miércoles, 30 de julio de 2014

De honorable a villano

No ha sido para mí ni sorpresa ni decepción la confesión de Jordi Pujol de haber amasado en sus largos años de política una ingente fortuna, guardada secretamente en paraísos fiscales. Al punto que ha tenido que dimitir de todos los cargos honoríficos y crematísticos que ostentaba y percibía, y pasar de honorable señor (en grado superlativo) a villano (digámoslo también en grado superlativo). Y villano en su acepción figurada, no villano por su baja condición o estado, sino villano por su ruindad.
Mi decepción venía ya de hace unos diez años, cuando leí un libro suyo en el que con un pensamiento ruin y villano describía al hombre andaluz con los calificativos más despectivos. Recojo solo un párrafo:
–Es un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.
Conocí a Jordi Pujol y a su esposa Marta Ferrusola allá por el año 1977. Fui a recogerlos al aeropuerto. Trabajaba yo entonces con Javierre en la revista «Tierras del Sur» y lo invitamos a dar una conferencia en Sevilla. Era una tapadera. Detrás, estaban unas conversaciones con Alejandro Rojas Marcos, para concertar acuerdos de las incipientes formaciones políticas de Convergencia y Partido Andalucista de cara a la composición del futuro parlamento español. Años después, tuve ocasión de saludarlo dos o tres veces en el Palacio de la Generalitat, en mi calidad de consiliario general del Movimiento Scout Católico (MSC), junto con el presidente scout, y una vez también con el presidente mundial del Escultismo, el húngaro László Nagy, cuya sede está en Ginebra. He de decir que Jordi Pujol, en la conversación que se desarrolló con el presidente mundial, habló solamente en francés y catalán. Ni una palabra en castellano.
En otra ocasión, me vi en Barcelona con un enlace que me envió porque quería tener noticias de ciertas cosas de Andalucía. Era un cura, ya mayor, y me dio la sensación de ser todo un Fouché, ese genio tenebroso de la época napoleónica tan estupendamente biografiado por Stefan Zweig. Comimos en un self-service de la Rambla de Cataluña (¡ya me podía haber invitado a un restaurante mejor, que pagaba el Honorable!). Se llamaba  Lluis Fenosa, y era simplemente un correveidile a la caza de los comadreos de la Generalitat. Un vulgar espía, que sin tener cargo alguno, era temido desde el primer conseller al último funcionario. Desayunaba con Pujol y le contaba los chismes de la gente. La amistad de ambos venía de la cárcel de Zaragoza donde se conocieron. Pujol, metido allí por el régimen de Franco, y el cura, que venía de América, pillado al parecer por tráfico de divisas.
Consideraba a Jordi Pujol un hombre de bien, un político aguerrido y… Ya veis en qué ha acabado la historia. La suya y la de sus hijos, que al parecer han superado al padre en eso de amasar fortunas con dinero público y guardarlas en paraísos fiscales. Jordi Pujol ha terminado confesando sus vergüenzas y tirando por la borda el prestigio que «falsamente» se había fabricado.
Hace un par de años, predicando en una iglesia, y mosqueado por no sé qué actuación política (posiblemente en relación de los Ere de Andalucía), dije a la concurrencia del domingo:
–Imaginad que en vez de vosotros estuvieran escuchándome los políticos. Ya sé que esto es pura fantasía. Pero imaginémoslo. ¿Sabéis qué les diría? ¿Qué les predicaría? Sencillamente les recordaría dos mandamientos de la Ley de Dios: el séptimo y el octavo: No robarás, no mentirás.
En esos juramentos (o promesas) que hacen los políticos al tomar posesión de su cargo, yo añadiría, a la fórmula de acatar la constitución, etc., una frase explícita que diga:
–Prometo (porque ahora casi nadie jura) por mi honor que no robaré ni mentiré.
Tal vez se limpiaría un tanto la imagen que nos están dejando. Yo pertenezco al denominador común de la clase humana normal y estaba convencido, ingenuamente, que los que nos dirigen son también seres normales. Pero he de confesar que en mi decepción estoy tentado de pensar que estamos gobernados, en general, por desaprensivos. Hay esa frase de Shakespeare al presentar a Hamlet:
–Esta es una obra estúpida representada por idiotas.
Tal vez tenga razón y así sea la realidad.

