sábado, 4 de febrero de 2017

El Cristo de la Agonía de Vergara

Hace unos diez días llegaba a Sevilla un camión, que atravesó toda España, desde Vergara (Guipúzcoa), a un ritmo lento, no superior a los noventa kilómetros por hora. Dentro de un enorme cajón venía un preciado tesoro que se venera en aquella localidad guipuzcoana: el Cristo de la Agonía de Juan de Mesa, imagen extraordinaria de la imaginaría barroca sevillana. Lo acompañaban, dándole escolta, el arcipreste y deán de la Catedral de San Sebastián. Y ha sido traído para ser restaurado en el IAPH (Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico).


De Sevilla salió este Cristo, poco después que lo esculpiera la gubia de Juan de Mesa, en 1626, por encargo de Juan Pérez de Irazábal, contador de Su Majestad, para que presidiera en una capilla de la parroquia de San Pedro de Vergara el lugar de su enterramiento. Desde entonces, el Cristo preside el altar de su capilla, aunque su mecenas Juan Pérez no fuese allí enterrado. Allá fue en carro tirado por bueyes y a saber los días que le llevó acarrear el Cristo al pueblo guipuzcoano. Desde entonces, solo ha salido de Vergara en dos ocasiones. Y las dos a Sevilla, su lugar de origen.
Primero, en 1983, para la exposición «Sevilla en el XVII», organizada por el Ministerio de Cultura, con otras muchas obras escultóricas y pictóricas del barroco sevillano. Y esta última llegada, para su restauración. El próximo mes de marzo será expuesto en la iglesia del Santo Ángel, de los carmelitas descalzos, antes de ser devuelto a su iglesia, y podrá ser contemplado, junto al de Martínez Montañés y al Cristo del Seminario Mayor de Granada, de Pablo de Rojas.
Hay quien considera el Cristo de la Agonía como el mejor salido de las manos de Juan de Mesa. Pero en verdad, tendrá que competir en gustos con el Cristo del Amor, el Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes y el Cristo de la Misericordia del convento de Santa Isabel, que no le van a la zaga. Todos ellos, a cual mejor, son de una factura prodigiosa.
El Cristo de la Agonía es un Cristo vivo, ya en sus últimas exhalaciones, con la boca entreabierta, la mirada implorante de ojos hacia el cielo, como diciendo: «¿Padre, por qué me has abandonado?», y una anatomía de 2,10 metros. Un Cristo que bien podría ser procesionado en Semana Santa, como los de Sevilla, pero en Vergara no se estila eso. Y el Cristo permanece en su capilla, la única exenta de la parroquia de San Pedro, a la espera de un cristiano que le rece.
Fue el sexto Cristo que esculpía Juan de Mesa y ya tenía esa experiencia que hace que la obra que le ocupa sea una genialidad. El catedrático de Arte José Hernández Díaz lo considera su obra más personal y perfecta:
–El de Vergara es la reafirmación de su propia personalidad… Creo que entre los Crucificados de Mesa es el mejor y el más personal; y en la producción de su autor, su obra más perfecta. Su advocación –Agonía– le cuadra a maravilla; Cristo va a morir y su Humanidad acusa el postrer estertor. Su cabeza afirma el proceso, que se goza íntegramente por pérdida parcial de la corona. Mesa acertó totalmente en esta imagen: es versión cumbre de la imaginería pasionista barroca, según el ambiente religioso y estético andaluz.
No ha habido dudas sobre la autoría de este Cristo de la Agonía. Porque Juan de Mesa, discípulo predilecto de Martínez Montañés, sufrió durante muchos años la suplantación de autoría de dos de sus Cristos, el del Amor y el de la Misericordia, y del simpar Nazareno del Señor del Gran Poder, atribuidos hasta los primeros años del siglo XX como de Martínez Montañés.
Pero documentos fehacientes, encontrados en el Archivo de Protocolos de Sevilla, fueron descubriendo, con pesar de no pocos, que esas bellas imágenes que se decían de Martínez Montañés eran en realidad de su discípulo Juan de Mesa. En 1930, Sevilla rindió a Juan de Mesa un homenaje de desagravio y colocó una placa en la fachada de la iglesia de San Martín, donde yacen sus restos. El humor asomó en las páginas de El Noticiero Sevillano en la pluma poética de José García Rufino, bajo el seudónimo de Don Cecilio de Triana. Bajo el título: ¿De quién es El Cacho­rro?, espigamos solo unos versos:

Primero le tocó el turno
al Señor del Gran Poder,
que se dijo no era obra
de Martínez Montañés;
luego, el Cristo del Amor
dicen no es suyo también,
y ahora salen con que el Cristo
que está en Santa Isabel,
tampoco lo hizo Martínez;
y a ese paso saldrá que
el escultor que creíamos
de más fama y de más prez,
lo que hacía no eran imágenes
pues se ocupaba en hacer
en la Alcaicería muñecos
para el Portal de Belén... 

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