sábado, 31 de marzo de 2018

Acuerdo China-Vaticano


Tuve en la Universidad de Comillas un profesor de Literatura, P. Juan Carrascal, que hacía poco había llegado de China donde había sido misionero durante años hasta la llegada al poder de Mao. Su salida fue traumática. Trece meses de cárcel en un gélido campo de concentración hasta su expulsión en 1953. Consecuencia de ello fue una operación que le hicieron con la implantación en el abdomen de un ano artificial. Siendo un hombre corpulento y alto, salió de China pesando 35 kilos.
Nos contaba en clase cosas de China y de su cautiverio y ha dejado para la posteridad, entre otros libros, aquel que tituló: «Máscaras. El comunismo entre bastidores», editado en 1954, un año después de su liberación, en la Editorial Sal Terrae. A pesar del tiempo transcurrido, le he echado un nuevo vistazo y sigue teniendo total actualidad, por lo didáctico, clarificador y fácil lectura. También conocí al obispo Federico Melendro, arzobispo de Anqing (China), que pasaba temporadas en Comillas.


 El cardenal Zen con el papa Francisco.

China siempre ha estado en el horizonte de los jesuitas. Comenzando por San Francisco Javier, que murió a sus puertas, cuando, predicando en Japón, los japoneses llegaron a reconocer que la doctrina que predicaba el misionero jesuita era superior, pero se preguntaban por qué no estaba implantada en China, donde nacían las cosas más bellas. Y Francisco Javier ardió en deseos de ir a China a predicar también allí –donde nacen las cosas bellas– el evangelio de Jesús. Se hallaba ya cercano a Cantón, puerta de China, en una pequeña isla llamada Sancián, a la espera de una embarcación que le llevase a ese mundo fascinante, cuando murió de una pulmonía en una choza a orillas del mar, 3 de diciembre de 1552.
Recordemos también al jesuita Matteo Ricci, que viajó a China en 1582 y se aclimató al país, pidiendo a Roma la adaptación del cristianismo a la cultura china y la aceptación en la liturgia de los ritos malabares. Lo que no fue aceptado por Roma y supuso una dificultad insalvable para la propagación de cristianismo en China. Lo que pedía Matteo Ricci y jesuitas posteriores, fue aceptado siglos después y universalizado por el Concilio Vaticano II. Y con Ricci, el P. Diego de Pantoja, su colaborador, que desempeñó un papel importante en el desarrollo de la tecnología y la cartografía chinas.
Ahora, después de la debacle que supuso la llegada del comunismo de Mao, la Iglesia china se dividió entre aquellos obispos sometidos al férreo control del Estado, elegidos por el régimen marxista, la llamada Iglesia patriótica china, y la Iglesia clandestina, fiel a Roma.
Con el papa Francisco, se habla ahora de la próxima firma de un cierto acuerdo entre China y el Vaticano. Un acuerdo, se dice, de carácter provisional y renovable cada dos o tres años. Con este acuerdo se conseguiría que Roma nombrase a todos los obispos, pero para ello se tendrá que reconocer también a los que han sido ordenados de forma ilegítima. Quedan siete obispos de la Iglesia patriótica que han manifestado su voluntad de acatamiento a Roma y han pedido perdón al Papa. Pero existe un problema. En las diócesis de Shantou y Mindong coexisten dos obispos, el patriótico y el clandestino. Después del acuerdo, ¿a quién se adjudicará la jurisdicción de la diócesis?
En la diócesis de Shantou, el obispo «católico» tiene 88 años. La solución prevista es nombrarle un vicario entre tres sacerdotes cercanos al obispo para, más adelante, convertirlo en obispo auxiliar del obispo «patriótico». En la diócesis de Mindong, la cosa es más complicada. El obispo «católico» Guo Xijin, de 59 años, cuenta con 60 sacerdotes y el 80% de los fieles, mientras que hay solo seis sacerdotes que responden a la autoridad del obispo «patriótico», Zhan Silu. ¿No sería una humillación convertir al obispo «católico», en auxiliar del obispo «patriótico»? Se ha pensado, al parecer, en invitarlo a vivir en Roma, pero sus fieles lo necesitan. Es un obispo muy bueno y querido en su Iglesia.
Este Lunes Santo ha ocurrido un hecho preocupante. El obispo Guo ha sido arrestado por las autoridades chinas, al parecer, por oponerse a celebrar la ceremonia de la misa Crismal en compañía del obispo «patriótico». Ha sido liberado al día siguiente, comprometiéndose, se cree también, a no celebrar «cualquier misa en calidad de obispo, siendo que él no está reconocido como tal por el Gobierno». El New York Times ha ofrecido otra versión: el objetivo de su arresto es mantener al prelado fuera del foco de atención durante la Semana Santa y que, aunque se le permitió regresar este miércoles a su casa por razones familiares, esperan que reanude sus «vacaciones forzosas» a finales de Semana Santa.
También el obispo de Zhengding, Giulio Jia Zhiguo, reconocido por el Vaticano, fue arrestado el pasado 6 y 7 de marzo para que no opinase sobre las negociaciones en pre-sencia de los periodistas extranjeros llegados a la capital para cubrir la sesión anual de la Asamblea Nacional del Pueblo que encumbró al presidente chino, Xi Jinping.
No hace mucho, el cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, llegó a Roma y acusó al Papa de «malvender» la Iglesia de China. Y escribió un artículo en una revista donde decía que «o te rindes o aceptas la persecución, pero permaneciendo fiel a ti mismo». Y ha llamado a su hermano en el cardenalato, el secretario de Estado cardenal Parolin, como «hombre de poca fe». Así se las gasta el viejo cardenal Zen.
Sin embargo, son muchos los que desean llegar a un equilibrio en el que se pueda lograr unos acuerdos aceptables. ¿Se llegará a este acuerdo sin atropello de las partes? Porque bien se sabe lo que es el Estado chino y el temor que tiene a la expansión de una Iglesia católica con propuestas éticas tan contrarias al marxismo. Por ahora son solo doce millones de católicos chinos en una población de mil trescientos millones. Como una gota de agua.
Pienso que el acuerdo en ciernes es solamente una opción entre dos males, y hay que optar por el mal menor. Hay actualmente 40 diócesis que malviven su fe sin obispos que regenten a sus fieles. Esta semana próxima, según el diario católico francés La Croix, llegará una delegación china a Roma para seguir con el diálogo. Pero el portavoz del Vaticano, Greg Burke, desmintió ayer que el acuerdo con las autoridades chinas sea «inminente» y afirmó que el Papa permanece en constante contacto con sus colaboradores sobre las cuestiones chinas y sigue los pasos del diálogo en curso. Esperemos, pues.

