martes, 19 de marzo de 2019

San José y Teresa de Jesús

Hecha un ovillo, describe Teresa de Jesús gráficamente el estado de su cuerpo. Permaneció así durante ocho meses, primero en casa de su padre, luego en la enfermería del monasterio de la Encarnación. Porque Teresa pidió insistentemente volver al convento y el pobre de don Alonso, que sacó a su hija para que recibiera una curación adecuada, no pudo oponerse y se vio en la necesidad de llevarla de nuevo a la Encarnación.
Cuenta ella:
–A la que esperaban muerta, recibieron con alma; mas el cuerpo peor que muerto, para dar pena verle. El extremo de flaqueza no se puede decir, que solos los huesos tenía ya.
Don Alonso iba a visitarla y tenían que sacar a su hija en peso hasta el locutorio. Pasados esos ocho meses, allá por el mes de abril de 1540, mejoró, aunque siguió tullida durante dos años más.
–Cuando comencé a andar a gatas alababa a Dios –cuenta Teresa de sí.
Y se dio a la oración. Con más fuerza, con más insistencia.
–Paréceme era toda mi ansia de sanar por estar a solas en oración como venía mostrada, porque en la enfermería no había aparejo.


 Es curioso. En el noviciado, al ver el ejemplo de algunas monjas que resistían pacientemente sus enfermedades, Teresa deseaba también enfermar para compartir los sufrimientos de Cristo. Ahora quiere sanar para darse mejor a la oración.
–¡Oh, válgame Dios, que deseaba yo la salud para más servirle…!
Tres años estuvo Teresa en este estado de postración, hasta agosto de 1542, tal vez. Tenía 27 años y medio.
–Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad y cuál me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para que me sanasen; que todavía deseaba la salud, aunque con mucha alegría lo llevaba, y pensaba algunas veces que, si estando buena me había de condenar, que mejor estaba así; mas todavía pensaba que serviría mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro engaño, no nos dejar del todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene.
Y se asió a la intercesión de san José en quien ella cifra su curación.
–Tomé por abogado y señor al glorioso san José y me encomendé mucho a él.
El patriarca formará de ahora en adelante parte importante en su vida espiritual y en su experiencia de años no recuerda «haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer».
–Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma.
La discreción con que los Evangelios canónicos tratan la figura del patriarca san José es mayor incluso que con respecto a la Virgen María. Mateo y Lucas concuerdan en presentarlo como descendiente de la tribu de David, pero difieren en la genealogía, atribuyéndole antepasados diferentes. El ángel se le apareció en sueños para anunciarle que María había concebido por obra del Espíritu Santo y que no la debía repudiar. Después recibió orden de partir hacia Egipto con el Niño y su madre a fin de salvar a Jesús de la cólera de Herodes. Y aparece una última vez, en Jerusalén, cuando el Niño, a los doce años, queda en el templo sin saberlo sus padres. Después, el silencio, a no ser una alusión, en la vida pública de Jesús, cuando vuelve a su aldea y la gente se pregunta: «¿De dónde le vienen su sabiduría y sus milagros? ¿No es el hijo de José, el carpintero?».
A partir de la Edad Media la figura del patriarca adquiere popularidad y devoción entre los fieles. Su fiesta comenzó a celebrarse en el siglo IX en Oriente y, a partir de las cruzadas, en Occidente. El primero que lo exalta es san Bernardo, y le siguen san Vicente Ferrer en España y san Bernardino de Siena en Italia. En 1416, en el concilio de Constanza, se pide una fiesta particular en el calendario litúrgico en honor del esposo de la Virgen María, para, por su intercesión, conseguir el fin del gran cisma de Occidente, que padecía la Iglesia. Pero será el papa franciscano Sixto IV (1471-1484) quien instituya la fiesta de san José en 1481 y, en 1621, Gregorio XV la declare obligatoria para toda la Iglesia.
En el siglo XVI será santa Teresa y con ella los carmelitas los que propaguen la devoción al santo patriarca.
–Querría yo persuadir a todos —confesará Teresa– fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios; no he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.
Gracias a san José, cree Teresa, pudo levantarse y dejar de ser una tullida. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario