viernes, 2 de marzo de 2018

Los santos amigos de Sor Ángela de la Cruz

Hoy, 2 de marzo, es la fecha de la muerte de Sor Ángela de la Cruz, acaecida en el año 1932. Fue «camino de la tertulia», como ella decía con gracia andaluza. Pues en el cielo se encontró con es tertulia de santos a los que ella tenía especial devoción.
He aquí esa curiosa lista de los santos de la devoción de Sor Ángela constituidos en santos protectores del Instituto de la Compañía de la Cruz, por ella fundado. En total, dieciséis. A saber: Santos Ángeles Miguel y Rafael, Patriarca San José, San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara, San Cayetano, San Juan de Dios, San Félix Cantalicio, San Nicolás de Bari, San Roque, San An­tonio de Padua, San Benito José de Labre; y, pasando al elemento femenino, Santa Ana, Santa Martina, Santa Clara y Santa Isabel de Hun­gría.
Son los amigos de Sor Ángela.
¿Tal vez los escogió por afinidad de su espíritu con el de ellos? Ay, qué sé yo. Es un elenco demasiado complejo y variopinto para pen­sar en tal cosa.


 La devoción a los arcángeles Miguel y Rafael es tal vez una personi­ficación de su devoción especial a los santos ángeles. En la carta del año 1909, dirigida a todas las Hermanas, Sor Ángela hace mención de su devoción a los espíritus bienaventurados, y la carta de 1905 la titu­la expresamente: «Las Hermanas de la Cruz deben imitar a los santos ángeles».
Patriarca San José... Bueno, aquí hay un rosario de motivaciones para que Sor Ángela le tenga una especialísima devoción al bueno del Patriarca. Su madre se llamaba Josefa y tenía la costumbre de pro­curar que todos los niños del barrio de Santa Lucía fuesen bautiza­dos. Si eran varones, madre Josefa deseaba que se llamasen José. San José es también titular de la Casa Madre: fue a él precisamente a quien Sor Ángela pasó la papeleta de encontrar casa espaciosa donde se ubicase definitivamente el Instituto. Y el bueno de San José lo con­cedió puntualmente. A San José acude en sus rezos la Compañía de las Hermanas de la Cruz y es el especial protector en los ejercicios espirituales. O séase, que San José es un protector pero que muy es­pecial.
Luego sigue la lista de los demás santos.
Primero de todos, San Francisco de Asís. Sor Ángela ha querido ser un fiel calco en la pobreza del Poverello de Asís, pobreza en vida y en muerte. Esto dejó escrito en sus Papeles de Conciencia:
–Serán hijas de San Francisco de Asís, Hermanas terceras, y los domingos y días de fiesta, en vez de la parte del rosario, rezarán la corona... Cuando enferme en la cama, no entrará nadie a verla. Y si a la última hora pide morir como su padre San Francisco se le concederá morir en la tarimita; después su mortaja será el hábito que le servía en casa y sus sandalias. Se pondrá de cuerpo presente en el dormitorio y cuatro ve­las, y nadie la verá, sólo el padre, que le dirá algún respon­so... Si alguna quiere más pobreza todavía, las condiciones que Dios le inspire las dejará escritas para poder cumplirlas; si quiere más grandeza, que no entre en la Compañía, que no da más que eso.
San Cayetano es el protector del noviciado. Fundó los Teatinos que vivían exclusivamente de las limosnas amparados en la Provi­dencia de Dios. Incansable en el servicio a los enfermos y apestados, San Cayetano fue llamado el «cazador de almas». No está lejos de su estilo el estilo de Sor Ángela.
San Juan de Dios, otro coloso de la caridad, el loco de Granada por amor de Dios. San Félix de Cantalicio, lego franciscano italiano, que brilló por la caridad con los necesitados y los desvalidos. San Nicolás de Bari, el santo popular y legendario, el Santa Claus que trae jugue­tes a los niños por Navidad. San Roque, el peregrino de Montpellier, que recorre las ciudades de Italia cuidando a los enfermos de la epidemia de peste. En Piacenza, donde pilla la terrible enfermedad, un perro le trae diariamente un trozo de pan y le lame la úlcera de la pierna. San Antonio de Padua, entre los primeros de la devoción po­pular, también de Sor Ángela este santo milagrero y franciscano. Se cuenta de él que en Rímini no quisieron oír su predicación. Marchó a la orilla del mar y comenzó a predicar a los peces que acudieron presurosos asomando sus cabecitas sobre el agua. San José de Labre, el mendigo del Coliseo, de quien ya hemos dado cuenta.
Y llegan las mujeres. Santa Ana, madre de la Virgen y patrona del hogar doméstico. Santa Martina, en recuerdo de la santa del día de su nacimiento: Sor Ángela recibió en el bautismo como segundo nombre Martina. Santa Clara, la «plantita del bienaventurado Francisco», como se denominó en su testamento y que se propuso como meta la pobreza absoluta y la sencillez de vida. Y Santa Isabel de Hungría, la duquesa magnánima que, llevaba de su caridad para con los pobres, se atrevió a llevar a un leproso a su alcoba. El duque enfadado quiso vengar la injuria pero al fijarse en el leproso vio en su lugar al mismo Jesucristo. A la muerte de Santa lsabel, ya viuda, los pajarillos canta­ban sobre su lecho.
Estos son los amigos santos que Sor Ángela puso por protectores de su Instituto. Los amigos de su devoción. No son los únicos. Que todos los santos son sus amigos. Prueba de ello: la fiesta de Todos los Santos, que el Instituto celebra con especial solemnidad y devoción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario