miércoles, 19 de abril de 2017

Atentado en la madrugada del Viernes Santo de 1919

Los altercados habidos en la madrugada del Viernes Santo en Sevilla me han recordado el que hubo en la madrugada del Viernes Santo de 1919, hace ahora casi un siglo.
A eso de las cinco y media, un petardo explotó junto a la pilastra de la verja de la Puerta de los Palos, junto a la Giralda, provocando la alarma y confusión entre el público numerosísimo que presenciaba el desfile de las cofradías en la entonces llamada Plaza del Cardenal Lluch, hoy Virgen de los Reyes. Estaba saliendo en esos momentos la Hermandad del Gran Poder.
Al sonido de la explosión –el paso del Gran Poder ya de hallaba en la calle y el paso de la Virgen del Mayor Dolor aún en el templo–, las filas de nazarenos se unieron alrededor de los pasos en actitud de defensa de las imágenes, como también lo hicieron los guardias civiles que acompañaban los pasos.
Entre la confusión y el correr de la gente, un grito de alguien pide socorro. Es un religioso de mediana edad, tendido en el suelo, con una pierna medio destrozada. Había pisado un petardo y le estalló de lleno. Inmediatamente fue trasladado a la Casa de Socorro de la Plaza de San Francisco, donde el facultativo de guardia apreció la fractura de la tibia y del peroné de la pierna izquierda. Se llamaba Ramón Quiza Herranz, hermano claretiano, quien, trasladado después a la Clínica de la Salud, los médicos tuvieron que amputarle la pierna.
El autor de este macabro suceso no pudo ser detenido.
A pesar de la honda impresión que produjo este criminal atentado, siguió la marcha de las cofradías y las del Viernes Santo acordaron no suspender la salida. Fue a la llegada de la cofradía de Montserrat por la Plaza de San Francisco –viernes tarde– cuando ocurrió lo que la prensa calificó como un «acto de afirmación ciudadana».
–Al avanzar hacia el palco del Ayuntamiento la representación militar que presidía el paso de la venerada Imagen, se escucharon delirantes vivas a España, a Sevilla y al Ejército, que fueron contestadas por la multitud. El paso de la Virgen de Montserrat desfiló entre generales y fervorosas aclamaciones. El entusiasmo aumentó al escucharse las notas de la Marcha Real. El espectáculo fue indescriptible. Miles de personas enloquecían de entusiasmo.
El Sábado Santo no hay prensa. Pero el Domingo de Resurrección apareció en primera plana un largo artículo cívico-religioso de Muñoz y Pabón en El Correo de Andalucía titulado: Hagamos patria:
–Pregunto a Sevilla: ¿Podemos tolerar que siga adelante esta campaña –porque esto es una campaña– contra lo que constituye la manifestación más esplendorosa de nuestra fe, y la prueba más elocuente de nuestro amor? ¿Nos cruzaremos de brazos ante… cuatro indocumentados, demoledores de lo que está en la médula de nuestras costumbres, viniendo a ser la más legítima de nuestras glorias, como pueblo, y la más mimada de nuestras aficiones como individuos? ¿La Semana Santa de Sevilla, a merced de cuatro «golfos» que salgan vociferando –¡bomba! ¡bomba!– como ayer, para sembrar la alarma, y tras la alarma, el pánico y tras el pánico, el hambre para Sevilla entera y plena, porque la Semana Santa de Sevilla, que es la fe, y es el arte, y es la hermosura y es la piedad, es a la vez «el pan de un sin número de casas de familia»?
Y ¿cómo hacerlo, señor Muñoz y Pabón?
–¿Cómo? Haciendo el vacío, ¿qué digo haciendo el vacío? Acorralando con la fuerza avasalladora de los números, a «los que han tomado por contrata» despojarnos de lo que es el alma de nuestra alma y vida de nuestra vida; a los que, como los miembros del Sanedrín al Nazareno divino, han dicho, señalando a nuestra Semana Santa: «reus est mortis»: reo es de muerte.
Y formula una propuesta para que sea acogida por la ciudad:
–Si yo fuera alguien en este mundo, me atrevería a proponer a toda Sevilla un acto de resonancia universal… Una solemne fiesta de desagravio a Jesucristo en su imagen del Gran Poder, conducida a la Santa Iglesia Catedral, por todos sus cofrades a cara descubierta, con representación de todas las Cofradías, para que allí, donde ha sido la ofensa, sea el desagravio, donde ha sido el pecado sea la reparación, y ante la misma imagen precisamente, intentada atropellar y destruir, reedificar los muros de la Jerusalén de esta Semana Santa que se bambolean al empuje satánico y homicida de los que no pueden ver con buenos ojos que Sevilla crea, que Sevilla rece, que Sevilla ame.
La propuesta de Muñoz y Pabón fue acogida por el alcalde Federico de Amores, conde de Urbina, y el hermano mayor del Gran Poder, Antonio Mejías, que visitaron al cardenal Almaraz para convenir los detalles de la salida del Gran Poder a la Catedral el domingo 4 de mayo, fiesta de la Corona de Espinas.
Pero la Junta de Gobierno de la Hermandad del Gran Poder se negó a la salida de la imagen y el desagravio quedó en una misa pontifical en la Catedral. Muñoz y Pabón escribirá a un amigo de Madrid:
–Lo acogieron a una el Cardenal, el Alcalde, ambos Cabildos y el Hermano Mayor del Gran Poder (Mejías); y luego, los señores de la mesa (Camino, Casillas de Velasco y demás de una misma fiambrera) se han negado a que salga el Señor, con lo que se ha venido abajo todo el tinglado. La gente está que arde. Dios sabe lo mejor. 

lunes, 3 de abril de 2017

La Semana Santa de Sevilla y el cardenal Segura

El cardenal Pedro Segura y Sáenz, primado de Toledo, expulsado por la República en 1931, y arzobispo de Sevilla en 1937, fue una figura en su tiempo que luchaba contra todo y contra todos. Las suyas no eran amables cartas pastorales, eran admoniciones pastorales, en cuaresma contra los Carnavales, en abril contra la Feria de Sevilla y sus bailes, en verano con las playas, y en su integrismo radical contra la Falange y el Protestantismo.
Pero tenía una cosa positiva. Es curioso, pero al cardenal Segura le gustaba la Semana Santa de Sevilla. Aún no había tenido tiempo de saborearla, puesto que será la del año 1938, en plena guerra civil, la primera que contemple, cuando las cofradías salen de la Catedral por la Puerta de los Palos y vuelven los pasos hacia Su Eminencia, que se halla en el balcón principal del Palacio arzobispal, y las bendice. Pues en ese año de 1938, en los días 7 y 31 de marzo, a solo seis meses de su llegada a Sevilla, escribió un par de documentos positivos sobre las cofradías sevillanas. El primero, titulado Las Cofradías y la vida cristiana, y el segundo, Declaración sobre las Procesiones de Semana Santa de Sevilla. Por la verdad y la justicia.


–Aun en medio de la bancarrota de los verdaderos valores nacionales en las últimas épocas, nos es dado descubrir vestigios de esta vida cristiana exuberante, en la que debemos fijar detenidamente nuestra atención. Uno de esos vestigios gloriosos es el de las Cofradías piadosas que tanto abundan no solo en la capital sino en las parroquias todas de la Archidiócesis… ¡Institución santa! ¡Pensamiento inspirado por el cielo, y el más útil y conveniente de cuantos los hombres pudieran imaginar! Esas fueron las Cofradías de Sevilla desde sus comienzos y por tener raíces tan hondas han conservado su vida a través de esos últimos siglos de indiferentismo religioso…
En el segundo documento, sale «en defensa del prestigio de la Archidiócesis que el Señor por medio de su Vicario en la tierra ha confiado a Nuestro cuidado». Y acude en salvaguarda de la Semana Santa de Sevilla contra vestigios de leyenda negra como son las declaraciones del obispo portugués Agostino, de la diócesis de Lamego, quien había publicado el 28 de enero de 1938 en la revista Lumen, Revista de cultura para o Clero, un artículo titulado Aplicaçao de Pastoral sobre Festas, donde a su vez cita un artículo publicado dos años antes en la revista Renacimiento, de un anónimo escritor, que tacha de «paganismo» la Semana Santa sevillana.
El obispo Agostino anota, por ejemplo, del literato portugués:
–Muchas personas acompañaron descalzas las procesiones. Antes la procesión se detenía muchas veces para que los devotos pudieran divertirse con bailes que aquí y allí se organizaban, cuando menos se esperaba. Bailarina afamada que estuviese pre­senciando el paso de la procesión era invitada en el acto para que bailara, no haciéndose rogar a la invitación. ¡Y es de creer que apareciese allí precisamente para exhibir sus habilidades en la danza!...
El obispo de Lamego saca de esto la siguiente conclusión:
Al leer aquellos artículos, Nos decíamos a Nosotros mismos: ¿Cómo puede una nación en que semejantes profanaciones se cometen ser bendecida por Dios?
Se refiere a la guerra civil española, que para el obispo Agostino es un evidente castigo de Dios por semejantes bailes ante los pasos cofradieros de la Semana Santa de Sevilla.
Segura arremete contra su colega en el episcopado, recriminándole de «imputación falsa e injusta»:
–A la pena que nos causa el haber de lastimaros, llevando a vuestra noticia la imputación falsa e injusta que se hace a una de las más solemnes y conmovedoras manifestaciones de fe y de piedad, se sobrepone el deber de defender el honor religioso de esta ciudad, que Nos es tan amada, y de salir por la verdad, que, indudablemente, por defecto de información, más bien que por mala voluntad, ha sido falseada.
Y añade:
–Grandes pecados había cometido, ciertamente, Nuestra Patria por los que se hacía acreedora a los justos castigos del Señor, que, al ser aplicados tan paternalmente por su divina Providencia, son al mismo tiempo grandes misericordias y fuente de copiosas bendiciones del Cielo. Mas insinuar, en forma tan improcedente, que la causa de la gran desgracia española hayan sido las hermosas procesio­nes de Semana Santa de Sevilla, es sencillamente incalificable… Son las antiquísimas procesiones de Semana Santa de Sevilla con sus filas interminables de hermanos, con su inmensa multi­tud de piadosos admiradores, con sus imágenes venerandas que ordenadamente desfilan día y noche por todas sus calles, una obra excelsa de que ellas legítimamente se glorían y que tal vez no tiene semejante en toda la Cristiandad.
Tras este repaso al obispo portugués, Segura dedicará a lo largo de su pontificado algunas otras pastorales al tema cofradiero, incidiendo especialmente en los abusos en los desfiles procesionales o la prohibición de la participación de las mujeres en las mismas, e incluso en 1944 prohibió que se alzara el brazo a la romana para saludar a los Cristos que pasaban, saludo propio del fascismo italiano, del nazismo alemán y de la Falange. Celebrará también un par de Asambleas Diocesanas de Hermandades de Penitencia (años 1941 y 1945). Pero no mostrará la dureza verbal de otros temas, como los de moralidad, con su obsesión de los bailes agarrados, o de doctrina, con su testarudez contra el protestantismo.
El hecho de que no tenga cosa especial que censurar en el tema cofradiero, que es la tónica de todas sus admoniciones pastorales, es un signo positivo en el cardenal Segura. Es más, se apoyará en las Cofradías cuando al final de su mandato presienta que está en juego su permanencia en la sede de Sevilla y acuda con una peregrinación cofradiera con sus respectivos estandartes (Simpecados) a llenar la Plaza de San Pedro el 1 de noviembre de 1954 con motivo de la institución de una fiesta dedicada a la Virgen: la Realeza de María. Pero Pío XII ya le había movido la silla, que fue ocupada por el obispo de Vitoria José María Bueno Monreal, parodiando aquel dicho de que «quien se fue de Sevilla, perdió su silla».