lunes, 27 de julio de 2015

La manía del perdón histórico

En el reciente y extraordinario viaje del papa Francisco a tres países de Hispanoamérica, hubo una frase suya que me chirrió en los oídos. La dijo en Bolivia ante ese dictadorzuelo indígena Evo Morales, pidiendo perdón «por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América». Quise escribir entonces sobre esto, pero me contuve ante la regañina que me iba a dar una buena amiga monja argentina, que me hubiera dicho:
–¡A mi papa Francisco, ni tocarlo!
Pero quien lo ha tocado, y corroboro sus palabras, ha sido el escritor Juan Manuel de Prada en la revista «XL Semanal» del diario ABC de ayer domingo. Lo titula «Pedir perdón». Y dice:
–No entraremos aquí a señalar, por archisabidos, los peligros de enjuiciar acontecimientos pretéritos con mentalidad presente. Señalaremos, en cambio, que como cabeza de la Iglesia el Papa sólo puede pedir perdón por los crímenes que haya podido perpetrar o amparar la institución que representa; pues hacerlo por los crímenes que pudiera perpetrar o amparar la Corona de Castilla (luego Corona española) es tan incongruente como si mañana pidiese perdón a los sioux por los crímenes perpetrados por Búfalo Bill. Además, el Papa sólo puede pedir perdón por crímenes que la Iglesia haya podido cometer institucionalmente, con el amparo de leyes eclesiásticas, no por crímenes que hayan podido perpetrar por su cuenta clérigos más o menos brutos, salaces o avariciosos; pues pedir perdón por acciones particulares realizadas en infracción de las leyes emanadas de la instancia suprema es un cuento de nunca acabar que no sirve para sanar heridas, sino tan sólo para excitar el victimismo de los bellacos.
Y continúa:
–Yo vería muy justo y adecuado que la reina de Inglaterra o el rey de Holanda pidieran perdón por los crímenes institucionalizados que se realizaron por sus antepasados, donde los nativos –por ejemplo– tenían vedado el acceso a la enseñanza (en las Españas de Ultramar, por el contrario, se fundaron cientos de colegios y universidades), o donde no estaban permitidos los matrimonios mixtos (que en las Españas de Ultramar eran asiduos, como prueba la bellísima raza mestiza extendida por la América española), porque sus leyes criminales así lo establecían. Pero me resulta estrafalario que el Papa pida perdón por crímenes cometidos por españoles a título particular, y en infracción de las leyes promulgadas por nuestros reyes. Porque lo cierto es que los crímenes que se pudieran cometer en América fueron triste consecuencia de la débil naturaleza caída del hombre; pero no hubo crímenes institucionalizados, como en cambio los hubo en Estados Unidos o en las colonias inglesas u holandesas, pues las leyes dictadas por nuestros reyes no solo no los amparaban, sino que por el contrario procuraban perseguirlos.
Esto de pedir perdón histórico lo inició Juan Pablo II al acercarse el año 2000. Comenzó a pedir perdón por todo al finalizar el II Milenio: las Cruzadas, la Inquisición, Galileo…. Que sea así, pero ya está bien, cuando ninguna otra institución del mundo ha hecho lo mismo. Y menos enflautar los oídos de un Evo Morales, que no valora la labor evangelizadora de nuestros misioneros en la América hispana.
Recuerdo que al llegar el año 1992, Quinto Centenario del descubrimiento de América, celebramos esa hermosa aventura hacia lo desconocido que se inició en el puerto de Palos (Huelva), donde tres cascarones de madera se dieron a la mar océano, adentrándose en las tenebrosas aguas más allá del Finisterre, al socaire de la loca idea de un marino genovés. La empresa estaba financiada por la reina de Castilla, Isabel la Católica. Y la tripulación, gente bragada de nuestra Andalucía.
Pues resulta, para los historiadores revisionistas norteamericanos, que Colón fue un invasor. (¡Y lo dicen ellos, precisamente ellos!). Lo de Colón no fue una «proeza», fue una «barbaridad» y la celebración del Quinto Centenario una «farsa».
Colón dio inicio al colonialismo moderno, según Ricardo Levins, y se convierte en un monstruo que arruinó el paraíso perdido, según el historiador Kirpatrick Sale, que ha escrito La conquista del paraíso, aprovechando la coyuntura del tema con un contenido escandaloso que le ha proporcionado sus buenos dólares. Él parte de una interpretación «ecológica» de la Historia. Ahora que la interpretación marxista de la Historia se encuentra en el cubo de la basura, nos viene este nuevo enfoque ecológico que desea interpretar con mentalidad de hoy los sucesos acaecidos hace quinientos años. «América –nos dice– estaría hoy mucho mejor sin la intervención europea. Con Colón no sólo se destruyó el mundo y la naturaleza de los indios sino también la relación cuidadosa y respetuosa que existía entre ellos y su entorno». El Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos se unió también a esta orquesta y calificó la llegada de Colón como una «invasión». A esta nota no se unieron los obispos católicos norteamericanos, que redactaron un documento más sensato.
¡Pobre Colón, la de tortas que le vinieron encima! ¿No les parece que la historia de este hombre es más sencilla? Tuvo una genial idea y logró un sponsor (ahora se dice así) en la reina Isabel la Católica y un pueblo que lo realizó. Barbaridades hubo, claro que sí, y ahí están, entre otras, las denuncias de ese sevillano que se llamó Bartolomé de las Casas. Pero no echen las culpas a Colón, que fue sencillamente un navegante avezado, y le inculpen aviesamente de invasor, como si hubiera programado sádicamente esta incursión continental desde la Casa Blanca de hace quinientos años.
Francia, cómo no, se unió también a esta orquesta. Y por ahí apareció el diario Le Figaro con un amplio dossier, donde la malevolencia se unió a la ignorancia. Franceses y norteamericanos se podrían mirar su propio ombligo, que debe andar bastante lleno de pelusas históricas. Y aplicarse la interpretación «eco­lógica» a ellos mismos. El corazón de Europa no latía en 1492 en Italia, Francia o Inglaterra, sino en España, dicen estos franceses. Por ello no se sienten responsables de esta «tragedia»...
En fin, papa Francisco, argentino vos, como en su tierra se dice. Eres un tío maravilloso y nos estás dando días de gloria a la Iglesia católica, pero a veces se pasa usted… ¡Qué quiere que le diga, Santidad!

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