domingo, 20 de septiembre de 2015

Archidiócesis de Barcelona, difícil solución

No hay tertulia en la radio o televisión que mañana, tarde y noche no nos atosigue con el tema de Cataluña ni prensa que no arranque sus titulares sobre lo mismo. Pues hablemos de ello, de lo que habla todo el mundo. Pero yo incidiré en lo mío, en mis temas, en lo que algo sé.
Ya que la sucesión en el arzobispado de Barcelona no tiene visos de producirse, tras tres años y medio de la renuncia obligada de su actual arzobispo, el cardenal Martínez Sistach, al cumplir los setenta y cinco años, me temo que ello sea así porque Roma no encuentra, en la actual situación, quién le pueda sustituir con ciertas garantías de acogida y en paz.
La archidiócesis de Barcelona tiene en estos tiempos la importancia que en épocas anteriores tenía el arzobispado de Tarragona, que se gloriaba de llamarse primada de las Españas en competencia con Toledo. Hoy, tras el ascenso en 1964 de Madrid y Barcelona de sedes sufragáneas de Toledo y Tarragona a arzobispados con obediencia directa de la Santa Sede, se vieron desligadas respectivamente de Toledo y Tarragona y adquirieron tal relevancia que hoy no se conciben sin un cardenal al frente de ellas.
Un siglo atrás, y me adentro en la historia, Tarragona estaba regida por el cardenal Vidal y Barraquer. En 1923, el entonces capital general de Barcelona, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado y trajo la Dictadura. Entre sus muchos problemas, consideraba él uno primordial arreglar el tema separatista de Cataluña. Y un deseo suyo fue presionar al nuncio y a la Santa Sede para que el cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, fuese alejado de Cataluña y enviado a una diócesis distante de su tierra, para sustraerlo «de las dificultades que le ofrece el gobierno de la Sede tarraconense por su origen catalán y amistad personal, y aun parentesco, con significados políticos de marcada nota catalanista».
En su primer año de Dictadura pretendió que trasladaran a Vidal y Barraquer a Zaragoza, vacante la sede maña tras el asesinato de su arzobispo, cardenal Soldevila. Y lo quiso llevar igualmente a Burgos en 1926, para el que había sido nombrado el obispo de Coria, Pedro Segura y Sáenz. Fue esta una batalla diplomática que duró varios meses. Incluso Primo de Rivera envió a Roma nuevo embajador con la misión de presionar sobre ello a la Santa Sede.
Esta, en un deseo de contentar, respondió que se resolvería el caso cuando llegara el momento y con anuencia del propio Vidal y Barraquer. La propuesta de Primo de Rivera era que Segura fuera a Tarragona y Vidal y Barraquer a Burgos. Pero el nuncio Tedeschini escribió al secretario de Estado, cardenal Gasparri, proponiendo una solución intermedia ante las insistentes presiones del Gobierno.
Segura no puede ir a Tarragona –manifestaba Tedeschini– porque, «de hecho, ha vivido siempre en Castilla y no sabe una palabra de catalán ni conoce los usos y el ambiente de Tarragona. En cambio, el arzobispo de Valencia, no diré que conoce a la perfección la lengua y costumbres de Tarragona, siendo él también de Castilla; pero por lo menos vive desde hace tres años en Valencia, donde se habla una lengua muy afín a la catalana, tan afines que, como bien sabe la Santa Sede, sea por el pasado, sea mucho más en estos últimos tiempos, son escogidos de Valencia los candidatos para las diócesis catalanas, como un término medio impuesto por la utilidad y la prudencia. El arzobispo de Valencia por lo tanto debe entender algo del valenciano y es persona pacífica que no conoce impetuosidad de carácter y precipitación de acción, y es amable en el trato más de lo que se pueda decir. A Valencia se podría enviar al cardenal Vidal, lo que es lícito esperar, sería acogido bien por el clero y los fieles. Valencia, por otra parte, considerada en sí misma, no debería desagradar al cardenal Vidal, ya porque es una archidiócesis importante por extensión y por número de fieles (1.058.000, mientras Burgos cuenta 324.600 y Tarragona 210.000) y por la abundancia de obras católicas; deseable también por el clima y por la riqueza del terreno, y no hablemos de las finanzas, puesto que el Concordato asigna al arzobispo de Valencia un honorario de 37.500 pesetas, mientras que da a Burgos y a Tarragona apenas 32.500. Pero me apresuro a declarar que también esta combinación tiene sus inconvenientes y no menos importante es que el arzobispo de Valencia es de presumir que cambiaría a regañadientes y solo por obediencia su sede actual con Tarragona, harta ahora de dificultades por el delicadísimo problema que es causa de esta propuesta. Por último, no debo soslayar que la presentación y aceptación del obispo de Coria para la archidiócesis de Burgos es ya conocida, no solo por el obispo de Coria sino también por todos los metropolitanos de España, y creo que por otros elementos del clero y del laicado. El Gobierno, que tiene en su mano la censura, ha tratado de impedir que se hable de ello en los periódicos, pero ello no ha impedido que los periódicos de provincia hayan ya hablado de la promoción del obispo de Coria como arzobispo de Burgos. Un cambio por tanto de la Santa Sede no podría impedir los comentarios».
Esto ocurría en 1926. Me gustaría leer los mensajes cifrados que el actual nuncio envía a Roma y las respuestas que el secretario de Estado le devuelve sobre el espinoso tema de la sucesión del actual arzobispo de Barcelona. Pero cuando estos papeles salgan a la luz de los Archivos Secretos Vaticanos estaremos todos calvos.

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