miércoles, 11 de noviembre de 2015

San Martín de Tours, el de la capa

Hoy, 11 de noviembre, es la festividad de san Martín de Tours.
San Martín ha dado lugar a la creación de la palabra «capilla», que propiamente es una capa pequeña, para significar un edificio de reducidas dimensiones destinado al culto. Y viene del oratorio que los reyes de Francia habían erigido para guardar con veneración la capa de san Martín. Y los encargados de custodiar la capa del santo vinieron a llamarse «capellanes». Carlomagno trasladó su corte a Aix o Aquisgrán y llevó la reliquia consigo. Por eso la ciudad de la nueva corte se llamó Aix-le-Chapelle.
San Martín ha pasado también al refranero. Como es la época de la matanza de los cerdos, «llegarle a uno su san Martín» es darle a entender que, si ahora vive en placeres, llegará un día en que sufrirá y padecerá. Y a la meteorología popular, cuando se habla del «veranillo de san Martín», por la elevación de temperatura que curiosamente se observa en los días en torno a la fiesta del santo.



Esta es su historia.
Martín nació en el año 317 en Sabaria, Panonia (hoy día Szombatheley, en Hungría), hijo de un oficial del ejército romano. De padres paganos, a los doce años comenzó su proceso de conversión y se inscribió entre los catecúmenos. A los quince, por orden de su padre, ingresó como caballero de la guardia imperial y fue enviado a Amiens.
Caballero romano, pero cristiano, Martín tenía un esclavo, al que trataba como un hermano, llegando incluso a limpiar los zapatos de su «ordenanza».
En Amiens sucedió el episodio de la capa, que ha popularizado la imagen de Martín. Una cruda noche de invierno se encontró con un pobre desgraciado aterido de frío. Bajó del caballo, tomó la espada y partió en dos su blanca clámide, dando la mitad al pobre. A la noche siguiente, es Cristo el que se le aparece al joven caballero, llevando la mitad de su capa y diciendo:
—Es Martín, el catecúmeno, quien me ha vestido.
Al cumplir los veinte años, Martín se bautizó, dejó el ejército y se dirigió a Poitiers, atraído por la figura del obispo san Hilario, que hizo de él un exorcista, habiendo rechazado por humildad el diaconado.
San Hilario es una de las grandes figuras de la Iglesia en el siglo IV y no podía tener Martín mejor maestro. Nacido pagano, buscaba Hilario en la filosofía el camino de la verdad. Cuando leyó el Evangelio, se dio cuenta de que allí estaba la verdad y se convirtió. Con mujer y una hija, vivió desde entonces vida casi monástica. En el año 350 fue elegido obispo de Poitiers, por común voluntad del pueblo y del clero. Defensor de la ortodoxia católica contra el arrianismo como lo era san Atanasio en Oriente, Hilario combatió en Francia esta herejía que negaba la divinidad de Jesucristo. Exiliado Hilario a Oriente por el emperador Constanzo, protector del arrianismo, Martín tomó también el camino y se dirigió a su tierra de la Panonia a predicar el Evangelio. Convirtió a su madre, pero no pudo convencer a su padre.
Habiendo vuelto Hilario a Poitiers del destierro, Martín hace lo mismo, y, con el aliento de su obispo, inicia el ensayo de una vida cenobítica. Durante diez años, vive un modelo de retiro monacal con una regla escrita por san Basilio, naciendo así el monasterio de Ligugé, a dos leguas de Poitiers, el primero de Occidente.
Pero he aquí que en el año 370 muere el segundo obispo de Tours, san Lidoiro, y el pueblo se acuerda del monje Martín. Lo llaman con cierto engaño, porque temen que les diga que no. Le ruegan que venga a Tours a curar un enfermo. Y cuando Martín se halla en la ciudad, lo retienen a la fuerza y lo proclaman obispo. Fue consagrado el 4 de julio de 371. Durante 26 años cumplirá este último deber, convirtiéndose en un formidable luchador contra la herejía arriana y un incansable misionero con los galos. Bien se puede decir de él que fue soldado a la fuerza, monje por vocación y obispo por deber.
Acusado falsamente por un sacerdote, por nombre Brizio, decía:
—Si Cristo soportó a un Judas, ¿por qué no debo soportar yo a Brizio?
Participó en concilios, intervino con autoridad ante el emperador y sus funcionarios, estuvo siempre con los más necesitados y perseguidos.
Se encuentra en Candes en el año 397, para amainar las querellas que se habían suscitado entre los clérigos. Cuenta ya 80 años. Y se siente morir. Rezaba a Dios:
—Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo. ¡Hágase tu voluntad!
Y echándose al suelo, sobre las cenizas, dice a sus monjes:
—Un cristiano no debe morir de otra manera.
Era el 8 de noviembre de 397, a medianoche, cuando Martín murió en Candes. Cantos en el cielo se oyeron, cuenta Gregorio de Tours.
¿Dónde será enterrado? Los de Poitiers y los de Tours se disputan el cadáver.
Los de Poitiers decían:
—Es nuestro monje.
Y los de Tours replicaban:
—Es necesario que quien no ha terminado su obra en vida la termine después de muerto.
Y ambos pueblos montan guardia delante del cadáver durante la noche. Los de Poitiers se adormecen, momento que aprovechan los otros para sacar el cuerpo del obispo por una ventana, montarlo en una barca y llevarlo a Tours.
Se conocen estos hechos por Sulpicio Severo, su discípulo, que escribió en latín la Vida de Martín de Tours, con una extensa enumeración de milagros del santo tanto en vida como después de muerto. Dos siglos más tarde, apareció otra hagiografía, escrita por su sucesor en el episcopado, san Gregorio de Tours.


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