miércoles, 15 de octubre de 2014

Teresa de Jesús, V Centenario

Comienza hoy, 15 de octubre, el año conmemorativo del V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, fundadora de las y de los Carmelitas descalzos, que primero fueron ellas y después los varones. Caso insólito en el siglo XVI, y yo diría que también hoy, que una mujer funde un instituto religioso, primero de mujeres y después de hombres. Pero Teresa de Jesús pertenece a una pasta especial.
Llegado este día, todos los 15 de octubre proponía a mis alumnos de Religión la siguiente cuestión capciosa:
–Teresa de Jesús murió el 4 de octubre de 1582 y fue enterrada al día siguiente 15 de octubre de 1582.
Y todos mis alumnos, extrañados, me decían:
–Eso no puede ser. Tuvo que ser enterrada el 5 de octubre.
Y hube de explicarles que en ese momento se dio la llamada reforma gregoriana del calendario, un ajuste en el que se suprimieron diez días del mes de octubre. Porque fue el papa Gregorio XIII quien hizo la gran reforma del calendario cristiano con una memorable bula llamada Inter gravissimas, reforma que después de cuatro siglos sigue viva y operante,
Julio César, dieciséis siglos antes, también reformador de un calendario, había fijado el equinoccio de primavera el 15 de marzo y había decidido 365 días el año civil, más 6 horas, es decir, 11 minutos y 12 segundos más del año solar, por lo que cada 129 años el equinoccio se habría anticipado un día. Gregorio XIII llamó a estudiosos de su tiempo, entre los que sobresale el matemático y astrónomo jesuita Cristóbal Clavio, para corregir el error de César. Se suprimieron diez días del calendario y se calculó el año en 365 días, 5 horas, 49 segundos y 12 segundos, con un desvío del año solar de más 26 segundos.
La reforma gregoriana solo fue acogida en Italia, España y Portugal. Poco a poco fue siendo aceptada por otros países, los últimos los protestantes, caso de Inglaterra, que no se sumó al cambio hasta el siglo XVIII.
Pero dejemos la astronomía, que se me acaba el papel y no hablo de Teresa de Jesús. La conmemoración de este año jubilar se debe a los quinientos años de su nacimiento, ocurrido en Ávila al amanecer del miércoles de Pasión, 28 de marzo de 1515, hija de Alonso de Cepeda y Beatriz de Ahumada. Bautizada una semana más tarde, 4 de abril, miércoles santo, en la iglesia parroquial de San Juan Bautista. Se le puso el nombre de Teresa por su abuela materna, Teresa de las Cuevas, única de los abuelos que quedaba con vida.
Curiosamente no había en el santoral de la iglesia ninguna santa con el nombre de Teresa. Jerónimo Gracián lo tomará socarronamente a chanza con ella porque no podía celebrar su onomástica. Ella le responderá que su nombre era de santa Dorotea.
–Y así celebrábamos –dice Gracián– el día de la Santa con particular devoción de su nombre. Y puede ser que así como Diego y otros nombres españoles antiguos quedaron corrompidos de los nombres latinos, así este nombre Dorotea, corrompido el latín, se derivase Teresa.
Fray Luis de León, que no la llegó a conocer pero publicó sus Obras en 1588, dice que «pusiéronle nombre Teresa, guiados, a lo que entiendo, por Dios, que sabía los milagros y maravillas que en ella había de hacer, y por ella, porque Teresa es Tarasia, nombre antiguo de mujeres, y griego, que quiere decir milagrosa».
Francisco de Ribera, su primer biógrafo, dice que «este nombre de Teresa ni es griego ni latino, sino propio de España, y antiguo, como Elvira, Sancha, Urraca y otros semejantes». De hecho, es un nombre que venía siendo usado de antaño, incluso acogido entre princesas de los reinos de España. Por ejemplo: Teresa, segunda esposa de García Sánchez de Pamplona, del siglo X;  Teresa de Entenza, reina de Aragón, esposa de Alfonso IV de Aragón, primera mitad del siglo XIV; y Teresa de Portugal, reina de León, mujer de Alfonso IX de León, siglo XIII, que subió a los altares, pero después de Teresa de Jesús, en 1705, declarada santa por Clemente IX.
Será Teresa de Jesús la primera que incorpore su nombre al catálogo de los santos.
Su muerte acaeció en Alba de Tormes. El 3 de octubre pidió el viático. Después de la comunión, se le encendió el rostro y repitió muchas veces:
–En fin, Señor, soy hija de la Iglesia.
Sobre las nueve de la noche del 4 de octubre, festividad de san Francisco de Asís, murió Teresa de Jesús, «el mismo día que se hizo el salto del año de los diez días, porque luego otro día se contaron quince».
Un criado de la casa de Alba besa los pies de madre Teresa expuesta en un ataúd en el templo de las descalzas de Alba de Tormes y exclama:
–¡Válgame Dios, señores, cómo huelen los pies de esta santa a gamboas, a limones, a cidras, a naranjas y a jazmines!
Fray Miguel de Carranza será igualmente expresivo al recordar este momento:
–El olor era tan suave y penetrante y confortativo, que me pareció que el estoraque y benjuí, algalia y almizcle y ámbar, se quedaban muy atrás.
Es unánime la afirmación de ese olor agradable en todas las informaciones para el proceso de canonización de la Santa. María de San Francisco, una de las monjas que la amortajaron, testifica que la fragancia de ese olor tan agradable «se le quedó estampado en el sentido por muchos días, y en las manos».

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