Fue un objetivo programado por la Santa
Sede y Sor Pascalina, la monja alemana que cuidaba de Pío XII, cuando Roma,
caído Mussolini, fue ocupada por las tropas alemanas el 12 de septiembre de
1943. Pío XII podía contemplar desde su ventana a la guardia nazi montada en la
Plaza de San Pedro, lo que en principio parecía ser un reconocimiento alemán de
la neutralidad del Vaticano. Dentro de sus muros, se han refugiado los
embajadores Tittmann, de Estados Unidos, y Osborne, de Gran Bretaña, entre
otros.
Pero me interesa proponer un tema que se ha
sabido cuando el general Karl Friedrich Otto Wolff, treinta años después,
decidió hablar bajo juramento en la causa de beatificación de Pío XII. Lo
ocurrido en su encuentro con Hitler a propósito del Papa y del Vaticano.
Pío XII y Sor Pascalina.
Karl Wolff, comandante de las SS y hombre
de confianza de Heinrich Himmler, fue nombrado jefe supremo de la policía
alemana en Italia, al tenerse noticias de la ruptura de la alianza italiana. El
9 de septiembre pisó Italia con instrucciones de organizar las SS en la
turbulenta situación italiana, pero sin ninguna orden en concreto respecto al
Vaticano.
Dos o tres días después, fue llamado por su
superior Himmler. Tomó un avión y se dirigió a la Prusia oriental, a la Guarida
del Lobo, donde se hallaba Hitler. Himmler le informó de que Hitler le esperaba
con urgencia para encargarle un asunto extremadamente secreto: la ocupación del
Vaticano y la deportación del Papa.
–Deseo –le dijo Hitler– que ocupe con sus
tropas la Ciudad del Vaticano. Ponga al seguro los archivos y los objetos de
arte y deporte hacia el norte al Papa Pío XII y a la Curia «para su
protección». Según el desarrollo político y militar que derivará de esta
operación decidiré luego el lugar de alojamiento del Papa: posiblemente en
Alemania o tal vez en la neutral Liechtenstein. ¿Cuánto tiempo cree que le será
necesario para la preparación del plan?
–Pienso que para esta operación necesitaré
de cuatro a seis semanas.
Wolff marchó a Roma con este encargo
terrible que él, confiesa, no quería ejecutar.
Hitler hablaba de «entrar en el Vaticano y
echar toda aquella gentuza de rufianes». Aparte del testimonio del general
Wolff, hay otros testigos que confirman la existencia de un complot nazi para
secuestrar a Pío XII. Giulio Andreotti, que mantuvo relaciones con él,
confesará:
–Durante la ocupación alemana de Roma, tuve
muchas veces ocasión de ser recibido en audiencia privada por Pío XII… Recuerdo
claramente que el Papa me dijo un día que había sido amenazado de arresto y
deportación, pero que su puesto era el Vaticano y jamás huiría o se escondería.
Si querían hacerle prisionero, lo encontrarían en su puesto.
El
conde Enrico Galeazzi, arquitecto de los Palacios Apostólicos, ideó un proyecto
con Sor Pascalina de esconder al Papa y trasladarlo a España. Pensaron primero
transferirlo clandestinamente a la villa que los Galeazzi tienen en San Felice
Circeo, una localidad balneario a 120 kilómetros de Roma. Era una roca sobre el
mar, de difícil acceso. Sor Pascalina fue a ver la residencia y le pareció
acertada. Allí permanecería refugiado Pío XII durante un par de días hasta
poder embarcase en un barco de bandera española y refugiarse en España. Estaban
convencidos de que el general Franco, de conocidos sentimientos católicos, se
sentiría honrado de hospedar en secreto a Pío XII sustrayéndole así de las fuerzas
nazis. El abogado Carlo Pacelli, sobrino del Papa, consejero general del Estado
de la Ciudad del Vaticano, aprobó la solución española. Pero no habían contado
con la personalidad de Pío XII que se negó rotundamente. En declaración a su
maestro de Cámara, monseñor Arborio Mella di Sant’Elia, le dijo:
–No me moveré de Roma. He sido puesto en la
sede de Pedro por voluntad de Dios y por consiguiente no la dejaré por mi
voluntad o con mi consentimiento. Tendrán que atarme y llevarme a rastras,
porque yo no me moveré de aquí.
Por fortuna, no se dará en Pío XII las
deportaciones que sufrieron Pío VI y Pío VII por obra de Napoleón, ni la fuga
de Pío IX el 24 de noviembre de 1848, vestido de simple clérigo, después del
asesinato de su primer ministro, para refugiarse en Gaeta ante el furor de la
Revolución Romana. Pío XII podría haber cumplido aquella máxima de Jesús,
cuando dice en el Evangelio de Mateo 10: «Cuando os persigan en una ciudad,
huid a otra».
Pero no fue necesario. Roma será pronto tomada
por los aliados, que han desembarcado en Sicilia. Y curiosamente, en una Roma
recién liberada, mientras los embajadores Tittmann, de Estados Unidos, y
Osborne, de Gran Bretaña, salían de su refugio en el Vaticano, se acogían bajo
sus muros el embajador alemán Weizsäcker y el embajador japonés. Éste ocupará
la estancia que el embajador Tittmann tenía en Santa Marta, residencia actual
del Papa Francisco.
Como siempre, interesantísimo. Gracias y enhorabuena.
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