jueves, 4 de agosto de 2016

Un eclipse de sol singular

Lo cuenta el Cura de los Palacios en su Crónica de los Reyes Católicos. Estos se encuentran en Sevilla, la reina Isabel guardando la cuarentena del parto de aquel príncipe don Juan, tan esperado como malogrado en su juventud. Lleva un mes de vida, unos veinte tan sólo de su bautismo en la catedral. ¿Mal presagio?
–En dicho año de 1478 a 29 días del mes de Julio, día de Santa Marta, a mediodía fizo el sol un eclipse, el más espantoso que nunca los que fasta allí eran nacidos vieron, que se cubrió el sol de todo e se paró negro, e parecían las estrellas en el cielo como de noche; el qual duró así cubierto muy gran rato, fasta que poco a poco se fue descubriendo, e fue gran temor en las gentes, y fuian a las iglesias, y nunca de aquel hora tornó el sol en su color, ni el día esclareció como los días de antes solía estar, así se puso muy caliginoso.


 Hoy día, los periódicos nos anuncian de vez en cuando algún eclipse parcial de sol. Recuerdo que en julio de 1991 avisaron que un eclipse de sol, considerado como el más importante del milenio, se vería en el Pacífico y sería retransmitido por televisión española desde la isla de Hawai.
Pues bien, la gente ni se acuerda. No ha quedado en el recuerdo impreso de una población que no se asombra ya por nada.
En la antigüedad no era así. Los eclipses y los cometas, y en general todos los fenómenos atmosféricos, causaban estupor. Lo que era comprensible. A los precarios conocimientos de la astrología antigua se unía la aparente disconformidad en la aparición de los come­tas, que los agoreros, en su ignorancia, siempre conectaban con una guerra o muerte violenta. Plinio el Viejo, por ejemplo, habló de los cometas como «astros pavorosos que no anuncian sino grandes derramamientos de sangre». Tácito culpó a un cometa aparecido en el año 64 las atrocidades de Nerón. Flavio Josefo atribuyó la caída de Jerusalén en el año 70 a la aparición de un astro.
La ignorancia era grande en aquellos tiempos, pero también la sensatez de algún sabio. Nuestro Séneca, llevado de un gran sentido común, vino a escribir por esa época que «vendrá una edad donde lo que ahora es misterio para nosotros, será claro como el día... Un día nacerá un hombre que demostrará en qué parte del cielo se mueven los cometas, cuál es su tamaño y su naturaleza. Contentémonos por ahora de lo descubierto hasta esta época y que nuestros nietos posean, también ellos, su parte de verdad por descubrir».
Pero la sensatez de Séneca no fue secunda­da en los siglos posteriores. En la Edad Media persistía el miedo a los cometas y a los eclipses, envueltos en su ignorancia. El paso de un milenio a otro fue saludado por dos cometas (uno en el año 999 y otro en el 1000) que sembró el pánico entre la población de Europa. A un astro que apareció en 1066 se le atribuyó la invasión normanda a Inglaterra. Y a un cometa aparecido en 1348 la terrible peste negra que asoló Europa y llevó a la tumba un tercio de su población.
De todos los cometas el más famoso es el Halley, llamado así por ser este astrónomo inglés el primero en calcular su órbita: un período de setenta y seis años. Aparecido en los años 1456, 1531, 1606 y 1682, Halley predijo que aparecería de nuevo a principios de 1759, como en efecto sucedió, aunque él no lo pudo contemplar por haber muerto en 1742.
Cuando hace unos pocos años, el cometa Halley se hizo presente y estuvo de moda, oí un comentario radiofónico donde se dijo en ­plan jocoso que un Papa en la época medieval había exorcizado y excomulgado al cometa después llamado de Halley. Me picó la curiosi­dad por saber si era cierto. Y a esta conclusión llegué: El locutor, cuyo nombre no recuerdo, había oído campanas y no sabía dónde.
Resulta que el Papa en cuestión era espa­ñol, Calixto III, nacido en Játiva, el primer papa Borgia, que gobernó la Iglesia de 1455 a 1458. Viejo octogenario, su única preocupación fue movilizar una cruzada contra el turco, que dos años antes de su elección se había apoderado de Constantinopla y amenazaba el Occidente. El 29 de junio de 1456 publicó una bula (en esos momentos el cometa Halley era visible en Italia) que ha dado pie a la necia leyenda de que el Papa, aterrorizado por la presencia del cometa, ordenó en toda la cristiandad el toque del Ángelus y lanzó la excomunión y todos los exorcismos contra el cometa.
Pues bien, basta leer la bula para ver que todo es falso. Calixto III era un viejo un poco cascarrabias, pero no tan estúpido nuestro compatriota como para ponerse a echar exorcismos al cometa que llenaba de miedo las noches de Roma. Si alguien desea profundizar en este tema, tiene el extraordinario estudio del P. Steisn, jesuita, titulado Calixto III et la comète de Halley (Roma 1909). Se leyó todo lo que los archivos vaticanos poseen del periodo de este Papa, más de un centenar de volúmenes en folio, y no halló en ellos nada que tuviera relación con un hecho semejante. Lo que Calixto III prescribe en esta bula es el toque del Ángelus al mediodía y rogativas públicas para alcanzar la victoria contra el turco. Cosa que ocurrió unos veinte días después de emitida la bula con el triunfo de las huestes cristianas sobre las turcas en Belgrado. En memoria de esta victoria, el Papa extendió a toda la Iglesia la festividad de la Transfiguración, que se celebra este sábado 6 de agosto en toda la Iglesia. Y en la bula, que ha dado paso a la falsa leyenda, instituyó una costumbre que luego se hizo secular en la Iglesia: el toque del Ángelus al mediodía, práctica piadosa que posteriormente en 1500 renovó su sobrino Alejandro VI.

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