miércoles, 11 de diciembre de 2019

Miguel Cid, cantor de la Inmaculada


Miguel Cid, el cantor de la Inmaculada, es un seglar sevillano, nacido a mediados del siglo XVI y fallecido en diciembre de 1615. De ascendencia humilde, casado y con cinco hijos, era sayalero de profesión. Vivió en la collación de San Juan de la Palma, en la calle Caño Quebrado, pero en sus últimos años, ya viudo, reside en la collación del Salvador. Dos hijas entraron de monjas en el convento de Santa María de Gracia, y un hijo de su mismo nombre y apellido, recogió las poesías del progenitor y las publicó en 1657. En este libro confiesa: «Mientras que mi padre vivió, se ocupó en alabar a Dios, a su Madre y a los Santos... Aficionábansele todos, religiosos y seglares, particularmente cuando compuso las coplas de Todo el mundo en general en honra de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora, tan celebradas en toda la Cristiandad que muchas veces los devotos de este Misterio lo abrazaban y aplaudían por las calles de Sevilla».


 Bernardo de Toro, predicador del púlpito de la Granada en el Patio de los Naranjos, reunió en su casa a un grupo de amigos, entre ellos Vázquez de Leca y Miguel Cid, para celebrar la pascua de navidad de 1614 ante un nacimiento, donde cantaban villancicos y coplas al Niño Dios. ¿Por qué no hacer unas coplas a la Virgen en su misterio de la limpia concepción?, se dijeron. Y sin «saber cómo» surgieron esas coplas, que comenzaron a enseñarlas a los niños de las escuelas. Y estos a cantarlas por las calles. Y los frailes dominicos a enfadarse con los niños.
Este es el arranque del conflicto inmaculista que prendió fuerte en la ciudad de Sevilla en 1615 y se propagó por todo el arzobispado. Nunca unos versos en noche inspirada darán tanta gloria y renombre a sus autores: letra de Miguel Cid y música de Bernardo de Toro. El estribillo es muy conocido: «Todo el mundo el general / a voces, Reina escogida, / diga que sois concebida / sin pecado original». Mateo Vázquez de Leca, el canónigo rico del grupo, lo dio a la imprenta para que se imprimieran unas cuatro mil hojillas que se repartieron por las escuelas de Sevilla, e incluso se enviaron a otros puntos de España.
Había sucedido antes, 8 de septiembre de 1613, el sermón de un dominico en el convento de Regina, que cuestionaba la Inmaculada Concepción de la Virgen y el escándalo que ello produjo en la ciudad. Esta copla corría por la ciudad: «Aunque se empeñe Molina / y los frailes de Regina / con su padre provincial, / María fue concebida / sin pecado original».
Vázquez de Leca y Bernardo de Toro marcharán a la corte de Felipe III, que se hallaba en Valladolid, y de allí a Roma, comisionados para lograr del pontífice la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción. En Roma lograron al menos un decreto de Paulo V, dado en 1617, que prohibía públicamente, en las aulas o en los púlpitos, se predicase la opinión rigurosa acerca de la Inmaculada Concepción, es decir, que María fuese concebida en pecado original y santificada después en el seno materno. Ese decreto produjo una conmoción enorme en Sevilla por el celo que esta ciudad mostraba en la defensa inmaculista. El 8 de diciembre de 1617, Sevilla hizo voto solemne en la catedral en defensa de este misterio.
Pero Miguel Cid no conocerá estos logros de la ciudad en favor del dogma de la Inmaculada. «Cae enfermo en el apogeo de su gloria y el 4 de diciembre de 1615, sintiendo cercano el fin de su vida, llama al escribano público Diego de Zuleta para redactar el testamento y última voluntad...». Murió entre el día del testamento y el 11 de diciembre, día en que comparece Cristóbal de Saravia ante el escribano público, declarando que «Miguel Cid, su suegro, era fallecido y pasado de esta presente vida». Le amortajaron con el hábito de san Francisco y colocaron en sus manos las célebres coplas, tan recordadas: «Todo el mundo en general…»
«Detrás del cuerpo le acompañaron dignidades, canónigos, prebendados, beneficiados de las parroquias, religiosos de todas órdenes, jueces, caballeros y todo el resto de este numerosísimo pueblo que supo su muerte». Un cronista anónimo pone la pincelada mariana: «Vino el entierro a la Santa Iglesia y la Santísima Virgen como tan agradecida quiso dar muestras de su agradecimiento, y movió a todos los Maestros de las escuelas, que enviasen a los niños de ellas, que a coros fuesen delante del entierro cantando las coplas que él había compuesto y enseñádoles».
Poeta conceptuoso, quizá no muy brillante, murió con la gloria del pueblo. Cervantes lo elogió: «Este que sigue es un poeta santo, / digo, famoso: Miguel Cid se llama / que al coro de las Musas pone espanto». Francisco Pacheco lo pintó al pie de una Inmaculada, con las coplas en la mano, lienzo que fue colocado en sitio concurrido, en el Patio de los Naranjos de la catedral, frente a la capilla de la Granada, en la puerta del Lagarto.

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