lunes, 5 de noviembre de 2018

Casa natal de Sor Ángela de la Cruz


Hoy, 5 de noviembre, festividad de Santa Ángela de la Cruz, quiero situarme en su casa natal, que las Hermanas de la Cruz mantienen como oro en paño, pequeñita y recoleta, conver­tida ahora en pequeño santuario, y recorrer sucintamente los primeros años de su vida en aquel barrio de Sevilla, lejano entonces, cerca de la Macarena.
En la casita número 5 de la plaza de Santa Lucía, frente al Beaterio de la Trinidad, sencilla de una sola planta y con olor a jazmines y arriates, Josefa González, sevillana, hija de padres venidos de Arahal y Zafra, dio a luz el 30 de enero de 1846 a una niña fruto de su matrimonio con Francisco Guerrero, cardador de lanas y oriundo de Grazalema. Tres días más tarde, 2 de febrero, fue bautizada en la parroquia de Santa Lucía y le pusieron por nombre María de los Ángeles Martina de la Santísima Trinidad. Desacralizado este templo en 1868, la pila bautismal en la que se bautizó Sor Ángela se conserva actualmente en la casa donde nació.


Sor Ángela de la Cruz será por ahora Angelita, vive con sus padres y hermanos (fueron catorce, llegando a mayores tres varones, José, Antonio y Francisco; y tres chicas, Joaquina, Ángela y Dolores) y es una niña de la que se cuentan cosas como las que siguen.
El padre murió pronto. Aficionado a leer libros devotos, hombre serio y de recta conciencia, había sido además de su viejo oficio de cardador de lanas cocinero del convento de los Trinitarios, ex­tramuros de la Puerta del Sol, a un tiro de piedra de su propia casa. Josefa, la madre, y Joaquina, la hija mayor, lavaban y cosían la ropa de dicho convento. Pero eso era mucho antes de nacer Sor Ángela: la ex­claustración de 1835 dispersó a los religiosos y el convento se convir­tió en cuartel.
Pasado el tiempo, Angelita recuerda cómo acompañó a su hermana Joaquina que recogió del cementerio los restos de su padre y los trasladó a una capilla lateral de la iglesia de la Trinidad. Allí, en el viejo convento que tan fielmente había servido. La cal de muchos años ha borrado la lápida que filialmente le pusieron.
Así que la familia toda, desde la más tierna infancia de Angelita, gira en torno a su madre Josefa.
«Abuelita» le decían las primeras Hermanas de la Cruz, cuando iban a visitarla, ya muy anciana, a esta su casita. Si su hija era Madre del Instituto, su madre será la «Abuelita».
Pues «Abuelita» tenía esa gracia de la mujer sevillana de barrio, y era bondadosa, inteligente, imaginativa, limpia dentro de su pobreza, y una estupenda cristiana. En su casa, durante el mes de mayo, se ponía un altar a la Virgen y se rezaba el rosario. Tenía una imagen de la Asunción y otra de la Virgen de los Dolores, pero sus preferencias, como buena sevillana, iban por la Virgen de los Reyes. Y, ¡oh providencia!, en un día de la Virgen de los Reyes, 15 de agosto de 1882, murió la «Abuelita».
Angelita, ya de Sor Ángela, ve cómo su madre lleva uno de esos pañolones llamados de sandía, que cubren la espalda, hombros y talle y deja libre el escote. Sor Ángela se acercó a ponerle disimuladamente un alfiler que le cerrase el escote. Y surgió el gracejo de «Abuelita»:
—Mira, hija, tú sé todo lo buena y santa que quieras; pero no me ahogues, que con esto no ofendo a Dios.
Sin embargo, Angelita era su debilidad. Esto lo sabían los demás hermanos: Francisco, por ejemplo, llevó un día un nido de pájaros a casa. Temiendo que Angelita se encaprichara con los pajarillos y pi­diera el nido a su madre, Francisco le susurró al oído:
—Angelita, como pidas el nido te ahogo.
Y Angelita rio la ocurrencia de su hermano.
Ya veis las cosas que le ocurrían. Nada de extraordinario. Una fa­milia como otra cualquiera, con sus estrecheces y sus alegrías. Una familia pobre, como tantas en aquel entonces. José murió en Buenos Aires. Antonio contrajo matrimonio y puso una tienda de cuadros en la calle Cerrajería. Francisco tuvo tres hijos: Antonio, José María y Conchita. De las hermanas, Joaquina quedó viuda muy joven y vivía en su casa como una religiosa; de su hijo Antonio, nació Manuela, que fue también Hermana de la Cruz. Dolores, la menor, murió sol­tera antes que Angelita.
Dolores nació en Viernes Santo y vaya usted a saber por qué no tomó el pecho hasta el domingo de Resurrección. Lo contaba con gracia Sor Ángela, que luego vienen los biógrafos y husmean prodi­gios de los Fundadores desde la más tierna infancia. Sor Ángela dice que no, que eso ocurrió a su hermana Dolores.
–Quieren achacármelo a mí; pero yo sé bien que quien no tomó el pecho fue mi hermana Dolores.
Y llega la anécdota de aquel carrero malhablado que tuvo la mala fortuna de echar rayos y centellas, o séase, picardías y algu­na que otra blasfemia, a la puerta de la casa de Angelita. El ca­rro se le había encallado en un hoyo y las mulas, con la carga, no po­dían seguir adelante. Angelita se está peinando en esos momentos en la ventana. Oye las palabrotas del carrero y se echa a llorar. Su hermana Joaquina acude a consolarla. Y le sugiere una mentira piadosa:
–¿Por qué te apuras? No ha dicho lo que tú crees. El hombre ha dicho: «Dios quiera que salga pronto».
Y Angelita, como movida por un resorte, sale disparada hacia la puerta, encuentra al carrero, se arroja a sus pies y le dice humilde­mente:
–Perdóneme el mal juicio que he hecho de usted.
El carrero no salía de su asombro. Salió Joaquina y al oído explicó al carrero lo sucedido.
Fue poco tiempo a la escuela. Su madre la quitó pronto porque la necesitaba en las labores de la casa. Ni si­quiera sabemos en qué escuela estuvo. De aquella escuela salió escribiendo, con bastantes faltas de orto­grafía, unas mínimas nociones de aritmética y un poco más de Catecismo. Su letra, menuda y endeble, sin apenas utilizar los signos de puntuación, indicaba la escasa instrucción que recibió Angelita. Y con esas escasas letras, llegó a ser una santa… descomunal.

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