martes, 27 de marzo de 2018

Gaspar Melchor de Jovellanos, un ilustrado


Jovellanos iba para obispo, eso dicen. Se disponía en Madrid a opositar para la canonjía doctoral de la catedral de Tuy, cuando su tío, el duque de Losada, y otros amigos le convencieron para que ingresara en la magistratura. Y así, en octubre de 1767 fue nombrado alcalde de la Cuadra o del Crimen de la Audiencia de Sevilla. El 29 de marzo de 1768, Martes Santo aquel año, un joven de 24 años tan sólo, cuerpo esbelto y airoso, cabeza erguida, brazos y piernas larguiruchos, tomaba posesión de su cargo en la Audiencia de Sevilla y pronunciaba su primer discurso.
  

Atrás dejó su Gijón natal donde nació el 5 de enero de 1744, su vida de seminarista y sus estudios en Ávila y Alcalá. Sevilla sazonará y dará ese toque de experiencia y brillantez que no le abandonará en toda su vida al personaje más representativo de la Ilustración. Diez años pasó a la orilla del Guadalquivir despachando en la Audiencia sevillana de la plaza de San Francisco, frente al Ayuntamiento. Constaba la Audiencia de dos salas. La sala de lo civil, regida por oidores, y la sala de lo criminal, por alcaldes del Crimen. Jovellanos pasó por las dos puesto que, si se inició en la sala de lo criminal, pasó en 1774 a ser oidor.
La toga le ofrece en Sevilla el prestigio de tan importante cargo y ese aire progre que Jovellanos le imprimió al suprimir de su testa las tediosas pelucas empolvadas que entraban en el vestuario protocolario de los magistrados. Antes de venir a Sevilla, Jovellanos quiso despedirse del conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla. Aranda le dice:
–No se corte usted su hermosa cabellera; yo se lo mando. Haga usted que se la ricen a la espalda y comience a desterrar tales zaleas, que en nada contribuyen al decoro y dignidad de la toga.
Nocedal, el biógrafo de Jovellanos, añade: «Fue sin duda Jovellanos el primer magistrado que dejó de usar la peluca de estilo. Su gesto fue imitado por otros tan pronto como se supo que tal era el deseo del presidente del Consejo de Castilla».
Por eso, estoy seguro que, cuando pronunció su discurso de ingreso en la Audiencia aquel 29 de marzo de 1768, Jovellanos lucía su cabello rizado natural que levantó las críticas de viejos magistrados.
Junto a la toga, Jovellanos gozó en Sevilla de nuevas experiencias: la amistad, la literatura y el amor. Su amistad se enriqueció en torno a la tertulia que en el Alcázar aglutinaba el recién llegado Asistente Olavide. En Sevilla había otras tertulias de ilustrados, como la del conde del Águila, la del cardenal Solís o la del duque de Alba. Pero el peruano Olavide, traductor de Voltaire, traía el aire renovador del espíritu francés.
La literatura le llevó en esos primeros momentos por la poesía amorosa, de la que fue un mediano versificador, firmando con el nombre poético de Jovino. Detrás de los nombres de Almena, Enarda, Galatea, Belisa o Clori se escondía la hija del Asistente, de la que se enamoró. Si correspondido en parte, el amor se quebró:

...mas diste ingenua a otro tu albedrío,
a otro que, ausente yo, fingió quererte.

Jovellanos no llegó a casarse. Toda su vida fue una dedicación al estudio y a crear iniciativas, propias de un espíritu ilustrado. Cuenta Nocedal cómo Jovellanos estableció en Sevilla «escuelas patrióticas de hilaza, buscó por sí mismo los edificios en que se debían plantear, maestros expertos que supiesen dirigir, tornos y lino para las discípulas; proporcionó recursos; hizo el reglamento por el que todas se habían de gobernar y propuso premios para las que hiciesen mayores progresos. Introdujo en la provincia un modo de perfeccionar la poda de los olivos y la elaboración del aceite, trabajando mucho, y no sin algún resultado, en mejorar el beneficio de las tierras, los instrumentos agrarios y las pesquerías de las costas de aquella parte del Océano; procuró introducir el uso de los prados artificiales, y con sus consejos y socorros auxiliaba a gran número de inteligentes artistas y de menestrales honrados».
En 1778 marchó a Madrid nombrado alcalde de Corte. No volvería hasta 1808, formando parte de la Junta Central que se estableció en Sevilla huyendo de los franceses. Jovellanos ya es el hombre maduro, admirado en España como hombre de bien, que ha elaborado el Informe sobre la Ley Agraria, ministro de Gracia y Justicia, nueve meses justamente, el tiempo de un parto, destierro a su tierra asturiana, destierro más cruel a Mallorca... En fin, la larga y azarosa vida de este hidalgo gijonés, que muere en su tierra el 27 de noviembre de 1811.

jueves, 22 de marzo de 2018

Diez días perdidos del Calendario


En mis tiempos de profesor de Instituto, llegado el 4 de octubre, solía proponer a los alumnos la siguiente afirmación:
–El 4 de octubre de 1582 murió santa Teresa de Jesús y fue enterrada al día siguiente 15 de octubre de 1582.
Y la voz unánime era:
–Tuvo que ser enterrada el 5 de octubre, no el 15.
Y de ahí partían mis razonamientos para explicarles lo que se llamó «reforma gregoriana» del calendario, por ser su propulsor el papa Gregorio XIII. Diez días desaparecieron del calendario juliano, por ser Julio César quien lo instauró en el año 46 a.C. En tantos años había un desfase en la celebración de la Pascua de Resurrección y con ella de las demás fiestas movibles de la Iglesia y la corrección del calendario litúrgico era una necesidad que habían pedido ya en el siglo XIII Roger Bacon y otros.
–De aquí se sigue otro inconveniente –decía–, que el ayuno de Cuaresma comience ocho días más tarde; que los cristianos comerán carne en la verdadera Cuaresma durante ocho días, lo cual es inadmisible. Y una vez más, ni las Rogativas, ni la Ascensión, ni Pentecostés se celebrarán este año en la fecha que le corresponde. Y tal como ocurre esto en 1267, ocurrirá el año que viene.

Bula Inter gravissimas

Hubo un nuevo intento de reforma en el siglo XIV, en tiempos del papa Clemente VI (1342-1352), con su Epístola super reformatione antiqui kalendarii. Pero poco después, en 1348, sobrevino sobre Europa la Peste Negra que acabó con media humanidad y el cambio de calendario pasó a mejor vida. 
En 1512, Julio II convocó el V Concilio de Letrán. Y de nuevo surgió la reforma del calendario. En 1514, su sucesor León X invitó al astrónomo Pablo de Middelburgo (c. 1450-1533) que encabezara una comisión para la reforma del calendario. El Papa escribió a todos los monarcas cristianos pidiéndoles opinión sobre el tema. Pero no obtuvo respuestas de la mayoría. Vino poco después la Reforma Protestante y el cambio del calendario se archivó de nuevo.
Nicolás Copérnico declarará en 1543 en su De revolutionibus:
–Cuando se estudió el calendario… no se encontró solución alguna por la única razón de que la duración de los años y los meses, y los movimientos solar y lunar, todavía no se habían estudiado lo suficiente para estar bien determinados.
Copérnico trabajó durante más de treinta años sobre este tema, pero no quería publicar su libro porque sabía que su teoría heliocéntrica, que en él se desarrollaba, no sería bien recibida por los tradicionistas ni por la Iglesia. Apareció su obra días antes de su muerte, acaecida el 24 de mayo de 1543. Él la vio terminada el día en que murió.
Quien primero censuró su teoría heliocéntrica fue Lutero, apoyándose en pasajes de la Biblia que parecen decir que la tierra está inmóvil y el sol gira alrededor de ella.
–El necio quiere dar al traste con toda la ciencia de la astronomía –dijo Lutero–, pero según las Escrituras, Josué ordenó al sol, y no a la tierra, que se detuviera.
Se refiere a ese pasaje del Antiguo Testamento en el que Josué, en el curso de una batalla, ordenó al sol que quedara inmóvil en el cielo.
Años después, reinando en la Iglesia Gregorio XIII, se resolverá definitivamente el tema del calendario. El 24 de febrero de 1582, promulgó la bula Inter gravissimas, en la que se reformaba el calendario juliano y fueron creadas las bases de uno nuevo, llamado a partir de entonces «calendario gregoriano», que ahora se usa ampliamente en todo el mundo.
Se eliminaban diez días del calendario (del 4 al 14 de octubre de 1582) y se hacía coincidir el día de Pascua con el domingo siguiente a la luna llena del primer mes lunar después del inicio de la primavera, es decir, con el decimocuarto día del primer mes lunar de la primavera.
Los países que lo adoptaron desde un principio fueron España, Italia y Portugal. En diciembre de ese año se añadieron Baviera y las zonas católicas de Alemania y de Suiza. Entre 1586 y 1587, Polonia y Hungría. Prusia en 1610. Pero Inglaterra y demás países protestantes no adoptaron el nuevo calendario hasta el año 1700.
De ahí la confusión de algunos autores al considerar que los dos grandes genios de las literaturas inglesa y española, Shakespeare y Cervantes, murieron el mismo día, es decir, el 22 de abril de 1616, cuando en verdad, al observar en su tiempo un calendario distinto Inglaterra y España, Shakespeare murió el 22 de abril de 1616 del calendario juliano, pero diez días después que Cervantes según el calendario gregoriano, es decir, el 3 de mayo de 1616.

sábado, 17 de marzo de 2018

Fray Bartolomé de las Casas, su testamento


Fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas, hace testamento el 17 de marzo de 1564 –hace hoy 454 años– en el convento dominicano de Santa María de Atocha, en Madrid, ante el escribano público Gaspar Testa. Tiene noventa años el «procurador de los indios», todo un puñado de años tras de sí en la lucha por sus ideales de siempre. Tras su protestación de fe de «morir y vivir lo que viviere en la fe católica», deja todos sus escritos a favor del colegio de San Gregorio de Valladolid, en el que habitó por espacio de unos diez años, y lanza un último grito «profético» de que Dios habrá «de derramar su furor e ira» sobre España por los males perpetrados en las Indias. Dos años después, en plena lucidez, a sus noventa y dos años, muere el 19 de julio de 1566 y es enterrado en la capilla mayor antigua del convento de Nuestra Señora de Atocha, «con pontifical pobre y báculo de palo», como él mismo ordenó.


 Fray Bartolomé de las Casas es sevillano, nacido en 1474, hijo de Pedro de las Casas, de origen segoviano, y de Isabel de Sosa, de familia sevillana que poseía una tahona y horno de cocer pan en la calle de la Carpintería (hoy Cuna). Su padre, Pedro de las Casas, acompañó a Colón en su segundo viaje a Indias en 1493 y volvió en 1499, trayendo consigo un indio esclavo, que regaló a su hijo Bartolomé. Pero lo poseyó tan sólo unos meses. Una orden de Isabel la Católica acabó con estos caprichos de Colón y sus gentes y los indios fueron reintegrados a sus tierras de origen.
La reina se mostró inflexible ante aquella primera trata de esclavos:
–¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos?
Y los que sobrevivieron, fueron devueltos a las Indias. «El indio que yo en Castilla tuve –cuenta Las Casas– y algunos días anduvo conmigo, tornó a esta isla con el Comendador Bobadilla... y después yo lo vide y traté acá».
Según cuenta Fabié, en su biografía publicada en 1879, «una tradición muy general afirma que nació en el barrio de Triana, donde sin duda residió largo tiempo parte de su familia, que hizo varias fundaciones piadosas en la iglesia parroquial de aquel barrio». Por eso, en 1859, el Ayuntamiento de Sevilla rotuló la antigua calle de los Caballeros, en Triana, por la de Procurador, en memoria de fray Bartolomé de las Casas, «Procurador de los indios».
En ninguna parte, que se sepa, firmó Las Casas de este modo, pero ciertamente respondía al ejercicio y cargo que llevó durante buena parte de su vida, «Procurador universal de todos los indios de las Indias», que le confirió el cardenal Cisneros.
De todos modos, hubiera sido más bonito y más clarificativo para todos que el Ayuntamiento sevillano hubiera plasmado en aquella calle, para perpetuar la memoria de tan insigne sevillano, en vez de «Procurador», que nada sugiere a la gente, sencillamente el nombre de «Fray Bartolomé de las Casas».
La vida de Las Casas es larga y compleja. Imposible de sintetizar en pocas palabras la biografía de este luchador tan controvertido. Valgan tan sólo estas pinceladas. Pasó a Indias por primera vez en 1502, embarcado en una flota de 32 naves y navíos mandada por Nicolás de Ovando. Iba de doctrinero, considerado como clérigo por sus estudios en la Escuela de San Miguel, de la catedral de Sevilla. Ordenado de sacerdote, ofició su primera misa en la Isla Española en 1510, a los 36 años. Posiblemente, el primer misacantano de América.
En 1513 participó como capellán en la conquista de Cuba por Diego Velázquez y presenció la bárbara matanza de indios ejecutada por Narváez en Caonao. Velázquez le había otorgado una encomienda con un tal Pedro de Rentería, que prosperó. Pero Las Casas comenzó a plantearse dudas sobre la legalidad de obtener beneficios de los indios encomendados. En 1511 había oído el célebre sermón del dominico fray Antonio Montesinos, condenando la encomienda y la esclavitud del indio. «Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?». Y continuaban las diatribas del fraile: «Estos ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?». En 1514 le vino la «conversión» a Bartolomé de las Casas, preparando su sermón de Pentecostés, al leer un pasaje del libro del Eclesiástico (34, 18-26). «Se determinó de predicallo», como él mismo confiesa, y «acordó, para libremente condenar los repartimientos o encomiendas como injusticias o tiranías, dejar luego los indios y renunciarlos en manos del gobernador Diego Velázquez».
A partir de ese momento, y a lo largo de su extensa vida –ingresa en la orden dominicana en 1522 y es consagrado obispo de Chiapas en 1543–, Bartolomé de las Casas luchará denodadamente, con su palabra, sus obras y sus escritos, por la defensa del indio. Con un ideario tal vez simplista y con la tozudez de un carácter impetuoso, carga sobre el indio todos los derechos y sobre el español todas las obligaciones, encastillado en sus ideas sin calibrar muchas veces la evolución de las cosas.
Su obra más célebre, Brevísima relación de la destruición de las Indias, tuvo una enorme repercusión en Europa y sirvió en buena medida para la difusión de la Leyenda Negra.
Más crítica su figura en Europa, idealizado en América como un santo, fray Bartolomé de las Casas se ha convertido hoy en un símbolo indigenista y anticolonialista, prescindiendo de su condición religiosa.

