8 de noviembre de 1923
La figura de Adolf Hitler asoma en 1923 con
un intento de golpe de Estado en Baviera para implantar, por la fuerza, un
Estado nacionalsocialista. Conocido como Putsch
de Munich o Putsch de la Cervecería,
en la noche del 8 al 9 de noviembre de 1923, fue provocado por miembros del
Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP) y reprimido por
la policía con una docena de muertos. Hitler se fracturó un brazo y fue
arrestado y condenado a cinco años de cárcel, de los que cumplió solo unos
meses.
En Munich se hallaba de nuncio Eugenio
Pacelli y el 9 de noviembre, al día siguiente del Putsch, telegrafió un mensaje al cardenal Gasparri, secretario de
Estado de la Santa Sede:
–En la noche pasada, Hitler con bandas
armadas declaró cesado el gobierno bávaro, arrestado ministro presidente y
proclamado nuevo gobierno nacional alemán con Ludendorff como jefe del
ejército… Se cree en breve tiempo orden podrá ser restablecido, probablemente
no sin derramamiento de sangre.
Finalmente, el 12 de noviembre, Pacelli
comunica a Roma:
–Hitler arrestado. Tranquilidad
restablecida.
Bob Murphy, vicecónsul norteamericano en
Munich, se entrevistó con Pacelli, del que es amigo, y le pidió su opinión
sobre Hitler. Pacelli le contestó:
–Nunca más volveremos a escuchar ese
nombre.
Y añadió:
–Está liquidado.
Pacelli no era el único que pensaba que la
carrera política de Hitler era ya historia. El Putsch de la Cervecería fue una chapuza de despropósitos y los
periódicos del momento lo calificaron de «minirrevolución de cervecería» y
«travesura de escolares que jugaban a los pieles rojas». El New York Times estimó que «el Putsch de Munich elimina definitivamente
a Hitler y sus seguidores nacionalsocialistas».
Veintiún años después, en junio de 1944,
Bob Murphy entró en Roma con el V Ejército americano del general Clark,
recuperando la Ciudad Eterna de los nazis. Acudió al Vaticano a visitar a su
viejo amigo Pacelli, que ya es papa Pío XII, y le recordó su juicio errado
sobre Hitler. El Papa, sonriendo, le respondió:
–Recuerde, Bob, que eso fue antes de que yo
fuese considerado infalible.
Diez años después, en 1933, no solo no se
ha dejado de escuchar el nombre de Hitler sino que se ha encaramado al puesto
de canciller del Reich.
Nombrado el 30 de enero, se convirtió en el
más joven regidor de una república todavía formalmente democrática. Esa tarde,
los camisas pardas desfilaron por la Wilhelmstrasse de Berlín, marchando al
canto del Horst Wessel Lied, el himno
del partido, mientras Hitler elaboraba en la Cancillería un programa que quedó
resumido en esta frase del dictador, recordada por Emmy Goering, esposa del
lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luftwaffe, Hermann Goering:
–Ha dado comienzo la máxima revolución
racial alemana de la Historia universal.
9 noviembre de 1938
La
revista Time declaró en 1938 a Hitler
«Hombre del año» y publicó su imagen en portada. Y lo que fue más sorprendente: ser considerado candidato al
Nobel de la Paz en enero de 1939.
En
la noche del 9 al 10 de
noviembre de 1938, estalló en Alemania el odio antisemita en lo que se llamó
«Noche de los cristales rotos». Días antes, el joven judío polaco de origen
alemán Herschel Grynszpan, que ha visto cómo sus padres han sido deportados de
Alemania a Polonia, asesina en París al tercer secretario de la Embajada nazi
Ernst von Rath.
Este asesinato sirvió de pretexto para
lanzar unos pogromos contra los judíos en toda Alemania y Austria. Un ataque
pensado para que pareciera espontáneo, pero que estuvo orquestado por el
partido nazi. La brutal agresión alcanzó no solo a las personas, también a las
casas, negocios y sinagogas.
Al día siguiente, Heydrich, jefe de la
Gestapo, presentó este balance a Goering:
—A esta fecha, la magnitud de la
devastación de comercios y apartamentos judíos no se puede cifrar todavía. Las
cifras ya conocidas: 815 comercios demolidos, 29 almacenes incendiados, 171
casas incendiadas, no representan más que una parte de los alborotos. Vista la
urgencia, la gran mayoría de relaciones que nos han llegado se limitan a datos
generales como «destrucción de la mayoría de los almacenes» o «destrucción de
la mayoría de los comercios». 191 sinagogas han sido incendiadas y 76 han sido
completamente destruidas. 20.000 judíos han sido arrestados, lo mismo que 7
arios y 3 extranjeros. 36 judíos han sido asesinados, 36 gravemente heridos…
Tras la «Noche de los cristales rotos», comienza
en Alemania la caza abierta del judío. La prensa nazi es una soflama continua
de improperios antisemitas. Valga un ejemplo. El periódico de las SS Das Schwarze Korps publicó el 24 de
noviembre:
–El programa es claro. Hele aquí:
eliminación total, segregación completa. ¿Qué significa esto? Esto significa no
sólo la eliminación de los judíos de la economía alemana, –eliminación que
ellos han merecido por sus crueldades y por sus incitaciones a la guerra y al
asesinato–. ¡Esto significa mucho más! No se puede consentir que el alemán viva
bajo el mismo techo que los judíos, raza marcada de asesinos, de criminales, de
enemigos mortales del pueblo alemán. Por
consiguiente, los judíos deben ser expulsados de nuestras casas y de nuestros
barrios y deben estar alojados en calles y en casas donde estén juntos y tengan
el menor contacto posible con los alemanes. Es preciso estigmatizarles y
quitarles el derecho de poseer en Alemania casas e inmuebles, pues no es
conveniente que un alemán dependa de un propietario judío y que le alimente con
su trabajo…
Y comienza el éxodo de miles y miles de
familias judías, despavoridas de miedo, que tratan de encontrar refugio donde
buenamente se pueda. Dolor provocado por un odio irracional difícil de
describir sobre el papel.
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