sábado, 27 de octubre de 2018

Robo en la Catedral de Sevilla


No, no ha sido ahora. La noticia apareció en El Liberal, 27 de octubre de 1906: «De la Catedral de Sevilla se han robado gran número de miniaturas que figuraban en los pergaminos de los libros de coro y en los libros de rezo, y que eran una excelente prueba de la pericia de los antiguos iluminadores y de los pintores que en nuestra ciudad florecieron en los siglos XV y XVI».
La cosa venía de tiempo atrás. Cuando se descubrió, se pretendió llevar las averiguaciones con el mayor sigilo. Pero llegó a la prensa, y el escándalo estalló.


 «Manos criminales –continúa el periódico– han cortado y arrancado bellísimas miniaturas, que han pasado a poder de anticuarios y negociantes de Sevilla, Madrid y Barcelona. Según nuestros informes, un comendador del coro llamado Baltasar es el autor de los robos… Este individuo, a cuyo alcance estaban tales riquezas, parece que se servía para venderlas de un corredor conocido por Tirado y el cual enajenó algunas a precio muy inferior al que tienen. Más de cuarenta preciosas miniaturas en pergamino con letras, imágenes y adornos del mejor gusto, fueron a parar a poder de chamarileros y anticuarios, de Sevilla algunos, y cuyos nombres es necesario que salgan a la vergüenza pública».
El empleado Baltasar fue detenido por la policía como autor de tales desafueros. Hacía meses que venía vendiendo estas miniaturas de los libros de coro a anticuarios y personas particulares. Incluso un cuadro de Alonso Cano había ido a parar a un anticuario de la calle Placentines y un retrato de Argote de Molina había sido encontrado en el domicilio del tal Baltasar.
Las miniaturas, que en aquel entonces podrían tener un valor de unas 4.000 pesetas, llegaron a ser malvendidas al precio de catorce duros.
Al día siguiente, 28 de octubre, el mismo periódico recogió sendas cartas de anticuarios de Sevilla, donde confesaban su participación ignorante en este suceso. Firmadas por Ricardo Barrón y Agustín Tirado, muestran haber sido sorprendidos en su buena fe. Otras personas que han adquirido hojas sueltas miniadas de los libros de coro de la Catedral comienzan a aflorar. Pero son solamente algunos nombres, dispuestos a devolver lo adquirido a su lugar de origen. Otras muchas miniaturas han volado más lejos, Madrid, Barcelona, incluso París, y será imposible de recuperar.
Encargados por el Cabildo Catedral para entender del asunto del robo se hallaban los canónigos González Merchant y Flaviano Sánchez.
El lunes, 29 de octubre, aparece en el periódico la carta de otro aludido. Se trata de don Francisco Palomares, pastor de la iglesia protestante de la calle Relator. Cuenta que se ha presentado en casa del anticuario Ricardo Barrón, «manifestándole que los pergaminos que había comprado los ponía a disposición de dicho señor, para ser entregados sin retribución alguna a los señores que estuvieren encargados por el Cabildo Catedral de recogerlos».
El martes 3 de noviembre, la carta del corredor de una casa de antigüedades de París, que no quiere dar a conocer su nombre, revela otras pistas inquietantes. «Con motivo del affaire del robo de la Catedral, puedo añadir algo al asunto, manifestando que ciertos documentos y pergaminos se vendieron en un hotel de la calle Méndez Núñez a un corredor de una importante casa de Madrid por un corredor muy conocido en esta plaza por Rata blanca, el cual sabe también el nombre de una señora francesa, la cual adquirió también algunos. El citado corredor puede aclararlo todo, puesto que con el Baltasar andaba siempre, y la mayor parte de los pergaminos se vendieron por tal sujeto y un francés corredor, que intervinieron en ciertas ventas a extranjeros sirviendo de mediadores».
El miércoles 7 de noviembre aparece en el diario El Liberal la última de las cartas sobre este engorroso asunto. Es de José Calvo y Ramos, aludido en el periódico en los días anteriores. «En el año de 1886 el que tiene el honor de dirigirse a usted compró a un conocido librero, establecido en esta ciudad, siete preciosísimos libros antiguos y de extraordinaria rareza, por los que abonó una muy respetable cantidad en varias veces y partidas. Transcurrido algún tiempo, se enteró de que aquellos libros se habían sustraído de la Biblioteca Colombina, y se apresuró, sin perder un instante, a devolverlos a tan preciado depósito… Ahora, como entonces, ha tenido lugar un desgraciado accidente, y aludido en las cartas dirigidas a usted, por dos anticuarios con motivo de la adquisición de las hojas de libros corales, debo hacerle presente que compré algunas hará dos meses próximamente a don Manuel de la Oliva y Carmona y a don Federico Alonso, honrados industriales, el primero de los cuales tiene un establecimiento de ventas públicas, y el segundo un acreditado establecimiento de ultramarinos en esta capital. Ausente yo de ella después, en el momento de mi regreso he entregado las seis hojas que tenía al canónigo don Juan Flaviano, representante del Cabildo Catedral, espontáneamente también y sin querer percibir ninguna cantidad por ellas, y tendré la satisfacción más completa en conseguir que alguna otra hoja, del mismo modo que los que indica don Ricardo Barrón, sean recuperadas por el Cabildo Catedral».
Y aquí termina la información del periódico sobre este notable robo de la Catedral de Sevilla.
¿Qué sucedió después? ¿Qué proceso se siguió? ¿Qué condena recibió el tal Baltasar?
Los libros miniados del coro de la Catedral de Sevilla, notable colección de más de 200 libros, de ellos 106 con ornamentación preciosista desde el siglo XIV al XVIII, estaban siendo fraudulentamente deshojados y diseminados entre coleccionistas espabilados.

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