domingo, 11 de marzo de 2018

Papa Francisco, cinco años de pontificado


Habemus Papam! El 13 de marzo de 2013, en la quinta votación, salió elegido el arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, primer Papa latinoamericano y primer jesuita de la historia. Era también un hecho prácticamente inédito en la Iglesia: la convocatoria de un cónclave para la elección de un Papa tras la renuncia del anterior. El martes se cumplen cinco años de su pontificado.
Lo vi por televisión, en una Roma ya anochecida, asomado al Balcón Papal de la Basílica de San Pedro. Apareció sin la muceta púrpura ribeteada con piel de armiño que usaban los papas anteriores y declarándose simplemente como obispo de Roma. En días siguientes lo veríamos al completo con sus zapatones negros y no los rojos cardenalicios. Antes de impartir su primera bendición, solicitó la bendición del pueblo para él. Al día siguiente, en el coche de un empleado del Vaticano, fue a recoger sus cosas a la residencia romana donde se hospedaba y pagó la factura de su estancia. Y se negó a vivir en el suntuoso Palacio Apostólico y buscar hospedaje permanente en la Casa Santa Marta, donde estuvo alojado como cardenal durante el cónclave.


 Se llama Papa Francisco y ha querido iniciar su pontificado con estas premisas franciscanas: pobreza, humildad y sencillez. Un nombre, el de Francisco, inédito en el nomenclátor papal. Evidentemente, con clara resonancia a la figura del Santo de Asís. El nombre de Francisco surge con Francisco de Asís. Amigo y hermano de todas las criaturas, Francisco nació en Asís en 1181 o 1182. Su padre Pedro Bernardone era un rico comerciante de paños; su madre Juana, llamada la señora Pica, era originaria de la Provenza francesa. Ella dio a luz en ausencia de su marido, que se hallaba en Francia, y le puso por nombre Juan, en honor del Bautista. Pero cuando el padre volvió, le llamó cariñosamente Francesco, que prevalecerá sobre el nombre de Juan. Francesco, en la lengua vulgar medieval, equivalía a «francés». La criatura apareció ante su padre como Francesco, «el francesito», un niño que saldrá un inconformista del siglo XIII y convertirá la «pobreza» en el eje del movimiento franciscano por él fundado.
¿Será así también el Papa Bergoglio? ¿Un Papa inconformista? ¿Dominará a la Curia romana o será, como los demás, engullido por la maquinaria burocrática curial?
Acaba de aparecer un libro en Italia titulado La Chiesa immobile, de Marco Marzano, que niega que, en estos cinco años de pontificado, donde se ha hablado del Papa Francisco como un revolucionario, esté interesado en cambiar radicalmente la Iglesia. «Los grandes nudos de cualquier reformador católico son la reforma de la Curia, la doctrina moral y de la sexualidad, el celibato obligatorio del clero y el papel de las mujeres». Y ello, dice, no lo ha logrado.
No es fácil, en un mundo secularizado como es Occidente y discretamente cristiano en el resto del mundo, entrar en las estructuras de una Iglesia secular como un elefante en una cacharrería. A pesar de las críticas, después de cinco años, la figura del Papa Francisco se ha agigantado, considerado como un líder mundial, con más predicamento en el exterior incluso que en el interior de la Iglesia en ciertos sectores conservadores, también de cardenales y obispos, alguno de ellos español, aunque lo disimule. En Pentecostés del 2015, en Der Spiegel, la revista semanal más importante de Alemania, apareció un artículo de Walter Mayr que lo tituló: «El rebelde de la plaza de San Pedro». Y en verdad que, sin prisas pero sin pausa, está tratando de poner en orden la administración de la Curia, con la puesta en marcha de una comisión de cardenales, formado por monseñores también del Sudeste asiático y de Oceanía, que ha empezado a trabajar en la reforma de la Curia romana y el examen de cuentas del IOR, banco del Vaticano.
¿Dónde están ahora los sesenta historiadores, teólogos y sacerdotes que divulgaron el año pasado una carta enviada al Papa Francisco en la que le señalaban siete presuntas «herejías» contenidas en su exhortación apostólica sobre la familia «Amoris Laetitia»? La misiva, de 25 páginas y titulada «Correctio filialis de haeresibus propagatis» (Una corrección filial con respecto a la propagación de herejías), fue remitida al pontífice el pasado 11 de agosto. El documento sostenía que el Papa Bergoglio «a través de su exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’, como también por otras palabras, actos y omisiones que se le relacionan, ha sostenido siete posturas heréticas en referencia al matrimonio, la vida moral y la recepción de los sacramentos». Subrayan que «ha provocado que estas opiniones heréticas se propaguen en la Iglesia católica». Y le acusan poco menos de estar influenciado por las ideas de Martín Lutero y afirmando que el fraile agustino «tenía ideas sobre el matrimonio, el divorcio, el perdón y la ley divina», similares a algunas del Papa. Es curioso que entre los teólogos, profesores, historiadores y sacerdotes de todo el mundo que firmaron esta carta destaque el nombre del banquero Ettore Gotti Tedeschi, expresidente del banco vaticano, el IOR.
Pues que se fastidien estos teólogos, profesores, historiadores y sacerdotes… El pueblo cristiano está muy contento con el Papa Francisco, sencillo como una paloma, pero cauto como la serpiente, ante tantos guardianes de la ortodoxia.
Le deseo que tenga un feliz aniversario de Papado y, como dice la copla, «que cumpla muchos más».

