jueves, 24 de mayo de 2018

Fray Luis de León: Decíamos ayer…


Fray Luis de León, junto con San Juan de la Cruz, fue una de las principales figuras de la poesía religiosa del Siglo de Oro. Personajes ambos que tienen algunas cosas más en común. El carmelita Juan de la Cruz fue alumno del agustino Luis de León en la Universidad de Salamanca; los dos padecieron cárcel, uno por sus colegas carmelitas calzados, el otro por la Inquisición; y los dos murieron el mismo año, 1591, primero fray Luis de León, el 23 de agosto en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), junto al palacio donde había nacido Isabel la Católica; después san Juan de la Cruz, el 14 de diciembre en Úbeda (Jaén).


Y los dos tuvieron que ver con santa Teresa de Jesús. Juan de la Cruz fue su primera vocación descalza, e intimó con esta mujer durante la vida de ambos al punto que Teresa le apodó como «hombre celestial y divino». Fray Luis de León no conoció a la Santa de Ávila, pero a su tesón se debe la publicación de los primeros escritos de Teresa de Jesús.
Ana de Jesús, una de las hijas predilectas de Teresa, estando en Madrid después de fundar en Granada, recogió sus escritos, incluso el Libro de la Vida que estaba en manos de la Inquisición, y los entregó a fray Luis de León, que preparó la edición. Logró reunir la Vida, Camino, Moradas y Fundaciones.
Dice ella:
–Yo, con licencia y orden de los prelados, los junté –que esta­ban en diferentes partes–, para darlos al Maestro fray Luis de León, que fue a quien los remitió el Consejo Real.
La madre Catalina de San Francisco confiesa:
–Con muchos trabajos y contradicciones de religiosos de órde­nes bien graves hizo en Madrid imprimir los libros de nuestra madre santa Teresa, y costó harto sacar los originales de las personas que los tenían, y de la Inquisición donde había años estaban algunos.
Fray Luis de León, que llegó a la Corte en noviembre de 1586, por mandato del rector de la Universidad de Salamanca para defender un pleito pendiente, se encontró con este encargo del definitorio carmelita y del Consejo Real de publicar las obras de Teresa de Jesús. Su estancia en Madrid se prolongó hasta 1589. Y una amistad profunda e intensa surgió con las carmelitas, especialmente con Ana de Jesús.
El trabajo de fray Luis de León es detallado por él mismo en carta dedicatoria de la primera edición de las obras de Teresa de Jesús, que apareció un año más tarde, en 1588, en Salamanca, en la imprenta de Guillermo Foquel:
–No solamente he trabajado en verlos y examinarlos, que es lo que el Consejo mandó, sino también en cotejarlos con los originales mismos, que estuvieron en mi poder muchos días y en reducirlos a su primera pureza, en la misma manera que los dejó escritos de su mano la Santa Madre, sin mudarlos ni en palabras ni en cosas, de que se habían apartado mucho los traslados que andaban, o por descuido de los escribientes, o por atrevimiento y error. Que hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía a escribirlos, fue atrevimiento grandísimo y error muy feo querer enmendar las palabras; porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la Madre es la misma elegancia.
Fray Luis de León se halla ya en los últimos años de su vida. Pintado por Pacheco en su Libro de retratos, dice de él que:
–En lo natural, fue pequeño de cuerpo, en debida proporción, la cabeza grande, bien formada, poblada de cabellos algo crespos, y el cerquillo cerrado, la frente espaciosa, el rostro más redondo que aguileño, trigueño el color, los ojos verdes y vivos. En lo moral, con especial don de silencio, el hombre más callado que sea conocido, si bien de singular agudeza en sus dichos, con extremo abstinente y templado en la comida, bebida y sueño…
Durante sus años de prisión –que fueron cinco años y medio, en Valladolid, en una mazmorra inmunda–, fray Luis escribió parte de su obra De los Nombres de Cristo y varias poesías, entre ellas la Canción a Nuestra Señora, que contiene la famosa décima: «Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado. / Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado, / y con pobre mesa y casa, / en el campo deleitoso, / con solo Dios se compasa, / y a solas su vida pasa / ni envidiado ni envidioso.»
Cuando fue absuelto, volvió a Salamanca el 30 de diciembre de 1577.
–Entró con atabales, trompetas y gran acompañamiento de caballeros, doctores, maestros… No quedó persona, ni en la Universidad ni en la ciudad, que no le saliese a recibir.
Su cátedra ya se hallaba en posesión de otro, un benedictino. Y aunque la sentencia absolutoria del Santo Oficio conllevaba el que se le restituyera a su cátedra, renunció a ella y suplicó a la Universidad que se le hiciera merced con lo que hubiere lugar.
Se le concedió «leyese» dos tratados de teología provisionalmente mientras se presentaba a oposición. El 29 de enero de 1578 comenzó una nueva clase, repleta de alumnos y profesores, y en ella la legendaria frase:
–Decíamos ayer…
Quien primero afirma este comienzo de clase de fray Luis –para otros meramente legendaria– es el historiador Nicolás Crusenio, fraile agustino del siglo XVII, quien en su Monasticum Agustinianum, edición de Munich, 1623, refiere la anécdota de la célebre frase.
Aunque de pronunciarlo, lo diría en latín:
–Dicebamus hesterna die…

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