Es unánime el considerar a España
como la tierra que más se ha significado en el florecer del culto de la
Inmaculada Concepción. «España ha sido el instrumento de la Providencia para
preparar el camino a la definición del misterio», confesión de monseñor Malou,
obispo de Brujas, eminente miembro de la comisión pontificia nombrada por Pío
IX para realizar los trabajos previos en orden a la definición dogmática.
Vittorio Messori lo describe como
un «ardor totalmente ibérico por la afirmación y defensa de ese privilegio de
María» y piensa que es fruto «de la antigua y profunda actitud caballeresca que
caracteriza el ánimo de la Península». Al igual que don Quijote defendía el
honor de Dulcinea, su amada dama, cuánto más cualquier caballero español,
llevado de estos sentimientos de la vieja España, estaba dispuesto a morir «por
el honor de la Dama por excelencia, por la ¡Señora de las Señoras! La
afirmación de la Concepción Inmaculada de esa Señora era vista por los
españoles como parte ineludible de su honor».
Desde el punto de vista
iconográfico, «la Inmaculada es una creación genuinamente española». «España
fue… la nación de la Inmaculada. Lo es todavía: porque en nuestros días el
saludo del mendigo que pide una limosna es éste: Ave
María Purísima. El colegial que entra en clase
saluda a su maestro, que le responde: Sin
pecado concebida. No hay predicador español que no
comience un sermón cualquiera sin pronunciar estas palabras preliminares: «Sea
por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del altar y la pura y
limpia Concepción de María Santísima, concebida sin mancha de pecado original
desde el primer instante de su ser natural». Augustin-Marie Lepicier, que esto
dice, lo escribe a mediados del siglo pasado. Desgraciadamente hay hoy una
España muy diferente y sólo se escucha ya el Ave
María Purísima en los tornos de los conventos de
clausura. Pero sí es cierto que la Inmaculada Concepción ha seducido el alma
del pueblo español durante siglos.
Un madrugador cantor de la
Inmaculada, cuando este misterio aún se hallaba incubando, sin desarrollo en la
historia de la evolución de los dogmas, es el poeta español Aurelio Prudencio.
Tres ciudades se disputan su cuna: Tarragona, Zaragoza y Calahorra. Nacido en
el año 348, murió ya entrado el siglo V. Cantor de los mártires hispanos en su
más célebre obra Peristephanon,
dedica su Cathemerinon (para
cada día) a unas oraciones para ser recitadas por la gente sencilla. En su Himno
para antes de la comida, al describir Prudencio los efectos del
pecado, trae la imagen bíblica de la mujer que aplasta a la serpiente y canta:
«Pues la Virgen que mereció dar a luz a Dios triunfa de todos los venenos; la
serpiente, arrastrándose en sus ceñudos anillos, vomita sin fuerzas ya su
ponzoña en la hierba verde como ella».
Las figuras de la mujer y de la
serpiente aluden al texto bíblico del Génesis 3,15, utilizado en la iconografía
barroca para representar a la Virgen inmaculada, y por los teólogos para
encontrar vestigios escriturísticos al misterio de la Pura Concepción. Hay en
esos versos como un rumor en la lejanía de los argumentos que utilizarán los
defensores de la pía opinión.
Pero Prudencio no fue ni maculista
ni inmaculista. Sencillamente no fue porque en su tiempo este misterio se
hallaba aun incubando. Como lo estaba en la época visigoda. San Leandro y san
Isidoro, las dos grandes lumbreras y gloria de la Iglesia de Sevilla, cantaron
los loores de la Virgen María, pero no sospecharon el misterio de la Concepción
inmaculada. Ni san Ildefonso, arzobispo de Toledo, en su tratado sobre La
virginidad perpetua de Santa María. La
primera fiesta dedicada a la Virgen María fue instituida en el concilio X de
Toledo (656), única fiesta mariana celebrada en España hasta el siglo IX. Se
celebraba en adviento, el 18 de diciembre. Su nombre, Concepción
de la Virgen, ha inducido a error a no pocos
autores, creyendo que se trataba de la concepción inmaculada de la Virgen. Lo
cierto es que se refería a la concepción de Jesús en María, fiesta que
posteriormente se llamaría popularmente de la Virgen
de la O.
El jesuita Juan Francisco Masdéu
afirma que la fiesta de «la Concepción purísima de la Madre de Dios, que se
celebra ahora en todo el mundo, es gloria particular de la nación española, que
(en Occidente) fue la primera en introducirla desde la mitad del siglo VII, y
ha proseguido siempre en celebrarla con particular solemnidad». Y se apoya en
el misal gótico o mozárabe donde aparece la fiesta de la Inmaculada el 8 de
diciembre. Pero se funda en la edición del misal mozárabe editado por el
cardenal Cisneros, que intercaló el oficio de la Purísima Concepción de Nuestra
Señora.
La celebración de la concepción
inmaculada de la Virgen no penetrará en la península Ibérica hasta el siglo
XII.
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