miércoles, 5 de marzo de 2014

La Giganta de Sevilla

Ver las olas embravecidas sobre las costas del norte de España y los destrozos que están haciendo, puede sugerir a más de uno que se está produciendo el cambio climático. Incluso ha aparecido recientemente un palabro nuevo, ciclogénesis, que querrá decir algo así como el nacimiento de un nuevo ciclo.
Lo que cuento a continuación no ha ocurrido este invierno. Sucedió tal día como hoy, 5 de marzo de 1592, hace 422 años. Y quizás interese solamente a mis lectores sevillanos.
En las Memorias Sevillanas, manuscrito de la Biblioteca Colombina, se lee en su tomo II: «En cinco de marzo de 1592, un furioso huracán torció el cerrojo de la puerta del Perdón, conocida por el nombre de la grande, y torció también el perno de la Giralda, que es grueso como la pierna de un hombre. Aquella se sacó el diez y ocho de setiembre, y se puso sobre el andamio: sacose la barra y se bajó al segundo patio del Colegio de San Miguel, y allí la aderezó Joan Barba herrero de la Fábrica, y se volvió a poner veinte y cinco del mismo mes y año».
Al decir puerta del Perdón se refiere a la puerta principal que da a la Avenida de la Constitución, a los pies de la catedral. La estatua remate de la Giralda, que representa la «Victoria de la fe», colocada el 14 de agosto de 1568, sufrió un par de percances anteriores a éste de 1592. El 12 de octubre de 1583, otro huracán arrancó a la estatua la palma y parte de la mano que la sujeta, arrojándola lejos. Hubo de colocarse un andamio casi suspendido en aquellas alturas donde se hizo la fragua para su aderezo y para reparar la figura. La faena culminó el 24 de mayo de 1585. Cinco años después, consigna Zúñiga en sus Anales, otra borrasca «horrible y espantosa», ocurrida el día de san Francisco de Asís, 4 de octubre de 1590, que tiene todos los visos de parecerse o confundirse, si las fechas no fueran claras, con la ocurrida en 1592. Cuenta cómo «entre muchos daños que fueron efectos suyos, fue uno particular torcerse el perno o espiga sobre que se mueve la figura de la Fe, que sobre la torre de la Santa Iglesia se llama comúnmente Giralda, por el continuo girar a mostrar los vientos a que principalmente está dispuesta. Pero la industria de los artífices consiguió sobre andamios encender en aquella altura fraguas, con que lograron reducirla a su perfecta nivelación».
Hace cosa de un mes hubo un fuerte huracán sobre Sevilla, con vientos terribles. Tal vez la caída de una piedra y las reparaciones que ahora se llevan a cabo sobre lo alto de la Giralda tengan algo que ver con ese huracán.
Pero la Giralda sigue en pie.
El Viernes Santo, 5 de abril de 1504, una tempestad huracanada seguida de un fuerte terremoto zarandeó Sevilla. Todos los analistas describieron este aciago día con tintes espantables y fantasías populares. Surgió en años posteriores la leyenda de que la Giralda, sostenida y abrazada por las santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla, se salvó de caer desplomada. De ahí, se dice, el representar iconográficamente a las santas con la torre en medio. Pero el bibliotecario de la Colombina, Diego Alejandro Gálvez, se encargó en su tiempo de resolver la falsedad de esta curiosa tradición sevillana en su Disertación sobre si se pueda sostener de que Santa Justa y Rufina defendieron la torre de la Santa Iglesia de Sevilla para que no cayese en el gran terremoto de 5 de Abril de 1504, discurso leído el 21 de mayo de 1721 en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla.
Diego Alejandro Gálvez se ratifica en la falsedad de esta leyenda. Las actas capitulares de aquellos días, que hablan de procesiones y rogativas, nada dicen de un suceso tan singular. Además, la representación iconográfica de las santas patronas con la Giralda en medio ya se conocía en la catedral de Sevilla con anterioridad.
El analista Zúñiga trata de salvar la leyenda aplicándola al terremoto de 1396. Cuenta cómo las santas Justa y Rufina son titulares de la Iglesia de Sevilla y «especiales abogadas del templo Catedral y de su torre: causa por que las pintan con ella entre las dos imágenes; refiriéndose por tradición, que en una borrasca grande, que entiendo fue la del año 1396, se oyeron voces en el aire (articuladas de demonios) que decían: derríbala, derríbala; y que respondían otros; no, no podemos, que la guardan estas Justinilla y Rufinilla».
La leyenda, de todos modos, es bonita y por qué quitarle su encanto. La leyenda dice que las santas Justa y Rufina, se abrazaron a la torre de la Giralda –aún no tenía el cuerpo airoso de campanas– y la protegieron del terremoto.
Cervantes, que conoció la Giralda antes y después del airoso remate de Hernán Ruiz, la rememora en el Quijote al narrar el episodio del caballero del Bosque: «Una vez me mandó (Casildea de Vandalia) que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla, llamada Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo». Y el ecijano Vélez de Guevara, en El Diablo Cojuelo, califica a la Giralda torre «tan hija de vecino de los aires, que parece que se descalabra en las estrellas».

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