sábado, 10 de mayo de 2014

San Juan de Ávila en el Castillo de Triana

Se celebra hoy, 10 de mayo, la festividad de san Juan de Ávila, que vivió en aquel siglo XVI cuando Sevi­lla, puerta de las Indias, era una ciudad bulliciosa, cosmopolita, con su Guadalquivir lleno de bajeles y su Arenal repleto de traficantes, pí­caros y truhanes.
Llegó a Sevilla en 1527 un joven clérigo manchego dispuesto a embarcar para las Indias. Fernando de Contreras, sacerdote sevillano, le dio cobijo en su casa y lo presentó al arzobispo Manrique, que lo amarró a Sevilla, diciéndole:
–¡Sevilla será tus Indias!
Y se convirtió en el gran predicador de la tierra andaluza, de manera que recibió el honroso título de «Apóstol de Andalucía». Su elocuencia era rotunda. Movía los corazones como el labrador desbroza los terrones para la siembra. Un dominico, que le escuchó en Córdoba, llegó al convento diciendo: «Vengo de oír al propio san Pablo comentán­dose a sí mismo». O aquel rec­tor de Granada, ampuloso en su saber, que dijo a su camarilla: «Vamos a oír a ese idiota». Y «el idiota» lo convirtió en uno de sus discípulos predilec­tos.
En el otoño de 1531, fue acusado a la Inquisición de proposiciones contrarias a la fe. Fray Luis de Granada, que lo conoció, dice que «sus palabras fueron calumniadas y denunciadas en el Santo Oficio, diciendo dél que cerraba la puerta a los ricos, y otras cosas desta calidad. Por lo cual los señores inquisidores mandaron que estuviese recogido hasta averiguarse su causa».
La cárcel inquisitorial se hallaba en el Castillo de Triana, al otro lado del río, junto al puente de barcas, que unía Triana con Sevilla. Fue confinado en una celda, siniestra y húmeda por la proximidad del Guadalquivir que bañaba sus muros. Estuvo en ella desde un día innominado de 1532 hasta junio de 1533 en que fue absuelto, varios meses, tal vez un año, no se sabe el tiempo. Curiosamente, las denuncias no procedían de Sevilla, sino de Écija y Alcalá de Guadaira. También, tal vez, de Lebrija.
En Écija, un comisario de bulas se quedó solo en la iglesia principal por acudir la gente a oír a Juan de Ávila. Poco después, el bulero se topó con él en la calle y le propinó una bofetada. Juan se arrodilló y le dijo humildemente:
–Emparéjeme esta otra mejilla, que más merezco por mis pecados.
Predicó en cierta ocasión en la plaza de San Francisco de Écija. Tomó por tema la bienaventuranza: Dichosos los pobres de espíritu… y esas palabras del Evangelio: En verdad os digo que difícilmente los ricos entrarán en el reino de los cielos.
Preguntado por el tribunal, Juan de Ávila respondió que «aquellas palabras del Evangelio: Dichosos los pobres… se entienden de los que se han despojado de las riquezas por amor de Cristo. Y sobre el texto: En verdad os digo que los ricos difícilmente entrarán en el reino de los cielos, dijo que el tener abundancia de riquezas era más peligroso que tenerlas en medianía o no tenerlas. Y así aconteció a Cristo, el cual no fue recibido de las personas de distinción como él dice: En verdad os digo que los publicanos y las rameras os aventajarán en el reino de los cielos.
Estando muy adelantado el pleito, uno de los jueces le dijo a Juan de Ávila:
–Padre Maestro, su negocio está en las manos de Dios.
Y Juan de Ávila le respondió:
–Nunca ha estado mi negocio en mejor estado. Hasta aquí han hecho los hombres; ahora hará Dios.
Las denuncias le vinieron del jurado Andrés Martel, hacendado y con muchos criados, a quien no gustaron sus palabras y lo acusó al Santo Oficio. Juan de Ávila probó ante el tribunal que el tal Martel era su enemigo y hombre de malas costumbres. Y el cura Onofre Sánchez lo acusó de sentirse con más autoridad que san Agustín y de decir en la iglesia de Santa Cruz de Écija que «los que son quemados por orden del Santo Oficio eran mártires». Pero esto no lo había oído directamente, sino que se lo había contado una tal Leonor Gómez de Montesino, que se demostró que era una mujer «descarada y ligera, que se precia de tener disputas con los confesores».
El denunciante de Alcalá de Guadaira no era cura, sino médico, llamado Antonio Flores. Pero aquí el clero de Alcalá depuso ante la Inquisición, contra el parecer del médico, que Juan de Ávila «hizo gran fruto en dicha villa».
Fue absuelto, al fin… por sentencia dada el 5 de junio de 1533.
Juan de Ávila perteneció al clero secular, que ni a canónigo ni a obispo llegó. Por eso tal vez sus méritos no hayan sido suficientemente justi­preciados hasta nuestros días. Y, sin embargo, influyó en Juan Ciudad, que al oír una predicación suya se convirtió en san Juan de Dios, en san Francisco de Borja, en san Pedro de Alcántara, en san Ig­nacio de Loyola, en santa Teresa de Je­sús, en san Juan de Ribera, en el venerable Fernando de Contreras, en fray Luis de Granada, y en un largo etcétera. En aque­llos tiempos del concilio de Trento, fue quien puso los perfiles más exactos de la figura sacerdotal para los tiempos postconcilia­res. Sus escritos sacerdotales son válidos hoy día. Y todo lo hizo con la ma­yor sencillez, un santo que pa­teó Andalucía predicando a Dios. Y sin tapujos, con valentía, diciendo al pan pan y al vino vino. Cuando le llovieron los palos, ni se sintió amargado ni quemado, con un amor siempre grande y reno­vado a la Iglesia. Este es Juan de Ávila, Apóstol de Andalucía, Patrono del Clero español y Doctor de la Iglesia.
Teresa de Jesús, al tener noticias de su muerte, exclamó que había desaparecido una de las columnas de la Iglesia. Murió en Montilla el 10 de mayo de 1569 donde está enterrado, pero en Sevilla germinó su vocación apostólica andaluza.
Por cierto, ¿sabéis cómo le vino la vocación religiosa a Juan de Ávila? Presenciando una corrida de toros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario