Hoy celebra la Iglesia la festividad de
Santa Ángela de la Cruz, beatificada en Sevilla el 5 de noviembre de 1982 y
canonizada en Madrid el 4 de mayo de 2003 por el Papa Juan Pablo II. La Iglesia
ha escogido el 5 de noviembre, día de su beatificación en Sevilla, como fecha
litúrgica de su festividad.
Ese 5 de noviembre de 1982, a las diez de
la mañana, El Real de la Feria, esa llanada inmensa que Sevilla reserva para su
fiesta abrileña, se convirtió en una Catedral al aire libre. Sobre el altar de
plata de Juan Laureano de Pina, los santos patronos de Sevilla, Justa y Rufina,
Hermenegildo y Fernando, Leandro e Isidoro, presididos por la bellísima
Inmaculada de Martínez Montañés, la popular Cieguecita. Y en lo alto del
monumental baldaquino, aureolado, el cuadro de Sor Ángela de la Cruz. Sobre el
altar, el Papa Juan Pablo II preside la Eucaristía, concelebrada por dieciocho
obispos y cientos de sacerdotes. En la explanada, el pueblo, el generoso pueblo
de Sevilla y de otros lugares, cercanos al medio millón, que dieron colorido y
fervor al acto de la beatificación.
«Nos... declaramos que la venerable Sierva
de Dios Ángela de la Cruz Guerrero y González, fundadora de la Congregación de
las Hermanas de la Compañía de la Cruz, de ahora en adelante puede ser llamada
Beata, y que se podrá celebrar su fiesta en los lugares y del modo establecido
por el derecho...»
Con voz solemne, el Papa ha pronunciado la
fórmula de beatificación. A partir de ese momento, Sor Ángela puede ser llamada
y venerada como Beata Ángela de la Cruz. Pero el pueblo de Sevilla –han pasado algunos
años– la sigue llamando familiarmente Sor Ángela. Pues dejémoslo así, que lo
quiere el pueblo.
Eso dijo el Papa en la homilía:
–Sé que la nueva Beata es considerada como
tesoro común de todos los andaluces, por encima de cualquier división social.
Pues eso, la Beata y Santa Ángela de la
Cruz sigue siendo para los sevillanos y andaluces en general la misma de
siempre, la que está entronizada en todas las casas, en estampa amable de
religiosa buena, la amiga vecina a la que se invoca y llora las penas del alma,
sencillamente... Sor Ángela de la Cruz.
Confesó Juan Pablo II:
–He querido dejaros un precioso regalo,
glorificando aquí a Sor Ángela.
Y resultó un acto inolvidable, que Sevilla
supo agradecer.
Si hubiera sido en Roma –Sor Ángela
presenció en Roma la beatificación del capuchino Beato Diego José de Cádiz–
habría resultado igualmente inolvidable, pero sin la sal y pimienta del pueblo
llano, ese pueblo que tanto quería Sor Ángela.
Por eso hay que agradecer al Papa ese
gesto, ese precioso regalo: Sor Ángela, exaltada a la gloria de los altares en
la Sevilla de sus amores, entre los suyos.
Por la tarde, antes de partir para Granada,
Juan Pablo II visitó la Casa Madre y veneró la tumba de Sor Ángela, ya en su
hornacina nueva donde se puede contemplar su cuerpo incorrupto.
Después bendijo a las Hermanas de la Cruz,
apiñadas en torno al Papa, y marchó al aeropuerto.
En la pista de aterrizaje, unas sevillanas
le cantaron y bailaron:
«No te vayas todavía, no
te vayas por favor...»
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