miércoles, 24 de febrero de 2016

La «Cuestión catalana»

El 24 de febrero de 1928 –hoy hace de ello 88 años–, el cardenal Gasparri, secretario de Estado del Vaticano, comunicó a monseñor Tedeschini, nuncio en Madrid, que realizase una visita apostólica a las diócesis de Cataluña por expreso deseo del papa Pío XI para conocer de cerca la «Cuestión catalana» y especialmente sobre la predicación y la enseñanza del catecismo. La visita duró cerca de dos meses –abril y mayo– y el nuncio se entrevistó con los obispos catalanes, aunque no les dirá claramente el motivo de su misión. Les pidió tres listas de nombres de personas que pudiesen informarle:
 –Los que son favorables al catalanismo –dice Tedeschini– (advirtiendo que uso este nombre no para definir una tendencia o porque encuentre justa esta denominación, sino solo para una más fácil inteligencia que viene del uso vulgar); segundo, aquellos que creen que son contrarios al catalanismo; y tercero, los que son considerados serenos e imparciales.
Para ello, empleó interrogatorios y encuestas que pidió se llevasen a cabo.
Comenzó la visita por Barcelona el 13 de abril y siguió después por las diócesis de Vic, Gerona, Solsona, Urgel, Lérida, Tarragona y Tortosa. Fueron en total, como el mismo Tedeschini dijo, «cuarenta días de continuo movimiento por Cataluña».
Los informadores eran interrogados a raíz de un cuestionario de treinta preguntas y estaban obligados por juramento a guardar el «secreto más absoluto» de las cuestiones planteadas.
A tomar nota de estas declaraciones era el secretario de la visita apostólica, el redentorista vasco Victoriano Pérez de Gamarra. Pero pronto surgió un problema con él. Gamarra era nacionalista vasco y Tedeschini llegó a tacharlo de «traidor»:
–Se ha puesto de la parte de los catalanes –cuenta el nuncio a Gasparri– y al escribir las actas de las declaraciones de los testigos, ha cometido, a mi parecer, una traición, omitiendo particularidades o el colorido de cualquier cosa o por lo menos mitigando la viveza de las declaraciones contrarias, y por contra recalcando y favoreciendo con todo detalle las declaraciones favorables al catalanismo.
Tedeschini decidió prescindir del secretario y tomar él mismo las anotaciones.
De este viaje, el nuncio envió un extenso informe (casi trescientas páginas) al secretario de Estado, cardenal Gasparri, quien le agradeció el escrito.
Tedeschini había unido al informe una carta reservada al Papa en la que confidencialmente le decía que para resolver la «Cuestión catalana» de raíz era necesario el traslado del cardenal de Tarragona, Vidal y Barraquer, a una diócesis fuera de Cataluña y la salida del abad de Montserrat a otro monasterio, a causa del catalanismo militante de ambos.
–El remedio principal –escribe Tedeschini a Gasparri el 15 de julio de 1928– que yo, con la más sincera subordinación a las Supremas decisiones de Su Santidad, estimo no solo conveniente, mas necesario, que se adopte respecto a la así importante, vasta, y compleja cuestión, y sin la cual opino que será vano e ilusorio cualquier otra providencia... Como claramente resulta de mi informe, los exponentes, fautores y propulsores del movimiento catalanista, especialmente en orden al uso de la lengua catalana… con exclusión por tanto automáticamente de la lengua castellana, fomentando con ello el amor a Cataluña, no como región, sino como Nación, aunque federativa, y apagando el amor a España, son dos personajes, por otra parte virtuosos y en tantas cosas beneméritos, es decir, el Eminentísimo Señor Cardenal Arzobispo de Tarragona y el reverendo Abad de Monserrat. Yo sería en mi humilde parecer que fuesen reemplazados, aunque con el mejor tratamiento… Por otra parte uno y otro están enfermos: el Eminentísimo Arzobispo desde noviembre pasado, y no se sabe cuándo se curará y cuándo pueda volver a su abandonada diócesis; el Padre Abad desde hace al menos tres años por una enfermedad de corazón.
Del informe de Tedeschini salieron unos famosos decretos de cinco Congregaciones romanas a finales de 1928, bastante sorprendentes. De la Penitenciaría Apostólica, un decreto que atribuía al clero catalán el ejercicio de actividades políticas dentro del mismo sacramento de la penitencia. De la Sagrada Congregación de Ritos surgió un decreto, que se me antoja de lo más extraño: prohibía las casullas «góticas», interpretándolas «como un signo subversivo de separatismo». De la Sagrada Congregación de Seminarios, otro decreto que hablaba del catalanismo y del separatismo en los Seminarios y disponía que los seminaristas separatistas fueran expulsados y que los profesores catalanistas fueran eliminados.
Pero estos decretos tuvieron poco recorrido. Enseguida llegaron a Roma lamentaciones diciendo que tales decretos estaban fundados en informaciones inexactas. Y que algunos habían exagerado dichos decretos para aumentar el descontento de los catalanes contra la Santa Sede.
–Apenas caído el Gobierno de Primo de Rivera –se dice en un informe vaticano entregado dos años después a los cardenales de la Curia tras la proclamación de la República– renacieron las esperanzas de los catalanes y con el consentimiento del Gobierno español se pensó en la autonomía de Cataluña; la lengua catalana fue usada en los actos oficiales y de los decretos de la Santa Sede no se habló más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario