Buena parte de la vida de María Emilia
Riquelme, que ayer, 9 de noviembre, fue beatificada en la catedral de Granada,
la pasó en Sevilla. Es lo que quiero relatar aquí, aunque sea brevemente.
Nació en Granada en 1847. A los dos días, 7
de agosto, fue bautizada en la parroquia del Sagrario. Su padre, Joaquín
Riquelme, era un militar de bigote. Y al decir esto, quiero expresar dos cosas.
Primero, que era un hombre de cuerpo entero, caballero con sentido del honor y
del valor, espíritu cívico y militar, patriotismo y fervor religioso. También,
como todo militar que se precie en su siglo, mostraba un bigote grande y
espeso, lo que se dice un buen mostacho. Su madre, María Emilia Zayas, era la
buena esposa del militar con el porte y la educación de una joven de la alta
sociedad granadina.
El general vino a Sevilla como capitán
general de Andalucía en 1875, ciudad que marcará la vida de María Emilia. Ingresará
en un colegio de interna. La clase aristocrática tenía por aquel entonces una
escuela regentada por doña Luisa de Padilla que recibía alumnas externas,
mediopensionistas y pensionistas. Poco antes, en 1868, llegaron a Sevilla las
religiosas del Santo Ángel, de cultura francesa, y años después, en 1889, las
del Valle, conocidas por las Irlandesas, que darán a la enseñanza femenina
sevillana un impulso especial. Prácticamente no había escuelas públicas en
Sevilla en aquel entonces. Sólo escuelitas privadas con mayor o menor fortuna
donde se aprendía a leer y escribir y poco más. En este tiempo, pero en un
extremo de la Sevilla amurallada, junto a la Puerta del Sol, cercano a la
Macarena, aprendía malamente sus primeras letras una niña que con el tiempo
será muy amiga de María Emilia y conocida para bien de Sevilla y de la Iglesia
como Santa Ángela de la Cruz.
Pero María Emilia pertenece a la clase bien
y para estas niñas existe en Sevilla el colegio de doña Luisa de Padilla, con
maestras ayudantes, que enseñan las disciplinas que se exigían en las futuras
damas casaderas: ortografía, composición y lectura, francés, piano,
arpa, bordado en oro y plata, cosido de ropa fina, encajes, confección de
ramos. También una estricta
formación religiosa, con catecismo, historia sagrada y prácticas piadosas en el oratorio del
colegio.
En febrero de 1885 muere el general
Riquelme. Y María Riquelme, huérfana, pensó en una vida en religión. Se embarcó
primero en la aventura de las Esclavas del Divino Corazón, instituto que acababa
de fundar en Coria el obispo don Marcelo Spínola. Pero no le fue bien y volvió
a Sevilla. Le vienen ganas de ser Hermana de la Cruz, pero Sor Ángela, que la
recibe siempre con un trato maternal, le dijo: «Piénsalo; yo te quiero, pero no
es eso lo que Dios quiere de ti». Como insistía, llegó a formalizarse la
entrada, pero en ese momento se puso tan enferma, que Sor Ángela le dijo: «¿Ves?
Yo sabía que esto no es para ti».
Sor Ángela, que ha deambulado con sus Hermanas
por varias casas de Sevilla, necesita una más amplia. El marqués de San Gil ha
puesto en venta su casa-palacio en la calle Alcázares. Es lo ideal, con
amplios terrenos detrás que llegan hasta la calle doña María Coronel. Su
precio: 40.000 duros. Sor Ángela pone el asunto en manos de San José.
Precisamente en su día, 19 de marzo de 1887, termina el plazo de demora dado
por el marqués. Hay un buen puñado de duros ofrecidos por el arzobispo y otras
almas caritativas, pero falta la cantidad suculenta que permita el trato. María
Emilia está en cama aquejada de una dolencia. Ha enviado recado para que acuda
una Hermana a su domicilio: «Asunto urgente». Cuando llegan las Hermanas
reciben de ella un sobre con 9.000 duros, que vinieron de perlas para firmar el
trato. Es la Casa-Madre actual, tan bonita, tan limpia, tan sevillana. Cuando a
María Emilia voces familiares le recriminaban su cuantioso donativo, ella
contestaba sonriendo: «No apurarse, nada he perdido: lo he depositado en un
banco que no quiebra».
Finalmente fundará en Granada a las
Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada el 25 de marzo de 1896,
congregación religiosa en la que quiso aunar su amor a la Eucaristía con la
acción misionera, ejes de su vida. Después de Granada siguieron las fundaciones
de Madrid y Barcelona y la aprobación del Papa en 1912. Murió a los 93 años,
después de una vida intensa y plena, en la Casa Madre de Granada el 10 de
diciembre de 1940. ¿Sabéis cómo se retrató ella? «En Dios todo lo encuentro,
sin Él nada quiero. Él me satisface plenamente». Y también: «Toda de Dios y de
sus hijas es esta pobre viejecita».
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