sábado, 5 de septiembre de 2015

Ocurrió antes de que yo fuese considerado infalible

Recuerdo que hace unos años, cuando Rodríguez Zapatero asumió la secretaría general del partido socialista, era para mí un personaje desconocido. Comencé a observarlo en sus apariciones en la televisión y me di cuenta enseguida que le faltaba un hervor a este individuo simplón de escasas lecturas. Vino por entonces a Sevilla un conocido mío, en aquel entonces en lides políticas, y en comida distendida en Casa Modesto–donde se come muy bien, para los que no son de Sevilla–, hablamos del momento político y se me ocurrió aventurar:
–España es un país demasiado grande y de luenga historia para que pueda ser regido por un simplón como ese Rodríguez Zapatero.
No mucho después, subió a la presidencia del Gobierno, gobernó durante siete años y nos dejó el país hecho unos zorros. Y yo, confundido en mi análisis. Ciertamente, me dije: no soy profeta.
Por eso no aventuro nada para las próximas elecciones y me reservo qué opino sobre ciertos personajes políticos tanto de derecha como de izquierda. Pero apunto como entonces sentí del señor Zapatero: a muchos les falta un hervor y están faltos de lecturas. Y los hay que, además de tontos, son malos.


Esto me lleva a un tiempo atrás donde otro personaje que he historiado, Eugenio Pacelli, siendo nuncio en Munich, vivió la llegada a la política de un personaje estrafalario por nombre Adolf Hitler. Y se dijo poco más o menos como yo:
–No subirá al poder. No volveremos a escuchar más su nombre.
Años más tarde, Pacelli subió al trono pontificio con el nombre de Pío XII y meses más tarde el estrafalario Hitler inició la locura de la II Guerra Mundial y el Holocausto.
Pero vean cómo fue la historia.
La figura de Adolf Hitler asoma en 1923 con un intento de golpe de Estado en Baviera para implantar, por la fuerza, un Estado nacionalsocialista. Conocido como Putsch de Munich o Putsch de la Cervecería, en la noche del 8 al 9 de noviembre de 1923, fue provocado por miembros del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP) y reprimido por la policía con una docena de muertos. Hitler se fracturó un brazo y fue arrestado y condenado a cinco años de cárcel, de los que cumplió solo unos meses.
En Munich se hallaba de nuncio Eugenio Pacelli y el 9 de noviembre, al día siguiente del Putsch, telegrafió un mensaje al cardenal Gasparri, secretario de Estado de la Santa Sede:
–En la noche pasada, Hitler con bandas armadas declaró cesado el gobierno bávaro, arrestado ministro presidente y proclamado nuevo gobierno nacional alemán con Ludendorff como jefe del ejército… Se cree en breve tiempo orden podrá ser restablecido, probablemente no sin derramamiento de sangre.
Un día después, informa que la situación es «todavía bastante crítica» y se prevé «graves agitaciones» en el caso de que el ejército del Reich, que está marchando sobre Munich, se una a las SA, la banda armada de Hitler.
Finalmente, el 12 de noviembre, Pacelli comunica a Roma:
–Hitler arrestado. Tranquilidad restablecida.
Bob Murphy, vicecónsul norteamericano en Munich, se entrevistó con Pacelli, del que es amigo, y le pidió su opinión sobre Hitler. Pacelli le contestó:
–Nunca más volveremos a escuchar ese nombre.
Y añadió: 
–Está liquidado. 
Pacelli no era el único que pensaba que la carrera política de Hitler era ya historia. El Putsch de la Cervecería fue una chapuza de despropósitos y los periódicos del momento lo calificaron de «minirrevolución de cervecería» y «travesura de escolares que jugaban a los pieles rojas». El New York Times estimó que «el Putsch de Munich elimina definitivamente a Hitler y sus seguidores nacionalsocialistas». 
Veintiún años después, en junio de 1944, Bob Murphy entró en Roma con el V Ejército americano del general Clark, recuperando la Ciudad Eterna de los nazis. Acudió al Vaticano a visitar a su viejo amigo Pacelli, que ya es papa Pío XII, y le recordó su juicio errado sobre Hitler. El Papa, sonriendo, le respondió: 
–Recuerde, Bob, que eso ocurrió antes de que yo fuese considerado infalible.
Diez años después del Putsch, en 1933, no solo no se había dejado de escuchar el nombre de Hitler sino que se había encaramado al puesto de canciller del Reich. 
Nombrado el 30 de enero, se convirtió en el más joven regidor de una república todavía formalmente democrática. Esa tarde, los camisas pardas desfilaron por la Wilhelmstrasse de Berlín, marchando al canto del Horst Wessel Lied, el himno del partido, mientras Hitler elaboraba en la Cancillería un programa que quedó resumido en esta frase del dictador, recordada por Emmy Goering, esposa del lugarteniente de Hitler y comandante supremo de la Luftwaffe, Hermann Goering:
–Ha dado comienzo la máxima revolución racial alemana de la Historia universal. 

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