miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Cristo de Santa Isabel

Al parecer, la Hermandad de la Macarena se ha interesado por el Cristo de Santa Isabel, convento que desde 1869 está regido por las Madres Filipensas, dedicadas en su carisma originario a mujeres descarriadas, institución sevillana fundada en 1859 por el filipense Francisco García Tejero y Madre Dolores Márquez, cuya causa de beatificación va por buen camino en Roma. Le gustaría poseerlo, cómo no, después de que perdiera el Cristo de la Salvación en la quema de la iglesia de San Gil en la noche del 18 de julio de 1936, al inicio de la guerra civil. Pero no creo que esté en venta, ni las Filipensas consentirán en ello. Contaré su historia.
Este crucificado titulado «Cristo de la Misericordia» es un Cristo imponente, majestuoso, salido de la gubia de Juan de Mesa, Cristo de ojos abiertos, moribundo en la cruz, no muerto, agonizante aún, para acoger las súplicas llorosas de las mujeres descarriadas que rezan a sus pies.


Se hallaba este Cristo hasta 1869 en la iglesia del convento mercedario de San José (hoy iglesia del Opus Dei). Cuando Juan de Mesa lo talló, lo hizo a instancia de un Patronato fundado para casamiento de mozas prostituidas que quisieran volver a la senda de la ho­nestidad.
Juan de Mesa, discípulo aventajado de Martínez Montañés, dejó en Sevilla la huella de su genio plasmada en tres Cristos maravillosos: el Señor del Gran Poder, el Cristo del Amor y el Cristo de la Misericordia. Hasta los primeros años del siglo XX se creía que los tres pertenecían a la gubia de Martínez Montañés. Documentos fehacientes del Archivo de Protocolos vinieron a demostrar lo contrario. En 1930, Sevilla rindió a Juan de Mesa un homenaje de desagravio y colocó una placa en la iglesia de San Martín, donde yacen sus restos. El humor sevillano asomó en las páginas de «El Noticiero Sevillano» en la pluma poética de José García Rufino, bajo el seudónimo de «Don Cecilio de Triana». «¿De quién es El Cacho­rro?» se titula, y espigamos estos versos:
«Primero le tocó el turno / al Señor del Gran Poder, / que se dijo no era obra / de Martínez Montañés; / luego, el Cristo del Amor / dicen no es suyo también, / y ahora salen con que el Cristo / que está en Santa Isabel, / tampoco lo hizo Martínez; / y a ese paso saldrá que / el escultor que creíamos / de más fama y de más prez, / lo que hacía no eran imágenes / pues se ocupaba en hacer / en la Alcaicería muñecos / para el Portal de Belén...».
El Patronato que encargó el Cristo de la Misericordia fue creado por deseo testamentario de doña Juliana Sarmiento, falle­cida el 7 de septiembre de 1621. Mujer de Francisco Hurtado, escribano público, ordenó que su cuerpo, amortajado con el hábito de Nuestra Señora del Carmen, recibiera sepultura en la de sus padres, en el claustro de la Casa Grande de San Francisco de Sevilla. En el testamento se decía que dejaba here­dero universal de su hacienda a un Patronato «que instituyo por siempre jamás, para gastar y despender toda la renta que hubiere en casar mujeres descarriadas, dando a cada una cincuenta du­cados de dote, y si para casar a alguna pertinaz en el vicio convi­niere darle más diez o más veinte ducados porque encuentre quien se quiera casar con ella, esta demasía se sacará de los otros dotes». Formado el Patronato bajo la presidencia de un padre jesuita, encargaron a Juan de Mesa la realización del Cristo de la Misericordia.
Con la exclaustración, un señor adquirió el convento mercedario y lo convirtió en casa de vecinos. El templo, sin embargo, dependiente del arzobispado, permaneció al culto regido por un rector. En 1862, se trasladó al convento en arriendo la reciente fundación sevillana de Casa de Arrepentidas del Padre Tejero y Madre Dolores Márquez, con uso de la iglesia cedida por el arzobispado. Aquí estuvieron hasta 1869, año en el que a la Casa de Arrepentidas le concedieron el convento también exclaustrado de las monjas sanjuanistas de Santa Isabel. El 9 de abril de 1869 fue firmada la orden en Madrid: el ex-convento de Santa Isabel se concede a las Arrepentidas de Sevilla, con la condición de que la Congregación abra en aquel populoso barrio una escuela gratuita de niñas. El 10 de mayo se organizó el traslado desde el ex-convento de San José al convento de Santa Isabel. Y Madre Dolores, con las demás religiosas y las chicas, se llevó el Cristo de la Misericordia –de noche, para que nadie las viera– y siguiera amparando en el nuevo convento la vida de la Casa de Arrepentidas. Y ahí sigue, en Santa Isabel, sobre un retablo que Martínez Montañés ejecutó para un lienzo del Juicio Final ya desaparecido, Cristo que merecería los honores de salir sobre una peana a hombros de costaleros en la Semana Santa sevillana.

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