jueves, 24 de julio de 2014

Novicio de un año más: 73

El 31 de marzo pasado escribí que cumplía diez años. Y era cierto. Diez años de mi primer infarto, 31 de marzo de 2004, en que comencé a contar los días de mi existencia renacida, aunque un tanto atropellada.
Pero mi existencia real es muy otra. Hoy cumplo 73 años, 24 de julio, festividad de Cristina, Cunegunda y Sisenando, víspera de Santiago Apóstol, patrono de España… 73 años no es una edad aún caduca, al menos desde el punto de vista de la inventiva y de la actividad intelectual que no me falta.
Nací en la postguerra, año del hambre, 1941, en Santa Olalla del Cala, a las doce del mediodía, cuando el sol de verano pegaba fuerte en la sierra de Huelva. El pan blanco era un lujo y de niño veía pasar por mi pueblo camiones del ejército con pan blanco para Madrid. Y el café con malta, más malta que café. El café lo traían de estraperlo las mujeres de Portugal. Y los maquis por los montes. Conocí a algunos.
Conservo un librito titulado La infancia de nuestro hijo, donde mi padre anotaba curiosidades de mi primer año de existencia. Por ejemplo, la comadrona se llamaba Encarnación Castuera y fui bautizado el 14 de agosto, víspera de la Asunción, por el párroco don Francisco Hernández Fuentes, quien me dio también la Primer Comunión. Yo la recibí un domingo, y al domingo siguiente, mi hermano Paco, para aprovechar el mismo traje. Comencé a sonreír el 14 de septiembre de 1941, con 45 días, no está mal. Empecé a reconocer, el 15 de enero de 1942. Me sostuve sentado el 20 de abril. Pronuncié «papá» el 6 de mayo. Pronuncié «mamá» el 10 de mayo. Di los primeros pasos el 10 septiembre. Di el primer beso el 10 de octubre. Durante el período de lactancia, tomaba harina lacteada. Comencé a comer el 1 de junio de 1942. Y la guinda final:
–Carácter del niño durante el primer año: Serio, cariñoso.
Conservo también una foto de ese tiempo con un peluche entre las piernas, pero me da vergüenza mostrarlo.
Desde entonces –tiempos felices de infancia, a pesar de la carestía de la posguerra– he llegado con tropiezos hasta el día de hoy. 73 años no son pocos años. Por el camino han quedado no pocos compañeros de Bachillerato en los Maristas de Sevilla y compañeros seminaristas en la Universidad de Comillas. No estoy yo en situación, y nunca lo he estado, de negar los años que tengo, como parece ser la costumbre femenina. Que no es cosa de hoy el que la mujer los oculte. Ya Lope de Vega, en La Dorotea, decía: «Que los puntos y los años / no hay mujer que los confiese». Pero también hay ese dicho popular que dice: «El corazón del hombre no tiene edad». Y eso otro, también anónimo: «Se tiene la edad que el corazón manifiesta».
Chamfort, que tanto influyó en la Revolución francesa, dejó escrito en su De los pensamientos, máximas, caracteres y anécdotas:
–El hombre llega novicio a cada edad de la vida.
Pues algo así me siento hoy. Novicio de un año más, que acabo de estrenar, en el que pienso seguir proyectando las ilusiones de un jubilado, que ahora no es otra que culminar el libro que llevo entre manos. Espero sea el mejor de los que he escrito.
Novicio fue Konrad Adenauer –uno de los «padres de Europa» junto con Robert Schuman, Jean Monnet y Alcide De Gasperi–, que llegó a canciller de Alemania a los 73 años en 1949 y conservó el cargo hasta 1963, en gran parte responsable del «milagro económico» alemán.
A esta edad llegaron a su última etapa personajes tan relevantes y contradictorios como Charles Darwin, fallecido en 1882. Su libro, El origen de las especies, y su sepultura, en la abadía de Westminster. Vittorio da Sica, muerto en 1974, del que he reído sus películas y he gozado especialmente con su obra magna Ladrón de bicicletas. Alexander Fleming, médico escocés, descubridor de la penicilina, que tantas vidas salvó, muerto en 1955. Antonio Gaudí, arquitecto catalán. Supe de él por primera vez al llegar a Comillas en 1955. Frente a la Universidad estaba el palacio de los marqueses de Comillas y un edificio anexo, que se llamaba El Capricho, obra de Gaudí. Murió atropellado por un tranvía en Barcelona en 1926. Un extraordinario y original arquitecto y un hombre santo. Está introducida su causa de beatificación. Y El Greco, Doménikos Theotokópoulos, muerto a los 73 años en Toledo, en 1614. Una gran exposición de sus obras ha tenido lugar en la capital toledana en el IV Centenario de su muerte y he sentido grandemente habérmela perdido.
A veces, miro más hacia atrás, como los abuelos que cuentan sus batallitas a los nietos, y siento que me faltan las fuerzas que antaño tuve. Y también cierto pesimismo de la cosa nacional y de las cosas internacionales al ver los telediarios y leer la prensa. Y se me ocurre gritar con Mafalda:
–¡Paren el mundo, que me quiero bajar!
Pero soy optimista por naturaleza y por la providencia de Dios, que me sostiene en esta vida. Así, que me digo: ¡Adelante! Y como novicio novato, emprendo este mi año 73 como si fuera el primero de mi vida.

jueves, 17 de julio de 2014

Santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla

Hay en Sevilla una calle llamada «Santas Patronas», surgida en el siglo XIV en el barrio de la Cestería, extramuros de la ciudad, cercana al río. En el siglo XVI tomó el nombre de «Vírgenes» por el Hospital que había, dedicado a las Vírgenes Justa y Rufina. En el XIX, se le cambió en nombre por el de «Santas Patronas», para diferenciarla de otra calle del mismo nombre, junto a la parroquia de San Nicolás. Y se llama así porque ellas, las santas Justa y Rufina, son las patronas de Sevilla.


Hoy, 17 de julio, es su festividad litúrgica. Y no sé muy bien si con las calores del verano se celebra esta festividad en alguna parte de la ciudad. En la catedral, salvo la misa, no creo que se les dedique ninguna función especial. Y en Sevilla, que yo sepa, tan solo la Librería Céfiro –que se halla en la calle Virgen de los Buenos Libros, junto a El Corte Inglés, regentada por mis buenos amigos Eduardo y Luis– es el único establecimiento que cierra y descansa en atención al patronazgo de la ciudad.
Que no es, que yo sepa, san Fernando. Sorprendido me quedé hace unos días cuando el actual arzobispo –que es reciente en esta sede y tal vez no sepa todavía quiénes son los patronos de la sede hispalense– emitió un decreto sobre el nacimiento de la Escuela Diocesana de Hermandades. En él se dice que está puesto «bajo el patronazgo del histórico rey san Fernando, por la condición de ser laico, patrón de la archidiócesis y figura insigne de la ciudad de Sevilla».
Hay ese dicho popular que dice: «Doctores tiene la Iglesia». Su origen viene del catecismo del padre Astete, donde se decía:
–Además del Credo y los Artículos, ¿creéis otras cosas?
–Sí, padre, todo lo que cree y enseña la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
–¿Qué cosas son esas?
–Eso no me lo pregunte a mí que soy ignorante. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder.
Yo no soy Doctor de la Iglesia, pero voy a tratar de razonar mis argumentos, como mejor Dios me dé a entender.
Tenía entendido, y tengo, que la patrona principal de la archidiócesis y ciudad de Sevilla es la Virgen de los Reyes. Y patronos secundarios son san Isidoro, de la archidiócesis, y las santas Justa y Rufina, de la ciudad de Sevilla.
El patronazgo principal de la Virgen de los Reyes es relativamente reciente. Por el breve Quam fervida, firmado en Roma el 15 de agosto de 1946, Pío XII declaró patrona principal («praecipua») de la ciudad y de la archidiócesis a la Virgen de los Reyes. Fue a petición del cardenal Segura y, curiosamente, como se dice en el breve, también a petición del infante don Carlos de Borbón-Sicilia, abuelo materno del rey Juan Carlos I. La proclamación del patronazgo tuvo lugar el domingo 24 de noviembre con un gran pontifical en la catedral, presidido por el nuncio Cicognani.
San Fernando es el conquistador de la ciudad y suyo es el honor de haber plantado las raíces de la Sevilla de hoy. Pero el patronazgo de la ciudad, aunque secundario, pertenece a las santas patronas alfareras de Sevilla, mártires de la época romana. Las pintaron Hernando de Esturmio, Miguel de Esquivel, Ignacio de Ríes, Murillo y Goya, entre otros muchos artis­tas. La Giralda en medio de ellas, como sostenida y abrazada para que no sufriera daño cuando el terremoto de 1504, según cuentan viejas leyendas. Y a sus plantas los cacharros de loza, símbolo del gremio que patrocinan. Las esculpió Duque Cornejo. Les han cantado himnos desde san Isidoro de Sevilla hasta el divino Herrera y Rodrigo Caro. Las celebran por pa­tronas, junto a Sevilla, otras ciudades como Manises, Ori­huela, Talavera de la Reina... Toledo conserva una parroquia con su advocación de resonancia histórica medieval. Las ve­neran no sólo en Es­paña, sino también en Portugal, Francia, Italia y Alemania. Y son ellas la primera página histórica, y glo­riosa, de la Iglesia de Sevilla.
Modernamente, un gran poeta sevillano, Antonio Machado, las cantó así:

Que por mucho que se diga / nadie aventajó en el arte
cerámico y de alfarería / cual las Patronas del «barro»
las Santas Justa y Rufina. / Su oficio es noble y bizarro
y entre todos el primero, / pues para gloria del «barro»,
Dios fue el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro.

Los albores de la Iglesia de Sevilla están regados por la sangre generosa y joven de estas dos alfareras hermanas. Su martirio es el primer dato histórico de la Iglesia hispa­lense recogido en una Passio muy antigua con visos de auten­ticidad. Su estilo sobrio, la descripción de las adonías, fiesta en honor de la diosa siria Salambó, y la cita del obispo Sabino, que aparece segundo en el catálogo de los obispos de Sevilla del códice emilianense, son indicios su­ficientes de su autenticidad histórica.
¿Cuándo sucedió el martirio? Un antiguo breviario hispalense señala el año 287, lo que supondría un hecho aislado en período de no persecución. Tal vez habría que situar es­tos martirios unos años después, a principios del siglo IV, du­rante la persecución general dictada por Diocleciano.
Ya en la época visigoda recibían culto, como se demuestra por las inscripciones y santuarios referidos a estas santas. Han aparecido inscripciones, con deposición de reliquias, en Salpensa (648), Alcalá de los Gazules (662), Vejer de la Miel (674?), y Guadix (652). En Torredonjimeno (antigua Ossaria, junto a Tucci, Martos) hubo en época visigoda un santuario dedicado a ellas. Y en época árabe, Toledo contaba con la iglesia mozárabe de Santas Justa y Rufina, que posiblemente existiera ya en el período visigodo. Sevilla tenía una basílica o santuario a sus afueras, cuando fue invadida por los árabes. Hacia 720, en una mezquita construida junto a este santuario, fue asesinado Abd al-Aziz, según cuenta el historiador árabe Ibn al-Qutiyya.
Extramu­ros de la ciudad, por la parte oriental, se halla el Prado de Santa Justa, en el lugar llamado Campo de los Mártires, donde se cree que en la época romana se hallaba su cemente­rio.

lunes, 14 de julio de 2014

¿San Fermín, patrono?

Tengo en mi biblioteca –no sé dónde– una pequeña obra de mi profesor de latín, cuando estudiaba Humanidades en la Universidad de Comillas. El padre Vallejo, que manejaba el latín como Cicerón, publicaba cosas en la lengua del Lacio. Y se le ocurrió describir una corrida de toros en la Maestranza de Sevilla. Tituló su obra: De taurorum agitatione.
De esa «agitación» o «corrida» de toros he gustado estos días de los sanfermines viendo por la tele los encierros matutinos. Hoy, 14 de julio, último encierro, con toros de Miura, muy peligrosos, con dos heridos por asta de toro. Y esta noche, los pamplonicas cantarán esa copla melancólica que dice: «Pobre de mí, pobre de mí, que se han acabado las fiestas de San Fermín».



Hay una creencia de que san Fermín es el patrono de Pamplona. Y no es cierto. Lo es san Saturnino. Si hoy san Fermín, con sus sanfermines, se lleva la gloria de la popularidad, no fue así en la Edad Media en la que san Saturnino ganaba en fama a san Fermín. Además, si de alguno de ellos hay que dudar de su existencia más bien recaería la sospecha sobre san Fermín. La figura de san Saturnino ofrece más consistencia histórica.
Primer obispo de Toulouse, el culto a san Saturnino es muy antiguo en Francia y en España. Su fiesta se celebraba en la España visigoda y aparece en todos los calendarios mozárabes el 29 de noviembre. Dice de él el Martirologio Romano: «En Tolosa de Francia, san Saturnino obispo, el cual, detenido por los paganos, en tiempo de Decio, en el Capitolio de aquella ciudad, precipitado desde lo más alto de aquel alcázar por toda la gradería, rota la cabeza, saltados los sesos y destrozado todo el cuerpo, entregó a Cristo el alma, llena de merecimientos».
Existe una Passio Saturnini, escrita a mediados del siglo V, que lo sitúa como obispo de Toulouse en el año 250, bajo los consulados de Decio y Grato. En aquel tiempo existían pocas comunidades cristianas, con exiguo número de fieles, mientras que en los templos paganos pululaba la gente con sus sacrificios cruentos a los dioses.
Al parecer, la presencia de Saturnino hacía que los dioses paganos se volviesen mudos y los sacerdotes le inculparon de tal desafuero. La multitud amenazó al santo y le instó a que sacrificara un toro en el altar de Júpiter. Saturnino se negó y la gente enfurecida lo ató a la cola del toro que lo arrastró por las escaleras del Capitolio. Su cuerpo fue recogido por dos piadosas mujeres y se le dio sepultura «en una fosa muy profunda». Sobre esta tumba, un siglo después, san Hilario construyó una capilla de madera, destruida con el tiempo, hasta que en el siglo VI el duque Leunebaldo, recuperadas las reliquias del mártir, hizo edificar una iglesia dedicada a san Saturnino, en francés Saint-Sernin-du-Taur, y en el siglo XIII con el nombre de Notre-Dame du Taur.
Si todo esto es legendario, más legendario es lo de san Fermín. Al fin y al cabo, san Saturnino tiene en Francia, y también en España, un culto muy antiguo. Y puestos a relacionarlo con el mundo de los toros, san Saturnino lo merece con mejor fundamento ya que fue el instrumento escogido de su martirio. Por ello hay quien le ha proclamado patrono de los toros y en su iconografía se le suele representar con un toro a sus pies y una soga, instrumentos de su martirio.
El culto al mártir tolosano alcanzó en los siglos X y XI nueva difusión con la afluencia de monjes del mediodía de Francia y peregrinos a Santiago. Un siglo más tarde, a finales del XII, llegó a Pamplona el culto a san Fermín, que se veneraba en Amiens, traído por el obispo Pedro de Paris (1167-1193), que debió sentir su devoción durante sus estudios en la Sorbona. Uno de los pórticos de la catedral de Amiens está dedicado a san Fermín y en su fachada aparecen esculpidos los episodios de su vida, según una leyenda que se me antoja tardía y carente de verdad histórica.
Se dice que Fermín, hijo del senador Firmus, vivía en Pamplona. El padre, honrado pagano, era amigo del sacerdote cristiano Honesto, a quien prometió bautizarse, él y su familia, si venía a Pamplona el célebre san Saturnino, obispo de Toulouse.
Efectivamente, Saturnino vino a Pamplona y convirtió a cuarenta mil pamploneses (demasiados pamploneses para aquel tiempo, digo yo). Entre los convertidos estaba la familia Firmus, comprendido el hijo Fermín.
Fermín creció como un cristiano ejemplar. A los diecisiete años ya era misionero predicador y a los veintitrés fue consagrado obispo y enviado a predicar en las Galias. Evangelizó Agen, Clermont y Angers. Habiendo oído que en Beauvais arreciaba la persecución, se acercó para confortar en la fe a los cristianos. Fue arrestado pero los cristianos de la ciudad lograron liberarlo. Marchó a Amiens, donde fue encarcelado y decapitado en prisión, no se sabe el año ni el siglo. El Martirologio Romano lo celebra el 25 de septiembre y sitúa su martirio en la persecución de Diocleciano. Pues que así sea, aunque hoy no se da demasiado crédito a un relato aparecido tan tardíamente.
En Pamplona se conmemoraba su fiesta hasta finales del siglo XVI el 10 de octubre, tiempo otoñal en que no se celebraban corridas de toros, reservadas para las ferias que tenían lugar en julio, haciéndolas coincidir con la festividad del apóstol Santiago. Fue en 1591 cuando el Ayuntamiento pidió al obispo que la fiesta de san Fermín pasase de octubre a julio «por ser tiempo más cómodo». Y así vino a acontecer, ya en época moderna, cómo se unieron la feria y la fiesta y la corrida de toros se adjudicó a san Fermín, recibiendo el protagonismo del pueblo y pasando san Saturnino a la penumbra de un segundo puesto. La fiesta de san Fermín, por disposición episcopal, se comenzó a celebrar el séptimo día del mes séptimo. «Uno de enero, dos de febrero... siete de julio, san Fermín».
[Dentro de unos días, segunda entrega: El patrono que no es patrono en Sevilla].

jueves, 10 de julio de 2014

La entrada bajo palio, invento sevillano

Todos los que vivimos en Sevilla y ya peinamos canas (los que las tengan, que lo mío más bien es un erial) recordamos  –de las muchas anécdotas en torno al cardenal Segura, que ya se hallaba en los últimos momentos de su pontificado antes de que fuera destronado de su diócesis por Roma– aquel mes de abril de 1952 en que Franco vino a Sevilla por espacio de unas dos semanas y el cardenal Segura se las ingenió para desaparecer de la ciudad, refugiándose en el Cerro de los Sagrados Corazones de San Juan de Aznalfarache, al lado mismo de Sevilla, a dar ejercicios espirituales a señoras, a sacerdotes y a hombres.
No se vieron. Segura dejó el campo libre a Franco y este paseó por la ciudad y visitó, con su esposa doña Carmen Polo, el Cachorro, la Esperanza de Triana, la Macarena y el Gran Poder; el 24 de abril presidió un consejo de ministros y el 28 pasó a pie del Alcázar a la puerta de los Príncipes de la catedral de Sevilla, vestido de paisano, y su esposa, con traje oscuro, velo y sin collares. Los recibieron el vicario general, Castrillo Aguado, y el cabildo en pleno, que introdujeron en la catedral a Franco bajo palio. Cuando pasó a Madrid y bajó del Cerro el cardenal Segura, tuvo a bien destituir a su vicario general. ¿Por haber introducido al general Franco en la catedral bajo palio? Eso se decía.
Pero esta anécdota de Segura me sirve para afirmar que la entrada bajo palio es un invento sevillano, que se pierde allá por el siglo XIV. Tal día como hoy, 10 de julio de 1327, el jovencísimo rey Alfonso XI, deseoso de recorrer las ciudades del reino, llegó a Sevilla.
–Aunque no consta el día de su entrada –cuenta Zúñiga en sus Anales–, estaba en ella a 10 de julio, día en que confirmó sus privilegios a las monjas de Santa Clara.
El recibimiento fue apoteósico. Lo especifica la Crónica, seña­lando que «Sevilla es una de las más nobles cibdades del mundo, et en quien ovo siempre omes de grandes solares». Alfonso XI pisaba Sevilla por primera vez.
–Et ante que el Rey en­trase por la ciubdat, los mejores hombres, et caballeros, et ciubdadanos descendieron de las bestias, et tomaron un paño de oro muy noble, et traxieronle en varas encima del Rey.
Es la primera referencia histórica de una entrada bajo palio, por lo que ha de pensarse que se trata de un invento más de los sevillanos. El barroco impera en Sevilla, como llevado en sus genes, antes de que el barroco se inventase.
Fue tal la magnificencia de la acogida sevi­llana, que los hombres de Alfonso XI volvían a Castilla ponderando el fasto de entrada tan ostentosa y divulgando un par de re­franes que ha perdurado hasta hoy: «El que no vio Sevilla no vio maravilla» y «A quien Dios quiso bien, en Se­villa le dio de comer».
Sevilla se deslumbró ante el jovencísimo rey de dieci­séis años que entraba por sus puertas. La Crónica lo pinta como «non muy grande de cuerpo, mas de talante, et de buena fuerza, et rubio, blanco et venturoso en la guerra». Y en la mirada de un historiador árabe: «era don Alfonso de mediana estatura bien proporcionado y de buen talle; blanco e rubio, de ojos verdes y mirada grave; de mucha fuerza y buen temperamento; bien hablado y gracioso en su decir; muy animoso y esforzado, noble, franco y venturoso en la guerra para mal de los muslimes».
Los muslimes, efectivamente, van a saber bien pronto del arrojo y coraje de este rey. La guerra será uno de sus deportes favoritos por donde encauzar sus energías. Y también una táctica política que empeñe a todos los nobles, tan díscolos e indisciplinados durante su minoridad, en una causa común: la guerra contra el moro. Logra el orden interno distrayendo las energías de sus caballeros en la lucha por la conquista del Estrecho.
Terminadas las fiestas de Sevilla, donde no han faltado «muchas danzas de hombres et de mugeres con trompas et ata­bales», comienza el cerco de Olvera, que se toma sin grandes dificultades, aunque en una escaramuza se perdió el pendón de Sevilla, y su gente, acaudillada por Ruiz González Manza­nedo, sufrió serios reveses.
A la vuelta de la guerra, Alfonso XI encontró en Sevilla su gran amor, doña Leonor de Guzmán, que tanto conflicto creará en el reino. Favorita que le dio muchos hijos frente a la reina doña María de Portugal, que solo pudo darle un hijo prematuramente muerto y a Pedro I el Cruel.

