La figura de este arzobispo de Sevilla está
envuelta en las leyendas que florecieron con la invasión de los árabes. De
hecho, su nombre aparece en el Códice Emilianense, y según el Cronicón
del Pacense era hermano del rey Witiza y por tanto hijo del rey Egica. Debe
prevalecer este parentesco por provenir de documento más antiguo frente a la
afirmación de la Crónica de Alfonso III, que lo califica como hijo de
Witiza. Existe un Oppas, obispo de Tuy, que suscribió las actas del Concilio
XIII de Toledo (683). ¿Se trata de la misma persona? Las crónicas cristianas
consideran a Don Oppas como uno de los principales witicianos que traicionaron
al rey Don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711). «El principio de su
prelacía (en Sevilla) fue reinando Witiza, esto es, después del 702...; por
otro lado debemos reconocerle en Sevilla antes del reinado de Don Rodrigo
(esto es, antes del 711), pues el arzobispo Don Rodrigo dice que Witiza dio a
Oppas la Iglesia de Toledo juntamente con la de Sevilla, que ya tenía; y si
Witiza le dio la segunda Iglesia, es preciso reconocerle en ambas antes del
reinado de Don Rodrigo, en tiempo de Witiza» (P. Flórez). Sin embargo, no
aparece en la lista de los arzobispos de Toledo.
También las crónicas cristianas nos hablan
de su intervención en la batalla de Covadonga, que dio inicio al reino de
Asturias. Se cuenta que el valí envió un ejército al mando de Alqama para
sofocar la rebelión asturiana y con ellos iba el arzobispo rebelde Don Oppas.
La Crónica describe un curioso parlamento novelado entre Dos Oppas y Pelayo:
«El predicho obispo subió a un montículo
situado ante la cueva de la Señora y habló así a Pelayo: ‘Pelayo, Pelayo,
¿dónde estás?’. El interpelado se asomó a la ventana y respondió: ‘Aquí
estoy’. El obispo dijo entonces: ‘Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta
cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y
brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que sin embargo
reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los
ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil.
Escucha mi consejo: vuelve de tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás
de la amistad de los caldeos’. Pelayo respondió entonces: ‘¿No leíste en las
Sagradas Escrituras que la Iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la
mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?’. El obispo contestó:
‘Verdaderamente así está escrito’. Pelayo dijo: ‘Cristo es nuestra esperanza;
que por este pequeño montículo que ves sea España salvada y reparado el
ejército de los godos. Confío en que cumplirá en nosotros la promesa del Señor,
porque David ha dicho: ‘¡Castigaré con mi vara sus iniquidades y con azotes
sus pecados, pero no les faltará mi misericordia!’. Así, pues, confiando en la
misericordia de Jesucristo, desprecio esa multitud y no temo el combate con que
nos amenazas. Tenemos por abogado cerca del Padre a nuestro Señor Jesucristo,
que puede librarnos de estos paganos’. El obispo, vuelto entonces al ejército,
dijo: ‘Acercaos y pelead’.»
El combate fue una victoria para las
huestes de Don Pelayo, pero este diálogo novelado no tiene visos de realidad.
Las crónicas musulmanas minimizan este encuentro, que dio origen al reino astur
y no mencionan siquiera a Don Oppas, que desaparece así de las crónicas y ha
permanecido en las páginas de la Historia como la figura despreciable del arzobispo
traidor.
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