lunes, 28 de diciembre de 2015

La fiesta del Obispillo

Es una fiesta navideña que se remonta a la Edad Media en no pocas catedrales de España y también de Europa. En unos lugares se celebraba el 6 de diciembre, día de San Nicolás, patrono de los niños, y en otros el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Consistía en escoger entre los niños del coro catedralicio a uno que oficiará ese día de obispo, al que estarán sometidos canónigos y prebendados.
Recuerdo con cariño esta fiesta cuando estudiaba en la Universidad Pontificia de Comillas. Como no íbamos de vacaciones en Navidad, el 28 de diciembre era elegido de Primero de Gramática uno de los seminaristas más pequeños como Papa. Por el hecho de ser Universidad Pontificia, los jesuitas habían propuesto que el elegido no fuera Obispo sino Papa. Pero la fiesta era similar a lo que sucedía en las catedrales en tiempos ya idos.

En Burgos aún perdura la Fiesta del Obispillo.

Contaré cómo se vivía en Sevilla.
El 28 de diciem­bre de 1511, el cimborrio de la catedral de Sevilla se derrumbó. Ese día, festividad de los Santos Inocentes, se celebraba en la catedral de Sevilla, desde tiempo inmemorial, la fiesta del Obispillo. El arzobispo dominico fray Diego de Deza, tan serio él, estaba tentado de suprimirla por «alguna soltura de burla» que se daba en el templo. El concilio provincial, que se celebró al año siguiente, dispuso generosamente que continuara esta fiesta en acción de gracias porque en el día de Inocentes del año anterior no hubiera habido víctimas en la caída del cimborrio de la catedral. Pero el arzobispo reformó sus estatutos para que en adelante se celebrase «con mucha honestidad e devoción». La fiesta consistía en elegir entre los niños del coro un obispillo que, durante ese día, ejercía funciones episcopales entre el regocijo de todos.
Ya en la víspera, al canto del Magnificat, al llegar al versículo Deposuit potentes de sede (depuso del trono a los poderosos), los mozos de coro se subían a las sillas altas del coro y el Obispillo se sentaba en la silla del prelado con sus asistentes. Al día siguiente, de los Inocentes, había procesión por el templo catedralicio, yendo delante los beneficiados, los canónigos y  el deán, y detrás los niños de coro y el Obispillo con sus asistentes. Detrás de él, dos beneficiados llevaban, uno la mitra y otro el báculo.
Los abusos y tra­vesuras debieron acudir de nuevo, puesto que en el año 1545 el cabildo trató de suprimir la fiesta por las «muchas cosas indignas que pasaban». Pero el acuerdo fue revocado en noviembre de ese mismo año y la fiesta del Obispillo continuó celebrándose.
Para evitar nuevos abusos, el cabildo dispuso el 5 de noviembre de 1554 que el Obispillo, que acostumbraba a salir a caballo por la ciudad promoviendo escán­dalos, no saliese del templo catedralicio, y que se vistiera y desnudara en la capilla donde es­taba el patio segundo de los Naranjos.
En 1562 se trasladó la fiesta del Obispillo al día de san Nicolás, y al año siguiente, 1563, según refiere el analista Zúñiga, se celebró por última vez en la iglesia cate­dral.
Pero, prohibido en el templo, pasó a celebrarse en el colegio de Maese Rodrigo (origen de la Universidad de Sevilla), donde en mano de los estudiantes los escándalos fueron mayores.
El 5 de diciembre de 1641, fiesta de san Nicolás, acompañaban los estudiantes al Obispillo, elegido entre ellos, por las calles de Sevilla y se armó tal alboroto, que ha sido especialmente recogido por los cronistas de la época. Les dio a los estudiantes por obligar a apearse a los ocupantes de los coches que se cruzaban con ellos por las calles para que besasen reverentemente la mano del Obispillo. Ese año lo era el estudiante Esteban Dongo, hijo de un rico ge­novés.
La broma continuó durante todo el día, haciendo apear de sus carruajes a sesudos jueces, damas encopetadas, clérigos prebendados... Por la tarde, se colaron en el Corral de la Montería, que se hallaba en el Alcázar, y obligaron a los actores a comenzar la comedia que se estaba re­presentando, continuando la función entre alborotos, aplausos e insultos. A la salida trataron de ocupar los coches de los caballe­ros que habían asistido a la comedia. Se armó una reyerta, salieron a relucir pistoletes, cara­binas, broqueles, estoques. Hubo algunos heridos. Y el asunto acabó en la Audiencia. El padre del Obispillo, Bartolomé Dongo, fue condenado a pagar 500 ó 1.000 ducados de multa, que en esto de la cuantía no se aclaran las crónicas. Y se notificó al colegio de Maese Rodrigo que quedaba abolida por siempre jamás la fiesta del Obispillo. Como así fue.

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