Hay un dicho popular que dice: «Tener más paciencia que el Santo Job».
¿Por qué el hombre justo sufre y el malo es
feliz en este mundo?
Acabo de releer el Libro de Job y me
ha parecido tan actual ese grito de un Job que vive una dura prueba en su fe
con Dios: pérdida de sus bienes, familia, ganado…
Me voy a limitar a subrayar solamente algunos
pasajes y que sea el lector quien saque las consecuencias propias. A mí me ha
parecido de máxima actualidad ese clamor de Job ante el silencio de Dios.
–«¿Hasta cuándo pensáis atormentarme,
aplastándome con tanta palabrería? Ya me habéis humillado diez veces, me habéis
atacado sin pudor. Aun en caso de haber pecado, solo a mí afectaría mi culpa.
Pero ya que queréis someterme usando mi dolor como prueba, sabed que Dios me ha
hecho daño, que me ha copado en sus redes. Si grito “Violencia”, no oigo
respuesta; imploro “Socorro”, pero no hay justicia. Ha vallado mi camino para
que no pase, ha velado mi senda con densa oscuridad. Me ha despojado de mi
honor, dejando mi cabeza sin corona. Me socava por doquier y me deshago, ha
arrancado la raíz de mi esperanza. Ha atizado su cólera contra mí, me tiene
como un enemigo. Sus tropas han venido en masa, construyen terraplenes de
ataque, asedian mi tienda por doquier. (19, 2-12).
Se lamenta Job:
–Te has convertido en mi verdugo y me
atacas con tu brazo musculoso. Me levantas a lomos del viento, sacudido a
merced del huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde todos los vivos
se dan cita. ¿No tendí yo la mano al afligido que me pedía ayuda en la
desgracia? ¿No lloré por el que vive en la penuria?, ¿no mostré compasión por
el pobre? Esperaba la dicha, me vino el fracaso; anhelaba la luz, llegó la
oscuridad. Me hierven las entrañas sin cesar, enfrentado a días de aflicción.
Mi vida es sombría, sin sol; pido auxilio, de pie, en la asamblea. Me he vuelto
hermano de chacales, comparto la amistad con avestruces. Mi piel ha quedado
ennegrecida, mis huesos arden por la fiebre. Mi lira está afinada para el
duelo, mi flauta acompaña a plañideros. (30,21-30).
Y
siguen los lamentos:
–¿Qué es el hombre para que te ocupes tanto
de él, para que pongas en él tu interés, para que le pases revista por la
mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me
dejas ni tragar saliva? Si he pecado, ¿en qué te afecta, Guardián de los
humanos? ¿Por qué me has tomado como blanco y me he convertido en tu carga? (7,
17-20).
Job está seguro de su inocencia y lanza un
reto a Dios:
– ¿Qué
suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo
alto? ¿No reserva la desgracia al criminal?, ¿no le aguarda el fracaso al
malhechor? ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con
el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin
trampa y así comprobará mi honradez. (31, 2-6). ¡Ojalá hubiera quien me
escuchara! ¡Aquí está mi firma, que responda el Todopoderoso! ¡Que mi rival
escriba su alegato! (31-35).
Los amigos le acusan de blasfemo. Elifaz de
Temán le dice:
–¿Por qué dejas que tu pasión te domine y
miras con ojos desorbitados, para dirigir tu cólera contra Dios y lanzar tales
palabras por tu boca? (15, 12-13).
Job, finalmente, se arrepentirá de haber
hablado mal de Dios y responderá al Señor:
–Reconozco que lo puedes todo, que ningún
proyecto te resulta imposible. Dijiste: “¿Quién es ese que enturbia mis
designios sin saber siquiera de qué habla?”. Es cierto, hablé de cosas que
ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión. Dijiste: “Escucha y déjame
hablar; voy a interrogarte y tú me instruirás”. Te conocía solo de oídas, pero
ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echado en el
polvo y la ceniza. (42, 2-6).
Resumo la problemática del Libro de Job
con un texto de mi entrañable profesor de la Universidad de Comillas, P. José
Alonso, S.J.:
–¿Por qué Dios hace que sufra el justo y
que prospere el malvado?... La naturaleza y sabiduría de Dios solo
imperfectamente pueden ser conocidas «por los contornos de su obra» (26, 14),
pero en su plena realidad son un misterio. «Nosotros no percibimos más que un
débil eco, pero el trueno de su poder, ¿quién lo comprenderá?», había dicho ya
Job hablando con sus amigos.
Dios, que lo había puesto a prueba,
devolverá finalmente a Job la felicidad que gozaba antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario