sábado, 14 de febrero de 2015

El top ten de los santos

Hace 23 años publiqué un libro con el título de Santos del pueblo y de subtítulo Crónica de un Martirologio Popular. Quise recoger en él los santos más populares, los santos del pueblo, los que la gente ha señalado como más milagreros, a los que acude con especial devoción, sobre los que existen curiosas leyendas o especial protección.
Aunque no exhaustivo, pretendí lograr un buen lote de santos que por causas a veces insospechadas o circunstanciales recibían la veneración de la gente del pueblo. Formaban lo que se ha venido en llamar un Martirologio popular, de hechura casera, dejando al criterio de Roma la elaboración del Martirologio romano, en que se hallan reseñados todos los santos que han sido.


No se trataba de un top ten de santos, titular que entonces no se me hubiera ocurrido. Tampoco trataba de recoger los diez mejores, o los diez más populares, porque a la postre recogí unas pequeñas semblanzas de 39 santos que se significaban por su popularidad en el entorno en el que me muevo.
Ahora he leído que unos medidores de webs italianas han evaluado los top ten de los santos en internet en el que aparecen, en el entorno italiano, el Padre Pío, san Francisco de Asís, san Antonio de Padua, san Juan Pablo II... entre los primeros. Y entre las santas, la más amada es santa Rita de Casia, seguida de Madre Teresa de Calcuta y santa Clara.
–Ciertamente, no podemos definirlo –comenta Luigi Santambrogio– el hit parade de lo sacro, un top ten de los santos más amados y valorados por los italianos, porque en la especial graduación celeste las puntuaciones para el favorito se asignan con criterios que podríamos definir «simplones», «caseros».
Si tuviera que reeditar mi libro y auxiliarme de las nuevas técnicas que usan los institutos de estadística, no sé qué santos populares ni qué lista saldría en nuestro entorno. Cuáles serían los santos top ten de internet, a los que nuestro pueblo acude, a los que reza, a los que pide milagrosas peticiones.
No piensen ustedes que el culto a los santos ha decaído. Sigue vigente en una parcela importante del pueblo y forma un capítulo especial de la piedad popular. Lo pude comprobar in situ, porque en la elaboración de mi libro la acompañé de frecuentes visitas a los lugares de culto popular en esta Sevilla mía, donde resido. Y observé a la gente, cómo reza, cómo enciende una vela, quise intuir qué le pide al santo. Vi que era gente de todo pelaje, gente gorda y menuda, gente de bien y de escalera abajo, que no iban al santo porque deseasen imitar sus virtudes; acudían sencillamente a pedir favores, que presumiblemente son salud y dinero, pasando por esa madre que pide por su hijo enganchado a la droga, o la joven que suspira por un novio, etc.
Roma está empeñada de siglos, desde que tomó las riendas de las canonizaciones en sus manos, en perseguir un fin pedagógico con los santos –dignos de ser imitados en sus virtudes–, y la gente, el pueblo soberano, busca en el santo el intercesor a sus necesidades vitales. Son dos ritmos distintos, dos caminos. La devoción popular a los santos sigue su propio ritmo, no marcado por la liturgia de la Iglesia, a veces caprichoso y no pocas veces supersticioso. Pero ahí está un fenómeno que no debe ser despreciado por los eruditos.
Pienso si no caminamos tal vez hacia una nueva Edad Media, que fue la época dorada de los santos, cuando se gestaron sus bellas y piadosas leyendas, que están contadas en aquel libro emblemático de Santiago de Vorágine, titulado Leyenda dorada. Llegados al Renacimiento, Erasmo denuncia como una locura en su Elogio de la Locura esa devoción popular hacia los santos que presidió el mundo medieval:
–¿No es una locura que cada tierra reclame como particularmente suyo a algún santo y que se otorgue a cada uno de ellos facultades especiales y se les venere con una especie de culto particular? De modo que éste socorre en los males de muelas, aquél es favorable a las parturientas, otro restituye los bienes robados, otro resplandece propicio en los naufragios, otro vela por el ganado... y así los demás.
En los lugares donde triunfó la Reforma protestante, desaparecieron de las iglesias las reliquias y las imágenes de los santos. Era una reacción a tanto abuso cometido con las reliquias de santos en la etapa anterior.
Pero los tiempos pasan y el culto popular a los santos permanece, a pesar del esfuerzo de una teología ilustrada. El concilio de Trento salió al paso para declarar que «sólo hombres de mentalidad irreligiosa niegan que los santos, que gozan de bienaventuranza en el paraíso, deban ser invocados». Tras una imagen hay un santo que ha marcado un momento de la historia de la Iglesia y un pueblo que lo invoca y le guarda devoción.
Es lo que contestaba san Francisco de Sales a su amigo el obispo de Bruges en una larga carta fechada en 1604:
–¿Se puede uno servir de la historia de los santos? ¿Y cómo no? ¿Puede haber cosas más útiles y bellas? Pero también debemos decir: ¿Qué son las vidas de los santos sino el evangelio puesto en práctica? Entre el evangelio y la vida de los santos no hay mayor diferencia que entre la música escrita y la música cantada.
Y es que «somos una Iglesia de santos», que diría Bernanos. 

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