Cómo el Ayuntamiento republicano de Sevilla quiso derribar
el monumento de la Inmaculada y cómo lo impidió el pueblo
En
1929 se celebraban las bodas de diamante de la definición dogmática de la
Inmaculada Concepción. Sevilla lo celebró con el Congreso Mariano
Hispano-Americano, tenido del 15 al 21 de mayo, y con la coronación canónica de
la Virgen de la Antigua, 24 de noviembre.
El
himno del Congreso, letra del agustino fray Restituto del Valle, y partitura
musical del maestro Eduardo Torres, expresa en su primera frase el amor de esta
tierra por María y de María por esta tierra de Sevilla:
Salve Madre, en la tierra de tus amores, / te saludan los cantos que alza el amor.
–A
todos los Congresos Marianos celebrados en España, y acaso los del extranjero
–escribe el jesuita Nazario Pérez–, superó en magnificencia y esplendor el
Hispano-Americano de Sevilla, celebrado en mayo de 1929, bajo la presidencia
del cardenal arzobispo Ilundáin, legado de Su Santidad, y otros treinta
prelados españoles, tres portugueses y ocho americanos. Se inscribieron 1.400
congresistas.
Vino
la República. En la noche del 14 de abril de 1931, manifestantes concentrados
en la plaza del Triunfo de Sevilla apedrearon el monumento de la Inmaculada,
ocasionando diversos desperfectos y resultando decapitada la estatua del
jesuita Pineda, predicador inmaculista. Un individuo subió al balcón principal
del palacio arzobispal y colocó la bandera republicana.
El
sábado 12 de diciembre, el cabildo del Ayuntamiento de Sevilla celebra una
«sesión relámpago». Así lo titula el diario La
Unión del día siguiente. Y puntualiza la propuesta presentada por la
minoría socialista para que sea derribado el monumento a la Inmaculada y
sustituido por un monumento en homenaje a Galán y García Hernández,
republicanos sublevados en Jaca en 1930 y fusilados.
Al
día siguiente, muy de mañana, aparecen los primeros ramos de flores a los pies
del monumento. A las once se celebra un mitin tradicionalista en el teatro
Llorens, en la calle Sierpes. Habla el jefe carlista Fal Conde:
–Hay
una cosa que debo decirla, aunque me cueste ir a Fernando Poo. Ha sido llevado
al Ayuntamiento el propósito de derribar el monumento a la Inmaculada
Concepción, y yo os digo... (enorme ovación que ahoga el final del párrafo.
Entre el indescriptible entusiasmo del público se oyen vivas a María inmaculada
y a Sevilla mariana). Es preciso dar respuesta a este propósito de otra manera:
manifestándonos correctamente dentro de la Ley, como ciudadanos, que exigen
(porque se exige el cumplimiento de aquello a que tenemos legítimo derecho) que
nadie toque ese monumento levantado por la fe del pueblo de Sevilla, y que
ningunos labios impuros tomen en boca el nombre de María Inmaculada, como no
sea para hincarse de rodillas... (Segunda ovación entusiasta que impide oír el
final).
Del
mitin marcharon a la plaza del Triunfo, cantaron la Salve, y el pie del
monumento quedó poblado de ramos de flores. Los desagravios populares y los
ramos de flores se sucedieron durante todo el día. El Ayuntamiento no se
atrevió a derribarlo y el monumento se salvó.
Pero
no así una preciosa inmaculada de Alonso Cano, en el incendio de la iglesia
parroquial de El Real de la Jara el 11 de agosto de 1932. Ni tantas y tantas
Inmaculadas, en Sevilla y por esos pueblos de la geografía nacional, al inicio
de la guerra del 36.
En el
crucero norte o brazo del Evangelio, donde se halla la puerta de la Concepción
de la catedral de Sevilla, en lo alto del testero de esta nave, se encuentra el
único cuadro del siglo XX que ha penetrado en el templo catedralicio. Es obra
del pintor sevillano Alfonso Grosso, realizada en 1966. Representa la Proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción. Obra de grandes dimensiones, 6 x 3 metros, la Virgen muestra
los rasgos de la Macarena sobre una ensoñadora y difuminada Sevilla. En ella
aparecen también el papa Pío IX, el cardenal Spínola, un nazareno de la
cofradía del Silencio, la primera que hizo voto en defensa del dogma de la
Inmaculada, dos seises con los ropajes azules, y un ángel con el rostro de la
hija del pintor.
Fue
un cuadro que suscitó polémica: ¿Merecía ese lugar privilegiado en la catedral
sevillana un cuadro del siglo XX y tan moderno?
Lo
merecía por el tema. Resume en su basílica mayor, escenario de tantas
devociones inmaculistas, el esfuerzo de Sevilla en la defensa de este misterio.
Corona en el siglo XX lo que iniciara en el XVII el arzobispo don Pedro de
Castro, y los personajes que rodean el monumento de la Inmaculada: el jesuita
Juan de Pineda, el poeta Miguel Cid, el escultor Juan Martínez Montañés y el
pintor Bartolomé Esteban Murillo, entre otros muchos.
Virgen Santa, Virgen pura, / vida, esperanza y dulzura
del alma que en ti confía, / Madre de Dios, Madre mía,
mientras mi vida alentare, / todo mi amor para ti,
mas si mi amor te olvidare, / Madre mía, Madre mía,
aunque mi amor te olvidare / tú no te olvides de mí.
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