miércoles, 7 de marzo de 2018

Sangre hebrea en Teresa de Jesús


Que Teresa de Jesús llevase en sus venas sangre hebrea se ha sabido muy recientemente. Todas las biografías anteriores a mediados del siglo XX ensalzan la limpia alcurnia de su familia y muestran a los Cepeda descendientes legítimos de Vasco Vázquez de Cepeda, señor de la villa del mismo nombre, que acompañó a Alfonso XI en el cerco de Gibraltar.
La investigación histórica se ha visto obligada a revisar estas gloriosas ascendencias. En 1946 aparecieron en la Chancillería de Valladolid unos legajos que tenían polvo de cuatro siglos. Narciso Alonso Cortés los extractó en un artículo donde revelaba la inesperada condición social de Teresa: su ascendencia judaica por línea paterna. ¿Sabía Teresa de su ascendencia judaica? Estoy seguro de que sí. Aunque jamás aparecerá en sus escritos la menor alusión. Anduvo Jerónimo Gracián en cierto momento en Ávila hurgando en los orígenes del linaje de los Ahumada y Cepeda, y Teresa le cortó con cierto enojo:
–Padre, me basta ser hija de la Iglesia y me pesa más haber hecho un pecado venial que si fuera descendiente de los más viles y bajos villanos y confesos de todo el mundo.
Y soslayó el tema.
Juan de la Cruz hará lo propio en su vida. Evitará hablar de su linaje, aunque en su caso no se muestre con claridad su ascendencia judaica.


