Este curioso personaje, cardenal y primer
ministro de Felipe V, fue propuesto por el rey para la sede hispalense, que no
llegó a ocupar, menos mal. En noviembre de 1717, tras una ancianidad plácida
próxima a los 80 años, ha muerto el cardenal Arias, arzobispo de Sevilla. Para
sucederle, Felipe V propone al abate Alberoni, recién nombrado cardenal y
consejero de la reina Isabel
de Farnesio, ahora en la cresta del poder.
Surgido de una humilde familia de
hortelanos, este curioso personaje realiza una brillante carrera eclesiástica
y política. Nació en Fiorenzuela d’Arda (Piacenza, Italia) en 1664. Siendo
monaguillo en Piacenza, el obispo lo educó a sus expensas y ordenó de sacerdote,
perfeccionando posteriormente en Roma su formación. Conoció después, en ciertas
negociaciones diplomáticas, al duque de Vendôme, generalísimo francés, a quien
el abate Alberoni se ganó por ese arte en prepararle platos suculentos
italianos tan del gusto del general, quien le tomó a su servicio y con él
anduvo varios años por Italia, Flandes y España.
Obispo propio de la diócesis de Málaga (6
diciembre 1717), aunque nunca llegó a tomar posesión, pretendió
también la archidiócesis de Sevilla. Al cabildo le llegó la noticia el 29
de noviembre de 1717, por carta del mismo Alberoni. Pero las desavenencias
surgidas con la Santa Sede por la política española en Italia, impidió la
confirmación de Alberoni como arzobispo de Sevilla. La sede, vacante durante
tres años, fue ocupada, tras la expulsión de Alberoni del territorio español,
por el obispo de Osma Felipe Gil de Taboada en 1720. Alberoni murió en Piacenza
en 1752.
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