miércoles, 17 de agosto de 2016

Beatriz de Silva, santa de gran belleza

Hoy es la fiesta de santa Beatriz de Silva, portuguesa que vino a la corte de Castilla formando parte del grupo reducido de doncellas de la infanta Isabel, nieta de Juan I de Portugal e hija del infante don Juan, de trece o catorce años, que casó con don Juan II de Castilla, de cuyo matrimonio nacerá la que será Isabel la Católica. También Beatriz era «de poca edad», unos once años.
Con los años será fundadora en Toledo de las Concepcionistas u Orden de la Inmaculada Concepción. Pero solo me quiero referir aquí a la belleza de la pequeña Beatriz que creará los celos de la reina. En la Vida de Beatriz, escrita por una religiosa contemporánea de la Santa, se dice que «era muy graciosa doncella y excedía a todas las demás en su tiempo en hermosura y gentileza».


 En qué consista su belleza, solo tenemos un presunto retrato en un óleo sobre tabla de fines del siglo XV, que representa el Abrazo de Santa Ana y San Joaquín en la Puerta Dorada, posiblemente un encargo de Beatriz de Silva a un pintor del círculo de Juan Rodríguez de Segovia, el Maestro de los Luna, y que se halla en el altar de San José de la iglesia de la Purísima Concepción de Toledo. En él aparece una joven de rodillas con un rosario entrelazado en sus manos.
Cabe preguntarse qué cánones regían el ideal de belleza femenino en la Edad Media. Los gustos debían ser tan diversos como los de hoy. Pero siempre existirá una valoración predominante. Por ejemplo, en una sociedad clasista como la medieval, la belleza ha de ser concomitante con la nobleza, cosa que no poseen las clases inferiores de moros, judíos, negros, serranas y villanos. Y el color rubio prevalece sobre el moreno o el negro, con lo que a través de los gustos se ponía cota y frontera en la diferenciación racial. Se dice que Alfonso XI era «blanco y rubio, de ojos verdes» y la misma descripción sirve para Enrique III y Juan II. Fernando de Antequera es descrito como «blanco y mesuradamente colorado». Isabel la Católica era «muy blanca y rubia, los ojos entre verdes y azules».
El Arcipreste de Hita, en su Libro del Buen Amor, considera que toda «Dueña de buen linaje e de mucha nobleza» ha de ser así: «Alto cuello de garza, color fresco de grana». O como describe más adelante: «Ansí dueña pequeña tiene mucha beldat, / fermosura, donaire, amor e lealtad». Considerando como ideal a la dueña pequeña, la mujer menuda: «Por ende de las mujeres la mejor es la menor».
¿Imaginamos así a Beatriz de Silva? ¿Por qué no? Para el Marqués de Santillana, la mujer debe tener el cabello dorado o rubio, los ojos hermosos, el cutis inmaculado, blanco y suave, los labios de carmín y el cuerpo esbelto.
Con lo que se demuestra que el ideal de belleza femenino no ha cambiado gran cosa a través de los siglos. He aquí, al menos, unos pequeños esquemas para imaginarnos la belleza de Beatriz de Silva y la estimación de la corte de Juan II y los celos de la reina Isabel.
El matrimonio era el destino de las doncellas de la reina, con algún cortesano o señor del reino. A los trece o catorce años, al llegar a la edad núbil, no elegían ellas, sino su señora. Y a Beatriz no le resultaría difícil escoger un buen partido, dada su belleza. En un manuscrito de la época, se dice:
–Por su grande hermosura y linaje, fue demandada de muchos condes y duques en casamiento.
Pero Beatriz no quiso casarse, había hecho voto de castidad «en medio de estos combates del mundo». ¿Cuáles eran estos combates? Ocurrió, según relata la Historia manuscrita de 1526, que la reina doña Isabel de Portugal tuvo celos de su doncella –posiblemente por creer que su marido, el rey Juan II, podía asediarla para tenerla de concubina, cosa normal en aquella época– y ordenó encerrarla en un sótano dentro de un cajón, donde estuvo tres días sin comer ni beber. Se cuenta que se le apareció la Virgen, que la consoló en la prueba, vestida con los colores concepcionistas de blanco y azul. Una vez rescatada, «acordándose de la merced señalada que en la visión había recibido, hizo luego voto de limpieza y perpetua castidad a Nuestra Señora». Y Beatriz, como dice la Historia manuscrita, fallecerá «dejando el cuerpo a la tierra tan limpio y entero como le había sacado del vientre de su madre».
A partir de este momento, Beatriz de Silva abandonó la corte y se fue a vivir a un convento.
El episodio del encerramiento en el cajón debió suceder en Tordesillas, donde vivía la reina o estaría de paso, y será en Toledo, en el monasterio de Santo Domingo el Real, de monjas dominicas, donde Beatriz de Silva quiso recluirse y llevar una vida penitente y austera durante más de treinta años.
Después, en 1484 fundó las Concepcionistas, vestidas las monjas con túnica blanca y toca azul, los colores concepcionistas. Murió en agosto de 1491, fue beatificada por Pío XI en 1926 y canonizada por Pablo VI en 1976.

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