.

En diciembre de 1953 llegó de nuncio a Madrid monseñor Antoniutti, con un propósito bien claro: cargarse a Segura. La palabra «cargarse» no forma parte del vocabulario diplomático vaticano, pero la realidad era esa. Para Antoniutti, Segura era un «personaje anormal» y la Santa Sede debía adoptar una «solución definitiva».
Segura huele que tratan de moverle la silla arzobispal. Y hace un último intento por congraciarse con Roma. El 1 de noviembre de 1954 preside en Roma la peregrinación de las cofradías sevillanas para celebrar la fiesta de la Realeza de María. Tres días antes, Pío XII había firmado la bula de nombramiento de Bueno Monreal, obispo de Vitoria, como arzobispo coadjutor con derecho a sucesión.
En la noche del 31 de octubre, Bueno Monreal recibe en Vitoria, donde era obispo, una llamada telefónica de la Nunciatura para que se persone en Madrid al día siguiente. El 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, tomó su viejo coche alemán Borgward negro conducido por su chófer Jesús Martínez, prudente y callado como un cartujo, y acudió a la Nunciatura en Madrid acompañado de su capellán Jesús Mendi.
La entrevista con el nuncio fue breve. Le dio una carta, copia de las bulas que aún no habían llegado de Roma, y le dijo que se persone en Sevilla y tome posesión de la diócesis ante el Cabildo catedralicio antes de las 12 horas del día siguiente, 2 de noviembre, festividad de los Fieles Difuntos.
Mientras, en Roma, la plaza de San Pedro es un «bosque de banderas y estandartes» del mundo entero. Y en aquella marea de lábaros marianos, los Simpecados de las cofradías sevillanas: Gran Poder, Silencio, Amargura, Macarena, Esperanza de Triana, los Gitanos, Rocío... Cuarenta y siete cofradías, ajenas todas ellas y Segura que las presidía de lo que acontece en Sevilla.
El 2 de noviembre, Bueno Monreal se presentó ante el Cabildo catedral, después del coro de los canónigos, y presentó el documento firmado por el nuncio Antoniutti en el que se dice que el Papa le ha nombrado arzobispo coadjutor con derecho a sucesión. Los canónigos lo acatan y Bueno Monreal presta juramento «de defender los Estatutos y laudables costumbres de la Santa Metropolitana y Patriarcal Iglesia de Sevilla». ¿No es sorprendente que no hubiera habido una sola voz discrepante, puesto que lo que allí mostraba Bueno Monreal era una simple carta del nuncio y no las Bulas o Letras Apostólicas, que no han llegado de Roma? ¿Y no es sorprendente que un arzobispo coadjutor tome posesión estando el titular de la diócesis ausente y precisamente en Roma?
Pío XII no recibió a Segura en audiencia privada. Tan sólo se vio con él en los actos litúrgicos del día 1 y en la audiencia colectiva de todos los prelados del día 2. A Segura le obligaron a recorrer tres dicasterios, donde le refirieron su situación personal. ¿Sabéis qué reacción tuvo? Amenazó con tomar un avión y exiliarse en Moscú. Fue un farol que se echó, pero imaginen qué escándalo se hubiera formado si lo hubiera llevado a la práctica. Piensen el momento histórico: año 1954, Stalin ha muerto el año anterior, telón de acero, Nikita Kruschev, el del zapato en la ONU, en el Kremlin... y un cardenal que pide asilo político.
Segura llegó a Sevilla el 9 de noviembre. Al día siguiente fue el encuentro. Once de la mañana. Despacho del cardenal Segura en el palacio arzobispal. La entrevista duró media hora. Bueno Monreal le mostró la carta de la Nunciatura en la que le acreditaba para el nuevo cargo. Como buen canonista, Segura le recordó que aquel papel no servía de nada, eran necesarias las Bulas. Y rompió la carta.
Cuando las Bulas lleguen a Sevilla, casi un mes después, el viejo león se plegará en obediencia. A regañadientes. El cardenal Segura seguirá en el palacio arzobispal y Bueno Monreal en el Seminario de San Telmo. La tensión electrizante entre ambos durará hasta la muerte de Segura en 1957.