domingo, 6 de julio de 2014

Francisco entre los lobos

Hace unos días, en el Carmelo de Sevilla, visité a mi amiga sor Inés, que acababa de llegar de Argentina, y recuerdo que en la conversación que sostuvimos en el locutorio le dije:
–Como siga así, el papa Francisco va a durar muy poco.
Hoy, 6 de julio, el diario El Mundo trae un artículo, firmado por Irene Hernández Velasco, corresponsal en Roma, que corrobora lo que yo había predicho a mi amiga carmelita argentina. Se titula «La extenuación de ser Papa», y se refiere a los problemas de salud del pontífice.
–Más de 230 misas oficiadas a las siete de la mañana en la residencia de Santa Marta (con sus correspondientes homilías improvisadas y los saludos finales, uno por uno, a todos los asistentes, que en total sobrepasan las 12.000 personas). Nada menos que 95 importantes celebraciones litúrgicas. Más de 230 discursos, sin incluir aquellos que pronuncia antes del rezo del Angelus y que ascienden a 73. Una encíclica. Una exhortación apostólica. Tres cartas apostólicas. Cuatro decretos motu proprio. Cuarenta y cinco cartas oficiales. Todo eso sin vacaciones, sin tener un solo día de fiesta.
Esta es la frenética actividad desplegada por el papa Francisco en los 15 meses de papado. La alarma se ha disparado cuando ha empezado a suspender encuentros alegando indisposiciones y motivos de salud.
El último, hace cosa de una semana. El Policlínico Gemmeli aguardaba su llegada con los 5.000 médicos, enfermeros y demás personal sanitario y un millar más de personas arremolinadas a la entrada, cuando, de repente, se anuncia por megafonía la cancelación de la visita del papa por el cansancio acumulado que sufría.
Cumplirá en diciembre 78 años y le falta parte de un pulmón que perdió de joven por tuberculosis. Se levanta a las 4,45 de la madrugada y se pone a rezar hasta la hora de la misa, a las 7, en Santa Marta con homilía diaria y saludo al final de la misa a los fieles, uno a uno. Ni tuvo vacaciones el verano pasado ni lo tendrá este año. Pienso que un ritmo así no hay cuerpo que lo resista. Y la mesa de un papa, llena de problemas del mundo entero, es de caoba pesada.
Su antiguo médico personal, un acupuntor chino que se llama Liu Ming, está preocupado por su salud. Querría viajar a Roma para hacerle un reconocimiento.
–Tengo la sensación de que hay algo que no va bien –ha declarado a la revista argentina Noticias.
Estoy leyendo en estos momentos un libro más sobre el papa Francisco. Escrito por Marco Politi, uno de los más prestigiosos vaticanistas, que ha publicado libros sobre Wojtyla y Ratzinger. De este predijo que dimitiría. El título es bien sugerente: Francesco tra i lupi (Francisco entre los lobos). Pienso que pronto estará traducido al español; recomiendo su lectura. De los lobos no diré nada, que, como en las películas, no se debe contar el final. Pero a buen entendedor, pocas palabras bastan. No son lobos esteparios, sino lobos cercanos en el interior de la Iglesia.
Es muy interesante el capítulo que titula: «El golpe de estado de Benedicto XVI».
–Joseph Ratzinger es una figura trágica. Dentro de un comportamiento en apariencia frío, reacio a entrar en contacto con la multitud, se esconde una personalidad tierna, tímida, de gran delicadeza, dotada de humorismo y con un temperamento alegre en el fondo que es una característica del meridional alemán.
Un año antes de su dimisión, al acercarse a Aquilla para consolar a las víctimas del terremoto, hizo un gesto simbólico. Dejó el palio papal sobre la tumba de Celestino V, el célebre papa dimisionario. La dimisión de Benedicto XVI ha sido todo un golpe de Estado, para Marco Politi.
–Sin Ratzinger –escribe Politi– no hay Francisco. Sin la dimisión de Benedicto XVI, el catolicismo no hubiera llegado al giro histórico de un papa del Nuevo Mundo.
Con su renuncia, «Benedicto XVI desmitologiza el cargo papal, archiva el icono sobrenatural del pontífice monarca eterno hasta que la muerte le llegue, infalible porque tiene una corte pronta a jurar que no se equivoca jamás».
Para Politi, la abdicación de Ratzinger es «el gesto más importante de su pontificado. El acto por el que pasará a la historia. Un gesto noble, humilde, valiente».
Un gesto que ha dado fin a la Iglesia imperial para dar paso al cardenal bonaerense Jorge Bergoglio.
–Jorge, que ha llegado a la edad de la jubilación, ignora que su vida se encuentra a la vuelta de una esquina. Cada uno nace en una «estación» precisa. Karol Wojtyla se ha templado en el teatro clandestino contra la ocupación nazi y trabajando en las canteras de piedra y en la fábrica Solvay. Benedicto XVI se ha formado en las aulas universitarias. Pío XII y Pablo VI han crecido en la secretaría de Estado vaticana. Juan XXIII ha madurado entre ortodoxos de Bulgaria y musulmanes de Turquía. Jorge María Bergoglio renace en viajes en metro, observando la ciudad en sus vísceras, midiendo a pie los espacios entre las barracas.
Espero que, cuando termine de leer este libro, continúe con otro comentario.