Ha
aparecido en la revista norteamericana Homiletic
& Pastoral Review un artículo titulado: «Por qué un sacerdote debería
llevar alzacuello», por Charles M. Mangan, mariólogo y escritor espiritual de
la diócesis de Sioux Falls, que trabajó ocho años en Roma en la Congregación
para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, y Gerald
E. Murray, juez eclesiástico y párroco en la archidiócesis de Nueva York. Y
esgrimen 23 razones por las que todo sacerdote debería llevar alzacuello.
Confieso
al mariólogo y canonista norteamericanos que, a lo que parece, no cumplo
ninguna de sus 23 razones, sencillamente porque nunca llevo alzacuello.
En
1982, el cardenal Ugo Poletti, vicario de la diócesis de Roma, emitió una carta
circular para exigir que el clero y religiosos de Roma volvieran a vestir
sotanas y hábitos, al menos clergyman. Daba esas normas para responder a una
petición que el papa Juan Pablo II le hacía en una carta del 8 de septiembre de
1982.
Ugo
Poletti es más comedido que los americanos. Solo dio 5 razones de la obligación
de usar hábito talar.
Un
capuchino suizo, el padre Walbert Bühlmann, le contestó enseguida haciéndole
notar lo absurdo de esas exigencias en un mundo en el que había otros enormes
problemas de pobreza, marginación, alejamiento de la fe, etc., que eran los
verdaderos retos de la Iglesia.
Entre
otras cosas le decía:
–Todos
estamos de acuerdo que muchas cosas están mal en la Iglesia y en la ciudad de
Roma. Pero ¿se atreve usted a pensar que mejorarán por el hecho de que en lugar
de 5.000 pasarán a 10.000 las personas con hábito religioso por las calles de
Roma?... ¿Se acuerda usted que ya hace 12 años, en un sondeo popular se puso de
relieve el hecho de que los Monseñores del Vaticano gozaban de la menor
simpatía entre el pueblo romano? ¿Por qué entonces imponer el modo de ver y de
vestirse de aquellas «Eminencias y Excelencias» a todo el clero? ¿Qué cosa
diría Jesús frente a esas cinco leyes, él que no podía soportar la casta de los
fariseos con su vestido religioso? Dilatant
enim phylacteria sua et magnificant fimbrias [Alargan las filacterias y
agrandan las orlas del manto] (Mt 23,5)… Usted elogia a aquella «juventud
magnífica» que ama el llevar de nuevo el hábito religioso. Pero, ¿no son estos
tradicionalistas, verticalistas, integristas, un poco a la manera de los
seminaristas de Lefebvre, que están hastiados del mundo y que, en lugar de
empeñarse por un mundo justo, se refugian en la Iglesia, en el hábito religioso
y en la oración? ¿Es esta victoria del ala derecha de la Iglesia una verdadera
victoria o no más bien una victoria de Pirro que aísla la Iglesia siempre más
al mundo que seguirá su camino sin la Iglesia? ¿Cómo será juzgada por la
historia esta medida, este volver atrás? ¿Tal vez como es juzgado hoy el
esfuerzo antimodernista de principios de este siglo?
Estas
normas del vicario de la diócesis de Roma tuvieron escasa acogida. Tan solo la
de los religiosos conservadores que se llenaron de alegría porque finalmente
todos debían salir a las calles de Roma agitando las «sagradas lanas», como
algunos en Italia llamaban a los hábitos. Ugo Poletti, al ver que sus
disposiciones eran ignoradas, escribió una segunda circular a los superiores de
las comunidades religiosas y a los rectores de las universidades pontificias
para que exigieran a sus súbditos o alumnos el cumplimiento de sus ordenanzas.
Ugo
Poletti tuvo que darse por vencido. Incluso circuló por Roma una carta
satírica, falsamente atribuida al cardenal, donde se hablaba de cómo debía ser
la ropa interior de los religiosos y de los clérigos.
Y
es que hay cosas insustanciales a finales de siglo XX, cuando Ugo Poletti quiso
cuadrar al clero de Roma, y ya en el siglo XXI, cuando todavía existen obispos
cuya preocupación fundamental, al parecer, es ir con el dedo extendido
señalando al clérigo que no lleva alzacuellos.
Creo
que en Sevilla tan solo circula ya con sotana mi querido amigo José Polo,
«Polito», pequeño pero buena persona. Es la gloria de nuestro clero mayor. El
clero joven, veo, va todo él uniformado con alzacuellos. Pues muy bien. Aunque
yo no lo llevo, ni los de mi generación, he de confesar que, con mis 49 años de
cura, jamás he ocultado mi condición de sacerdote.
Recuerdo
que en aquellos tiempos en que yo tenía un cargo en el palacio arzobispal,
encontré a un cura amigo con chaqueta y alzacuello en esta época de verano.
Era entonces, y supongo que lo será también ahora, condición sine qua non para optar al episcopado.
En
aquel entonces, entre las muchas preguntas que salían de la nunciatura para
evaluar los candidatos al episcopado se hallaban dos. Una era: ¿Usa clergyman?
La otra era: ¿Qué piensa de la Humanae
vitae? Supongo que el llevar alzacuello seguirá existiendo todavía.
Pues
bien, a este amigo mío, estudioso él, con carrera en Roma, doctorado en algo,
pensó que era llegado el momento de optar a un episcopado. Y hete aquí que se
pasó aquel verano paseando por el patio del palacio arzobispal con su chaqueta
y su alzacuello, y sudando lo que no hay en los escritos. Y yo, de broma, en
mangas de camisa, me atreví a decirle:
–¡Mira
que si al final no te hacen obispo!
Y
no lo hicieron. No hay derecho, después del verano angustioso de calor que hizo
en Sevilla.
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