miércoles, 15 de julio de 2015

El alzacuello

Ha aparecido en la revista norteamericana Homiletic & Pastoral Review un artículo titulado: «Por qué un sacerdote debería llevar alzacuello», por Charles M. Mangan, mariólogo y escritor espiritual de la diócesis de Sioux Falls, que trabajó ocho años en Roma en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, y Gerald E. Murray, juez eclesiástico y párroco en la archidiócesis de Nueva York. Y esgrimen 23 razones por las que todo sacerdote debería llevar alzacuello.


 Confieso al mariólogo y canonista norteamericanos que, a lo que parece, no cumplo ninguna de sus 23 razones, sencillamente porque nunca llevo alzacuello.
En 1982, el cardenal Ugo Poletti, vicario de la diócesis de Roma, emitió una carta circular para exigir que el clero y religiosos de Roma volvieran a vestir sotanas y hábitos, al menos clergyman. Daba esas normas para responder a una petición que el papa Juan Pablo II le hacía en una carta del 8 de septiembre de 1982.
Ugo Poletti es más comedido que los americanos. Solo dio 5 razones de la obligación de usar hábito talar.
Un capuchino suizo, el padre Walbert Bühlmann, le contestó enseguida haciéndole notar lo absurdo de esas exigencias en un mundo en el que había otros enormes problemas de pobreza, marginación, alejamiento de la fe, etc., que eran los verdaderos retos de la Iglesia.
Entre otras cosas le decía:
–Todos estamos de acuerdo que muchas cosas están mal en la Iglesia y en la ciudad de Roma. Pero ¿se atreve usted a pensar que mejorarán por el hecho de que en lugar de 5.000 pasarán a 10.000 las personas con hábito religioso por las calles de Roma?... ¿Se acuerda usted que ya hace 12 años, en un sondeo popular se puso de relieve el hecho de que los Monseñores del Vaticano gozaban de la menor simpatía entre el pueblo romano? ¿Por qué entonces imponer el modo de ver y de vestirse de aquellas «Eminencias y Excelencias» a todo el clero? ¿Qué cosa diría Jesús frente a esas cinco leyes, él que no podía soportar la casta de los fariseos con su vestido religioso? Dilatant enim phylacteria sua et magnificant fimbrias [Alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto] (Mt 23,5)… Usted elogia a aquella «juventud magnífica» que ama el llevar de nuevo el hábito religioso. Pero, ¿no son estos tradicionalistas, verticalistas, integristas, un poco a la manera de los seminaristas de Lefebvre, que están hastiados del mundo y que, en lugar de empeñarse por un mundo justo, se refugian en la Iglesia, en el hábito religioso y en la oración? ¿Es esta victoria del ala derecha de la Iglesia una verdadera victoria o no más bien una victoria de Pirro que aísla la Iglesia siempre más al mundo que seguirá su camino sin la Iglesia? ¿Cómo será juzgada por la historia esta medida, este volver atrás? ¿Tal vez como es juzgado hoy el esfuerzo antimodernista de principios de este siglo?
Estas normas del vicario de la diócesis de Roma tuvieron escasa acogida. Tan solo la de los religiosos conservadores que se llenaron de alegría porque finalmente todos debían salir a las calles de Roma agitando las «sagradas lanas», como algunos en Italia llamaban a los hábitos. Ugo Poletti, al ver que sus disposiciones eran ignoradas, escribió una segunda circular a los superiores de las comunidades religiosas y a los rectores de las universidades pontificias para que exigieran a sus súbditos o alumnos el cumplimiento de sus ordenanzas.
Ugo Poletti tuvo que darse por vencido. Incluso circuló por Roma una carta satírica, falsamente atribuida al cardenal, donde se hablaba de cómo debía ser la ropa interior de los religiosos y de los clérigos.
Y es que hay cosas insustanciales a finales de siglo XX, cuando Ugo Poletti quiso cuadrar al clero de Roma, y ya en el siglo XXI, cuando todavía existen obispos cuya preocupación fundamental, al parecer, es ir con el dedo extendido señalando al clérigo que no lleva alzacuellos.
Creo que en Sevilla tan solo circula ya con sotana mi querido amigo José Polo, «Polito», pequeño pero buena persona. Es la gloria de nuestro clero mayor. El clero joven, veo, va todo él uniformado con alzacuellos. Pues muy bien. Aunque yo no lo llevo, ni los de mi generación, he de confesar que, con mis 49 años de cura, jamás he ocultado mi condición de sacerdote.
Recuerdo que en aquellos tiempos en que yo tenía un cargo en el palacio arzobispal, encontré a un cura amigo con chaqueta y alzacuello en esta época de verano. Era entonces, y supongo que lo será también ahora, condición sine qua non para optar al episcopado.
En aquel entonces, entre las muchas preguntas que salían de la nunciatura para evaluar los candidatos al episcopado se hallaban dos. Una era: ¿Usa clergyman? La otra era: ¿Qué piensa de la Humanae vitae? Supongo que el llevar alzacuello seguirá existiendo todavía.
Pues bien, a este amigo mío, estudioso él, con carrera en Roma, doctorado en algo, pensó que era llegado el momento de optar a un episcopado. Y hete aquí que se pasó aquel verano paseando por el patio del palacio arzobispal con su chaqueta y su alzacuello, y sudando lo que no hay en los escritos. Y yo, de broma, en mangas de camisa, me atreví a decirle:
–¡Mira que si al final no te hacen obispo!
Y no lo hicieron. No hay derecho, después del verano angustioso de calor que hizo en Sevilla.

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