sábado, 8 de marzo de 2014

Con los dedos de la mano

Se ha publicado un folleto titulado «La oración con los dedos de la mano», que el papa Francisco escribió hace unos quince años. Una oración sencilla en la que cada dedo de la mano le inspira el recuerdo de las personas por las que se debe rezar: los seres queridos, los que enseñan, los que ejercen la autoridad, los débiles y los que sufren, y las necesidades propias.
1.     El pulgar es el más cercano a ti. Así que empieza orando por quienes están más cerca de ti. Son las personas más fáciles de recordar. Orar por nuestros seres queridos es «una dulce obligación».
2.     El siguiente dedo es el índice. Ora por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros, profesores, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás. Tenlos siempre presentes en tus oraciones.
3.     El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes. Ora por el presidente, los congresistas, los empresarios, y los gerentes. Estas personas dirigen los destinos de nuestra patria y guían a la opinión pública. Necesitan la guía de Dios.
4.     El cuarto dedo es nuestro dedo anular. Aunque a muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, como te lo puede decir cualquier profesor de piano. Debe recordarnos orar por los más débiles, con muchos problemas o postrados por las enfermedades. Necesitan tus oraciones de día y de noche. Nunca será demasiado lo que ores por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios.
5.     Y por último está nuestro dedo meñique, el más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice la Biblia, «los últimos serán los primeros». Tu meñique debe recordarte orar por ti. Cuando ya hayas orado por los otros cuatro grupos verás tus propias necesidades en la perspectiva correcta, y podrás orar mejor por las tuyas.
Esto de rezar con los dedos, me recuerda un pasaje ocurrido en el Carmelo de Beas de Segura, fundado por santa Teresa de Jesús en 1575. La Santa está a punto de fallecer en Alba de Tormes y el provincial Jerónimo Gracián, lejos de la Madre, está en Andalucía. Llegará a Beas al día siguiente de la muerte de Teresa, acaecida el 4 de octubre de 1582.
–Por venir a aplacar este fuego de Beas –se lamenta–, no me hallé a la muerte de la santa Madre.
Jerónimo Gracián está en Beas para apagar «un fuego» que podía haber alertado a la inquisición; viene a resolver «un enredo del demonio tan terrible, con tanta inquietud y desasosiego de las monjas, que fue necesario acudir allá más que de paso para deshacer esta maraña...»
Había pasado por este convento un carmelita descalzo piadoso que había aficionado a las monjas a entretenerse en un juego devoto durante la recreación. Consistía en decir con los dedos: «Creo en Dios, espero en Dios, amo a Dios, temo a Dios, glorifico a Dios…»
Una monja escrupulosa se quejó al vicario provincial, que lo era Diego de la Trinidad, fallecido en Sevilla de peste en el mes de mayo, de sentirse atada en conciencia con este ejercicio. Y el vicario ordenó la suspensión de un juego tan poco recreativo en tiempos de recreación. Confesaron algunas monjas con sacerdotes de la villa de Beas y se acusaron de hacer actos de amor de Dios prohibidos por el vicario. Una de ellas, muy escrupulosa, confesó:
–Padre, he pecado mortalmente contra la obediencia porque he dicho «creo en Dios, amo a Dios…»
El confesor asombrado le preguntó:
–¿Por qué?
–Porque el prelado me ha mandado que no diga eso.
Trascendió al pueblo escandalizado y hubo clérigos sorprendidos de que los descalzos ordenaban a sus monjas no creer ni amar a Dios. Y gritaron:
–Estamos ante un caso de inquisición.
Y a Beas de Segura hubo de acudir Jerónimo Gracián para deshacer el entuerto y sosegar el ambiente.
No creo que cosa similar ocurra con estas devotas súplicas con los dedos de la mano propuestas por el papa Francisco.

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