 Don Alonso Sánchez de Cepeda, nacido en Toledo, era conocido en Ávila como «el Toledano». Compartiendo suerte con sus hermanos, todos ellos mercaderes, se afincaron en Ávila a finales del siglo XV tras el jefe de familia Juan Sánchez de Toledo y su esposa Inés de Cepeda, abuelos paternos de Teresa.
¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué esta emigración familiar? ¿Esta diáspora y el deseo de poner tierra de por medio? La Inquisición ha entrado en sus vidas.
Alonso Sánchez de Toledo, jefe de la saga familiar, bisabuelo de la Santa, era judío converso y un rico mercader que tenía «casas y viñas, con que se mantenía, y que oficio no se le conoció tener».
Uno de sus hijos, Juan Sánchez de Toledo, nacido hacia 1440, abuelo de Teresa, contrajo matrimonio con Inés de Cepeda, oriunda de Tordesillas y vecina de Toledo. También mercader, tuvo bastantes hijos: Hernando, Álvaro, Alonso (padre de Teresa), Pedro, Rodrigo, Lorenzo, Francisco, y una hija, Elvira de Cepeda.
Tenidos como cristianos nuevos, les faltaba lo que se llamaba limpieza de sangre, siempre dedicados los judeoconversos a oficios de mercader o prestamista o cambiador o banquero o médico o boticario... Nunca, como dice el Cura de los Palacios, los judeoconversos «quisieron tomar oficios de arar ni cavar, ni andar por los campos criando ganados, ni lo enseñaban a sus hijos, salvo oficios de poblado y de estar asentados, ganando de comer con poco trabajo».
Por eso se dice del patriarca de la saga que «oficio no se le conoció tener». Juan Sánchez de Toledo, abuelo de Teresa, mercader de buena posición social como su padre y hermanos, «traficante en efectos de iglesias, pan y otras cosas», cayó en las garras de la Inquisición de Toledo. Consta que el 22 de junio de 1485 «Juan de Toledo, mercader, hijo de Alonso Sánchez, vecinos de Toledo a la collación de Santa Leocadia, dio, presentó y juró ante los señores de la Inquisición una confesión en que dijo y confesó haber hecho y cometido muchos y graves crímenes y delitos de herejía y apostasía contra nuestra santa fe católica», es decir, confesó de haber vuelto a las prácticas judaicas. Y fue condenado a la procesión de los reconciliados y a llevar públicamente durante siete viernes por las calles de Toledo de iglesia en iglesia el sambenito o capuz amarillo, símbolo vergonzante que aireaba ante sus vecinos su ascendencia no lejana de cristiano nuevo que ha caído en las prácticas hebraicas, o sea, de ser un «marrano», así llamados con todo desprecio por el pueblo los judíos convertidos externamente al cristianismo y que seguían observando clandestinamente sus costumbres y religión original.
Juan Sánchez de Toledo se vio obligado a poner tierra de por medio. Y emigró a Ávila con toda su familia, donde borrar huellas y proseguir su próspero comercio de tejidos. Se estableció en la Cal de Andrín, una de las principales calles comerciales de Ávila, y abrió como mercader «una tienda de paños y sedas», que resultó ser un negocio próspero.
No se dejaba ver mucho ante los clientes, que le consideraban un toledano rico. La prudencia es una virtud y él la practicaba llevando una vida retirada. Su propósito consistía en casar a sus hijos con doncellas de cristianos viejos. Y conseguir un título de hidalguía –cosa no difícil de conseguir con dinero– que oculte su ascendencia y certifique ser hidalgo y por tanto de sangre vieja. A su oficio de mercader en seda se unió también el título de la recaudación de rentas reales y eclesiásticas, obtenido tal vez por su amistad con el arzobispo de Santiago.
Y es así como Alonso Sánchez de Cepeda, hijo de Juan Sánchez de Toledo y padre de Teresa, casó en 1505 con Catalina del Peso y Henao, hija de Pedro del Peso, caballero de Ávila. Con ella formó hogar en el extremo occidental de la ciudad, en la plazuela de Santo Domingo, en la Casa de la Moneda, llamada así por haber estado en ella tiempo atrás la ceca de la ciudad. Ésta será su residencia definitiva donde nacerá Teresa.
Después de darle dos hijos, María y Juan, Catalina murió en Horcajuelo (Ávila) el 8 de septiembre de 1507, de la peste que asoló la ciudad. También en ese año y de la peste murió el «penitenciado» Juan Sánchez de Toledo, abuelo de Teresa. Alonso de Cepeda –hay que borrar el apellido Sánchez de pésimos recuerdos– en noviembre de 1509 casó en segundas nupcias, a una edad cercana a los treinta años, con otra doncella de sangre vieja: Beatriz de Ahumada, que andaba por los quince. Don Alonso entregó a su esposa «por honra de su virginidad y acrecentamiento de su dote, mil florines de oro buenos y de justo peso y valor de la ley y cuño de Aragón». Doña Beatriz de Ahumada aportó al casorio una finca con rebaños y palomar, de feliz nostalgia para Teresa en su niñez, en la aldea de Gotarrendura, tres leguas al norte de Ávila, en la Moraña.
En Gotarrendura se celebró la boda. Siendo naturales de Olmedo los Ahumada, llegaron a Gotarrendura días antes la novia y su madre doña Teresa de las Cuevas, traídas en un carro. El sacristán que asistió a la boda dirá años más tarde que «al tiempo de la boda, cuando doña Beatriz se iba a velar a la iglesia, este testigo la vio muy ricamente ataviada, y oyó decir que don Alonso Sánchez le había dado todo aquello que llevaba y otras muchas joyas». Tras la ceremonia religiosa, los vecinos de Gotarrendura, que no sobrepasaban el centenar, fueron convidados a gallinas de corral, bien adobadas.

viernes, 2 de marzo de 2018

Los santos amigos de Sor Ángela de la Cruz

Hoy, 2 de marzo, es la fecha de la muerte de Sor Ángela de la Cruz, acaecida en el año 1932. Fue «camino de la tertulia», como ella decía con gracia andaluza. Pues en el cielo se encontró con es tertulia de santos a los que ella tenía especial devoción.
He aquí esa curiosa lista de los santos de la devoción de Sor Ángela constituidos en santos protectores del Instituto de la Compañía de la Cruz, por ella fundado. En total, dieciséis. A saber: Santos Ángeles Miguel y Rafael, Patriarca San José, San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara, San Cayetano, San Juan de Dios, San Félix Cantalicio, San Nicolás de Bari, San Roque, San An­tonio de Padua, San Benito José de Labre; y, pasando al elemento femenino, Santa Ana, Santa Martina, Santa Clara y Santa Isabel de Hun­gría.
Son los amigos de Sor Ángela.
¿Tal vez los escogió por afinidad de su espíritu con el de ellos? Ay, qué sé yo. Es un elenco demasiado complejo y variopinto para pen­sar en tal cosa.


 La devoción a los arcángeles Miguel y Rafael es tal vez una personi­ficación de su devoción especial a los santos ángeles. En la carta del año 1909, dirigida a todas las Hermanas, Sor Ángela hace mención de su devoción a los espíritus bienaventurados, y la carta de 1905 la titu­la expresamente: «Las Hermanas de la Cruz deben imitar a los santos ángeles».
Patriarca San José... Bueno, aquí hay un rosario de motivaciones para que Sor Ángela le tenga una especialísima devoción al bueno del Patriarca. Su madre se llamaba Josefa y tenía la costumbre de pro­curar que todos los niños del barrio de Santa Lucía fuesen bautiza­dos. Si eran varones, madre Josefa deseaba que se llamasen José. San José es también titular de la Casa Madre: fue a él precisamente a quien Sor Ángela pasó la papeleta de encontrar casa espaciosa donde se ubicase definitivamente el Instituto. Y el bueno de San José lo con­cedió puntualmente. A San José acude en sus rezos la Compañía de las Hermanas de la Cruz y es el especial protector en los ejercicios espirituales. O séase, que San José es un protector pero que muy es­pecial.
Luego sigue la lista de los demás santos.
Primero de todos, San Francisco de Asís. Sor Ángela ha querido ser un fiel calco en la pobreza del Poverello de Asís, pobreza en vida y en muerte. Esto dejó escrito en sus Papeles de Conciencia:
–Serán hijas de San Francisco de Asís, Hermanas terceras, y los domingos y días de fiesta, en vez de la parte del rosario, rezarán la corona... Cuando enferme en la cama, no entrará nadie a verla. Y si a la última hora pide morir como su padre San Francisco se le concederá morir en la tarimita; después su mortaja será el hábito que le servía en casa y sus sandalias. Se pondrá de cuerpo presente en el dormitorio y cuatro ve­las, y nadie la verá, sólo el padre, que le dirá algún respon­so... Si alguna quiere más pobreza todavía, las condiciones que Dios le inspire las dejará escritas para poder cumplirlas; si quiere más grandeza, que no entre en la Compañía, que no da más que eso.
San Cayetano es el protector del noviciado. Fundó los Teatinos que vivían exclusivamente de las limosnas amparados en la Provi­dencia de Dios. Incansable en el servicio a los enfermos y apestados, San Cayetano fue llamado el «cazador de almas». No está lejos de su estilo el estilo de Sor Ángela.
San Juan de Dios, otro coloso de la caridad, el loco de Granada por amor de Dios. San Félix de Cantalicio, lego franciscano italiano, que brilló por la caridad con los necesitados y los desvalidos. San Nicolás de Bari, el santo popular y legendario, el Santa Claus que trae jugue­tes a los niños por Navidad. San Roque, el peregrino de Montpellier, que recorre las ciudades de Italia cuidando a los enfermos de la epidemia de peste. En Piacenza, donde pilla la terrible enfermedad, un perro le trae diariamente un trozo de pan y le lame la úlcera de la pierna. San Antonio de Padua, entre los primeros de la devoción po­pular, también de Sor Ángela este santo milagrero y franciscano. Se cuenta de él que en Rímini no quisieron oír su predicación. Marchó a la orilla del mar y comenzó a predicar a los peces que acudieron presurosos asomando sus cabecitas sobre el agua. San José de Labre, el mendigo del Coliseo, de quien ya hemos dado cuenta.
Y llegan las mujeres. Santa Ana, madre de la Virgen y patrona del hogar doméstico. Santa Martina, en recuerdo de la santa del día de su nacimiento: Sor Ángela recibió en el bautismo como segundo nombre Martina. Santa Clara, la «plantita del bienaventurado Francisco», como se denominó en su testamento y que se propuso como meta la pobreza absoluta y la sencillez de vida. Y Santa Isabel de Hungría, la duquesa magnánima que, llevaba de su caridad para con los pobres, se atrevió a llevar a un leproso a su alcoba. El duque enfadado quiso vengar la injuria pero al fijarse en el leproso vio en su lugar al mismo Jesucristo. A la muerte de Santa lsabel, ya viuda, los pajarillos canta­ban sobre su lecho.
Estos son los amigos santos que Sor Ángela puso por protectores de su Instituto. Los amigos de su devoción. No son los únicos. Que todos los santos son sus amigos. Prueba de ello: la fiesta de Todos los Santos, que el Instituto celebra con especial solemnidad y devoción.