viernes, 23 de septiembre de 2016

Maquillar una biografía

No es infrecuente, ni mucho menos, el maquillaje de una biografía, sea propia o ajena, libro de memorias o relato de un personaje histórico. El maquillaje no deja de ser una adulteración de la veracidad de la historia.
Digo esto porque aborrezco silenciar o adulterar cualquier dato relevante del personaje que estoy biografiando. Me ha ocurrido con mi último libro, dedicado al célebre cardenal Segura. Un venerable sacerdote sevillano me dijo:
–No lo cuentes. Eso hace daño a la Iglesia.
Lo que hace daño a la Iglesia es ocultar la verdad, o mentir. Sobre todo, cuando la persona biografiada ya es historia. Es lo que me soltó otro no menos venerable periodista cuando se lo conté:
–Olé con sus… ¡Eso es un tío!
Y todo porque el controvertido cardenal, que se las daba de muy piadoso, tuvo un hijo en su juventud, cosa que corría por los mentideros de Sevilla, desvirtuados los datos, lo que no era novedad. Faltaban las fuentes escritas y ellas vinieron cuando se abrieron en el Vaticano los Archivos Secretos del tiempo de Pío XI.
Algunos, aunque pocos, se han rasgado las vestiduras, entre ellos alguna túnica episcopal.
Ya dijo Pío XII el 13 de junio de 1943:
–La Iglesia no teme la luz de la verdad, ni por el pasado, ni por el presente, ni por el futuro.
Mi querido don Quijote se adelantó unos siglos cuando señala en el capítulo 3 de la segunda parte de la inmortal obra de Cervantes:
–Los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa… La historia es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está Dios, en cuanto a verdad.
Y muchos siglos antes, Cicerón vino a decir en su De Oratore, Liber II, 15:
–Quién ignora que la primera ley de la historia es que no se diga nada falso; después, no esconder nada de la verdad, para que, al escribir, no existan sospechas de partidismo o de simulación.
Hace unos trece o catorce años, cierta congregación religiosa femenina me pidió la biografía de su fundadora. Me pasé dos meses de aquel verano recogiendo datos. Acudí también a la ciudad donde se hallaba la Casa Madre de la congregación. Y allí observé cómo se me ocultaban ciertos documentos y papeles que uno, por viejo y experimentado, intuye y huele.
Resultado. Al volver a Sevilla, recibo la llamada de la superiora general diciéndome que se rompía el contrato. Que no siguiera adelante. Pero a la susodicha señora no se le ocurrió pensar que ocupé todo un verano en la investigación, realicé un viaje, tuve gastos… Nada, que no siga.
Os contaré un par de cosas de la fundadora y de paso del fundador, ambos, advierto por adelantado, santas personas, y la fundadora ya en estos momentos beatificada por la Iglesia.
Tengo la Positio por delante y he podido refrescar la memoria. La Positio super virtutibus recoge en un tomo grueso –en este caso es más bien delgado– los datos obtenidos por una investigación diocesana sobre las virtudes heroicas del candidato o candidata para su presentación a la Congregación para las Causas de los Santos. Examinada por un comité de expertos, historiadores y teólogos, servirá de paso previo a que el Papa promueva al candidato de Siervo de Dios al grado de Venerable.
Pues bien, en esta Positio se decía que la candidata había sido casada, viuda y fundadora, ayudada en esto por su padre espiritual, un capuchino.
Lo que no dice la Positio, ni supieron los expertos romanos, es el cómo de su casamiento. Toda una escena propia del romanticismo del siglo XIX, época en que sucedió la boda. Ella ya es mayor de edad, su padre duerme en el piso de arriba de la casa. Es madrugada, ella en el piso de abajo, se asoma a una ventana enrejada que da a la calle, el novio está por fuera, con el sacerdote que los casa y un par de testigos. Y así se fraguó el casamiento, a la luz de la luna. Lo que se hizo con nocturnidad y no me atrevería a decir que con alevosía.
Pregunto: ¿Se puede prescindir en una biografía contar el casamiento tan atípico de esta fundadora? Al parecer, a la madre general le parecía algo no oportuno.
Después tuvo su vida de casada durante una serie de años, en la que su marido, un señorito andaluz, le daba malos tratos, venía borracho a casa, etc. Y una suegra insoportable. Y ella que lo sufría todo con resignación cristiana.
Tras la muerte del marido, funda un instituto religioso y pronto se extiende su fundación hacia otras regiones de España.
Hay un segundo punto, tampoco vislumbrado en la Positio. En cierto momento hubo tensiones en la congregación, que repercuten en la fundadora y en el fundador. Hay calumnias de por medio y el fundador es echado de la orden capuchina y la fundadora relegada a un segundo puesto.
¿Es que no se ha de hablar de ello? Precisamente, y poseo documentación inédita que no conocen las monjas, yo podía demostrar la santidad de ambos fundadores en todo este embrollo, en el que salieron a la luz miserias de otras personas.
Pues no había que hablar de ello. Yo era un imprudente que fisgaba en los papeles y la biografía debía de ser un libro piadoso, aunque se oculte la historia. Tengo otros curiosos casos, alguno de una institución poderosa en la Iglesia. Pero esto lo contaré, si hay lugar, a la hora de mi testamento, por si acaso.
Entre tanto, así me va la vida.

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