En
el reciente y extraordinario viaje del papa Francisco a tres países de Hispanoamérica,
hubo una frase suya que me chirrió en los oídos. La dijo en Bolivia ante ese
dictadorzuelo indígena Evo Morales, pidiendo perdón «por los crímenes contra
los pueblos originarios durante la llamada conquista de América». Quise
escribir entonces sobre esto, pero me contuve ante la regañina que me iba a dar
una buena amiga monja argentina, que me hubiera dicho:
–¡A
mi papa Francisco, ni tocarlo!
Pero
quien lo ha tocado, y corroboro sus palabras, ha sido el escritor Juan Manuel
de Prada en la revista «XL Semanal» del diario ABC de ayer domingo. Lo titula
«Pedir perdón». Y dice:
–No entraremos aquí
a señalar, por archisabidos, los peligros de enjuiciar acontecimientos pretéritos
con mentalidad presente. Señalaremos, en cambio, que como cabeza de la Iglesia
el Papa sólo puede pedir perdón por los crímenes que haya podido perpetrar o
amparar la institución que representa; pues hacerlo por los crímenes que
pudiera perpetrar o amparar la Corona de Castilla (luego Corona española) es
tan incongruente como si mañana pidiese perdón a los sioux por los crímenes
perpetrados por Búfalo Bill. Además, el Papa sólo puede pedir perdón por
crímenes que la Iglesia haya podido cometer institucionalmente, con el amparo
de leyes eclesiásticas, no por crímenes que hayan podido perpetrar por su cuenta
clérigos más o menos brutos, salaces o avariciosos; pues pedir perdón por
acciones particulares realizadas en infracción de las leyes emanadas de la
instancia suprema es un cuento de nunca acabar que no sirve para sanar heridas,
sino tan sólo para excitar el victimismo de los bellacos.
Y continúa:
–Yo vería muy
justo y adecuado que la reina de Inglaterra o el rey de Holanda pidieran perdón
por los crímenes institucionalizados que se realizaron por sus antepasados,
donde los nativos –por ejemplo– tenían vedado el acceso a la enseñanza (en las
Españas de Ultramar, por el contrario, se fundaron cientos de colegios y
universidades), o donde no estaban permitidos los matrimonios mixtos (que en
las Españas de Ultramar eran asiduos, como prueba la bellísima raza mestiza
extendida por la América española), porque sus leyes criminales así lo
establecían. Pero me resulta estrafalario que el Papa pida perdón por crímenes
cometidos por españoles a título particular, y en infracción de las leyes
promulgadas por nuestros reyes. Porque lo cierto es que los crímenes que se
pudieran cometer en América fueron triste consecuencia de la débil naturaleza
caída del hombre; pero no hubo crímenes institucionalizados, como en cambio los
hubo en Estados Unidos o en las colonias inglesas u holandesas, pues las leyes
dictadas por nuestros reyes no solo no los amparaban, sino que por el contrario
procuraban perseguirlos.
Esto de pedir
perdón histórico lo inició Juan Pablo II al acercarse el año 2000. Comenzó a
pedir perdón por todo al finalizar el II Milenio: las Cruzadas, la Inquisición,
Galileo…. Que sea así, pero ya está bien, cuando ninguna otra institución del
mundo ha hecho lo mismo. Y menos enflautar los oídos de un Evo Morales, que no
valora la labor evangelizadora de nuestros misioneros en la América hispana.
Recuerdo que al
llegar el año 1992, Quinto Centenario del descubrimiento de América, celebramos
esa hermosa aventura hacia lo
desconocido que se inició en el puerto de Palos (Huelva), donde tres cascarones
de madera se dieron a la mar océano, adentrándose en las tenebrosas aguas más
allá del Finisterre, al socaire de la loca idea de un marino genovés. La
empresa estaba financiada por la reina de Castilla, Isabel la Católica. Y la
tripulación, gente bragada de nuestra Andalucía.
Pues
resulta, para los historiadores revisionistas norteamericanos, que Colón fue un
invasor. (¡Y lo dicen ellos, precisamente ellos!). Lo de Colón no fue una
«proeza», fue una «barbaridad» y la celebración del Quinto Centenario una
«farsa».
Colón
dio inicio al colonialismo moderno, según Ricardo Levins, y se convierte en un
monstruo que arruinó el paraíso perdido, según el historiador Kirpatrick Sale,
que ha escrito La conquista del paraíso, aprovechando la coyuntura del
tema con un contenido escandaloso que le ha proporcionado sus buenos dólares. Él
parte de una interpretación «ecológica» de la Historia. Ahora que la
interpretación marxista de la Historia se encuentra en el cubo de la basura,
nos viene este nuevo enfoque ecológico que desea interpretar con mentalidad de
hoy los sucesos acaecidos hace quinientos años. «América –nos dice– estaría hoy
mucho mejor sin la intervención europea. Con Colón no sólo se destruyó el mundo
y la naturaleza de los indios sino también la relación cuidadosa y respetuosa
que existía entre ellos y su entorno». El Consejo Nacional de Iglesias de los
Estados Unidos se unió también a esta orquesta y calificó la llegada de Colón
como una «invasión». A esta nota no se unieron los obispos católicos
norteamericanos, que redactaron un documento más sensato.
¡Pobre
Colón, la de tortas que le vinieron encima! ¿No les parece que la historia de
este hombre es más sencilla? Tuvo una genial idea y logró un sponsor
(ahora se dice así) en la reina Isabel la Católica y un pueblo que lo realizó.
Barbaridades hubo, claro que sí, y ahí están, entre otras, las denuncias de ese
sevillano que se llamó Bartolomé de las Casas. Pero no echen las culpas a
Colón, que fue sencillamente un navegante avezado, y le inculpen aviesamente de
invasor, como si hubiera programado sádicamente esta incursión continental
desde la Casa Blanca de hace quinientos años.
Francia,
cómo no, se unió también a esta orquesta. Y por ahí apareció el diario Le
Figaro con un amplio dossier, donde la malevolencia se unió a la
ignorancia. Franceses y norteamericanos se podrían mirar su propio ombligo, que
debe andar bastante lleno de pelusas históricas. Y aplicarse la interpretación
«ecológica» a ellos mismos. El corazón de Europa no latía en 1492 en Italia,
Francia o Inglaterra, sino en España, dicen estos franceses. Por ello no se
sienten responsables de esta «tragedia»...
En fin, papa Francisco,
argentino vos, como en su tierra se dice. Eres un tío maravilloso y nos estás
dando días de gloria a la Iglesia católica, pero a veces se pasa usted… ¡Qué
quiere que le diga, Santidad!
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